DONDE TOM JONES LLEGA CON SU DAMA A LA FONDA, Y DESCRIPCIÓN MUY COMPLETA DE LA BATALLA DE UPTON.
Aunque el lector sin duda debe sentir una gran ansiedad por saber quién era aquella dama y cómo había ido a parar a manos de Mr. Northerton, le suplicamos que domine su curiosidad por breve tiempo, pues por ciertas razones de gran peso, que quizá adivine en el futuro, nos vemos obligados a retrasar el satisfacer su curiosidad algún tiempo más.
Tan pronto como Tom Jones y su rubia compañera entraron en la población, se dirigieron directamente a la fonda que por su aspecto exterior le pareció mejor. Tom Jones, luego de haber ordenado a un criado que le enseñase una habitación en el piso superior, subía por la escalera, con la rubia medio desnuda y desgreñada, que le seguía a toda prisa, se vio detenida por el dueño de la casa, quien le dijo:
—¡Eh! ¿Dónde va esta mala pécora? ¡Quédese aquí y no suba!
En respuesta, Tom gritó desde lo alto de la escalera con voz de trueno y tono autoritario:
—Deje subir a esa señora.
Al oír estas palabras, el posadero soltó su presa y la joven subió a la habitación.
Tom Jones la dejó instalada y salió, según dijo, para pedir a la fondista que le subiera alguna ropa. La infeliz mujer le dio las gracias por tantas bondades y expresó su deseo de volverle a ver pronto para reiterarle su agradecimiento. Durante esta breve conversación, la mujer cubrió su blanco seno lo mejor que pudo con sus brazos, aunque Tom Jones no pudo evitar lanzar una mirada o dos a hurtadillas, si bien puso en ellas todo su disimulo para no ofenderla.
La casualidad quiso que nuestros viajeros se alojaran en una casa de excelente reputación, en la que algunas damas irlandesas de virtud acrisolada, y muchas damas del Norte de la misma condición, solían alojarse en su viaje a Bath. Por esta razón, la fondista no hubiera permitido que bajo el techo de su casa tuvieran lugar conversaciones de dudosa intención, ya que se teme que éstas contaminen el lugar donde se celebran y contribuyan a dar mala fama a todos los que concurren al local.
No pretendo insinuar con esto que en una fonda pública pueda mantenerse una castidad tan pura como la que se guardaba en el templo de Vesta. La fondista no esperaba tanta felicidad, ni tampoco ninguna de las parroquianas antes citadas u otras de conceptos aún más rígidos, podían esperar semejante cosa. Pero evitar todo concubinato vulgar o expulsar de la casa a las rameras desarrapadas es potestativo de cada cual. Éste era el lema de nuestra fondista, y a él se adherían sus virtuosas clientes, que no viajaban desarrapadas.
Ahora bien, no se precisaba ser muy desconfiado para imaginar que Tom Jones y su desarrapada compañera abrigaban ciertos propósitos que, aunque son tolerados en algunos países cristianos, están prohibidos en otros y son practicados en todos, se hallan tan expresamente prohibidos como el asesinato o cualquier otro vicio horrible por la religión que se practica en los expresados países. Por tal motivo, apenas se enteró la fondista de la entrada en su casa de las personas a que nos hemos referido, comenzó a reflexionar sobre el mejor procedimiento para echarlas. Para ello se había provisto de un largo y mortífero instrumento con el que, en tiempos de paz, las criadas destruían el trabajo de la laboriosa araña. En resumidas cuentas, había cogido un palo de escoba, y se disponía a salir de la cocina cuando Tom Jones se le aproximó con la petición de un vestido y otras prendas de ropa, a fin de poder cubrir a la mujer que se encontraba arriba medio desnuda.
