CAPÍTULO VI

DONDE SE RELATA UNA ESCENA QUE SEGURAMENTE IMPRESIONARÁ A NUESTROS LECTORES.

Jones no pudo dormir la primera parte de la noche, aunque esto no fue debido al desencanto experimentado por la ausencia de lady Bellaston ni por la de la misma Sophia, aunque eso sí, la mayor parte de sus horas de insomnio fueron dedicadas a la última. El caso es que el pobre Tom Jones era un joven muy cabal y sentía esa debilidad llamada compasión, que marca una notable diferencia con la firmeza de espíritu que desdeña la compasión y hace que el que la posee marche por el mundo sin sentirse afectado lo más mínimo ante las calamidades que sufren los demás, así que no pudo por menos de sentir honda lástima de Anne, cuyo amor por Mr. Nightingale le parecía tan evidente que le maravillaba la ceguera de la madre. Ésta, durante la noche anterior, había observado más de una vez el notable cambio operado en el carácter de su hija.

—Antes era una niña muy animada y alegre —dijo—. Y ahora, de repente, se ha vuelto triste y melancólica.

El sueño logró al fin vencer al joven, que durmió a pierna suelta hasta las once de la mañana siguiente, y tal vez hubiera continuado haciéndolo de no haberle despertado un gran tumulto.

Tom llamó a Partridge y le preguntó qué sucedía.

—Hay una gran tormenta escalera abajo —contestó Partridge—. A miss Anne le ha dado un ataque, y su madre y su hermana lloran y se lamentan.

A Jones le interesó mucho aquella noticia, pero Partridge trató de quitarle importancia y añadió sonriendo:

—Creo que esa señorita no está en peligro de muerte ni mucho menos… Susanna —tal era el nombre de la criada de Mrs. Miller— me ha dado a entender que se trata de un asunto vulgar. En una palabra, que miss Anne ha tenido intención de imitar a su madre, pero sintió un poco de hambre prematura y se sentó a comer antes de rezar la obligada acción de gracias. Resultado, un niño que viene camino de la inclusa.

—Te suplico que no digas bromas estúpidas —exclamó Jones—. ¿Es que te vas a burlar de la desgracia de esas infelices? Ve a ver a Mrs. Miller y dile que me marcho… No, no vayas. Cometerías alguna torpeza. Iré yo mismo, ya que me invitó a almorzar.

Se levantó y comenzó a vestirse rápidamente. Mientras lo hacía, Partridge, a pesar de los reproches de su amo, no pudo por menos de gastar algunas bromas de mal gusto. En cuanto estuvo vestido, Jones bajó la escalera y, tras de llamar a la puerta del gabinete de Mrs. Miller, que se encontraba vacío, fue admitido en él por la doncella. En la habitación no había el menor preparativo con vistas al almuerzo. Mrs. Miller se encontraba en un cuarto interior junto con su hija, y la doncella regresó a poco con el recado de que la señora le rogaba que le perdonase por no poderle acompañar aquel día a almorzar. También le pedía perdón por no haberle avisado antes.

—Dígale que no se preocupe —contestó Jones—. Lamento mucho el motivo, y estoy a sus órdenes para todo lo que pueda serle útil.

En cuanto hubo pronunciado estas palabras, Mrs. Miller, que las oyó, abrió la puerta repentinamente y se acercó a él deshecha en lágrimas, a la vez que decía:

—¡Oh, Mr. Jones, qué bueno es usted! Le agradezco de veras su amable ofrecimiento. ¡Pero no depende de usted amparar a mi pobre hija! ¡Oh, hija mía, hija mía! ¡Está arruinada para siempre!

