CAPÍTULO III

DONDE SE PROSIGUE LA EXPOSICIÓN DEL PLAN CITADO ANTES.

Aunque sin duda el lector habrá deducido de nuestra historia que lady Bellaston era un miembro, y no de escasa importancia, del gran mundo, era en realidad un miembro bastante importante del pequeño mundo, como se llamaba a una sociedad muy distinguida y honorable que desde no hacía mucho tiempo florecía en nuestro país.

Entre otros excelentes principios, fundamento de tal sociedad, existía uno muy notable, de igual modo que fue norma de un honorable club de héroes, que se reunían al final de la última guerra, que cada uno de sus miembros debía luchar por lo menos una vez al día. En esta sociedad a que nos referimos lo era que cada uno de sus miembros contase, por lo menos en el curso de las veinticuatro horas del día, una mentira divertida, que tenía que ser propagada por todos los hermanos y hermanas de la secta.

Se contaban muchas historias de esta sociedad, tales como que el diablo era su presidente y se sentaba en persona en un sillón a la cabecera de la mesa. Mas después de una serie de averiguaciones, pudo comprobarse que no había nada de cierto en estos cuentos, que la reunión estaba formada por excelentes personas y que las mentiras que propagaban eran de tipo inofensivo, con las que sólo trataban de alegrar a la gente.

Edwards pertenecía a esta humorística sociedad, y a él se dirigió lady Bellaston como el individuo más adecuado para su propósito, proporcionándole una mentira, que él se encargaría de lanzar a los cuatro vientos a la primera indicación de la dama. Ésta no se presentó hasta la noche, cuando todos, menos él y lord Fellamar, ya se habían marchado.

En aquel preciso instante, entre las seis y siete de la noche, lady Bellaston, lord Fellamar, miss Western y Mr. Edwards se encontraban en la última jugada de su partida de whist. En aquel momento, Mr. Edwards recibió la insinuación de la dama, la cual dijo:

—Protesto, Mr. Edwards, por lo reservado que se ha tornado usted en los últimos tiempos. Antes acostumbraba usted a contarnos todas las novedades de la ciudad. En cambio, ahora parece usted ignorar el mundo en que vive.

Mr. Edwards respondió:

—La culpa no es mía, señora. Lo es de la insulsa época en que vivimos. Nada ocurre digno de ser contado. Por más que ahora recuerdo que al pobre coronel Wilcox le ha sucedido algo por más desagradable. ¡Pobre Edward! Ustedes le conocen. Yo siento mucho interés por él.

—¿Qué le ha sucedido? —preguntó lady Bellaston con interés.

—Esta mañana ha matado a un hombre en duelo.

Lord Fellamar, que no estaba en el secreto, inquirió con súbito interés quién era el muerto, a lo que Edwards respondió:

—Un joven que ninguno de nosotros conoce, un muchacho de Somersetshire recién llegado a Londres y que se apellidaba Jones, pariente muy cercano de un tal míster Allworthy, de quien sin duda usted habrá oído hablar. Vi al joven tendido sin vida en un café, y puedo afirmar que se trataba de un mozo apuesto y guapo.

Sophia, que había comenzado a repartir las cartas en el momento que Edwards comenzaba a hablar del hombre muerto en desafío, se detuvo un instante y escuchó con la mayor atención, ya que todas las historias de esta índole le interesaban. Pero en cuanto el caballero concluyó su relato, siguió repartiendo las cartas. Mas después de dar tres cartas a uno, siete a otro y diez al tercero, el resto de la baraja se desprendió de sus manos y ella se inclinó, desmayada, en su asiento.

Los presentes se condujeron como es usual en tales casos. Se produjo el alboroto consiguiente, se requirió la ayuda necesaria, hasta que al fin Sophia volvió en sí y, en cumplimiento de sus ruegos, la condujeron a su cuarto, donde lady Bellaston le confesó la verdad, atribuyendo las palabras de Edwards a una broma ideada por ella, consolándola con reiteradas afirmaciones de que tanto lord Fellamar como Mr. Edwards no estaban en el secreto, pese a que era ella quien había sugerido al último la broma.

No fueron necesarias más pruebas para convencer a lord Fellamar de la verdad de lo dicho por lady Bellaston, y cuando ésta regresó a la habitación, entre ambos maquinaron un plan que, aunque no resultaba del todo indigno de un lord —éste prometió y decidió cumplir con la mayor lealtad, ofreciéndole a Sophia toda la reparación necesaria casándose con ella—, muchos de nuestros lectores al enterarse de él no podrán por menos de detestarlo.

