CAPÍTULO II

CONTIENE ALGUNAS CARTAS Y SE HABLA DE OTROS ASUNTOS TAMBIÉN RELACIONADOS CON EL AMOR.

Tom Jones no llevaba mucho tiempo en su casa cuando recibió la carta siguiente:

Jamás he sentido tanta sorpresa como cuando comprobé que te habías marchado. Tú saliste de la habitación, pero no esperaba que te marcharas de casa sin verme de nuevo. Tu conducta me ha convencido de lo mucho que debo despreciar un corazón capaz de amar a una mujer idiota, aunque no sé si admirar más su astucia que su candor, ambos por demás sorprendentes, pues si bien no comprendió una palabra de lo que sucedía entre nosotros, tuvo la habilidad, la desfachatez, el…, ¿cómo lo llamaría yo?, de negar en mi misma cara que te conociera o te hubiese visto jamás. ¿Se trata de un complot organizado por ambos y habéis sido tan viles como para traicionarme? ¡Cómo os desprecio a ella, a ti y a todo el mundo, pero, sobre todo, a mí misma por…! No me atrevo a escribir lo que luego no me gustaría leer. Pero recuerda que puedo odiar tan intensamente como he amado.

Mas poco tiempo tuvo Tom para reflexionar sobre el contenido de aquella carta. El mismo mandadero le trajo una segunda, la cual transcribimos al pie de la letra:

Si piensas en la agitación de mi alma cuando te escribí la anterior misiva, no deben sorprenderte algunas expresiones que figuran en ella. Luego que he meditado sobre la cuestión, me parecen demasiado expresivas. Creo ahora como muy posible que todo sea obra del odioso teatro y de la impertinencia de un estúpido que me retuvo por el camino y me obligó a llegar tarde a la cita… ¡Qué poco cuesta pensar bien de los que se quieren! Quizá te guste que yo piense así. He decidido verte esta noche, así que ven inmediatamente.

Posdata.— Estaré sola en casa para ti. Ven cuanto antes.

Dejo al juicio de los aficionados a las intrigas el averiguar qué carta produjo a Tom Jones mayor inquietud, si la despreciativa o la cariñosa. El caso es que el joven no sentía grandes deseos de visitar a nadie aquella noche, salvo a una persona. No obstante, consideraba que su honor estaba comprometido y, de no haber bastado este motivo, tampoco hubiese corrido el riesgo de excitar a la apasionada lady Bellaston hasta el paroxismo, pues temía que las consecuencias de ello pudiera ser la revelación de todo a Sophia, a lo que Tom temía más que a ninguna otra cosa. Luego de dar algunas vueltas por su habitación disgustado y colérico, se disponía ya a salir cuando la dama lo evitó, no con una nueva misiva, sino con su misma presencia. La dama penetró en el cuarto con su vestido en desorden y la mirada extraviada, arrojándose sobre una silla, hasta que cuando al fin recobró el aliento, exclamó:

—Como podrás ver, cuando las mujeres nos decidimos a ir adelante no nos detenemos ante nada. Si alguien me hubiera jurado hace una semana que yo acabaría haciendo esto, le hubiese tomado por loco.

—Confío —repuso Tom— que mi encantadora lady Bellaston no creerá nada contra mí, pues siempre tengo muy presente las obligaciones que he contraído.

—¡Muy presente las obligaciones contraídas! —murmuró la dama—. ¿Cómo podía yo esperar un lenguaje tan frío en labios de Mr. Jones?

—Perdóname, ángel mío —contestó el joven—, si después de las cartas que he recibido no consigo explicarme cómo he podido incurrir en tu cólera.

—¿Es que tengo expresión colérica? —inquirió lady Bellaston sonriendo—. ¿Es que tengo cara de estar dispuesta a regañarte?

—Te doy mi palabra de honor que no he hecho nada para tu cólera. Recordarás la cita que te he dado. Ahora me disponía a salir para acudir a ella.

—Te suplico que no me repitas mi odiosa carta —repuso la dama—. Respóndeme sólo a una cosa y me tranquilizaré. ¿Está ella enterada de nuestras relaciones?

Tom Jones se hincó de rodillas y se disponía a protestar contra semejante suposición, cuando en la habitación penetró Partridge y, dando saltos como si estuviera ebrio de alegría, gritó:

—¡Ha aparecido! ¡Ya ha aparecido! ¡Está aquí, señor, está aquí! ¡Mrs. Honour se encuentra en estos momentos en la escalera!

—¡Retenía un momento! —exclamó Tom—. Aquí, señora. Escóndase detrás de la cama. No dispongo de otro cuarto, gabinete ni lugar donde esconderla. ¡Qué fatalidad más imprevista!

—¡Qué fatalidad! —repitió la dama, al tiempo que se dirigía al lugar que le había indicado Tom.

Instantes después apareció Mrs. Honour.

—¿Qué sucede, Mr. Jones? —preguntó la doncella de Sophia—. El estúpido de su criado no me quería dejar subir. Espero que no tenga ahora una razón parecida a la que alegó en Upton para apartarme de usted. Supongo que no esperaría usted verme. Pero, al parecer, ha hechizado usted a mi ama. ¡Pobre señorita! La quiero tanto como si fuera mi propia hermana. Dios le ilumine para que haga de usted un buen esposo, y si no lo es, que Él le castigue.

Tom rogó a la mujer que bajara la voz, pues en la habitación inmediata había una señora que se estaba muriendo.

