CAPÍTULO V

DIÁLOGO ENTRE TOM JONES Y EL BARBERO.

Esta conversación tuvo lugar, parte mientras Tom comía en la especie de calabozo donde le habían metido, parte mientras esperaba al barbero en el gabinete. Y tan pronto como concluyó, Mr. Benjamín, como hemos dicho ya, se reunió con el joven y fue amablemente invitado a sentarse. Tom Jones llenó una copa de vino y brindó por el barbero, dándole el título de doctissime tonsorum.

Ago tibi gratias, domine —repuso el barbero, y a continuación, mirando con fijeza a Jones, le dijo con profunda gravedad y visible sorpresa, como si recordase su rostro de otra ocasión—: Señor, ¿podría decirme usted si su apellido es Jones?

A lo que Tom repuso:

—El mismo.

Proh deum atque hominum fidem! —exclamó el barbero—. ¡Qué cosas más raras ocurren en la vida! Mr. Jones, soy su servidor más fiel. Veo que no me conoce usted, lo que no tiene nada de particular, ya que no me vio usted más que en una ocasión y entonces era usted muy joven. Dígame, señor, ¿cómo se encuentra el honorable caballero Allworthy? ¿Cómo le va al optimus omnium patronus?

—Veo que me conoce usted en realidad —repuso Tom—. Yo, en cambio, no tengo la dicha de recordarle a usted.

—No me extraña —exclamó Benjamín—. Pero me sorprende no haberle reconocido antes, pues usted no ha cambiado en lo más mínimo. Y le ruego, señor, que me diga, sin que esto sea molestia, si está usted de viaje por aquí.

—Llénese el vaso, señor barbero, y no me haga más preguntas.

—De ningún modo, señor, quisiera ser molesto —repuso Benjamín—, y confío que no me tome usted por un curioso impertinente, ya que éste es un defecto que nadie puede echarme en cara. Pero le suplico que me perdone, pues cuando un caballero como usted viaja sin criados, debemos suponer que lo hace de incógnito, y quizá no debería haber mencionado su apellido.

—Confieso —repuso Jones— que no esperaba ser tan bien recibido en este país. No obstante, por razones particulares, le estaré muy agradecido si no hace usted mención de mi nombre a ninguna otra persona hasta que yo esté fuera de aquí.

—Pauca verba —contestó el barbero—, y me gustaría que nadie más que yo le conociera aquí, pues siempre suele haber mucha gente que se va de la lengua. Pero le aseguro a usted que sé guardar un secreto. Mis enemigos me conceden esa virtud.

—Sin embargo, no es ésta la característica de su profesión, señor barbero —contestó Tom Jones.

—¡Oh, señor! —repuso Benjamín—. Non si male nunc et olim sic erit. Ni nací ni fui criado para barbero, se lo aseguro. He pasado mucha parte de mi vida entre caballeros y, aunque esté mal el decirlo, entiendo algo de la nobleza. Y si usted me ha juzgado tan digno de su confianza como cualquier otro, podría demostrarle que sé guardar mejor un secreto. No hubiera rebajado su nombre hasta pronunciarlo en una cocina pública. Alguien, señor, no le ha tratado tan bien, ya que aparte de propalar en público que usted le habló de la pelea que había habido entre usted y Mr. Allworthy, añadió algunos embustes por su cuenta, según me consta.

—Me sorprende usted de veras —exclamó Jones.

—Por mi honor, señor —contestó Benjamín—, que le he dicho la verdad, y no creo necesario indicarle que esa persona es la mesonera. Todo lo que ha contado de usted me parece una completa falsedad, pues siempre he sentido un gran respeto por usted y se lo tengo desde que se portó usted tan generosamente con George el guardabosque, de lo que se habló en toda la comarca, y yo recibí más de una carta hablándome de ello. Esto hizo que todo el mundo sintiera un gran afecto por usted. Por esto debe perdonarme, pues ha sido un interés verdadero por usted el que me ha hecho hacer tantas preguntas, ya que no me domina ninguna curiosidad impertinente, sino que aprecio a las personas bondadosas, y de aquí nace amoris abundantia erga te.

Toda demostración de amistad es acogida favorablemente por los desgraciados. Por eso no debe sorprender que Jones, que aparte de ser desgraciado poseía un corazón abierto y sincero, creyera en el acto todas las manifestaciones de Benjamín y le abriese su pecho. Las frases latinas, algunas de las cuales Benjamín aplicaba con toda propiedad, si bien no denotaban pertenecer a una literatura profunda, parecían indicar un espíritu superior al de un barbero corriente. Otro tanto sucedía con su conducta. Por eso Tom Jones creyó cierto todo lo que el hombre había dicho respecto a su procedencia y educación, y al cabo, después de muchos ruegos y súplicas, dijo:

—Puesto que se ha enterado usted de tantas cosas referentes a mí y parece sentir tales deseos de conocer la verdad, si tiene usted paciencia para ello, le informaré de todo.