La hora señalada para llevar a cabo el alevoso plan fue la noche siguiente, a las siete. Lady Bellaston cuidaría de que Sophia se encontrara sola y de que el lord fuera conducido a su presencia. La mayor parte de los criados serían enviados, con distintos pretextos, fuera de la casa. En cuanto a Mrs. Honour, que para evitar posibles sospechas tenía que permanecer junto a su ama hasta la llegada del lord, la propia lady Bellaston cuidaría de entretenerla en una habitación lo más alejada posible de la escena y también fuera del alcance de la voz de Sophia.

Convenido todo, lord Fellamar se despidió de lady Bellaston y ésta se retiró a descansar, muy satisfecha con un plan cuyo éxito no ponía en duda. Gracias a él, alejaría para siempre a Sophia de Jones, mediante un proyecto del que jamás podría echársele la culpa a ella, aunque la cosa se hiciera pública. Pero ya cuidaría ella que esto no ocurriera apresurando una boda a la que Sophia, una vez violada, no tendría más remedio que acceder. Además, contaría con el beneplácito de su familia.

Pero la cosa no se presentaba del mismo modo para el otro conspirador. Su espíritu vivía sumido en ese estado de angustiosa ansiedad que tan bellamente fue descrito por Shakespeare:

Entre la ejecución de una mala acción

Y la primera idea tenida de la misma,

El tiempo aparece como un sueño odioso;

La imaginación y los medios materiales se hallan en pugna.

Y el hombre puede compararse a un pequeño reino,

Que sufre los embates de una revolución…

Aunque la súbita violencia de su pasión le había hecho aceptar con el mayor entusiasmo la primera sugerencia del infame proyecto de lady Bellaston, en especial por venir de una parienta de Sophia, no obstante, cuando consultó el problema con la almohada y ésta no tuvo inconveniente en mostrarle toda la felonía encerrada en semejante proyecto y las consecuencias que podrían tener para él, su primera resolución comenzó a debilitarse, y tras de una larga lucha consigo mismo, que se prolongó durante toda la noche, entre su honor y su deseo, venció al fin el primero, decidiendo visitar a lady Bellaston y renunciar al plan convenido con la dama.

Lady Bellaston se encontraba aún en la cama, pese a que ya era tarde, y Sophia se hallaba sentada junto a ella cuando una criada le anunció que lord Fellamar estaba abajo en el gabinete. Lady Bellaston dijo que le recibiría inmediatamente. Pero tan pronto como salió la criada, Sophia suplicó a su prima que no alentase las visitas de aquel odioso lord —asimismo le llamó, aunque creemos que un poco injustamente—, por el deseo de satisfacerla.

—He adivinado sus intenciones —añadió la joven—, pues ayer mañana se presentó decidido a hacerme el amor. Pero como estoy resuelta a no hacerle el menor caso, le ruego a usted que no nos deje solos nunca más y que diga a los criados que cuando vuelva a preguntar por mí le digan que no recibo.

—¡Vamos, niña! —exclamó lady Bellaston—. Vosotras, las que vivís en el campo, tenéis la cabeza llena de imaginaciones y de novios, y creéis que todo el que se muestra un poco atento con vosotras os está haciendo el amor. Lord Fellamar es uno de los jóvenes más apuestos de Londres y estoy segura de que únicamente desea ser galante contigo. ¡Hacerte el amor! ¡Ojalá fuera cierto! ¡Bien tonta serías si no le hicieras caso!

—Muy bien, pero como no me importa aparecer como tonta —replicó Sophia—, confío que no me importunará más con sus visitas.

—No tienes por qué mostrarte tan pusilánime —replicó lady Bellaston—. Si estás decidida a escaparte con Tom Jones, no sé de nadie que pueda impedírtelo.

—Me ofende usted, prima —repuso Sophia—. Jamás huiré con ningún hombre, ni tampoco me casaré jamás contra los deseos de mi padre.

—Muy bien, Sophia —exclamó la dama—. Si no te sientes de humor para ver a nadie esta mañana, puedes meterte en tu cuarto, pues a mí no me asusta lord Fellamar, y ahora mismo voy a decirle que suba a mi gabinete.

Sophia agradeció a su prima la indicación y salió de la estancia. Instantes después era admitido en la misma lord Fellamar.