UNA SUCINTA HISTORIA DE EUROPA Y UNA CHARLA CURIOSA ENTRE TOM JONES Y EL HOMBRE DE LA COLINA.
En Italia, los propietarios son muy callados. En Francia, por el contrario, son más comunicativos, pero son también correctos. En Alemania y en Holanda suelen ser en extremo impertinentes. En cuanto a su honradez, tengo la impresión que es la misma más o menos en todos los países. Los laquais a louange es indudable que no desperdician la menor ocasión que se les presenta para engañarle a uno, y en cuanto a los postillones, les juzgo muy parecidos en todo el mundo. Tales son, señor, las observaciones sobre los hombres que he hecho en mis viajes, ya que éstos fueron los únicos hombres con quienes hablé. Mi idea, cuando salí de Inglaterra, era la de distraerme contemplando la maravillosa variedad de perspectivas, animales, pájaros, peces, insectos y plantas con que Dios ha enriquecido las distintas partes del globo, variedad que, por lo mismo que proporciona un gran placer a un observador contemplativo demuestra admirablemente la bondad, la sabiduría del Creador. A mi modo de pensar, sólo existe una obra en toda la creación que no le honra mucho, y sobre la cual hace mucho tiempo que vengo tratando de no mantener ninguna conversación.
—Usted me perdonará —exclamó Tom Jones—. Pero yo siempre he creído que en esa obra a que usted se refiere ha existido una gran variedad como en las demás, pues aparte de la diferencia de inclinaciones, las costumbres y el clima han producido la máxima diversidad en el género humano.
—En la práctica es muy poca la diferencia —replicó el anciano—. Aquellos que han viajado para conocer las diferentes maneras de ser de los hombres, pueden ahorrarse mucho trabajo asistiendo a un carnaval de Venecia, pues allí verá de una sola vez todo lo que pueda observarse en todas las cortes de Europa. La misma hipocresía, idénticos fraudes. En suma, las mismas palabras y vicios ataviados de distinto modo. En España, éstos aparecen ataviados con gran gravedad; en Italia, con gran esplendor. En Francia un bribón va vestido como un petimetre, mientras que en los países del norte con verdadero desaliño. Pero la naturaleza humana es la misma en todas partes, y en todas partes es objeto de execración y de desprecio. Crucé por todas esas naciones como puede uno cruzar entre la multitud de una feria, abriéndome paso a codazos, tapándome la nariz con la mano y defendiendo mis bolsillos con la otra, sin cambiar una palabra con nadie, en tanto que me apresuraba a ver lo que deseaba ver, lo que por muy entretenido que pudiera resultar para mí, apenas si merecía las molestias que la gente me ocasionaba.
—¿No encontró usted algunas de las naciones por las cuales viajó, menos molestas unas que otras? —preguntó Tom.
—¡Oh, sí! —contestó el viejo—. Los turcos resultaron para mí más tolerables que los cristianos, pues son hombres muy taciturnos y jamás molestan a los extranjeros con preguntas. De cuando en cuando les obsequian con una maldición o les escupen a la cara cuando pasan por las calles. Pero se contentan con esto, y un hombre puede vivir toda su vida en el país sin oír a los turcos proferir una docena de palabras. Pero de todas las gentes que he conocido, la peor a mi juicio son los franceses. ¡El cielo me proteja de ellos! Con su condenada palabrería y cortesía y con eso de hacer el honor a los extranjeros, como ellos dicen, pero demostrando con estas palabras su enorme vanidad, resultan tan fantasiosos, que antes preferiría vivir entre los hotentotes que tomar de nuevo a París. Esos salvajes son sucios, pero su suciedad no pasa del exterior, mientras que en Francia y en otras naciones que no quiero nombrar, la suciedad es interior, haciéndoles para mi espíritu mucho más hediondos que lo que lo serían los hotentotes para mi nariz.
