CORTO Y SABROSO.
No obstante las muchas atenciones que había recibido por parte de Tom Jones, Mrs. Miller no pudo por menos, a la mañana siguiente, de hacer al joven algunas leves observaciones sobre el escándalo que se había producido en su cuarto la noche anterior.
Pero fueron tan suaves y amistosas, sin otro objeto que procurar el bien de Tom, que éste, lejos de molestarse, recibió agradecido las reconvenciones de la buena mujer, se excusó lo mejor que pudo por lo sucedido y prometió no ser causa de nuevos alborotos en la casa.
Mas aunque Mrs. Miller no se abstuvo de amonestar a Tom, el motivo de que el joven fuera llamado al piso de abajo fue de un tipo más agradable. Se trataba nada menos que de pedirle que actuara como padrino de miss Anne en su matrimonio con Mr. Nightingale, que se encontraba ya vestido y tan despierto como muchos de mis lectores supondrán sin duda que un hombre debe de recibir a su esposa.
Ahora consideramos necesario explicar la forma en que el joven se escapó del lado de su tío, y el porqué apareció de la forma en que pudimos verle en el capítulo anterior.
Cuando tío y sobrino llegaron al alojamiento del primero, parte por dar gusto a sus aficiones —era muy aficionado al vino—, parte para inhabilitar a su sobrino e impedir que llevara a la práctica sus intenciones de casarse inmediatamente, ordenó que le llevaran unas botellas de vino y las colocasen sobre la mesa. Luego instó de tal modo al sobrino para que bebiera, que John, aunque no era un gran aficionado a la bebida ni tampoco la detestaba tanto como para desairar a su tío, no tardó en dar cuenta de ellas.
Mas en el preciso instante en que el tío acababa de obtener su victoria y estaba preparando una cama para su sobrino, se presentó un mensajero con una noticia que le desconcertó sobremanera, al extremo de que se olvidó por completo de su sobrino y se sumió en profundas reflexiones.
La inesperada y terrible noticia era, nada menos, que su hija, aprovechándose de la ausencia de su padre, había huido de casa con un individuo de la vecindad, contra el cual el padre sólo podía hacer una objeción: que el hombre no poseía nada en absoluto. No obstante, la hija había creído más prudente ocultar sus amores incluso a su padre, conduciéndose con tanta habilidad, que nadie había sospechado jamás nada hasta que realizó el acto de la fuga.
En cuanto el viejo Mr. Nightingale recibió la noticia, ordenó que preparasen una silla de mano aprisa y corriendo, y tras de dejar a su sobrino al cuidado de un criado, abandonó la casa, sin clara cuenta de lo que hacía ni adonde se dirigía.
Una vez fuera el tío, apareció el criado dispuesto a llevar al sobrino a la cama. Pero como éste se despertó, al saber más o menos claramente que su tío se había marchado insistió en que también pidieran una silla de mano para él, lo que el criado, que no había recibido órdenes concretas en contrario, se apresuró a hacer. Conducido, pues, de nuevo a casa de Mrs. Miller, subió dando traspiés hasta el cuarto de Tom Jones, tal como hemos referido en el capítulo anterior.
Alejado el obstáculo que suponía su tío —si bien el joven no acababa de comprender por qué medios—, y dispuesto todo el mundo, la madre, Mr. Tom Jones, Mr. John Nightingale y Anne subieron a un coche de alquiler que les condujo al juzgado correspondiente, donde miss Anne se vio pronto casada y su pobre madre convertida en uno de los seres más felices de la creación.
Y ahora que al fin Tom Jones había logrado, gracias a sus buenos oficios, conducir a feliz término los asuntos de aquella desgraciada mujer y de su familia, comenzó a preocuparse de los suyos propios. Pero, temeroso de que muchos de mis lectores puedan tacharle de loco por preocuparse de tal modo de los asuntos de los demás, y de que algunos pocos piensen que obraba por puro desinterés, creemos oportuno manifestar a nuestros lectores que Tom se hallaba tan lejos de sentirse indiferente a esta materia que, por el contrario, experimentaba un verdadero interés en conducirlo a su consumación final.
Para explicar esta aparente paradoja debemos hacer constar que Tom Jones era uno de esos individuos de los que podía decir Terencio: Homo sum; humani nihil a me alienum puto. Jamás era un espectador indiferente de la miseria o felicidad de los seres humanos, y experimentaba tanto la una como la otra en mayor o menor proporción, de acuerdo con lo que había contribuido a ellas. Por esta razón, no podía convertirse en el instrumento que eleva a toda una familia del mayor grado de miseria al mayor grado de felicidad sin sentirse él también feliz, mucho más feliz sin duda que los hombres mundanos que se procuran para sí trabajos ímprobos, frecuentemente orillando las mayores iniquidades.
Aquellos de nuestros lectores que piensen y sientan del mismo modo que nuestro héroe, dirán que este capítulo, aunque muy breve, posee enjundia, en tanto que otros pensarán que, corto y todo como es, debiera de haber sido suprimido como inadecuado para el fin principal, que supongo creerán que es el de conducir a Mr. Jones al patíbulo o, si ello es posible, a una catástrofe aún más terrible.