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Observé mis nudillos pelados. Hacía tiempo que no me pasaba. El motorista tenía la piel de hormigón armado y yo la complexión física de un borracho.

La policía tiene una jerarquía y unas reglas que es mejor no saltarse. Lo primero, antes de llevar al tipo a los calabozos, necesitaba atención médica. Y, por qué no decirlo, nosotros también. Antonio tenía una brecha en la frente y yo otra en la mejilla. El motorista se había llevado la peor parte, con varias contusiones en el rostro y el cuerpo. Hizo más paripé que otra cosa, tal vez esperando ganar tiempo, pero Ramos no estaba dispuesto a consentirlo.

—Se llama Víctor Hugo Escandón, de treinta y cuatro años. Víctor Hugo, como el escritor francés —dijo mientras revisaba la documentación del detenido—. Colombiano, como pensabas.

Antonio había ido a la Universidad y se había sacado la carrera de Filosofía antes de entrar en el Cuerpo. A mí, el nombre de Víctor Hugo no me decía nada, y si acaso se podría parecer al de algún jugador de fútbol.

Nos atendieron en dos camillas próximas. Los médicos eran muy jóvenes, y hasta dudé de si sabrían apretar un vendaje. Yo no quería perder el tiempo con radiografías absurdas mientras África seguía en paradero desconocido.

Mientras me colocaban un apósito sobre los puntos, vi entrar a Diego Rojas seguido de varios agentes más. Tenía el ojo derecho morado y apenas lo podía abrir.

—¿Y mi hija? —preguntó—. ¿Dónde está?

—¿Está usted bien? —Contesté.

—Más fuerte golpean en las reuniones de junta. —Bromeó, y al instante su gesto se volvió aún más serio y afligido—. No pude hacer nada. Apenas lo vi llegar. No me dejó ni dirigirme a él.

—Tranquilo, tenemos el dinero y el capullo ese pasará una temporada en la cárcel —contestó Ramos—. Ya me ocuparé yo de que esta noche duerma bien caliente.

—¿Y África?

—Enseguida lo sabremos.

En cuanto hubieron remendado a Antonio, dio órdenes a los diferentes policías que había allí. Quedaba mucho por hacer. Habíamos provocado una persecución con accidente incluido, y lo mismo el amigo Víctor Hugo nos denunciaba por lesiones y por romper su moto.

—El asunto es que no podemos tomarle declaración hasta que salga del hospital. —Le explicó a Diego.

—¿Tomar declaración? —preguntó.

—Interrogarle. —Aclaré.

—Pero esto son circunstancias especiales. —Prosiguió Ramos—. Hay una chica desaparecida. Así que quedaos aquí mientras mantengo una conversación informal con el detenido.

—¿Y si no quiere hablar? —Rojas estaba nervioso.

Antonio sonrió. Sacó el paquete de tabaco y luego lo volvió a guardar en cuanto recordó dónde estaba.

—Cantará —dijo al fin—. De eso me ocupo yo.