CAPÍTULO XII

UN DESCUBRIMIENTO HECHO POR PARTRIDGE.

Mientras Tom Jones gozaba con el triunfo de su integridad, Partridge penetró en la estancia, empezando a hacer cabriolas, como era su costumbre cuando traía, o se imaginaba que traía, alguna buena noticia. Aquella mañana había sido enviado por Tom con órdenes de intentar descubrir, sonsacando a los criados de lady Bellas ton, o por cualquier otro medio que se le ocurriera, el paradero de Sophia, y ahora regresaba, para decir a Tom que al fin había dado con el paradero del pájaro perdido.

—He visto a George el Moreno, el guardabosque, que es uno de los servidores de la casa que Mr. Western se ha traído a Londres. Le reconocí en el acto, aunque hacía mucho tiempo que no le veía. Pero usted sabe que se trata de un hombre inconfundible, gracias a su notable barba, la más larga y negra que conozco. En cambio, transcurrió bastante tiempo antes de que él me reconociera a mí.

—Muy bien. Pero ¿cuál es esa buena noticia? —exclamó Tom Jones—. ¿Qué has logrado averiguar sobre Sophia?

—Ahora se lo diré, señor —contestó Partridge—. Avanzo hacia ello todo lo de prisa que puedo. Como decía, George tardó algún tiempo en reconocer mi fisonomía.

—¡Maldita sea tu fisonomía! —exclamó Jones—. ¿Qué sabes de mi Sophia?

—Nada, señor —contestó Partridge—. No sé más de miss Western que lo que voy a decirle, y se lo hubiera dicho ya si el señor no me hubiera interrumpido. Pero si sigue enfadándose de ese modo conmigo, acabará ahuyentándolo todo de mi cabeza, o dicho de otra forma, de mi memoria. Jamás le he visto a usted tan enfadado desde el día que dejamos Upton, que recordaré aunque viva mil años.

—Bien, de acuerdo. Habla cuando te plazca —exclamó Tom Jones—. Veo que estás decidido a que me vuelva loco.

—En modo alguno —replicó Partridge—. He sufrido mucho desde entonces por tal motivo, que, como antes he dicho, recordaré toda mi vida.

—Bien. Pero ¿y George el Moreno?

—Como le decía, señor, tardó en reconocerme, pues debo de haber cambiado bastante desde la última vez que me vio. Non sum qualis eram. He pasado muchas penas y sinsabores, y nada hace cambiar más a un hombre que el sufrimiento. He oído decir por ahí que los pesares pueden cambiar el color del cabello de un hombre en una noche. Sin embargo, al fin acabó por reconocerme, lo que era natural, pues somos del mismo tiempo y fuimos a la misma escuela. George era ya un zopenco, pero esto no tiene la menor importancia. Dentro de mil años todos seremos iguales. Bueno, señor, ¿por dónde iba? ¡Ah, sí, ya recuerdo! Apenas nos reconocimos mutuamente me estrechó la mano y nos fuimos a una cervecería a tomar un bock, que por una casualidad resultó ser una de las mejores cervezas que se venden en Londres. Ya me estoy acercando a lo que interesa. Tan pronto como le nombré a usted y le dije que nos encontrábamos en Londres, pues habíamos venido juntos y juntos vivíamos, pidió otro bock y brindó a la salud de usted. Lo hizo con tanta sinceridad, que me alegró comprobar que aún existen personas agradecidas en el mundo. Una vez nos bebimos el segundo bock, pedimos un tercero, que yo pagué, e inmediatamente me he apresurado a correr a casa para contárselo a usted.

—¿Y las noticias que me traías? —pidió Tom—. No he oído que dijeras una sola palabra de Sophia.

—¡Dios santo! ¡Lo olvidaba! Hablamos mucho de miss Western, y George me lo contó todo. En primer lugar, que Mr. Blifil viene a Londres para casarse con ella. «Tiene que darse mucha prisa —repuse yo— o, de lo contrario, será de otro antes de que él llegue. Es una lástima, Mr. Seagrim —dije—, que no la consiga alguien que yo sé, pues éste la quiere más que a ninguna mujer en el mundo, y le puedo decir a usted que no la quiere por su dinero, pues por lo que a esto respecta, anda de por medio otra dama, de mucha categoría y dinero, que está tan prendada de ese de que le hablo, que no le deja en paz ni de día ni de noche».

Tom Jones se enfureció con Partridge por haberle traicionado. Pero el pobre hombre afirmó que no había pronunciado el menor nombre.

—Además, señor —añadió—, puedo garantizarle que George es un amigo sincero de usted, y en el curso de la conversación envió más de una vez al infierno a Blifil. Dijo también que haría lo imposible por serle útil a usted y estoy convencido de que así lo hará. ¡Traicionarle! Habría que discutir si tiene usted mejor amigo en el mundo que George, excepto yo, o si existe alguien que se preste a servirle con la mejor voluntad.

—Bien —exclamó Tom Jones un poco tranquilizado—. ¿Dices que ese individuo, a quien tú consideras dispuesto a ser amigo mío, habita en la misma casa que Sophia?

—¡En la misma casa! —exclamó Partridge—. Es uno de los servidores de la familia, y anda muy bien vestido. Si no fuera por la barba que lleva, no le reconocería usted.

—Un favor por lo menos podrá hacerme —repuso Tom Jones—. Entregar una carta mía a Sophia.

—Tiene usted razón —exclamó Partridge—. ¿Cómo no se me ha ocurrido a mí esa idea? Apuesto cualquier cosa a que lo hará en cuanto yo se lo pida.

—Conforme —dijo Tom—. Déjame ahora, pues, y escribiré una carta, que tú entregarás mañana por la mañana a George, pues supongo que sabes dónde encontrarle.

—¡Oh, sí, señor! —contestó Partridge—. Daré con él. No tenga usted miedo. La cerveza le gusta demasiado para que no repita. Estoy seguro de que irá por la cervecería todos los días que esté en Londres.

—¿Entonces no sabes en qué calle vive Sophia? —inquirió Tom.

—Claro que lo sé —repuso Partridge.

—¿Cuál es?

—¿Cuál? Está aquí cerca —repuso Partridge—. Tan sólo nos separan de ella dos o tres calles. Ignoro cómo se llama, pues como George no me lo dijo, si yo se lo hubiera preguntado podría haberle infundido sospechas. No, no, déjeme solo que ya lo averiguaré. Soy lo bastante listo para ello, se lo aseguro.

—No pongo en duda tu enorme listeza —replicó Tom Jones—. Sin embargo, escribiré a Sophia, pues estoy convencido de que sabrás encontrar a nuestro amigo en la cervecería.

Luego de despedir al sagaz Partridge, Tom Jones se sentó para escribir la carta anunciada, en cuya tarea le dejaremos durante un cierto tiempo, y aquí mismo ponemos punto final al libro decimoquinto.