—Confío, señora —empezó Tom—, que ningún villano…

—¡Oh, Mr. Jones! —exclamó la atribulada madre—. El villano que ayer dejó mi casa ha traicionado a mi pobre hija, la ha destruido para siempre. Sé bien que es usted un hombre de honor. Posee usted un corazón noble y honrado, Mr. Jones. Las acciones que conozco de usted así lo demuestran. Se lo contaré todo. Es imposible, después de lo que ha sucedido, mantener más tiempo el secreto. Ese Nightingale, ese cruel villano, ha perdido a mi hija. Está… está embarazada de él, y ahora la ha abandonado dejándola en tal estado. ¡Aquí, aquí, Mr. Jones, está su carta! Léala usted, por favor, y dígame si existe un monstruo igual.

Tom cogió la carta y leyó lo siguiente:

Querida Anne:

Como me es imposible dejar de decirte lo que creo que te resultará a ti tan repulsivo como a mí, he adoptado esta solución para anunciarte que mi padre insiste en que haga la corte inmediatamente a una señorita rica que él me ha buscado para… No creo necesario escribirte la palabra odiosa. Tu clara inteligencia te hará comprender sin duda lo obligado que estoy a obedecerle, cosa que me aleja para siempre de tus adorados brazos. El cariño de tu madre te proporcionará el valor necesario para confiarle las desgraciadas consecuencias de nuestro amor, que creo podrán ser mantenidas fácilmente en secreto ante el mundo, aunque yo tomaré mis medidas para proveer de lo necesario tanto a ti como a lo que pueda venir. Deseo que sufras menos que yo por este motivo, y que invoques en tu ayuda a toda tu fortaleza. Olvida y perdona a un hombre a quien sólo la perspectiva de una ruina cierta podía obligar a escribir esta carta. Te suplico, querida Anne, que me olvides como novio, aunque siempre encontrarás al mejor de tus amigos en tu fiel aunque desgraciado,

J. N.

Cuando Tom terminó de leer la carta, tanto él como la madre permanecieron silenciosos unos segundos, mirándose mutuamente, hasta que al fin el joven rompió a hablar.

—No puedo expresarle toda la indignación que me ha producido esta carta. Sin embargo, permítame que le suplique que en esta cuestión siga usted el consejo del que la ha escrito. Piense, en primer lugar, en la reputación de su hija…

—¡Está perdida, no existe ya, Mr. Jones —exclamó la madre—, lo mismo que su inocencia! Mi hija recibió la carta en una habitación llena de gente, y como se quedó sin sentido cuando concluyó de leerla, todos los presentes pudieron enterarse de su contenido. Pero, Mr. Tom, la pérdida de su reputación, con ser cosa terrible, no es lo peor de todo. Estoy segura de que perderé a mi hija. Por dos veces ha intentado suicidarse, y aunque hasta ahora hemos podido evitarlo, grita que no podrá sobrevivir a su desgracia, ni yo tampoco podría sobrevivir a la muerte de ella. ¿Qué será de mi pequeña Elizabeth, cuando se vea huérfana y desamparada? Por de pronto, la infeliz se sentirá abrumada cuando se aperciba de lo desgraciadas que son su hermana y su madre, aunque ignore la causa. ¡Oh, qué criatura tan sensible y tan buena! Ese hombre inhumano nos ha destruido a todos. ¡Oh, mis pobres hijas! ¿Es ésta la recompensa que merezco por mis desvelos? ¿Es éste el fruto que obtengo de todos mis proyectos para el futuro? ¿No he soportado y sufrido con la mejor buena voluntad todos los deberes y tareas que incumben a una madre? ¿No las mimé en su infancia y me esmeré en su educación? ¿No he luchado durante muchos años, aun negándome lo más necesario para la vida, a fin de poder proporcionarles alimento, para que ahora tenga que perder a ambas de esta manera?

