CAPÍTULO VI

DONDE SE DAN MÁS PRUEBAS DEL INGENIO DEL BARBERO, ASÍ COMO DE QUIÉN ERA ESTE PERSONAJE SINGULAR.

Por la mañana, Tom Jones se sintió un tanto intranquilo al pensar en la deserción del cirujano, temiendo que podría resultar algún peligro si no le curaban la herida. En vista de ello, preguntó al mozo si no habría por aquellos alrededores algún otro cirujano. El mozo repuso que había otro muy lejos, pero que se había negado más de una vez a visitar, al saber que otro había sido llamado antes que él.

—Pero, señor —repuso el hombre—, si quiere usted seguir mi consejo, no existe otro hombre en el reino que pueda servirle mejor para el caso que el barbero que estuvo anoche con usted. Nosotros le consideramos uno de los hombres más hábiles con el bisturí de todo el pueblo. Aunque no lleva aquí más de tres meses, ya ha realizado grandes curas.

El mozo fue enviado a buscar al Pequeño Benjamín, que al saber para qué se le necesitaba, se preparó adecuadamente y corrió junto a Jones, pero con un aire y un aspecto tan distinto del que mostraba cuando tenía la bacía bajo el brazo, que costaba convencerse de que fuera la misma persona.

—De modo, barbero —dijo Tom Jones—, que tiene usted más de un oficio. ¿Cómo no me lo dijo usted la última noche?

—La cirugía —repuso Benjamín con suma gravedad— es una profesión y no un oficio. La razón de que no le informara la pasada noche de que profesaba este arte fue que supe que estaba usted al cuidado de otro caballero, y no me gusta interferirme en los asuntos de mis hermanos. Ars omnibus communis. Pero ahora, si le parece, inspeccionaré su cabeza, y cuando vea el interior de su cráneo le diré mi opinión sobre el caso.

Tom Jones no tenía gran fe en el nuevo cirujano. Sin embargo, accedió a que le quitase el vendaje y le examinara la herida, lo que apenas hecho por el barbero, empezó a mover la cabeza y a suspirar. Al notarlo, Jones, tímidamente, le rogó que dejara de hacer demostraciones de disgusto y le dijera cómo estaba la herida.

—¿Quiere usted que le responda como cirujano o como amigo? —inquirió Benjamín.

—Como amigo y en serio —repuso Jones.

—Muy bien —exclamó el barbero—, se necesitaría muy poca habilidad para que no se encontrara bien después de unas cuantas curas, y si consiente que le aplique un emplasto mío, respondo del éxito.

Jones dio su consentimiento y el barbero le aplicó el emplasto.

—Ya está —dijo Benjamín cuando concluyó—. Ahora, con su permiso, retornaré a mi otro yo, pues un hombre se ve obligado a conservar cierta dignidad en su rostro mientras lleva a cabo ciertas operaciones; de lo contrario, la gente no se dejaría tratar por él. Ya puede usted imaginar, señor, la importancia que tiene un grave aspecto para un carácter grave. Un barbero podría hacerle reír, pero un cirujano más bien le hará gritar.

—Señor barbero, señor cirujano o señor barberocirujano —exclamó Tom Jones.

—¡Oh, querido señor! —repuso Benjamín interrumpiéndole—. Infandum, regina, jubes renovare dolorem. Me recuerda esa cruel separación de las fraternidades unidas, con perjuicio grande para ambos cuerpos, como en todas las separaciones, según el antiguo adagio Vis unita fortior. ¡Qué golpe fue esto para mí, que uno ambas fraternidades en mi persona!

—Cualquiera que sea el nombre que prefiera usted que se le aplique al dirigirse a usted —continuó Tom—, el caso es que me parece usted uno de los hombres más notables y de mejor humor que he conocido, y debe de haber algo sorprendente en su historia, que reconocerá usted que tengo perfecto derecho a conocer.

—Lo reconozco —admitió Benjamín—, y con gusto se la contaré cuando disponga usted de suficiente tiempo libre para escucharme, pues le aseguro que requiere un buen rato.

Tom repuso que jamás dispondría de más tiempo que entonces.

—Así, pues —exclamó Benjamín—, le obedeceré. Pero antes cerraré la puerta a fin de que nadie nos interrumpa.

Así lo hizo. Luego avanzó con aire solemne hacia Jones y exclamó:

—Debo empezar por decir que usted es el mayor enemigo que he tenido jamás.

Jones se sobresaltó un tanto al oír aquella repentina declaración.