»Y aquí doy por terminada la historia de mi vida, pues los años que he vivido retirado aquí no ofrecen interés alguno para ustedes, y pueden considerarse como un solo día de mi vida. El retiro ha sido tan completo que no podría haber gozado de una soledad mayor, en medio de este populoso reino, en los desiertos de la Tebaida. Como no poseo fincas, no me importunan ni arrendatarios ni administradores. Mi renta me es pagada anualmente con toda regularidad, como no podía por menos de suceder, ya que es bastante menor de lo que podía esperar dado lo que entregué. No recibo visita alguna, y la vieja que cuida de casa sabe bien que la conservación de su empleo depende sólo de que sepa evitarme las molestias de tener que comprar todo aquello que necesito, de apartar de mi vida toda preocupación o negocio y de mantener su boca cerrada siempre que yo pueda oírla. Me paseo por la noche, y así estoy seguro de que en este lugar solitario no me encontraré con nadie. Algunas personas con las que me encontré en el curso de mis salidas nocturnas huyeron asustadas, ya que por lo extraño de mi vestimenta, me tomaron por un fantasma o por un duende. Pero lo ocurrido esta noche me demuestra que ni aún aquí me puedo considerar a salvo de la villanía de los hombres, ya que sin la ayuda de ustedes no sólo hubiera sido robado, sino probablemente asesinado.
Tom Jones dio las gracias al anciano por la molestia que el relato de su historia podría haberle proporcionado y expresó cierta sorpresa ante el hecho de que pudiera soportar aquel género de vida en lugar tan solitario.
—En el cual —añadió el joven— tendría usted perfecto derecho a quejarse de falta de variedad. Me asombra cómo puede usted pasar su tiempo sin aburrirse.
—No me sorprende que quien tiene sus afectos y pensamientos entregados al mundo —repuso el anciano— crea que mis horas en este lugar están necesitadas de ocupación. Pero hay un solo hecho para el cual toda la vida entera de un hombre resulta muy breve. ¿Qué tiempo puede bastar para la contemplación y la adoración de un ser glorioso, inmortal y eterno, con su estupenda Creación, entre cuyas obras, no sólo este globo, sino las innumerables luminarias que brillan en el cielo pueden considerarse como átomos en comparación con el universo entero? ¿Es que los triviales entretenimientos, los placeres insípidos, las ocupaciones necias de los hombres, harán desfilar demasiado de prisa las horas para nosotros y, en cambio, resultará el ritmo del tiempo demasiado lento para un espíritu entregado a estudios elevados, importantes y gloriosos? Por la misma razón que no basta ningún tiempo, tampoco hay lugar no adecuado para esta contemplación. ¿En qué objeto podemos fijarnos que no nos inspire ideas de su poderío, sabiduría y bondad? No es necesario que el sol naciente ilumine con sus brillantes rayos el horizonte oriental, ni que los rugientes vientos se precipiten fuera de sus cavernas y agiten las altas ramas del bosque, ni que las nubes viertan sus torrentes de agua en las planicies. No es necesario, repito, que ninguno de esos fenómenos de la naturaleza proclamen su majestad. No existe en la tierra insecto ni planta, por ínfimo y minúsculo que sea, que no se honre con muestras visibles de los atributos de su gran Creador; muestras no sólo de su poder, sino de sabiduría y bondad. Sólo el hombre, el rey de este mundo, la última y más perfecta obra del Ser Supremo bajo el sol, sólo el hombre ha deshonrado su propio carácter, y con su truhanería, cruel ingratitud y traición ha puesto en entredicho la bondad del Hacedor, llenándonos de confusión al tratar de explicar cómo un ser todo bondad ha podido crear un animal tan estúpido y vil. Sin embargo, éste es el ser del cual usted supone que me he visto apartado y sin cuya bendita compañía la vida, en opinión de usted, debe de resultar completamente insípida y estar llena de tedio.
