Esta historia, junto con «En la Banda Negra» y «Jinetes del Salario Púrpura», forma parte de la trilogía de Beverly Hills. Escrita durante la época en que viví allí, la trilogía tiene como escenario Beverly Hills, lugar donde, por primera y espero que última vez en mi vida, estuve viviendo en una casa de pisos. Día a día, mi gato y yo enloquecíamos un poco más, nos sentíamos un poco más infelices. El día en que una mano salió del interior de un buzón y cogió la carta que yo estaba a punto de echar, llegué a la conclusión de que tenía que irme. O me iba, o acababa desquiciado.
Así pues, nos mudamos a una casita de South Holt, en Los Angeles, no muy lejos del propio Beverly Hills pero sí lo suficiente… o al menos, eso creí yo entonces. Estando instalados allí, una riada que bajó por Burton Way inundó mi garaje, situado respecto de la calle a un nivel inferior. Más de la mitad de mi colección de libros y revistas, todavía en cajas de embalaje, quedó destruida. Todos mis libros de Oz, mis Tartanes y Doc Savages, un buen número de revistas de gran valor para mí, muchos de mis libros y revistas de ciencia ficción como Science Wonder y Air Wonder, material que llevaba coleccionando desde 1929, muchos de mis manuscritos, etc.
Así pues, nos mudamos a la casa más grande que he tenido nunca, más hacia el centro de la ciudad. No pude evitar sentir un cierto disgusto al abandonar aquel gran abeto y el cuervo gigante que se posaba en su copa, pero aún no me había alejado lo suficiente de la maléfica influencia de Beverly Hills.
Me sentía bastante bien en aquella gran casa de South Burnside, y al ser despedido como tantos otros trabajadores de la industria aeroespacial, un mes antes del primer alunizaje, me sentí muy feliz. Decidí dar el paso decisivo y convertirme en un escritor profesional. No tenía más que dar unos pocos pasos para ir a trabajar. Se habían acabado los trayectos cotidianos de ciento cincuenta kilómetros por la autopista. Y no pensaba volver a trabajar para nadie nunca más. Si las cosas iban tan mal que no podía ganarme la vida escribiendo, me dedicaría a robar bancos.
Ahora, ya no vivo en la tierra de los terremotos y los desprendimientos. Vivo en tierra de ciclones y de inviernos que recuerdan a la era de las glaciaciones. Y me gusta.
Pero lo extraño del caso es que, cuando voy a visitar a alguien de Los Angeles, ahora me gusta. Ni siquiera me inquieto cuando paseo por Beverly Hills, aunque lo que sí hago es evitar acercarme a los buzones de las esquinas.