CAPÍTULO V

LA CONDUCTA GENEROSA DE SOPHIA CON SU TÍA.

La joven se mantuvo silenciosa durante el anterior discurso de su padre, al que se limitó a responder con alguno que otro suspiro. Pero como el caballero era incapaz de comprender en absoluto el lenguaje de los ojos, no se sentía satisfecho si no recibía una aprobación de sus sentimientos, cosa que ahora pidió a su hija del modo acostumbrado, diciéndole que confiaba que se pondría de su parte, como siempre lo había hecho con su madre.

Mas Sophia continuó callada, y entonces Mr. Western preguntó a su hija:

—¡Cómo! ¿Es que te has vuelto muda? ¿Por qué no dices nada? ¿No se portó tu madre mal conmigo? ¿Es que quieres que crea que desprecias a tu padre y no le juzgas lo suficientemente bueno para dirigirle la palabra?

—Por Dios, papá —se apresuró a contestar Sophia—, no dé usted a mi silencio una interpretación tan fuera de razón. Esté convencido de que antes preferiría morir que hacerme culpable de cualquier falta de respeto hacia usted. Mas ¿cómo puedo atreverme a hablar cuando cada palabra puede, o bien ofender a mi estimado padre o convencerme de la más negra ingratitud, así como de la mayor impiedad, hacia la memoria de la mejor de las madres, pues tal fue la mía en todos los momentos de su vida?

—¡Y sin. duda tu tía es también la mejor de las hermanas! —replicó el caballero—. ¿Serás tan amable que reconozcas que es una burra? Creo que puedo insistir en esta opinión, ¿verdad?

—Yo le estoy muy reconocida a mi tía —repuso Sophia—. Ha sido una segunda madre para mí.

—Y una segunda esposa para mí también —manifestó Western—. De modo que te pones de parte de ella, ¿eh? ¿No reconocerás que ha obrado como la más ruin de las hermanas?

—Traicionaría a mi corazón —repuso Sophia— si lo hiciera. Sé bien que mi tía y usted difieren mucho en el modo de pensar. Pero la he oído expresar mil veces el gran afecto que le profesa, y estoy convencida que lejos de ser la peor hermana del mundo, como usted pretende, existen muy pocas que quieran más a un hermano.

—La consecuencia de todo —repuso el caballero— es que yo estoy equivocado, ¿no? Sin duda. La mujer siempre está en lo cierto, y el hombre es el equivocado.

—Perdóneme —murmuró Sophia—. Yo no he dicho eso.

—¿Que no lo has dicho? —repuso el padre—. Has tenido el descaro de afirmar que ella está en lo cierto. ¿No se deduce de esto claramente que el equivocado soy yo? En lo único que quizá me haya equivocado es en que esa bestia hannoveriana y presbiteriana viniera a vivir a esta casa. Quizá esté tramando algo contra mí o contra mi hacienda.

—En vez de tramar algo contra usted o contra su hacienda, como usted afirma —repuso Sophia—, estoy segura de que si mi tía hubiera muerto ayer, le habría dejado a usted toda su fortuna.

No me atreveré a afirmar si Sophia dijo esto con intención o no. Pero el caso es que estas palabras se grabaron profundamente en el espíritu de su padre, produciendo en él un efecto mucho más sensible que todo cuanto hasta entonces había dicho. Mr. Western recibió la noticia de igual forma que un hombre recibe un balazo en la cabeza. Tuvo un sobresalto y se tomó intensamente pálido. Luego de lo cual permaneció en silencio un minuto, hasta que comenzó a hablar del siguiente modo:

—¿Ayer? ¿Que me hubiera dejado su hacienda ayer? ¿Por qué ayer, entre todos los días del año? Eso quiere decir que si muriera mañana se la dejaría a otro cualquiera, quizá a alguien que no pertenezca a la familia.

—Mi tía, padre —repuso Sophia—, es una mujer de temperamento muy violento, y no puedo responder de lo que sea capaz de hacer bajo la influencia de él.

—¿Que no puedes? Dime, ¿cuál ha sido la causa de que se despertaran esas violentas pasiones? ¿Quién es el culpable? ¿No os estabais peleando tú y ella antes de que yo entrara en el cuarto? Además, ¿la pelea no ha sido toda por culpa tuya? Siempre que he discutido con mi hermana en los últimos años ha sido por ti, y ahora pretendes cargármelo todo a mí, como si yo fuera el culpable de que legue su fortuna a uno que no pertenezca a la familia. Después de todo, no se podía esperar otra cosa. Éste es el pago que das a mi cariño por ti.

—Le suplico, padre —repuso Sophia—, le suplico de rodillas que si yo he sido la causa de su divergencia con mi tía, trate de solventarla con ella y no permita usted que abandone esta casa impulsada por su violento acceso de cólera. Es una mujer de natural bondadoso, y unas cuantas palabras corteses harán que desaparezca toda su irritación. Permítame que se lo suplique.

—Así que quieres que vaya y le pida perdón por tu culpa, ¿no? —preguntó Mr. Western—. ¿Tú eres la que has perdido el rastro de la liebre y yo tengo que recorrer todos los caminos para dar con ella? Si estuviera seguro…

Al llegar aquí se detuvo. Pero Sophia, con nuevos ruegos, consiguió convencerle al fin. Así que, tras de desahogarse con dos o tres expresiones sarcásticas en contra de su hermana, echó a correr todo lo de prisa que le fue posible para detener a Mrs. Western antes de que su equipaje estuviera listo.

Sophia entonces volvió a su habitación, donde se solazó, si se me permite la palabra, con algunas demostraciones de amoroso dolor. Una vez y otra leyó la carta de Tom Jones. Acarició su manguito y bañó a ambos, así como a ella misma, con abundantes lágrimas. En tal situación, Honour, la doncella, hizo cuanto estuvo en su mano para consolar a su afligida ama. Citó muchos nombres de caballeros, y luego de encarecer sus dotes y sus personas, dijo a Sophia que debía elegir a uno cualquiera de entre ellos. Estos métodos deben de haber sido empleados sin duda con algún éxito en enfermedades por el estilo, pues, en caso contrario, una enfermera como Mrs. Honour sin duda no se hubiera atrevido a aplicarlos. Creo haber oído decir que el colegio de enfermeras los tiene por remedios tan eficaces como cualesquiera otros del dispensario femenino. Pero ignoramos si la dolencia de Sophia difería en el interior con los que concordaba por los síntomas externos. El caso es que la buena y abnegada doncella hizo en el presente caso más daño que bien, acabando por provocar de tal modo a su ama, cosa que no era muy difícil, por cierto, que con voz irritada Sophia la echó de la habitación.