DONDE SE HABLA DE LAS DESGRACIAS QUE LE SUCEDIERON A TOM JONES AL PARTIR PARA COVENTRY Y DE LAS SABIAS ADVERTENCIAS DE PARTRIDGE.
Pocos caminos existen tan llanos como el que transcurre desde el lugar donde ahora se encontraba nuestro héroe hasta Coventry, y pese a que tanto Tom como Partridge ni el mismo guía no lo habían recorrido jamás, era de todo punto imposible que se extraviaran de no existir los dos motivos mencionados al final del anterior capítulo.
Pero como por desgracia concurrieron ambas circunstancias, nuestros viajeros tomaron un camino mucho menos frecuentado, y tras de cabalgar durante seis millas largas, en vez de ver a lo lejos las nobles y bellas agujas de las torres de Coventry, se hallaron en un camino completamente abandonado, sin rastro alguno que indicase que se encontraban en las proximidades de los suburbios de una gran ciudad.
Tom Jones afirmó entonces que se habían extraviado. Mas el guía insistió que esto era de todo punto imposible, palabra que con harta frecuencia se utilizaba en la conversación corriente para indicar, no sólo lo improbable, sino lo que a menudo resulta muy probable y en ciertas ocasiones cierto. Una violencia hiperbólica semejante a la que ofrecen las palabras infinita y eterna. Con la primera se suele indicar una distancia a partir de medio metro y con la segunda, una duración de cinco minutos.
Del mismo modo se acostumbra a afirmar que es imposible perder lo que ya está irremisiblemente perdido. Esto fue, poco más o menos, lo que aconteció ahora. Pese a todas las protestas del muchacho, el caso era que se encontraban tan lejos del camino verdadero de Coventry como el avaro y el hipócrita del camino del cielo.
Dudo que el lector que no se haya visto en el trance pueda imaginar el horror que la oscuridad, la lluvia y el viento causan a las personas extraviadas en plena noche y que, por tanto, no tienen ante sí la agradable perspectiva del fuego de su chimenea, ropas secas y otros no menos agradables consuelos, para resarcirse de su lucha contra las inclemencias del tiempo. Una idea, aunque imperfecta de este horror bastaría para explicar las ideas que en la actualidad bullían en el cerebro de Partridge, y que nosotros nos vemos precisados a exponer aquí.
Tom estaba cada vez más convencido de que se habían apartado del verdadero camino, hasta que el guía acabó por reconocer que no debían encontrarse en el camino que llevaba en línea recta a Coventry, aunque al propio tiempo no dejaba de repetir que era imposible que se hubieran extraviado.
Pero Partridge tenía otra opinión, y dijo:
—Cuando nos lanzamos al camino ya pensé que nos sucedería alguna desgracia. ¿No reparó usted, señor —añadió dirigiéndose a Tom—, en aquella anciana que se encontraba de pie junto a la puerta en el momento en que usted cogió el caballo? Me hubiera gustado que le hubiese dado usted limosna. Ella dijo que se arrepentiría usted de no haberlo hecho. En aquel preciso instante comenzó a llover, y desde entonces también sopla el viento. Diga lo que diga la gente, estoy convencido de que es un poder que poseen las brujas el que se levante el viento cuando ellas lo desean. Más de una vez he podido comprobar que es así, y estoy seguro de que esa vieja era una bruja. Tal pensé entonces, y si hubiera tenido un penique en el bolsillo se lo hubiera dado, pues hay que ser caritativo con esa clase de gente ante el temor de lo que pueda suceder, y muchas personas han perdido su castillo por querer ahorrar un penique.
Aunque Jones se sentía muy contrariado por el retraso que suponía la equivocación de camino, por fuerza tuvo que echarse a reír al oír las sandeces de su amigo y compañero de viaje, cuya opinión, por cierto, se vio confirmada por un accidente. Éste consistió en que cayó del caballo, aunque no recibió daño alguno, salvo el traje manchado de barro.
Partridge, una vez en pie, presentó su caída como prueba inconcusa de lo que acababa de afirmar. Pero Jones, al ver que no había recibido ningún daño, contestó con una sonrisa:
—Tu bruja, Partridge, es una mujerzuela muy desgraciada, y no sabe distinguir a sus amigos cuando está enfadada. Si la vieja esa se disgustó conmigo porque yo no la socorrí, no consigo explicarme por qué ha hecho que tú te cayeras del caballo, luego del gran respeto que tú demuestras sentir por ella.
—Eso son bromas —replicó Partridge— de gente que tiene poder para gastarlas, pues a menudo gustan de divertirse y poseen mucha malicia. Recuerdo a un herrero que una vez provocó a una de ellas preguntándole qué contrato tenía con el diablo. Pues bien, a los tres días a contar de la fecha en que se lo preguntó, una de sus mejores vacas se ahogaba. Pero la bruja no se dio por satisfecha con esto. Algún tiempo después el hombre perdió el contenido de un barril del mejor vino, pues la bruja abrió la espita y dejó que se derramase todo el vino por la bodega la misma noche en que el herrero lo horadó para celebrar una velada con sus vecinos. A partir de entonces nada le salió bien. La bruja importunó tanto al pobre hombre, que éste al fin acabó dándose a la bebida, y en un año o dos todo su ganado desapareció; y él y su familia están ahora a dos velas.
El guía, y quizá también su caballo, estaban tan atentos a la perorata de Partridge, que ya fuera por falta de cuidado o bien por malicia de la bruja, ambos acabaron en tierra.
Partridge atribuyó esta caída, al igual que la suya, a la misma causa, y anunció a Mr. Jones que la próxima vez le tocaría a él.
Y muy seriamente rogó al joven ir en busca de la vieja con el fin de tranquilizarla.
—No tardaremos en llegar a la casa de bebidas —dijo—, pues aunque parezca que hemos avanzado bastante, estoy convencido de que nos encontramos en el mismo lugar en que estábamos hace una hora, e incluso no tengo inconveniente en jurar que, si ahora fuera de día, podríamos ver a nuestro alcance la casa desde la que hemos partido.
Pero en lugar de responder a este prudente consejo, Tom Jones estaba pendiente de lo que le había sucedido al muchacho, el cual, por suerte, no recibió otro daño que el que había sufrido poco antes Partridge. Pronto estuvo encima de su caballo, y por los golpes que propinó al animal, Tom Jones quedó convencido de que el guía no había recibido ningún daño.