DONDE PODRÁ COMPROBARSE QUE CUANDO UNA DAMA APLICA SU ELOCUENCIA A PROPÓSITOS DAÑINOS, PUEDE RESULTAR UN ABOGADO MUY PELIGROSO.
Cuando lady Bellaston conoció los escrúpulos que corroían el ánimo del joven lord, le trató con idéntico desdén que uno de esos conocedores de la ley, llamados procuradores de Newgate, tratan los escrúpulos de conciencia de un joven testigo.
—Mi querido lord —empezó—, creo que necesita usted tomar un cordial. Enviaré a casa de lady Edgely por uno de sus mejores aguardientes. ¡Qué vergüenza! ¡Sea usted más animoso! ¿Es que le asusta a usted la palabra estupro? ¿O teme…? Si la historia de Elena de Troya fuera moderna, me parecería poco lógica. Me refiero al proceder de París, no al amor de ella, pues todas las mujeres sienten amor por un hombre valiente. Está también la historia de las Sabinas, pero ésta también es muy antigua. Tal vez sienta usted admiración por mi cultura, pero debe saber que Mr. Hooks nos decía que gracias a ella salían después excelentes esposas. Creo que muy pocas de mis amigas casadas fueron admiradas por sus maridos.
—Por favor, se lo suplico, lady Bellaston, no me ridiculice usted de ese modo —suplicó lord Fellamar.
—Mi apreciado lord —contestó la dama—, ¿no le parece a usted que cualquier mujer inglesa se reiría de usted en lo más profundo de su alma, por mucho que intentara disimularlo en su rostro? Me está usted obligando a emplear este extraño lenguaje y a traicionar a las de mi propio sexo. Pero tengo suficiente con saber que mis intenciones son buenas y que trato de servir a mi prima, pues tengo la seguridad de que sería usted un buen esposo para ella. De no ser así jamás se me hubiera ocurrido el procedimiento que pensábamos llevar a la práctica. A fin de cuentas, si renuncia usted a él, jamás podrá echarme ella en cara que ha perdido a un hombre valiente, condición que incluso sus mayores están dispuestos a conceder al pobre muchacho.
Dejamos a aquellos que gozan del placer de oír reflexiones de esta índole procedentes de sus esposas o queridas, que digan si son endulzadas por los labios femeninos. El caso es que en la presente ocasión hicieron más mella en lord Fellamar que si hubieran sido proferidas por Demóstenes o Cicerón.
Al observar lady Bellaston que había logrado despertar el orgullo del joven lord, se lanzó, como un verdadero orador, a provocar otras pasiones en su ayuda.
—Lord Fellamar —dijo con acento solemne—, creo que fue usted el que primero me habló de este asunto, pues de ningún modo quiero aparecer como una persona que intenta entregarle a usted a mi prima. Ochenta mil libras no necesitan abogado que las recomiende.
—Ni miss Western —replicó el lord— necesita recomendarse por su fortuna, puesto que, a mi juicio, muy pocas mujeres la igualan en encantos.
—Sí, lord —repuso la dama, mirándose al espejo—. Le aseguro a usted que ha habido mujeres que la igualaron en encantos, y esto no quiere decir que yo trate de restar méritos a mi prima. Sin duda es una muchacha deliciosa y encantadora, que dentro de algunas horas se encontrará entre los brazos de alguien que no creo que la merezca, aunque tenga que reconocer que es un hombre de valor.
—Así lo espero, señora —repuso el lord—, aunque admito que él no la merece, pues a no ser que el cielo o usted lo impidan, dentro de unas horas estará entre mis brazos.
—Muy bien hablado, amigo —exclamó la dama ahora—. Le prometí a usted que por mi parte no fracasaría el plan, y ahora estoy plenamente convencida de que dentro de esta misma semana podré llamarle a usted en público mi primo.
El resto de la escena quedó reducido a una serie de cumplidos y excusas, muy agradables sin duda para ser escuchadas por los que las decían, pero sin la menor importancia para repetirlas aquí. De modo que pondremos fin a este diálogo, y nos prepararemos para la hora fatal en que todo estaría dispuesto para la destrucción de la desgraciada Sophia.