CAPÍTULO XI

LA AVENTURA DE UNA COMPAÑÍA DE SOLDADOS.

Aposentado el dueño del mesón en un lugar desde donde podía observar la puerta del gabinete, resolvió vigilar toda la noche. El guía y otro individuo le hicieron compañía durante un rato, aunque no tenían la menor idea de sus sospechas ni ellos abrigasen ninguna por su parte. La verdadera razón de su vigilancia se puso al cabo de manifiesto. No era otra que la excelente calidad de la cerveza, de la que ingirieron tal cantidad, que primero se mostraron muy charlatanes, para más tarde quedarse profundamente dormidos.

Sin embargo, la cerveza no poseía el suficiente poder para hacer desaparecer los temores de Robin. El hombre continuó vigilando en su sillón con los ojos fijos en la puerta que daba a la habitación ocupada por Tom Jones; hasta que un terrible golpe dado en la puerta de la calle le obligó a abandonar su puesto de vigilancia para correr a abrir. Apenas lo hizo se le llenó la cocina de caballeros con casacas rojas, que avanzaron hacia él de modo tan tumultuoso como si intentaran asaltar un pequeño castillo.

El mesonero se vio precisado a abandonar su puesto para servir a sus clientes la cerveza que pedían con tanta exigencia, y luego de un segundo o tercer viaje a la bodega, descubrió a Mr. Jones de pie, delante del fuego, entre los soldados, pues por fuerza la llegada de tan bulliciosa compañía tenía que interrumpir cualquier sueño, salvo de aquel que hemos de despertar al toque del Juicio Final.

Una vez satisfecha la sed, a los visitantes no les restaba otra cosa que hacer que pagar la cuenta, detalle que a menudo es origen de gran descontento entre las clases inferiores de la sociedad, que encuentran una gran dificultad en establecer la cantidad que debe cada uno. Tal dificultad se presentó en la presente ocasión, y resultó tanto mayor cuanto que algunos caballeros se habían marchado con gran prisa después de sus primeros vasos, olvidando por completo contribuir de algún modo a la cuenta mencionada.

Inmediatamente se suscitó una violenta disputa acompañada por juramentos, pues los ternos proferidos eran tantos, por lo menos, como las palabras. En la discusión hablaron todos a la vez, y cada individuo parecía inclinado a disminuir la suma que le correspondía del gasto total, así que el resultado más probable que se preveía era que gran parte de éste tuviese que suplirlo el patrón de su bolsillo, o lo que equivale a que se quedara sin cobrar.

Durante este tiempo, Tom Jones charlaba con el sargento, pues éste no participaba en la disputa, ya que se hallaba exento por la costumbre desde tiempo inmemorial de toda contribución.

La disputa se iba haciendo tan violenta que amenazaba con concluir en reyerta, cuando Tom Jones, adelantando un paso hacia ellos, puso fin al griterío declarando que él pagaría todo el gasto, que no excedía de tres chelines y medio.

Esta declaración proporcionó a Tom Jones el agradecimiento y los aplausos de toda la compañía. Las palabras honorable, noble y digno caballero resonaron por toda la sala, e incluso el mesonero empezó a formar mejor juicio de él y a poner en duda la historia sobre Tom que le habían contado.

El sargento había dicho a Tom Jones que marchaban contra los rebeldes, esperando ser mandados por el glorioso duque de Cumberland. De ello el lector deducirá, circunstancia que no nos ha parecido oportuno comunicar antes, que nos encontrábamos en la época en la que la última rebelión se hallaba en su apogeo. En efecto, los bandidos habían penetrado en Inglaterra e intentaban, al parecer, presentar batalla a las tropas reales y avanzar hacia la metrópoli.

Tom Jones tenía algún elemento heroico en su carácter y era un decidido partidario de la gloriosa causa de la libertad y de la religión protestante. Por eso no debe extrañar que, en circunstancias que hubieran justificado una empresa mucho más romántica y arriesgada, se le ocurriera servir como voluntario en aquella expedición.

