UNA EXTRAÑA RESOLUCIÓN DE SOPHIA, JUNTO CON UNA ESTRATAGEMA AÚN MÁS EXTRAÑA DE MRS. HONOUR.
Pese a que Mrs. Honour apreciaba por encima de todo su propio interés, no dejaba de sentir cierto apego hacia Sophia. Desde luego, era difícil tratar a esta joven sin sentir cierto apego hacia ella. Por esta razón, apenas olió la doncella algo que juzgó de gran importancia para su ama, olvidando toda la cólera que había experimentado dos días antes cuando fue despedida, se apresuró a darle la noticia.
El comienzo de su discurso fue tan brusco como su precipitada entrada en la habitación.
—¡Oh, querida señorita! —exclamó—. ¿Qué piensa usted? Estoy terriblemente asustada, y creo que mi deber es contárselo, aunque quizá se disguste usted, pues nosotros, los criados, no siempre conocemos lo que pueda ser del agrado de nuestras amas, ya que de todo se echa la culpa a los pobres criados. Cuando nuestras amas están de mal humor nos regañan, y no estoy muy segura de que no esté usted en este momento de veras malhumorada. De todos modos, la noticia que tengo que darle la sorprenderá mucho y le producirá una verdadera conmoción.
—Honour, dime lo que sea sin más preámbulo —pidió Sophia—. Existen pocas cosas que puedan sorprenderme y mucho menos que puedan conmoverme.
—Querida señorita —dijo ahora Mrs. Honour—, he oído por casualidad que mi amo hablaba al cura Supple de obtener una licencia para esta tarde, y estoy segura de que le he oído decir que mañana por la mañana se casará usted.
Sophia palideció al oír estas palabras y repitió con expresión de angustia:
—¡Mañana por la mañana!
—Sí, señorita —contestó la fiel doncella—. Juraría que le he oído decir eso a mi amo.
—Honour, me ha sorprendido y asustado de tal modo —murmuró Sophia—, que apenas puedo sostenerme en pie. ¿Qué puedo hacer en esta situación tan crítica?
—Me gustaría mucho poderle aconsejar a usted —repuso la doncella.
—Aconséjeme, Honour —suplicó Sophia—; te lo ruego, querida Honour, aconséjame. Piensa en lo que tú harías si te encontraras en mi caso.
—Me gustaría —repuso Honour— poderme cambiar con usted. Esto sin molestarla, pues no la quiero tan mal como para verla sirviendo. Por mi parte, no encontraría la menor dificultad, puesto que, en mi opinión, el joven caballero Blifil es un hombre encantador, amable y guapo.
—No nombres a ese majadero en mi presencia —replicó Sophia.
—¡Majadero! —repitió Honour—. ¿Por qué? Sin duda, lo que a unos desagrada a otros gusta.
—Honour —afirmó Sophia con inusitado brío—, antes de consentir en ser la esposa de ese ser repugnante, me clavaría un puñal en el corazón.
—¡Oh, señorita! —contestó la doncella—. Ahora me asusta usted. Permítame que le suplique que no abrigue usted pensamientos tan fúnebres. Piense en lo que significa no poder ser enterrada en una sepultura cristiana y que su cuerpo fuera enterrado en un camino, con una estaca clavada en el suelo como señal, tal como hicieron con el labrador Halpenny en Ox Cross. Desde entonces su espíritu ronda por allí, y algunas personas lo han visto. Nadie más que el demonio puede inspirar en cabeza humana pensamientos tan desdichados, pues no hay duda de que es mucho menos malo hacer daño a todo el mundo que hacérselo a uno mismo. Así se lo he oído decir a más de un sacerdote. Si usted experimenta una aversión tan intensa hacia el joven caballero y le odia tanto que le es imposible soportar la idea de vivir ni de acostarse con él, pues no hay duda de que en la naturaleza se dan tales antipatías, y hay quien preferiría tocar un sapo antes que la carne de ciertas personas…
Sophia estaba tan sumida en sus pensamientos que no prestó gran atención al excelente discurso de la doncella. Por esta razón, la interrumpió sin contestar al mismo, y dijo:
—Honour, he tomado una resolución. He decidido abandonar la casa de mi padre esta misma noche, y si sigues estimándome como hasta ahora, no dudo de que me acompañarás.
—La acompañaré hasta el fin del mundo, señorita, si eso es necesario —contestó Honour—. Pero le suplico que reflexione antes de llevar a cabo una acción tan definitiva. ¿Dónde se dirigirá usted?
—Vive en Londres —repuso Sophia— una dama, parienta mía, que una vez pasó con mi tía varios meses en el campo. Esa dama me trató entonces con gran amabilidad, y le agradó tanto mi compañía que varias veces rogó con gran insistencia a mi tía que me permitiera ir con ella a Londres. Como se trata de una dama muy conocida, la encontraré con facilidad, y estoy segura de que seré muy bien acogida por ella.
