CAPÍTULO PRIMERO

A MODO DE INTRODUCCIÓN.

Cuando un escritor festivo ha hecho felices todo lo que es posible a sus personajes principales, o cuando un autor dramático los ha conducido con su pluma al más profundo grado de miseria humana, ambos suponen que han cumplido su cometido y que su tarea está ya concluida.

Si nosotros poseyéramos un temperamento trágico, el lector sin duda podría concedernos que casi estamos a punto de alcanzar ese final, puesto que hubiera sido difícil para el diablo o cualquiera de sus representantes en la tierra idear mayores tormentos para el desgraciado Tom Jones que los expuestos al final del anterior capítulo. En cuanto a Sophia, una mujer llena de bondad, apenas hubiera podido desear mayor inquietud a una rival que la que cabía suponer que en aquellos momentos devoraba a la joven. ¿Qué falta, pues, para la tragedia total, sino un asesinato o dos y una serie de sentencias morales?

Pero sacar a nuestros personajes preferidos de su presente estado de angustia y desgracia y hacerles desembarcar en la costa de la felicidad resulta tarea harto más difícil, labor tan llena de dificultades que nosotros no nos atrevemos a llevarla a cabo. En lo que respecta a Sophia, es más que probable que en uno u otro lado podamos procurarle un marido al final, bien sea el antipático Blifil, el lord o cualquiera otro. Pero en lo que se refiera al pobre Tom Jones, son tales las calamidades que le abruman al presente, debidas en buena parte a su imprudencia, tan falto está de amigos y es perseguido tan ferozmente por sus enemigos, que desesperamos mucho de poderle conducir al puerto de salvación, y si nuestros lectores son aficionados a presenciar ejecuciones capitales, tengo la impresión de que no deben perder el tiempo en ocupar la primera fila en Tyburn.

Lo que les prometemos fielmente es que, cualquier afecto que pueda atribuírsenos hacia semejante pícaro que, para desgracia nuestra, hemos convertido en nuestro héroe, jamás le prestaremos nada de esa ayuda sobrenatural de que nos es posible disponer, a condición, claro está, de que la utilicemos tan sólo en las ocasiones más importantes. Por tanto, si ese joven no encuentra por sí mismo algún medio de desembarazarse de los apuros en que se encuentra, no violentaremos la verdad y dignidad de esta historia en favor de él, pues preferimos verle ahorcado en Tyburn, cosa muy posible e incluso probable, que perder nuestra integridad y sorprender la buena fe de nuestros lectores.

En esto los antiguos poseían una gran ventaja sobre los modernos. Su mitología, que en aquellas épocas era mucho más creída por el vulgo que cualquier religión en los actuales tiempos, les proporcionaba en todo momento una oportunidad de libertad a su héroe favorito. Sus divinidades estaban siempre prestas a ayudar al lector en la realización de cualquiera de sus propósitos, y cuanto más extraordinaria era la invención, tanto mayor resultaba la sorpresa y el placer del crédulo lector. Aquellos escritores podían con mucha mayor facilidad conducir a un héroe de un país a otro e incluso de un mundo a otro y traerle de nuevo al nuestro que cualquier infeliz escritor de ahora sacarle de la cárcel.

Los árabes y los persas gozan de una ventaja similar al escribir cuentos sobre genios y hadas, en los que creen como artículos de fe, apoyados por la autoridad del Corán. Pero nosotros no disponemos de ninguna de esas ayudas. Debemos limitarnos a los medios naturales. Por tanto, veremos qué podemos hacer con estos medios por el pobre Tom Jones, aunque, a decir verdad, alguien me está diciendo al oído que el joven ese aún no conoce lo peor de su destino, y que éste aún le tiene reservados acontecimientos más dolorosos de los que ya ha sufrido.