—¡Paciencia! —exclamó Benjamín—. La tendré por largo que sea el relato, y crea que de veras me siento reconocido por el honor que me hace.

Jones inició entonces el relato de su historia, olvidando tan sólo uno o dos episodios, entre ellos el que tuvo lugar el día que se peleó con Thwackum, y concluyó con su resolución de embarcarse, hasta que la rebelión en el Norte le había hecho cambiar de propósito y conducido al lugar donde se encontraba.

El barbero, que había prestado gran atención a la historia, no interrumpió ni una sola vez a Tom. Pero una vez acabó el joven, no pudo por menos de hacer la observación de que debería de haber algo más, inventado por sus enemigos, lo cual debía de haber sido utilizado para indisponer a Mr. Allworthy contra él. De otro modo, no tendría explicación que un hombre tan bueno hubiera despedido, en la forma que lo había hecho, a uno a quien tanto cariño profesaba.

A esto contestó Jones que no dudaba que artes tan villanas habían sido empleadas para destruirle.

Sin duda era imposible que nadie dejara de hacer la misma observación que el barbero, el cual no había oído decir a Tom Jones ninguna palabra o relatar un hecho por el que mereciese ser condenado, puesto que sus actos no aparecieron ahora bajo el aspecto injurioso con el que habían sido presentados intencionadamente a Mr. Allworthy, ni tampoco podía mencionar tantas falsas acusaciones como de tiempo en tiempo se proferían contra él ante Mr. Allworthy, pues de ninguna de ellas tenía la menor noticia. En conjunto, todo aparecía con colores tan favorables a Tom Jones, que a la propia malicia no le hubiera resultado tarea fácil dar con alguna acción censurable.

Tom Jones no deseaba en modo alguno ocultar o disfrazar la verdad. Lo que sucedió es que cuando uno relata sus acciones, se favorece tanto, aun sin proponérselo, que los vicios aparecen purificados al salir de los labios y, como los licores turbios bien filtrados, dejan tras de sí toda la porquería. Aunque los hechos sean los mismos, son tan distintos los motivos, las circunstancias y las consecuencias cuando un hombre cuenta su historia o cuando es su enemigo quien la relata, que apenas reconoceríamos como iguales los hechos narrados en uno y otro caso.

Pero aunque el barbero había escuchado la historia con todo interés, no se sentía satisfecho del todo. Había algo que su curiosidad, aunque contenida, le impulsaba a preguntar. Jones había mencionado su amor y su rivalidad con Blifil, pero había ocultado prudentemente el nombre de ella. Por esta razón, el barbero, tras de algunas vacilaciones, acabó por pedir el nombre de la dama que era la causa principal de todo este daño. Tom Jones calló por un momento y luego dijo:

—Ya que le he confesado tantas cosas y temiendo que su nombre se haya publicado demasiado en esta ocasión, no se lo ocultaré. Ella se llama Sophia Western.

—Proh deum atque hominum fidem! ¡El caballero Western tiene ya una hija que es una mujer!

—¡Y qué mujer! —exclamó Tom Jones—. No hay otra igual en el mundo. Nadie vio jamás nada más bello. Sin embargo, éste es su mérito menor. ¡Qué sensatez! ¡Qué bondad! ¡Me pasaría la vida ensalzándola, y a pesar de ello, omitiría la mitad de sus virtudes!

—¡Mr. Western con una hija ya mayor! —exclamó el barbero—. Recuerdo al padre cuando era niño. Bien, Tempus edax rerum.

Terminado el vino, el barbero insistió en convidar a otra botella. Pero Jones se negó en redondo a aceptar, diciendo que había bebido más de lo que debía y que prefería retirarse a su habitación, donde le gustaría disponer de un libro para leer.

—¡Un libro! —exclamó Benjamín—. ¿Qué libro quiere usted leer? ¿En latín o en inglés? Poseo algunos libros curiosos en ambos idiomas, tales como Erasmi Colloquia, Ovid de Tris tibus, Gradus ad Parnassum, y en inglés tengo varias de las mejores obras, aunque algunas de ellas están un poco destrozadas. Pero tengo gran parte de la Crónica, de Stowe; el volumen sexto del Homero, de Pope; el tercer tomo de El espectador; el segundo de la Historia romana, de Echard; El artífice, Robinson Crusoe; el Kempis y dos volúmenes de las obras de Tom Brown.

—Estos últimos no los he visto nunca —repuso Tom—, así que le agradecería que me prestase uno de esos libros.

El barbero aseguró al joven que se entretendría mucho con ellos, pues consideraba a su autor como uno de los mejores ingenios que la nación había producido. El hombre se dirigió entonces a su casa, que estaba próxima, de la que regresó a poco, después de lo cual se separaron, no sin antes haber pedido Jones al barbero que mantuviera el secreto y de haber jurado éste que lo mantendría.

Al fin el barbero se fue a su casa y Jones se retiró a su cuarto.