—Yo no me fiaría mucho de ella —opinó Honour—. La primera señora a quien serví acostumbraba a invitar a mucha gente a su casa. Pero si alguna vez se enteraba de que alguien venía, se apresuraba a quitarse de en medio. Además, aun cuando esa dama que usted dice se alegrase mucho de verla, como no cabe duda de que todo el mundo se alegraría, cuando sepa que ha huido usted de su casa…
—Se equivoca usted, Honour —repuso Sophia—. Esa dama considera la autoridad del padre mucho más a la ligera que yo, ya que me instó muy seriamente a que me fuera a Londres con ella, y cuando le dije que no podría ir si mi padre no me daba permiso, me respondió con una risa despreciativa, me llamó niña tonta campesina y afirmó que sería una esposa amante y pura, puesto que era una hija tan cumplidora de mi deber. Así que no dudo de que me recibirá en su casa y me protegerá hasta que mi padre, al ver que estoy fuera de su alcance, varíe de modo de pensar.
—Perfectamente, señorita —contestó la doncella—. Pero ¿cómo piensa usted escapar? ¿Dónde encontrará caballos y un coche? No puede pensar en su caballo, pues como todo el mundo está más o menos enterado de lo que hay entre usted y su padre, Robin preferiría verse ahorcado antes que permitir que el caballo salga de la cuadra sin orden expresa del amo.
—Pienso escaparme andando con mis propios pies —replicó Sophia—. A Dios gracias, mis piernas son capaces de llevarme. Me han sostenido en veladas muy largas tocando el violín con un acompañante no muy agradable, y con seguridad me ayudarán a huir de un acompañante para toda la vida que me resulta detestable.
—¡Dios mío! ¿Sabe la señorita lo que dice? —preguntó Honour sorprendida—. ¿Ha pensado usted andar a través del campo de noche y sola?
—No, sola no —repuso Sophia—. Tú me has prometido acompañarme.
—Sin duda —afirmó Honour— seguiré a la señorita por todo el mundo. Pero será lo mismo que si fuera sola, pues yo no sería capaz de defenderla contra los ladrones y villanos. Estoy segura de que el miedo se apoderaría de usted lo mismo que de mí, y nos atropellarían a las dos. Además, debemos tener en cuenta lo frías que son las noches. Nos helaríamos en el campo.
—Llevando un buen paso no sentiremos frío —contestó Sophia—, y si tú no puedes defenderme de un villano, yo te defenderé a ti, pues iré armada con una pistola. Siempre tenemos dos cargadas en el recibimiento.
—Señorita, cada vez me asusta usted más —exclamó la doncella—. ¡No la creo a usted capaz de disparar contra nadie! Preferiría exponerme a todo antes de que usted hiciera eso.
—¿Por qué no? —contestó Sophia echándose a reír—. ¿No dispararías tu pistola contra cualquiera que intentaste atacar tu virtud?
—Sin el menor titubeo, señorita —contestó Honour—. La honradez es una cosa muy apreciada, sobre todo, para nosotras las criadas, pues es nuestro medio de vida. Sin embargo, siento un odio mortal contra las armas de fuego, pues con ellas ocurren toda suerte de accidentes.
—Muy bien —murmuró Sophia—. Confío proteger tu virtud a muy poca costa, y sin llevar armas de fuego encima, ya que mi idea es alquilar caballos en el primer pueblo a que lleguemos, y no hay cuidado de que seamos atacadas en nuestro camino hasta allí. Escúchame, Honour. Estoy decidida a escaparme de casa e ir a Londres, y si tú me acompañas te prometo recompensarte todo cuanto pueda.
Este último argumento produjo más efecto en Honour que todas las palabras anteriores, y al ver que su ama se mostraba tan decidida, desistió de hacer nuevas insinuaciones. Luego discutieron la forma de llevar a cabo sus propósitos. Aquí surgió una dificultad de gran importancia, que fue la manera de trasladar sus efectos, inconveniente que fue resuelto por Sophia con mucha más facilidad que por la doncella, pues cuando una dama ha tomado la firme resolución de ir al encuentro de un galán, o bien de huir con él, todos los obstáculos desaparecen como por arte de magia. Pero Honour no era impulsada por este motivo; no la esperaban transportes de amor, ni terrores que evitar, y aparte del valor real de sus ropas, en que consistía gran parte de su fortuna, sentía un cariño especial por ciertos trajes y algunas otras cosas, bien porque le habían sido dados por determinada persona, bien porque los había comprado recientemente, o porque hacía tiempo que los tenía, o cualquiera otra razón por el estilo, de modo que le costó aceptar la idea de dejar tras de sí sus pobres cosas expuestas a la ira de Western, quien, en su furibunda cólera, las destrozaría.
Al fin, la ingeniosa doncella, tras de agotar todos los argumentos para disuadir a su ama de que no llevase adelante su plan, se le ocurrió la siguiente estratagema con el fin de poder salvar sus cosas: hacer que la despidieran de la casa aquella misma tarde. Sophia concedió una calurosa aprobación a la idea, pero titubeó sobre la manera de llevarla a cabo.
—Señorita —exclamó al fin Honour—, deje eso de mi cuenta. Nosotras las criadas sabemos perfectamente cómo conseguir ese favor de nuestros amos y amas, aunque en ciertas ocasiones, cuando nos deben más salarios de los que nos pueden pagar de una vez, se resignan a soportar todas nuestras ofensas. Pero el caballero Western no es de éstos, y puesto que la señorita está decidida a partir esta noche, le prometo que seré despedida esta tarde.
Entonces decidieron que Mrs. Honour guardaría entre sus cosas alguna ropa y un vestido de noche de Sophia, y el resto de sus ropas fue abandonado por la joven con un remordimiento no mayor que el que experimenta un marino cuando arroja por la borda las cosas de los demás para tratar de salvar su propia vida.