—¡Una señora! —exclamó Mrs. Honour—. Supongo que será una de las de usted. ¡Oh, Mr. Jones, hay muchas de ésas en el mundo! Creo que nosotras hemos caído en una de ellas pues lady Bellas ton es una mujer de conducta harto dudosa.

—¡Silencio, silencio, por favor! —suplicó Tom—. Todas las palabras que se pronuncian aquí se oyen en la habitación de al lado.

—¡Me importa un comino que se oigan o no! —replicó Mrs. Honour—. No estoy hablando mal de nadie. Pero los criados no se recatan en decir que su ama se cita con hombres en otro lugar, en una casa que figura a nombre de una pobre mujer, pero lady Bellas ton paga el alquiler, y dicen también que la da muchas cosas buenas.

Tom Jones, cuya inquietud iba en aumento, intentó hacer callar a Mrs. Honour; de todos modos, la mujer continuó:

—Déjeme hablar, Mr. Jones. No levanto falsos testimonios, pues me limito a repetir lo que he oído a otros, y yo creo que vale más ser pobre y honrada que hacerse rica por un procedimiento tan vil.

—Los criados son unos villanos —contestó Tom— y censuran injustamente a su señora.

—Conforme con que son unos villanos. Del mismo modo piensa mi ama, pues se niega a creer todo eso.

—Estoy convencido de que Sophia no presta la menor atención a semejantes infundios.

—Pero puede que no lo sean —opinó Mrs. Honour—. ¿Por qué se cita con hombres en otra casa? No puede ser con intenciones buenas, pues si quisiera ser cortejada honradamente, se dejaría acompañar por los caballeros a la vista de todo el mundo.

—¡Protesto! —exclamó Tom Jones—. No me es posible escuchar todo eso de una dama honrada que es, además, parienta lejana de Sophia. Pero ahora, como podemos molestar a la señora de la habitación de al lado, le ruego que me acompañe al piso de abajo.

—Está bien, si no desea que hable, he concluido. Aquí tiene usted una carta de parte de mi señora. ¿Qué no darían muchos hombres por recibir esto? Le tengo a usted, Mr. Jones, por un hombre generoso y espléndido. Sin embargo, he oído decir a algunos criados… Pero me hará usted la justicia de reconocer que jamás he visto el color de su moneda.

Jones cogió precipitadamente la carta y depositó cinco monedas en la mano de la mujer. Mrs. Honour salió al instante, no sin antes haber mostrado su agradecimiento por la generosidad de Tom.

Lady Bellaston salió al instante de detrás de la cortina que la había ocultado. ¿Cómo describir su ira? Al pronto le fue imposible proferir una palabra. Sus ojos despedían chispas, cosa muy explicable, pues su corazón era una verdadera llama. Tan pronto como le fue posible hablar, en lugar de mostrar indignación contra Mrs. Honour o sus propios criados, arremetió contra el desgraciado Tom Jones.

—Ya ves lo que te he sacrificado. ¡Mi reputación, mi honra perdida para siempre! ¿Y qué pago he recibido por ello? He sido desbancada por una niña campesina, por una idiota.

—De nada de todo esto soy culpable, señora —replicó Tom.

—Es inútil que disimules. Si de veras quieres tranquilizarme, debes abandonarla por completo. Además, como prueba de tu intención, enséñame esa carta.

—¿Qué carta, señora? —preguntó Tom.

—Supongo que no te atreverás a negar que esa chismosa te ha entregado una carta hace unos instantes —repuso lady Bellaston.

—¿Es posible que me pidas una cosa que va abiertamente contra mi honor? Si traicionara contigo a esa pobre niña inocente, ¿qué confianza podrías tener tú de que llegado el caso no obrara contigo del mismo modo? Si reflexionas un simple instante reconocerás que un hombre que no sabe guardar los secretos de una mujer es el más despreciable de los seres.

—Conforme —contestó lady Bellaston—. No debo convertirte en ese ser despreciable que serías según tu opinión, ya que el contenido de esa carta no puede decirme más de lo que ya sé. Comprendo perfectamente cuál es tu plan.

A esto siguió una larga charla que el lector que no sienta curiosidad por ella nos agradecerá que no reproduzcamos in extenso. Creo que bastará que digamos que lady Bellaston se fue tranquilizando poco a poco, hasta que al fin creyó, o afectó creer, las afirmaciones de Toril. El encuentro del día anterior con Sophia había sido obra de la casualidad. Además el joven explicó todos los detalles que el lector ya conoce y que, expuestos por Jones con toda claridad, consiguieron que se volatilizaran todos los motivos de enfado de lady Bellaston.

En su interior, sin embargo, no estaba del todo conforme con la negativa de Tom a enseñar la carta de Sophia, tan ciegos nos volvemos a veces para percibir las razones más claras, si éstas van contra nuestras pasiones dominantes. No le cabía la menor duda de que Sophia ocupaba un lugar preferente en el corazón de Tom Jones, y aunque altiva y enamorada del joven, aceptaba el segundo lugar en su corazón.

Al fin convinieron que, en lo sucesivo, Tom la visitaría en su casa. Así, Mrs. Honour y todos los criados atribuirían aquellas visitas a su deseo de ver a Sophia, y de este modo lady Bellaston aparecería como la persona embaucada.

El plan fue urdido por lady Bellaston y aceptado con verdadero placer por Tom, muy contento de poder ver a Sophia siempre que quisiera. La propia lady Bellaston se mostró satisfecha con el engaño a Sophia, que Jones no podría revelar, so pena de delatarse a sí mismo.

Acordaron luego que la primera visita Tom la efectuaría al día siguiente, y a poco lady Bellaston emprendió el regreso a su casa.