CAPÍTULO VI

ABARCA ASUNTOS MUY DIVERSOS.

Mr. Western alcanzó a su hermana en el instante en que ella subía al coche, y en parte a la fuerza, y en parte con ruegos, consiguió que la dama mandara de nuevo los caballos a la cuadra. No tuvo grandes dificultades para convencerla, pues Mrs. Western era, como ya se ha dicho, de naturaleza fácilmente aplacable y quería mucho a su hermano, aunque el escaso conocimiento del mundo que éste tenía le producía un gran desdén.

La desgraciada Sophia, que fue la primera que procuró la reconciliación de los dos hermanos, resultó la sacrificada. Ambos hermanos se mostraron de acuerdo en censurar su conducta, ambos le declararon la guerra y procedieron a estudiar la forma de llevarla a cabo de la manera más enérgica. A este objeto, Mrs. Western propuso no sólo la inmediata conclusión de una alianza con Mr. Allworthy, sino, además, su puesta en práctica inmediata, añadiendo:

—No existe otro sistema para triunfar de mi sobrina que los métodos violentos, ya que, a lo que parece, Sophia no dispone de suficiente voluntad para resistir. Por violentos quiero sugerir procedimientos rápidos, aunque deben excluirse en absoluto el confinamiento y la fuerza bruta. Nuestro plan debe ser organizado para producir una sorpresa, no para un asalto.

Estas cuestiones estaban ya resueltas cuando apareció Mr. Blifil dispuesto a hacer una visita a su prometida. En cuanto Mr. Western conoció la llegada del joven se dispuso, por consejo de su hermana, a dar órdenes a su hija para que recibiera adecuadamente a su pretendiente, lo que el hombre llevó a efecto profiriendo las más terribles maldiciones, pues temía que su hija se negara.

La firmeza del caballero abatió todos los obstáculos, y Sophia, como su tía astutamente había imaginado, fue incapaz de resistir. Aceptó ver a Blifil, aunque apenas tuvo ánimos ni fuerza para pronunciar su consentimiento. No era tarea fácil dar una negativa a un padre a quien tan tiernamente quería. De no haber mediado esta circunstancia, le hubiera bastado con mucho menos resolución de la que poseía, pues no es raro atribuir al miedo aquellas acciones que en gran parte son efecto del cariño.

En suma, para cumplir la enérgica petición de su padre, Sophia aceptó recibir la visita de Blifil. Escenas como ésta, descritas muy a la ligera, proporcionan, como hemos podido observar, muy poco entretenimiento al lector. Pero seguiremos al pie de la letra una norma de Horacio, según la cual los escritores deben pasar por alto todos aquellos pasajes que desconfíen de aclararlos lo suficiente, norma, a nuestro parecer, de uso tan excelente para el historiador como para el poeta, y que cuando es practicada produce por lo menos un buen efecto, el de que muchos libros malos, pues así pueden ser denominados los libros grandes, podrían reducirse de tamaño.

Es muy posible que la gran cautela y tino demostrados por Blifil en esta entrevista hubiera inducido a Sophia, de haberse tratado de otro joven, a revelarle el secreto que guardaba en su corazón. Pero era tan pésima la opinión que tenía formada de aquel caballero, que resolvió no hacerle la menor confidencia, ya que la sencillez, puesta en guardia, se parece a veces mucho a la astucia. La conducta de Sophia, pues, fue forzada, como es de rigor en las vírgenes en la segunda visita formal del hombre designado para ser su marido.

Aunque Blifil declaró al caballero Western que se sentía plenamente satisfecho de la acogida que le; había dispensado Sophia, sin embargo, Mr. Western, que en compañía de su hermana lo había oído todo, no demostró sentirse tan contento. Entonces resolvió, siguiendo el consejo de su prudente hermana, precipitar los acontecimientos todo lo posible, y dirigiéndose a su yerno en cierne dijo, tras de proferir un estentóreo «hola»:

—Síguela, muchacho, síguela. Acorrálala, acorrálala. No te detengas ni te desanimes. Allworthy y yo podemos ultimarlo todo esta misma tarde, y mañana mismo se podrá celebrar la boda.

