DONDE MR. TOM JONES Y MR. DOWLING BEBEN JUNTOS UNA BOTELLA DE VINO.
Mr. Dowling, llenando los vasos de vino, brindó a la salud del caballero Allworthy, y añadió:
—Si lo desea usted, recordaremos también a su sobrino y heredero, el joven caballero. Blifil es un joven muy simpático y me atrevería a decir que está llamado a desempeñar un importante papel en su comarca, e incluso obtener una representación parlamentaria.
—Señor —repuso Tom—, estoy convencido de que su intención no es molestarme ni ofenderme, y por ello no tomo en consideración sus palabras. Pero puedo asegurar a usted que ha unido el nombre de dos personas erróneamente, pues si uno es la gloria de la especie humana, la otra es el más ruin bellaco que existe bajo la capa del cielo.
Dowling se mostró sorprendido al oír estas palabras, y contestó:
—Creo que ambos caballeros poseen un carácter excepcional. Al caballero Allworthy no he tenido ocasión de verle personalmente. Pero sé que todo el mundo habla de su extrema bondad. En cuanto a su sobrino, tan sólo le he visto una vez, cuando le llevé la noticia del fallecimiento de su madre. Pero entonces iba yo con tanta prisa y andaba tan ocupado, que apenas si tuve tiempo de hablar con él. Pero su aspecto era tan agradable y honrado y se portó tan bien, que me resultó muy agradable.
—No me sorprende que le produjera a usted tan buena impresión en el escaso tiempo que le tuvo delante —contestó Jones—. Es astuto como el mismo diablo y viviría usted junto a él durante años y años sin que llegara a conocerle. Me he criado junto a él desde la infancia, y apenas nos separábamos. Pero hasta hace poco no descubrí toda la maldad que se encierra en él. Confieso que jamás sentí por él muchas simpatías. Pensaba que carece de ese espíritu generoso que constituye la firme base de todo lo que existe de grande y noble en la naturaleza humana. Desde hacía tiempo venía notando en él un egoísmo que me irritaba. Pero hasta mucho más tarde no me convencí de que es capaz de las acciones más viles. He podido comprobar que se ha aprovechado de la franqueza de mi carácter con objeto de llevar a la práctica su siniestro proyecto para arruinarme, lo que al fin ha conseguido.
—¡Oh! —murmuró Dowling—. En tal caso protesto de que sea esa persona la que herede la gran fortuna de su tío, el caballero Allworthy.
—Creo, señor —repuso Tom Jones—, que me honra usted sin motivo. Es cierto que la bondad del caballero Allworthy hizo que me llamara por un nombre más querido en otro tiempo. Pero como esto fue tan sólo un acto voluntario de su bondad, no puedo quejarme de injusticia si él considera ahora conveniente privarme de tal honor, puesto que la pérdida no puede ser menos merecida que la recompensa lo era en su origen. Le aseguro, señor, que no tengo el menor parentesco con Mr. Allworthy. Y si el mundo, que es incapaz de apreciar debidamente cualquier virtud, piensa que se ha comportado mal conmigo dado nuestro supuesto parentesco, es injusto con el mejor de los hombres, pues yo… Pero le suplico que me perdone. No le molestaré con detalles particulares de mi vida. Tan sólo al ver que me creía usted pariente de Mr. Allworthy, quise aclararle una cuestión que a él podría acarrearle censuras, ya que estoy dispuesto a dar mi vida antes de dar lugar a ellas.
—Señor, habla usted como un hombre de honor —repuso Dowling—. No me molesta lo más mínimo, y aseguro que me gustaría saber por qué se ha dicho que es usted pariente de Mr. Allworthy si de veras no lo es. Tardarán una media hora en estar listos sus caballos, y como le queda a usted tiempo suficiente, le agradecería mucho me contara todo lo acaecido. Me extraña que pase usted por pariente de ese caballero si no lo es.
Jones, que poseía un carácter tan condescendiente como el de Sophia, accedió a satisfacer la curiosidad de Mr. Dowling, y relató la historia de su nacimiento y de su educación. En suma, que, como Otelo, explicó su vida.
Desde sus años infantiles
hasta el momento difícil de contar.
Lo cual, al ser oído por Dowling hizo que éste, al igual que Desdémona, pensara:
… Era extraño, eminentemente extraño,
era lastimoso, sorprendentemente lastimoso.
