UN BREVE CAPÍTULO QUE PONE FIN AL LIBRO.
La prolongada ausencia del tío y del sobrino produjo alguna inquietud en los demás, sobre todo, porque durante el diálogo anterior el tío elevó la voz más de una vez, lo suficiente para ser oído desde el piso de abajo, y aunque no se alcanzaba a comprender lo que decía, aquel detalle bastó para originar algún temor en Anne y en su madre, e incluso en el mismo Jones.
Cuando de nuevo se reunieron todos, los rostros de los recién llegados demostraban alguna alteración, habiendo desaparecido de ellos todo rastro de buen humor. Fue un cambio muy parecido a los cambios de tiempo frecuentes en estas latitudes.
Pero esta alteración no fue notada por los otros, ya que como cada uno trataba de disimular sus propios pensamientos, se hallaban demasiado ocupados para ser espectadores de la escena. Debido a esto, ni el tío ni el sobrino percibieron ningún síntoma de sospecha ni en la madre ni en la hija.
Al cabo de media hora se deshizo la reunión y tío y sobrino se marcharon. Pero el último, antes de marcharse, aseguró en voz baja a miss Anne que al día siguiente iría a verla con objeto de cumplir su promesa.
Jones, el menos interesado en el asunto, fue el que vio más claro en él. En efecto, sospechó la verdad de lo ocurrido, pues aparte de observar el cambio de conducta del tío y en la sospechosa finura con que ahora trataba a miss Anne, lo de separar a los dos novios en tal momento resultaba un procedimiento que sólo podía explicarse imaginando que Nightingale había revelado toda la verdad, dada la franqueza de su carácter y el mucho vino que había ingerido.
Mientras Tom se preguntaba si debía comunicar sus sospechas a aquella pobre gente, se le acercó la doncella de la casa para decirle que una mujer deseaba hablarle. Jones salió en el acto de la habitación, y tomando la vela que llevaba la doncella, acompañó al piso superior a la visitante, que no era otra que Mrs. Honour, la cual comunicó al joven noticias tan alarmantes a propósito de Sophia, que el joven no pudo por menor que dejar de preocuparse de ninguna otra persona, guardando toda su compasión y todas sus reflexiones para sus propias desgracias y las de su infortunada amada.