No existe nada más provocativo para el temperamento humano ni más peligroso para esa virtud cardinal que se llama paciencia que las peticiones, que suponen una amabilidad extraordinaria, a favor de las personas contra las cuales nos sentimos en extremo irritados. Por esta razón, Shakespeare nos presenta con toda intención a Desdémona solicitando favores a su marido para Casio, como medio no sólo de inflamar sus celos, sino también su cólera, que alcanza el mayor grado imaginable. Y en esta ocasión se nos aparece el infortunado mozo mucho menos capaz de dominar su pasión que cuando contempla en manos de su rival el preciado regalo que él había hecho a su esposa.
En conclusión, consideramos estos empeños como insultos a nuestra inteligencia, y es harto difícil que ante ellos pueda ceder el orgullo del hombre.
La fondista, aunque mujer de excelente carácter, era bastante orgullosa, pues apenas había concluido Tom Jones de exponer su ruego, arremetió contra él armada con cierta arma que, aunque no es ni larga, ni afilada, ni dura, ni amenaza, vista su apariencia, con herida o muerte, es mirada, no obstante, con gran horror y aborrecimiento por muchos hombres sabios e incluso por muchos que se tienen por sabios, tanto que algunos que se atrevieron a meter la cabeza por la boca de un cañón cargado no se han arriesgado a mirar la boca donde funciona esta arma, y antes de correr el albur de aniquilarla, han preferido hacer una triste figura ante los ojos de sus amistades y conocidos.
Mucho me temo que Tom Jones fuera uno de éstos, pues aunque fue atacado y golpeado con la expresada arma, no hizo resistencia alguna, sino que del modo más cobarde comenzó a suplicar a su enemiga que desistiera del ataque, implorándole a la vez que le oyese. Pero antes de que obtuviera alguna respuesta, el dueño de la fonda apareció en escena y se puso al lado de quien menos ayuda necesitaba en el combate.
Existe un cierto tipo de héroes que se supone actúa para evitar un conflicto, de acuerdo con el carácter y la conducta de la persona que tienen delante. De ellos se dice que conocen a su adversario, y Tom Jones conocía a su adversaria, pues aunque estaba sometido a ella, apenas se vio atacado por el marido, demostró un verdadero espíritu de odio hacia él, conminándole a que callara so pena de recibir un severo castigo.
El marido, dominado por una gran indignación, pero al mismo tiempo con una mezcla de piedad, replicó:
—Antes debe usted implorar para que pueda hacerlo. Me considero superior a usted en todos los sentidos.
E inmediatamente procedió a lanzar media docena de insultos a la señora que se encontraba en la habitación de arriba. Mas sus labios acababan de pronunciar el último cuando le alcanzó en los hombros un fuerte golpe propinado con el garrote que Jones tenía en la mano.
Quizá pudiera discutirse quién fue más rápido en devolver el golpe, si el fondista o su esposa. El fondista, cuyas manos estaban vacías, atacó con los puños, y la mujer, enarbolando el palo de escoba y apuntando a la cabeza de Tom Jones, hubiera con toda probabilidad puesto un fin inmediato a la refriega, si no hubiera sido evitada la caída de la escoba, aunque no por la milagrosa intervención de ninguna diosa pagana, sino por un accidente natural y oportuno, a saber la llegada de Partridge, que penetró en la casa en aquel instante, y que al ver el peligro que amenazaba a su amo o compañero —como ustedes prefieran llamarle—, impidió una catástrofe tan terrible sujetando el brazo de la fondista mientras estaba suspendido en el aire.
La fondista, al darse cuenta del impedimento que evitaba el que pudiera descargar el golpe, y siendo asimismo impotente para rescatar su brazo de las manos de Partridge, dejó caer la escoba, y abandonando a Jones a su marido, arremetió con toda su furia contra el pobre hombre, quien, con la frase: «¡Cáspita!, ¿es que trata usted de matar a un amigo?», manifestó en parte su intención. Partridge, aunque no era muy aficionado a pelear, no podía mantenerse quieto cuando su amigo era atacado ni se sentía muy contrariado por la clase de combatiente que le había tocado en suerte. Por lo tanto, empezó a devolver los golpes a la fondista con la misma rapidez que los recibía, y en aquellos momentos la lucha se mantenía viva en todas su£ partes y parecía dudoso de qué lado se inclinaría la victoria, cuando la mujer desnuda, que había oído desde lo alto de la escalera el diálogo que procedió a la refriega, descendió a toda prisa y sin pararse a pensar en lo injusto que era ir dos contra uno, se lanzó contra la pobre mujer que luchaba con Partridge, aunque no por ello esta gran campeona se amilanó, sino que redobló su furia cuando vio que acudía nuevo socorro en auxilio de su contrincante.