—Tiene usted razón —murmuró Tom con lágrimas en los ojos—. La compadezco de veras…

—¡Oh, Mr. Jones! —contestó la madre—. Ni siquiera usted, cuyo bondadoso corazón conozco, puede formarse cabal idea de lo que experimento en estos instantes. ¡Las hijas mejores, más amables y más dulces, siempre perfectas cumplidoras de sus deberes! ¡Oh, mi pobre Anne, la preferida de mi corazón! ¡Placer de mis ojos, orgullo de mi corazón de madre! Precisamente debe su ruina a esas esperanzas locas y ambiciosas concebidas sobre su belleza. ¡Ay! Yo veía con agrado la inclinación que ese malvado caballero denotaba sentir hacia ella. Creía que se trataba de un afecto digno y noble, y halagaba mi absurda vanidad pensando que un día la vería casada con un hombre muy superior a ella. Y millares de veces, a menudo delante de usted, he intentado alentar y complacer tan quiméricas esperanzas con las palabras más generosas de amor desinteresado dirigidas a mi hija, que tanto ella y yo creíamos sinceras. ¿Cómo podía yo imaginar que éstas no eran más que trampas tendidas para burlar la inocencia de mi hija y arruinarnos a todos?

Al concluir de pronunciar estas palabras, Elizabeth se precipitó en la habitación gritando:

—¡Por favor, mamá, corre en ayuda de mi hermana! Anne se ha vuelto a desmayar y mi prima no puede sostenerla.

Mrs. Miller obedeció a su hija. Pero antes ordenó a Elizabeth que permaneciera con Mr. Jones, mientras rogaba a éste que la entretuviera algunos minutos, diciendo en tono patético:

—¡Dios mío, consérvame por lo menos a una de mis hijas!

Tom, obedeciendo a la súplica de la madre, hizo cuanto pudo para consolar a la muchacha, pese a que también se sentía profundamente impresionado por lo que le había contado Mrs. Miller. Aseguró a la niña que su hermana se pondría pronto bien, que si se empeñaba en obrar de aquel modo no sólo actuaba en contra suya, sino también en contra de su madre.

—Tiene usted razón, señor —repuso la muchacha—. Yo la quiero mucho, y daría cualquier cosa por no verla llorar más. No puedo apartarme de ella, no puedo, me es imposible. ¿Y qué será de mi pobre mamá? Asegura que también morirá y me dejará sola en el mundo. Pero yo estoy decidida a no quedarme atrás.

—¿No tienes miedo de morir, Elizabeth? —preguntó Jones a la niña.

—Sí —contestó la niña—. Siempre he tenido miedo a morir, pues entonces tendría que dejar a mamá y a mi hermana. Pero no me causa ningún miedo si he de ir con quien amo.

A Tom le gustó tanto esta respuesta que abrazó y besó a la niña efusivamente. A poco regresó Mrs. Miller, que dijo al entrar:

—A Dios gracias, Anne ya ha vuelto en sí. Ahora, Elizabeth, debes volver a su lado, pues tu hermana se encuentra mejor y desea verte.

Luego se dirigió a Tom Jones y le tomó a dar excusas por no poder almorzar con él.

—Confío, señora —repuso Tom—, poder gozar de una comida más exquisita que cualquiera de lo que me hubiera podido proporcionar. Tal sucedería, se lo digo solemnemente, si me es posible prestarle algún servicio en este conflicto amoroso. Pero cualquiera que pueda ser el resultado de mis gestiones, estoy resuelto a llevarlas a cabo. Mucho me engañaría si Mr. Nightingale, no obstante lo ocurrido, no conserva un gran fondo de bondad en su corazón y no siente un intenso afecto por Anne.

Si de veras es así, entonces creo que el cuadro que le describiré no dejará de impresionarle. Procure, señora, consolarse usted y trate también de consolar a miss Anne en la medida de sus fuerzas. Voy inmediatamente en busca de Mr. Nightingale, confiando poderle traer muy pronto buenas noticias.

Mrs. Miller se hincó de rodillas e imploró del cielo toda suerte de bendiciones para Tom Jones, añadiendo las más calurosas expresiones de gratitud. Jones salió en busca de Nightingale, en tanto que la afligida madre corría al lado de su hija para consolarla. Anne se tranquilizó un tanto con lo que su madre le dijo, y ambas coincidieron en sus alabanzas a Mr. Jones.