—Estoy por completo de acuerdo con la primera parte de lo que usted ha dicho —replicó Tom Jones—. Pero creo y confío que su aversión y desprecio por el género humano sea excesivamente exagerada. Incurre usted en un error que, a pesar de mi escasa experiencia, he podido comprobar que es harto corriente, y éste es el de juzgar la conducta de los hombres por los más innobles y perdidos de ellos, en tanto que, según la opinión de un distinguido escritor, tan sólo debe de ser característico de una especie aquello que se encuentra entre los individuos mejores y más perfectos de la misma. Este error se comete, a mi juicio, por aquellos que careciendo del tacto preciso en la elección de sus amistades, han sufrido decepciones e injurias de hombres malos y perversos, cargándose injustamente a toda la humanidad los pocos o muchos casos en que esto sucede.
—Creo tener bastante experiencia de ello —repuso el anciano—. Mi primera amante y mi primer amigo me traicionaron de la forma más indigna, y en cuestiones que amenazaban con tener las peores consecuencias, incluso la de una muerte ignominiosa.
—Me perdonará usted —replicó Tom Jones— si le ruego que reflexione quiénes eran su amigo y su querida. ¿Qué más, señor, se podía esperar del amor procedente de un lupanar o de la amistad nacida y cultivada en la mesa de juego? Juzgar a las mujeres por el primer ejemplo, y a los hombres por el segundo, sería tan injusto como afirmar que el aire es un elemento nauseabundo y malsano, porque así huele en las letrinas. No llevo mucho tiempo viviendo en el mundo, sin embargo, he encontrado en lo poco que llevo en él a hombres merecedores de la más desinteresada amistad y a mujeres dignas del más puro amor.
—¡Ay, joven! —repuso el anciano—. Según confiesa usted, ha vivido poco. Yo era más viejo que usted lo es ahora cuando aún alimentaba la misma fe que usted.
—Creo que podría haber llevado una vida tranquila —contestó Tom Jones—, si no hubiera sido tan poco afortunado, me atrevería a decir tan incauto, en la elección de sus afectos. Aunque hubiera habido mucha más maldad en el mundo de la que hay, esto no justificaría unas afirmaciones tan generales contra la naturaleza humana, pues buena parte de esa maldad se produce por mero accidente, y muchos de los hombres que obran mal no tienen corrompido del todo su corazón. Creo que nadie tiene derecho a afirmar que la naturaleza humana es necesaria y uniformemente depravada salvo aquellos cuyo modo de ser es un ejemplo de esa depravación natural, caso que no es el de usted, ni mucho menos.
—No estoy de acuerdo con esa opinión —replicó el viejo—. Un truhán no tratará de persuadirme de la bajeza de sus congéneres, por la misma razón que un salteador de caminos no tratará de informarnos de que hay ladrones en la carretera. Éste sería un sistema de ponerle a uno en guardia y frustrar sus propósitos. Por lo que, aunque los picaros son muy aptos para abusar de las personas en particular, jamás hacen reflexiones sobre la naturaleza humana en general.
El anciano pronunció estas palabras con tanto calor, que Tom Jones, no queriendo ofenderle y desesperando de poderle convencer, no respondió.
El día comenzaba ya a clarear cuando Tom presentó sus excusas al anciano por haberle robado tanto tiempo el descanso. Pero el caballero respondió que no necesitaba tomar ningún descanso, pues prescindía del día y de la noche tales como todo el mundo los entiende. Por lo general, dedicaba el día a dormir y la noche a sus paseos y reflexiones.
—Sin embargo —añadió—, la mañana promete ser hermosa, y si pueden esperar un poco más de tiempo a tomarse el descanso o su alimento, me gustaría enseñarles algunos bellos paisajes que creo que aún no conocen.
Tom Jones acogió la idea con entusiasmo, e inmediatamente ambos hombres salieron al exterior. En cuanto a Partridge, se había quedado profundamente dormido así que el caballero puso punto final a su historia, ya que su curiosidad estaba del todo satisfecha, y la anunciada excursión no bastó para disipar los encantos del sueño. Jones, por tanto, le dejó gozar de su descanso, y como también es posible que el lector desee que le concedamos el mismo favor, ponemos aquí punto final al libro octavo de nuestra historia.