La victoria tenía que haberse decidido en favor de los viajeros, pues incluso las más bravas tropas deben ceder ante el número. Pero la camarera Susana acudió en defensa de su ama. La tal Susana era una mujer de cuerpo entero, que podría haber derrotado a la famosa Thalestris, o a cualquiera de sus súbditas amazonas, pues poseía una contextura robusta y hombruna, preparada para estos encuentros. Así como sus manos y sus pies estaban formados para disparar golpes terribles contra el enemigo, del mismo modo su rostro estaba perfectamente constituido para recibirlos sin daño alguno, ya que tenía la nariz achatada, los labios tan gruesos que ninguna hinchazón podría notarse en ellos y tan duros que ningún puñetazo dejaba la menor impresión sobre los mismos. Por último, tenía los pómulos salientes, como si la naturaleza hubiera intentado convertirlos en los baluartes con que defender sus ojos en los encuentros para los que parecía perfectamente constituida y por les que sentía una decidida vocación.
En cuanto aquella linda criatura penetró en el campo de batalla se agregó al ala en que su ama mantenía lucha tan desigual con un representante de cada sexo. Desafió a Partridge a singular combate. Partridge aceptó el reto, y una lucha desesperada comenzó entre ellos.
Desencadenada la guerra en toda su amplitud, la victoria de alas doradas se mantenía suspensa en el aire, y la fortuna, con la balanza preparada, comenzaba a pesar los signos de Tom Jones, su compañero y Partridge contra los del fondista, su esposa y su camarera, cuando un accidente afortunado puso fin de súbito a la sangrienta trifulca.
Este accidente fue la llegada de un coche de cuatro caballos, motivo por el que tanto el patrón como la patrona desistieron en el acto de continuar la lucha, y a su ruego obtuvieron idéntico favor de sus antagonistas. Mas Susana no fue tan amable con Partridge, pues aquella émula de las amazonas, habiendo tirado al suelo y montado a horcajadas sobre su enemigo, estaba dándole fuertes puñetazos con sus puños, sin hacer caso de las voces que le anunciaban que habían sido suspendidas las hostilidades o de los ruidosos gritos de asesinato que lanzaba el caído.
Tan pronto como Jones abandonó al fondista, voló para rescatar a su compañero vencido, al que con grandes dificultades pudo arrancar de las manos de la enfurecida doncella. Pero Partridge no se dio cuenta inmediata de su rescate, pues aún se encontraba tendido en el suelo, protegiéndose el rostro con ambas manos, ni cesó de atronar el espacio con sus gritos hasta que Jones le obligó a mirar hacia arriba y se apercibió entonces de que la batalla había concluido.
El fondista, que no exhibía daño visible, y su esposa, ocultando su cara arañada con un pañuelo, corrieron apresurados hacia la puerta para recibir al coche, del que se apearon una joven y su doncella. Ambas fueron conducidas a la habitación en que Tom Jones había depositado al principio a su acompañante, pues se trataba del mejor cuarto de la casa. Para llegar hasta él los nuevos huéspedes tuvieron que pasar por el campo de batalla, lo que hicieron a toda prisa, cubriéndose los rostros con un pañuelo, como si desearan que nadie las viera. En realidad esto era una precaución innecesaria, pues la pobre y desgraciada Helena, causa fatal de tanto derramamiento de sangre, trataba por su parte de ocultar su rostro, y Jones no estaba menos atareado rescatando a Partridge de la furia de Susana. Una vez logrado esto, el pobre hombre corrió al grifo para lavarse la cara y detener la sangre que manaba de sus narices por culpa de Susana.