Mr. Dowling se sintió emocionado al escuchar el relato, pues su actuación como fiscal no le impedía tener sentimientos humanitarios. Nada más injusto que juzgar la vida privada de un hombre de acuerdo con los prejuicios que se tienen sobre su carrera. Cierto que el hábito aminora el efecto de las acciones que la profesión hace necesarias y habituales, pero, exceptuadas éstas, la naturaleza actúa de modo análogo en hombres de diversas profesiones. Un carnicero puede sentir compasión al ver matar a un caballo de raza, y aunque el cirujano no siente pena, al parecer, al cortar una pierna, yo he conocido a uno que sentía lástima de un hombre que sufría un ataque de gota. El verdugo, que ha colgado en la horca a centenares de personas, ha temblado a veces al sufrir una operación en la cabeza, y los mismos maestros en el arte de derramar sangre humana, es decir, los que tienen ocupaciones guerreras y matan a millares, no sólo a otros soldados, sino a menudo a mujeres y niños, pueden, en tiempo de paz, cuando trompetas y tambores se hallan silenciosos, despojarse de su ferocidad y convertirse en hombres civiles en extremo sociales. Del mismo modo, el fiscal puede sentir compasión de los dolores y las desgracias de sus semejantes.
Como el lector bien sabe, Mr. Jones desconocía aún los negros colores con que había sido presentado a Mr. Allworthy. Por consiguiente, Dowling hizo la observación de que alguien que debía quererle mal había acumulado cargos injustos contra él.
—El caballero no le habría desheredado a usted sólo por cometer pequeñas faltas sin importancia, aunque la palabra desheredar no es la apropiada. Según la ley, no puede usted reclamar como heredero. Esto es cierto, y nadie le puede aconsejar en contra. Sin embargo, habiéndole adoptado un caballero, es muy razonable que espere usted una parte considerable de la herencia, ya que no toda. Y aunque la esperase usted toda, yo no le censuraría.
—Me ofende usted —contestó Jones—. Yo me hubiera contentado con muy poco. Jamás hice planes sobre la fortuna de Mr. Allworthy. Le aseguro sinceramente que nunca pensé lo que pudiera darme. Declaro solemnemente que si él hubiera perjudicado a su sobrino para favorecerme a mí, yo me hubiera opuesto. Prefiero gozar de tranquilidad de conciencia antes que de la fortuna de otro hombre. ¿De qué sirve enorgullecerse de poseer una casa magnífica, un montón de criados, una mesa magnífica y todas las demás ventajas de la fortuna? Para nada, sobre todo, si se compara con el contento que una persona buena experimenta al contemplar una acción generosa y noble. No envidio a Blifil por su futura fortuna, ni tampoco le envidiaré cuando esté en posesión de ella. Sé que Blifil ha hablado en contra mía, haciéndome unos cargos hijos de la ruindad de su corazón. Pero yo, gracias a Dios, soy inocente. No recuerdo haber injuriado nunca a nadie, ni siquiera con el pensamiento:
Pone me Pigris ubi nulla campis
arbor aestiva recreatur aura,
quod latus mundi nebuloe, malusque
Jupiter urget.
Pone sub curru nimium propinqui
solis in terra dominibus negata;
dulce ridentem Lalangen amabo,
dulce loquentem[19].
Acto seguido, se sirvió un vaso de vino, bebiéndoselo a la salud de su querida Lalage. Luego llenó también hasta el borde el vaso de Dowling y le pidió que brindara con él.
—Brindo con alegría a la salud de miss Lalage —exclamó Dowling—. He oído en muchas ocasiones que brindaban por ella, pero yo nunca la vi. Dicen que es muy hermosa.
Dowling no había comprendido bien ni las frases en latín ni otras muchas cosas. Pero una parte del discurso del otro le había producido una fuerte impresión. Y aunque a fuerza de guiños y risas forzadas trató de ocultar a Jones esta impresión, lo cierto es que aprobó en secreto cuanto pudo comprender, experimentando una profunda compasión por el joven. Más tarde, si nos volvemos a encontrar con Mr. Dowling en el curso de esta historia, tendremos oportunidad de comentar esta cuestión.
Y ahora nos vemos obligados a despedirnos de este caballero, cosa que hacemos imitando a Mr. Jones, el cual, en cuanto supo por mediación de Partridge de que los caballos se encontraban a punto, pagó su cuenta, se despidió de su amigo y, a pesar de que la noche era oscura y de que comenzaba a llover, partió para Coventry.