Resplandeciente de satisfacción al oír aquellas palabras, Blifil contestó:

—Como no existe nada en este mundo que desee tanto como una alianza con su familia, salvo mi unión con la encantadora Sophia, puede usted imaginar lo impaciente que me sentiré hasta que logre ver cumplidos mis dos deseos más ardientes. Si hasta la fecha no le he importunado sobre el caso, debe atribuirlo tan sólo a mi deseo de no ofender a su hija tratando de precipitar un acontecimiento tan soberbio más de lo que las reglas de la decencia y del decoro permiten. Pero si a usted le interesa convencerla para que prescinda de algunas formalidades…

—¡Formalidades! —exclamó Western—. ¡Tonterías, joven, tonterías! Te he dicho que mañana será tuya, y lo será. Aprenderás a conocer mejor el mundo cuando llegues a mi edad. Las mujeres jamás dan su consentimiento si pueden evitarlo, pues no está de moda. Si yo hubiera tenido que esperar el consentimiento de su madre, aún estaría soltero. ¡A ella, a ella! Te repito que mañana será tuya.

Blifil se sintió subyugado por la enérgica retórica del caballero, y, convencido de que Western se entrevistaría con su tío aquella misma tarde, el joven Blifil marchó a su casa, no sin antes suplicar que no se cometiera violencia alguna con Sophia antes de tiempo, del mismo modo que el inquisidor ruega a la potestad laica que no violente al hereje que se acaba de entregar y contra el cual la Iglesia ha dictado sentencia.

A decir verdad, Blifil había ya dictado sentencia contra Sophia, pues pese al contento que aparentó sentir ante Mr. Western por la acogida que ella le había dispensado, no se sentía en modo alguno satisfecho. Se había convencido del odio y desprecio que su prometida sentía hacia él, lo que engendró en él un odio y un desprecio recíprocos. Pero quizá cabe preguntarse: ¿por qué, entonces, no puso fin inmediato a su noviazgo? Responderé que por esa misma razón, así como por otras de igual importancia que vamos a exponer ahora al lector.

Aunque Blifil distaba mucho de ser como Tom Jones ni estaba dispuesto a cargar con la primera mujer que vieran sus ojos, tampoco carecía de ese apetito que se considera propiedad común a todos los animales. Junto a éste, contaba con ese gusto escogido que sirve para guiar a los hombres en la elección del objeto de sus apetitos, y éste le hizo pensar en Sophia como en el bocado más delicioso. Ahora bien, las angustias que embargaban a Sophia más bien habían aumentado que disminuido su belleza, ya que las lágrimas habían añadido brillantez a sus ojos y su seno se elevaba más con los suspiros. Podría afirmarse que nadie ha visto la belleza en su máximo esplendor si no la ha visto envuelta por el dolor. Blifil contempló ahora a Sophia con mucho mayor deseo que la última vez que la vio, y este deseo no se vio disminuido por la aversión hacia él que acababa de descubrir en la joven. Por el contrario, sirvió para acrecentar el placer que imaginaba que sentiría al gozar de sus encantos. Acariciaba también algún proyecto para lograr la completa posesión de la joven, que no queremos ni mencionar, aunque la venganza no dejaba de figurar como elemento parcial en el placer que se prometía. Triunfar de Tom Jones y suplantarle en el afecto de la muchacha era otro incentivo para perseguirla, cosa que prometía otro placer más que añadir al que ya esperaba gozar.

Aparte de estos propósitos, que algunas personas escrupulosas pueden considerar impregnados de maldad, tenía otro en perspectiva, que pocos lectores contemplarán con una aversión menor. Éste era la riqueza de Mr. Western, que iría a parar toda a su hija, pues tan excesivo y extravagante era el cariño de aquel padre, que mientras su hija consintiera en ser desgraciada con el marido elegido por él, no se preocuparía a qué precio pagaba tal adquisición.

