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—No me dijiste que Barrachina estaba en libertad.

Ramos apuraba su café en la Tasca PP. Me hizo un gesto para que le siguiese a una mesa y me sentase a su lado. Los nervios me habían impedido dormir y prefería quedarme de pie, pero decidí hacerle caso.

—Anoche me lo encontré por sorpresa. Casi lo mato.

—¿Y vienes aquí a contarlo? Esto es territorio de la policía, Rob.

—¿Lo sabías? ¿Sabías que había salido de la cárcel?

—Lo soltaron hace un par de meses. ¿Qué quieres que te diga? No podía ir corriendo a decírtelo.

—¿Por qué no?

—Porque quería evitar esto, que volvieras a obsesionarte con él.

—No estoy obsesionado. Puede que se haya llevado a África. Sus amigos me lo confirmaron.

—¿Y dices que no estás obsesionado? Vamos, no me jodas. El tío que pensabas que se había llevado a tu hijo es el mismo que ha secuestrado a África, ¿no?

—No hay muchos pedófilos pervertidos en Alicante. Es de lógica pensar que alguno de ellos ha sido el culpable.

—Y ahora me dirás que lo haces por la chica de los Rojas.

—Así es.

—No, coño. —Antonio golpeó la mesa—. Tú quieres cargarte a ese tío. Tienes la espinita clavada, y te quieres dar el gusto. A mí me importa una mierda lo que hagas. Solo te diré dos cosas: que no me entere y que no me salpique.

—¿Y la conversación que tuvimos en el coche? ¿De verdad me habrías dejado matarle? Pues es el momento de hacer algo, ¿no te parece?

Ramos se frotó las manos. Respiró profundamente y me miró a los ojos.

—Que no me entere. Que no me salpique. Han pasado los años, y como te dije, miro mucho por donde piso.

Encendí un cigarro. Estaba claro que no iba a salirse del camino.

—¿Me ayudarás a encontrarlo?

—Depende. ¿Qué ha hecho?

—Ya lo sabes.

—¿Tienes pruebas?

Le conté todo lo que sabía. Me explayé en la aparición en el Cubil. Ramos era un policía, y aunque el encuentro con Gaspar Barrachina no certificaba nada, ambos teníamos la misma sensación en las tripas. Cuando terminé, mi pitillo se había convertido en ceniza.

—Y después, ¿qué? —preguntó—. ¿Le metemos dos tiros y lo tiramos al mar? ¿O prefieres meterte hacia el interior y deshacerte del cuerpo en algún pozo abandonado?

—Son muchas las preguntas que hay que hacerle. África. Jaime. Aquí está pasando algo. Y tengo que averiguar qué.

—No se llevó a Jaime. Le interrogué a fondo, ya lo sabes. Muy a fondo. Y ese tío será un puto enfermo y a saber qué más, pero a tu chaval no le tocó un pelo.

—Es muy fácil decirlo. No era tu hijo.

—No me jodas, Roberto.

—Tú no tuviste que ordenar sus fotos, que recoger sus juguetes. Tú no tuviste que mirar a tu mujer a la cara y decirle que su único hijo, el que tuvo tras varios abortos, se lo había llevado alguien con unas intenciones que es mejor no imaginar. Tienes familia, Antonio. ¿Qué habrías hecho en mi lugar? ¿Y si alguien le toca un pelo a Leo? Dime que no matarías al culpable.

—Lo que te pasó es la mayor desgracia que le puede ocurrir a un hombre, estoy de acuerdo. Sé que es una putada que te obsesionaras con él y perdieras un día de investigación. Pero Barrachina no fue. Métetelo en la cabeza, ¿vale? Puede que tenga algo que ver con África, pero nada que ver con Jaime.

—¿Puedes asegurarlo al cien por cien? ¿Te apostarías el futuro de tu hija?

Antonio se quedó pensativo. No era lo más normal en él, que actuaba por impulsos por mucho que le gustase creer que pensaba cada movimiento y lo tenía todo controlado. Aquella era una discusión que no quería tener. La balanza oscilaba entre la amistad y el pringarse por ayudarme a cambio de nada. Lo único que podría obtener de aquel lío era otro expediente abierto sobre la mesa del comisario.

—Moveré hilos para saber dónde vive —dijo al fin—. Puede que algún confidente sepa algo. Pero recuerda lo que te he dicho.

—Que no te enteres.

—Y que no me salpique tu mierda. Bastante tengo ya, créeme.