—¿Yo su enemigo? —exclamó lleno de asombro.

—No se enfade ni se irrite —repuso Benjamín—, pues le aseguro que yo no lo estoy. Usted es perfectamente inocente de haberme deseado ningún mal, pues entonces era un niño. Pero todo quedará explicado en cuanto le diga mi nombre. ¿No recuerda haber oído hablar alguna vez de un tal Partridge —preguntó el barbero— que tuvo el honor de pasar por padre suyo y que tuvo la desgracia de verse arruinado como resultado de ese honor?

—He oído hablar de un tal Partridge —repuso Jones— y siempre me he tenido por hijo suyo.

—Bien, señor —contestó Benjamín—. Yo soy ese Partridge. Pero desde ahora le absuelvo de todos sus deberes filiales, pues le aseguro que no es usted hijo mío.

—¡Cómo! —exclamó Jones—. ¿Y es posible que una falsa sospecha haya atraído sobre usted las terribles consecuencias de las que estoy enterado?

—Es posible —repuso Benjamín—, porque así es. Pero aunque es muy natural en los hombres odiar hasta las causas inocentes de sus sufrimientos, yo pienso de otra manera. Le aprecio desde que me enteré de su conducta con George el guardabosque, como le dije anoche. Y nuestro extraordinario encuentro me convence de que ha nacido usted para resarcirme de todo lo que he sufrido por su causa. Además, la noche antes de verle soñé que tropezaba con un taburete, pero que no me hacía el menor daño, lo que me demostró que algo bueno iba a ocurrirme. Y la última noche he soñado que cabalgaba detrás de usted montado en una yegua blanca, lo que es un sueño magnífico y signo de buena fortuna, que estoy decidido a perseguir, a no ser que tenga usted la crueldad de negármela.

—Me alegraría mucho, Mr. Partridge —repuso Jones—, poder resarcirle de los sufrimientos que ha padecido usted por causa mía, aunque por el momento no veo ninguna posibilidad de conseguirlo. Sin embargo, le prometo no negarle nada que dependa de mí el concederle.

—Depende por completo de usted —repuso Benjamín—, pues no deseo otra cosa que poder acompañarle en esta expedición. Me he encariñado tanto con la idea, que si me la niega, matará usted al mismo tiempo a un barbero y a un cirujano.

Tom Jones repuso sonriendo que sentiría enormemente ser causa de tanto perjuicio para el público. Luego expuso varias razones para convencer a Benjamín —a quien de ahora en adelante volveremos a llamar Partridge— de que era imposible que pudiera realizar aquel propósito. Pero todo fue en vano. Partridge tenía una gran confianza en su sueño de la yegua blanca.

—Además, señor —añadió—, le aseguro a usted que siento tanto entusiasmo por la causa como cualquier hombre pueda sentir, e iré, me admita usted en su compañía o no.

Tom Jones, que se sentía tan complacido con Partridge como Partridge con él, y que no había consultado su propio deseo, sino el bien del otro al aconsejarle que se quedara en su casa, al ver tan decidido a su amigo, dio al cabo su consentimiento. Pero luego, tras de haber reflexionado, añadió:

—Quizá, Mr. Partridge, crea usted que estoy en condiciones de poderle sostener. En realidad, me encuentro muy lejos de eso.

Y cogiendo su bolsa, contó nueve guineas, que declaró que era toda su fortuna.

Partridge repuso que estaba convencido de que dentro de poco tendría suficiente dinero en su poder.

—Por el momento, señor —dijo—, me considero el más rico de los dos. Todo cuanto tengo está a su disposición. Insisto en que se quede con todo, y yo sólo le pido poderle acompañar en calidad de criado: Nil despesandum est Teucro duce et auspice Teucro.

Pero Tom no quiso en modo alguno aceptar aquella proposición sobre el dinero.

Decidieron partir al día siguiente, pero de pronto surgió una dificultad en cuanto al equipaje, y ésta fue que la maleta de Tom Jones era demasiado grande para que pudiera ser transportada sin la ayuda de un caballo.

—Si se me permite un consejo —dijo Partridge—, esta maleta, con todo lo que contiene, salvo unas cuantas camisas, la dejaremos aquí. Éstas yo las podré llevar sin dificultad, y el resto de su maleta permanecerá a buen recaudo en mi casa.

Jones aceptó el consejo, y el cirujanobarbero se dirigió a su casa a fin de preparar todo lo necesario para la expedición proyectada.