Por todas estas razones, Blifil anhelaba tanto la boda, que proyectó engañar a Sophia simulando que la amaba, y engañar igualmente al padre de ella y a su tío fingiendo que ella estaba enamorada de él. Al obrar de este modo se escudaba en la piedad de Thwackum, el cual sostenía que si los fines que se perseguían eran religiosos, como sin duda lo era el matrimonio, nada importaba la maldad de los medios que se empleasen para conseguirlos. En otras ocasiones se aprovechaba de la filosofía de Square, quien predicaba que los fines era lo de menos, con tal de que los medios fueran buenos y conformes con la rectitud moral. En realidad, existían pocos hechos en la vida de los que no pudiera sacar ventaja empleando unos u otros preceptos de aquellos grandes maestros.

Poco disimulo fue necesario emplear con Mr. Western, que consideraba las inclinaciones de su hija de tan poca importancia como Blifil esperaba. Sin embargo, como los sentimientos de Mr. Allworthy eran de índole muy distinta, sería preciso imponerse a él. En esto Blifil encontró tal ayuda en Mr. Western, que logró su propósito sin gran dificultad, pues como Allworthy fue enterado por el padre del gran afecto que Sophia sentía por Blifil y de que todo cuanto se había dicho sobre el amor de Tom Jones era una falsedad, Blifil no tuvo otra cosa que hacer que confirmar estos asertos. De este modo, corroboró una mentira sin cometer el pecado de decirla. Cuando Allworthy le preguntó sobre los sentimientos de Sophia, pues en forma alguna quería hacerse cómplice de un matrimonio forzado, Blifil contestó:

—Los verdaderos sentimientos de las muchachas son difíciles de comprender. Su comportamiento conmigo no deja nada que desear. En lo que respecta a Tom Jones, a quien no me siento dispuesto a llamar villano, aunque su conducta con usted justificaría más que de sobra este calificativo, su vanidad, o posiblemente algunos malvados proyectos, hicieron que se jactara de lo que no es cierto, pues si hubiera habido algo de realidad en el amor de miss Western hacia él, la gran fortuna que ella recibirá algún día le hubiese impedido abandonarla, como usted sabe bien que ha hecho. Por último, señor, le juro que por nada del mundo me casaría con Sophia si no estuviera convencido de que siente por mí todo el amor apetecido.

Este excelente método de transmitir una falsedad con el corazón sólo, sin hacer culpable a la lengua del pecado de una mentira por medio del equívoco y de la impostura, ha tranquilizado la conciencia de muchos impostores notables. No obstante, esta sutil y refinada distinción entre comunicar una mentira y limitarse a corroborarla apenas merece el esfuerzo que cuesta.

Allworthy se dio por satisfecho con lo que Mr. Western y Blifil le contaron, y al cabo de dos días quedó concertado el matrimonio. Tan sólo faltaba para que actuase el cura la tramitación civil, que amenazaba exigir tanto tiempo que Western se ofreció a simplificar todos los trámites antes que aplazar la felicidad de los jóvenes amantes. El caballero mostraba tanto interés porque se celebrase la boda, que cualquier persona que viera las cosas desde un punto de vista ajeno a la cuestión, podría pensar que desempeñaba en el asunto un papel más importante del que le correspondía. Pero esta ansiedad era natural en él en todos los momentos, y se conducía en todos los asuntos en que intervenía como si del éxito o fracaso de los mismos dependiera la felicidad de toda su vida.

Unidas las inquietudes del padre y de su futuro yerno, seguramente se hubieran impuesto a Allworthy, a quien no le gustaba demorar la felicidad de los demás si dependía de él, de no haberlo impedido la propia Sophia, tomando las medidas oportunas para poner un fin a la alianza proyectada y robar a la Iglesia y a la autoridad civil aquellos impuestos que en estos organismos han considerado conveniente imponer para la propagación legal de la especie humana. Pero de esto nos ocuparemos en el capítulo siguiente.