DONDE SE DA POR TERMINADO EL LIBRO DECIMOTERCERO.
El elegante lord Shaftesbury es opuesto a que se diga toda la verdad, de lo que puede deducirse que en determinados casos el mentir no sólo es disculpable, sino recomendable.
Sin duda no existe persona que pueda gozar con mayor derecho este disimulo recomendable de la verdad en materia de amor que las jóvenes, y para lo cual pueden alegar su educación y, sobre todo, la costumbre, en virtud de la cual se ven impedidas, no de someterse a los honestos impulsos de la naturaleza, ya que sería estúpida semejante prohibición, sino de confesarlos.
No nos avergonzamos, pues, que nuestra heroína siguiera los dictados del honorable filósofo antes mencionado. Como Sophia estaba plenamente convencida de que lady Bellaston no conocía a Jones, resolvió no sacarla de su ignorancia mediante el empleo de un pequeño embuste.
Apenas acababa de salir Tom, cuando lady Bellaston exclamó:
—Es un joven guapo de veras. Pero no caigo en quién pueda ser. No recuerdo haber visto antes su cara.
—Ni yo tampoco —repuso Sophia—. Pero debo decir que se ha comportado admirablemente en lo que se refiere al billete de banco.
—Sí. Y, además, es un muchacho muy apuesto —añadió la dama—. ¿No te lo parece así, Sophia?
—No me he fijado mucho en él —contestó Sophia—. Pero creo que parece un poco desgarbado y no muy cortés.
—Tienes razón —afirmó lady Bellas ton—. De sus maneras se deduce que no ha frecuentado el trato de gente fina. A pesar de que ha devuelto el billete y de su negativa a aceptar una recompensa, hay algo en él que le hace a una dudar de si es realmente un caballero… He podido observar que en las personas bien educadas hay algo que a las otras les es imposible adquirir… Pienso dar órdenes para que digan que no estoy en casa para él.
—Señora, no creo que sea sospechoso después de lo que ha hecho. Además, por poco que se fije usted en él, notará que hay una cierta elegancia en su modo de hablar, una delicadeza, una justeza en la expresión que… que…
—Sí, lo reconozco —murmuró lady Bellaston—. El muchacho sabe hablar… Sophia, tienes que perdonarme.
—¿Perdonarla yo? ¿Por qué? —preguntó Sophia.
—Sí —repuso la dama sonriendo—. Cuando he entrado en la habitación y os he visto juntos, pensé que se trataba de Mr. Jones.
—¿Lo ha creído usted de veras? —exclamó Sophia, ruborizándose y fingiendo sonreír.
—Sí, confieso que sí —repuso—. No acabo de explicarme por qué se me ocurrió esa idea, pues para ser justos con ese muchacho, debo reconocer que va muy bien vestido y, según he oído decir, querida Sophia, eso no le ocurre con frecuencia a tu amigo.
—Esa broma es un poco cruel, lady Bellaston, luego de la promesa que le hice.
—De ningún modo, querida —replicó lady Bellaston—. Antes hubiera sido cruel. Pero luego que me prometiste que jamás te casarías sin el consentimiento de tu padre, lo que supone, como no ignoras, a renunciar a Mr. Jones, creo que puedes soportar perfectamente una pequeña broma a costa de un amor hasta cierto punto excusable en una joven que vivía en el campo. ¿Qué debo pensar, querida Sophia, si no puedes soportar una ligera broma a costa de su modo de vestir? Ahora empiezo a sospechar si no habrás ido demasiado lejos y que has procedido conmigo ingenuamente.
—Permítame que le diga, señora —se apresuró a responder Sophia—, que está usted en un completo error si imagina que siento el menor interés por él.
—¡Interés por él! —contestó la dama—. No me has comprendido bien. Tan sólo me refería a su traje…, pues no hubiera ofendido tus preferencias particulares con ninguna otra comparación. No creo, mi querida Sophia, que si tu Mr. Jones hubiera sido un joven como ése…
—Creía que había reconocido usted que era guapo…
—¿Quién? —se apresuró a preguntar lady Bellas ton.
—Mr. Jones —contestó Sophia, que inmediatamente recogió velas—. ¡Mr. Jones! No, no, le pido perdón… Me refería al caballero que hace unos momentos se encontraba aquí.
—¡Oh, Sophia, Sophia! —exclamó la dueña de la casa—. Mucho me temo que ese tal Mr. Jones no se aparta de tu imaginación.
—Le doy a usted mi palabra de honor —replicó Sophia— que Mr. Jones me es indiferente por completo, tan indiferente como el caballero que acaba de salir por esa puerta.
—Te creo, querida —repuso lady Bellaston—. Perdóname por mi inocente broma, y prometo no volver a mencionar su nombre.
Y sin más palabras las dos amigas se separaron, más alegre Sophia que lady Bellaston, que de buena gana hubiera continuado atormentando un poco más a su rival. Pero la llamaban asuntos de mayor urgencia. En cuanto a Sophia, no se sentía muy satisfecha con aquel primer ensayo de disimulo, sobre el cual reflexionó avergonzada cuando estuvo en su cuarto. Tanto las condiciones especiales de su situación como la necesidad en que se había visto de hacerlo, lograban reconciliar su proceder con su conciencia, pues el temple de su espíritu era demasiado tenue para poder soportar la idea de que era culpable de falsedad, aunque ésta pudiera justificarse por las circunstancias. Pero aquel atormentador pensamiento no le permitió cerrar los ojos en toda la noche.