CAPÍTULO VII

DONDE VEREMOS CÓMO MR. WESTERN HACE A SU HERMANA UNA NUEVA VISITA, ESTA VEZ EN COMPAÑÍA DE MR. BLIFIL.

En el momento en que Mrs. Western leía a su sobrina un libro que trataba de la prudencia y la cautela que hay que tener en todo lo referente al matrimonio, irrumpieron en la habitación, sin ninguna ceremonia previa, su hermano y Blifil. En cuanto Sophia vio a Blifil se puso pálida y perdió el uso de la palabra. Por el contrario, su tía se puso muy encarnada, comenzando a ejercitar su lengua en contra de su hermano.

—Hermano mío —dijo—, tu conducta me deja atónita. ¿Es que nunca aprenderás las reglas de urbanidad? ¿Creerás siempre que todas las casas son tuyas o bien que pertenecen a cualquier criado tuyo? ¿Es que piensas que tienes libertad para invadir las habitaciones particulares de las damas distinguidas sin tomarte la molestia de avisar?

—¿Qué pasa para tanta palabrería? —exclamó el hermano—. Cualquiera diría que te he encontrado…

—¡Groserías, no! —contestó la dama—. Ve, has sorprendido de tal modo a mi sobrina que apenas si puede tenerse en pie. Vamos, querida mía, retírate y trata de serenarte.

Al oír estas palabras, Sophia se apresuró a marcharse, pareciéndole que jamás en su vida había recibido indicación más oportuna.

—Obras mal al hacer que se vaya —dijo Mr. Western—. Precisamente he traído aquí a Mr. Blifil para que la corteje.

—El que ha procedido mal eres tú, hermano —contestó ella—. Sabiendo cómo están las cosas, te atreves a esto… Perdóneme, Mr. Blifil, pero mi hermano sabe muy bien que por fuerza tengo que hacerle esta recepción tan poco agradable. A mí me alegra siempre verle, Mr. Blifil, pero usted, que posee un recto sentido común, no hubiera procedido de esta forma si mi hermano no le hubiese arrastrado a ello.

Blifil inclinó la cabeza y comenzó a tartamudear. Pero Western, sin apenas darle tiempo para contestar, dijo:

—Bien, bien, puedes censurarme cuanto gustes. Ya estoy acostumbrado. Pero has de permitir que Sophia vuelva, o bien que Blifil vaya a conversar con ella. Ha venido a Londres tan sólo con este fin, y te aseguro que no hay tiempo que perder.

—Hermano mío —contestó Mrs. Western—. Mi parecer es que, después de lo ocurrido, Mr. Blifil no siente el menor deseo de hablar esta mañana con mi sobrina. Los sentimientos de las mujeres son muy delicados, y cuando nuestro espíritu se altera, no recobra su tranquilidad hasta pasado mucho tiempo. Si Mr. Blifil quiere presentar sus respetos a mi sobrina esta misma tarde, tal vez lo consiga. Pero en este momento desconfío de poder convencerla.

—Señora —exclamó Blifil—, lamento mucho que la amabilidad que Mr. Western ha tenido conmigo siempre y que nunca le agradeceré bastante, haya sido motivo…

—Mr. Blifil —interrumpió la dama—, no necesita usted excusas. Todos conocemos de sobra a mi hermano…

—Poco importa que se me conozca o no —interrumpió Western a su vez—. Lo importante es lo siguiente: ¿Cuándo verá Blifil a mi hija? Ha venido sólo con este fin, y lo mismo ha hecho Mr. Allworthy.

—Hermano mío —dijo la dama—, transmitiré a mi sobrina de buena gana cualquier recado que Mr. Blifil desee enviarle. Y creo que ella sabrá dar la debida contestación. También yo estoy convencida de que no se negará a ver a Blifil cuando llegue la hora.

—¡El diablo puede interponerse! —exclamó el caballero—. A mí me parece que hay alguien que, con muy poco fundamento, se cree más sabio que nadie en el mundo. Si mi voluntad se hubiera cumplido, nunca habría huido mi hija. Y ahora me parece que de un momento a otro voy a enterarme de que se ha vuelto a escapar. Yo podré parecer tonto, pero me consta que ella aborrece…

—Basta, hermano —exclamó Mrs. Western—. No te consiento que hables mal de mi sobrina. Es la honra de la familia, y me parece que lo seguirá siendo. Yo no dudaría en arrastrar mi reputación ante el mundo, para salir fiadora de la muchacha. Me alegrará volverte a ver esta tarde, hermano, pues tengo que decirte algo en extremo importante. Y ahora tanto tú, como usted, Mr. Blifil, van a tener que excusarme, ya que me he de vestir.

—Muy bien —contestó el hermano—. Di a qué hora nos veremos.

—No puedo darte ninguna hora —dijo la dama—. Sólo te aseguro que nos volveremos a ver esta tarde.

—¿Qué quieres que haga? —preguntó el caballero, volviéndose hacia Blifil—. No puedo hacer nada con ella, no más que un sabueso que logra cansar a una liebre vieja; Pero puede que esta tarde esté de mejor humor.

—Veo que estoy destinado a ser desgraciado —dijo Blifil ahora—. No obstante, siempre le estaré a usted agradecido.

El joven se despidió con la mayor ceremonia de Mrs. Western, que le correspondió del mismo modo. Luego se marcharon ambos, el caballero Western murmurando entre dientes que Blifil vería más tarde a su hija.

Si Mr. Western se sintió poco complacido con esta entrevista, menos se lo sintió Blifil. El primero atribuyó la conducta de su hermana a su mal humor por haber prescindido del ceremonial de la visita. Mas Blifil profundizó algo más la cuestión. Por dos o tres palabras que se le escaparon a la dama dedujo algo de mayores consecuencias, y sus sospechas no carecían de fundamento, como podrá comprobarse en el siguiente capítulo.