UNA REUNIÓN.
Mr. Jones no había perdido de vista cierta puerta durante todo el día, uno de los más cortos por cierto, pero que a él resultó uno de los más largos del año. Por fin, cuando el reloj dio las cinco, regresó a casa de Mrs. Fitzpatrick, la cual le recibió con la mayor complacencia, a pesar de que faltaba una hora para la convencional de las visitas. Mas pese a esta amabilidad, la dama continuó demostrando la mayor ignorancia en todo lo relativo a Sophia.
Al preguntar por su amada, Jones había dejado escapar la palabra prima, a lo que Mrs. Fitzpatrick contestó:
—Veo que no ignora usted que somos parientas. Por esta misma razón me concederá usted el derecho de averiguar qué clase de cuestión es la que tiene usted con mi prima.
Tras un largo titubeo, Tom Jones contestó:
—Tengo en mi poder una considerable suma de dinero que le pertenece a ella y que deseo entregarle.
Y así diciendo, sacó el cuaderno, enseñando a Mrs. Fitzpatrick su contenido y explicando cómo había llegado a su poder. En cuanto acabó su historia, se oyó en toda la casa un violento ruido. Sería vano intentar describir aquel estruendo. Pretender dar una idea de ello a los que nunca han oído nada semejante resultaría infructuoso, ya que con propiedad se podía decir:
Non acuta
Sic geminant Corybantes aera[23].
Lo que sucedía era que un criado golpeaba fuertemente la puerta. Tom Jones se mostró sorprendido, pero Mrs. Fitzpatrick declaró con suma calma que como alguien iba a entrar, no podía contestarle en aquel momento, pero que si no le importaba quedarse hasta que la visita se fuera, le diría algo que probablemente le interesaría.
La puerta de la habitación se abrió de súbito y por ella penetró lady Bellaston, la cual, después de hacer una reverencia a Mrs. Fitzpatrick y otra a Jones, se apresuró a tomar asiento.
Mencionamos estos detalles para que aprendan algunas señoras que viven en el campo y que son amigas nuestras. Las tales damas creen que es contrario a las reglas de la buena sociedad inclinar las rodillas ante un caballero.
Acababan los tres de instalarse cuando apareció el par irlandés, lo cual produjo nuevas molestias y la repetición del ceremonial.
Concluidas todas las cortesías, la conversación se animó brillantemente. Sin embargo, nada se dijo en ella que resulte de interés para esta historia, por lo que omitiré su contenido. Algunas charlas, por elegantes que sean, resultan insípidas cuando se las traslada a los libros o a la escena.
El pobre Jones era más bien espectador que actor en aquella elegante escena, pues aunque antes de llegar el caballero irlandés las dos damas habían dirigido varias preguntas al joven, en cuanto el otro hizo su entrada atrajo toda la atención de las dos señoras, y como el último llegado no parecía hacer caso de Jones, ellas siguieron su ejemplo.
La reunión se prolongó tanto que Mrs. Fitzpatrick acabó por darse cuenta de que todos deseaban que concluyera. Por consiguiente, resolvió librarse de Jones, que era el visitante con el que había que guardar menos ceremonias. Aprovechando una pausa en la conversación, se dirigió a él diciendo:
—Señor, esta noche no puedo darle a usted contestación al asunto que le interesa. Si quiere usted indicarme dónde podré dirigirle mañana la contestación…
Jones poseía una excelente educación, una educación natural y no artificial. Por lo tanto, en lugar de comunicar en secreto a un criado las señas de su alojamiento, se las dejó a la propia dueña de la casa. Luego, con la mayor ceremonia, se despidió de todos.
En cuanto desapareció, los grandes personajes que no se habían ocupado del joven mientras estuvo presente, comenzaron a hablar de él en su ausencia. Pero como el lector nos ha dispensado ya de relatar la parte más brillante de la conversación, nos excusará también ahora. Aunque quizá tenga importancia para nuestra historia mencionar una observación de lady Bellaston, que se retiró poco después del joven. Esta dama, al despedirse, dijo a Mrs. Fitzpatrick:
—Estoy muy satisfecha de Sophia. Creo que no corre el menor peligro con ese individuo.
Nuestra historia seguirá el ejemplo de lady Bellaston y abandonará a los presentes, que quedaron reducidos a dos personas. Y como sea que entre ellos no sucedió nada que pueda interesar ni tanto así a nuestros lectores, les dejaremos solos para complacer a todos aquellos que se interesan por las andanzas de nuestro héroe.