Por su parte, el sargento había puesto en práctica todo su poder de seducción para alentar aquella buena disposición. Y ahora proclamó en alta voz la noble resolución del joven, que fue acogida con gran satisfacción por todos los soldados, que se pusieron a gritar:

—Dios bendiga al rey Jorge y a su señoría —y tras de una serie de argumentos, añadieron—: Permaneceremos a su lado hasta derramar la última sangre.

Tom Jones, que pasó toda la noche bebiendo en la cervecería, fue convencido, mediante algunos argumentos que un cabo puso en sus manos, para que se sumara a la expedición. Colocada la maleta perteneciente a Jones en el carro de los equipajes, y a punto ya de emprender la marcha, apareció el guía, quien dijo:

—Señor, espero que tenga presente que los caballos fueron alquilados por toda la noche, y que hemos caminado bastante apartándonos del camino que deberíamos seguir.

Jones se sintió sorprendido ante la petición del guía y comunicó a los soldados los méritos de su causa, con lo que todos estuvieron de acuerdo en condenar al guía por su intento de tratar de violentar al caballero. Algunos de los soldados propusieron entonces atar al hombre de pies y manos, otros, darle una paliza, mientras que el sargento le sacudió un bastonazo sobre las espaldas y dijo que si estuviera a sus órdenes le aplicaría un castigo ejemplar.

Jones, sin embargo, se contentó con un castigo pasivo, y emprendió la marcha con sus nuevos camaradas, dejando al pobre guía con el consuelo de maldecirle e injuriarle, en cuya última acción se le unió el mesonero:

—¡Magnífico caballero para soldado! ¡Llevará muy bien la casaca! Es un antiguo proverbio, y muy cierto, el que dice que no es oro todo lo que reluce. Me alegro de que mi casa se vea libre de él.

Todo aquel día marcharon juntos el sargento y el joven soldado, y el primero, que era muy socarrón, contó a Tom muchas entretenidas anécdotas de sus campañas, aunque en realidad jamás tomó parte en ninguna, pues hacía poco que había ingresado en el ejército, dándose tanta maña en congraciarse con sus oficiales, que había conseguido ascender a sargento, principalmente por sus méritos en la recluta de soldados, para la que tenía una gran habilidad.

Durante la marcha, la alegría y el regocijo de los soldados alegró la jornada. Entre los soldados se recordaron las cosas sucedidas durante el último acuartelamiento. Todos se burlaron con gran liberalidad de sus oficiales. Algunas de las burlas fueron del peor gusto, lindando con el escándalo. Esto hizo que nuestro héroe recordase la costumbre que, según había leído, existía entre los griegos y romanos de conceder en ciertos festivales y ocasiones solemnes autorización a los esclavos para que empleasen toda la libertad de lenguaje contra sus amos.

Nuestro pequeño ejército, que estaba formado por dos compañías de infantería, llegó al fin al lugar donde tenía que pasar la noche. El sargento comunicó al teniente que mandaba las fuerzas que había reclutado a dos hombres durante la marcha de aquel día, uno de los cuales, anunció, era un caballero completo —refiriéndose al bebedor de cerveza—, pues medía casi seis pies de estatura, estaba bien proporcionado y era de constitución fuerte, y el otro, Jones, serviría muy bien en retaguardia.

Los nuevos soldados fueron conducidos ante el oficial, que, luego de examinar al hombre alto, el primero presentado, pasó revista a Tom Jones, y en cuanto le puso la vista encima no pudo contener un grito de sorpresa, pues aparte de ir bien vestido y tener buen porte, poseía una expresión digna en su mirada, que no es usual en las personas vulgares ni tampoco se refleja siempre en los rostros de los pertenecientes a las clases superiores.

—Señor —empezó el teniente—, me informa mi sargento que desea usted alistarse en la compañía que en la actualidad mando. Si es eso cierto, tendremos un gran placer en recibir en ella a un caballero que promete honrar a la compañía como soldado.

Jones repuso que no había hablado nada de alistarse, que se sentía atraído por la gloriosa causa por la que iban a luchar y que deseaba servir como voluntario, y concluyó dirigiendo algunos cumplidos al teniente y expresando su gran satisfacción por servir a sus órdenes.

El teniente le devolvió los cumplidos, elogió su determinación y le invitó a comer con él y el resto de los oficiales.