CAPÍTULO XII

CONTIENE CARTAS DE AMOR, ETCÉTERA.

Jones fue conminado a abandonar la casa inmediatamente, diciéndole que sus ropas y todo lo suyo le sería enviado en cuanto se supiera dónde hacerlo.

El joven, pues, salió de la casa donde había vivido hasta entonces, no preocupándose de la dirección que tomaba. Por fin detuvo sus pasos junto a un arroyuelo y se echó sobre la hierba en la orilla, murmurando con cierta indignación: «¡Seguramente mi padre no me negará este sitio para descansar!».

De súbito le acometió un acceso de violenta cólera, arrancándose los cabellos de su cabeza y realizando la mayor parte de las acciones que acompañan, por lo general, a los accesos de locura, rabia y desesperación.

Una vez hubo dado rienda suelta a las primeras explosiones de su cólera, se sintió más tranquilo. Su dolor se suavizó poco a poco hasta que se serenó lo bastante para razonar y pensar en los pasos más convenientes, dada su deplorable condición actual.

Sus mayores dudas eran en relación con Sophia. La simple idea de tenerla que abandonar le llenaba de angustia. Pero la idea de reducirla a la miseria le apenaba aún más, si esto era posible. Si el violento deseo de poseerla podía haberle inducido a prestar atención por un momento a esta alternativa, no estaba seguro de que Sophia estuviera dispuesta a acceder a sus deseos a un coste tan elevado.

El resentimiento de Mr. Allworthy y la ofensa que infligiría se alzaban violentamente contra lo último. Finalmente, la casi cierta imposibilidad del triunfo, aunque sacrificase a él todas estas consideraciones, acudió en su ayuda, y de este modo el honor, respaldado por la desesperación, la gratitud hacia su bienhechor y un verdadero amor a la muchacha, triunfaron del ardiente deseo, y Tom resolvió abandonar a Sophia antes que buscar su perdición.

Es difícil para cualquiera que no lo haya experimentado imaginar el entusiasmo que inundó el pecho del joven al contemplar por vez primera la victoria que acababa de obtener sobre su ardiente pasión. El orgullo le produjo una sensación tan agradable, que su espíritu quiso gozar de una felicidad perfecta. Pero esto duró tan sólo breves instantes. Pronto tomó Sophia a su imaginación, mezclándose la alegría de su triunfo con penas no menos amargas que las que un buen general debe sentir cuando contempla los sangrientos montones de cadáveres, al precio de cuya sangre ha conquistado él laureles, ya que miles de ideas queridas yacían asesinadas ante nuestro conquistador.

Decidido, no obstante, a seguir la senda de este gigantesco honor, como el poeta gigante Lee le llama, resolvió escribir una carta de despedida a Sophia, y para llevar a cabo su intento se encaminó a una casa no muy distante, donde provisto de los elementos necesarios escribió lo siguiente:

Miss Sophia Western:

Cuando piense en la situación en que me encuentro, estoy seguro de que su gran bondad sabrá perdonar cualquier inconveniente que mi carta pueda contener, pues todo fluye de un corazón tan rebosante que ningún lenguaje es capaz de expresar sus sentimientos.

He decidido, Sophia, obedecer sus órdenes y huir para siempre de su adorable y querida presencia. Muy cruel es la orden, pero es una crueldad que proviene de la mala suerte, no de mi amada Sophia. La suerte quiere que, para su salvación, usted olvide que jamás existió un desgraciado como yo.

Crea que no le insinuaría mis sufrimientos si pensara que no podrían llegar a su conocimiento. Conozco bien la bondad y ternura de su corazón, y con gusto hubiera evitado proporcionarle ninguna de esas penas que usted siempre siente por los miserables. No debe producirle ninguna inquietud lo que oiga sobre mi adversa suerte, pues luego de perderla a usted, ya nada tiene la menor importancia para mí.

¡Oh, Sophia! ¡Qué duro es para mí tener que renunciar a usted! Más duro es todavía tener que pedirle que me olvide y, sin embargo, el amor más sincero y profundo me obliga a ambas cosas. Perdón por pensar que algún recuerdo mío pueda producirle la menor zozobra. Piense que jamás la quise, o bien reflexione en lo poco digno que soy de usted, y aprenda a despreciarme por una presunción que jamás será lo suficientemente castigada. Me es imposible decir nada más. ¡Que el cielo la proteja eternamente!

Una vez escrita la carta, Tom buscó en sus bolsillos el lacre para sellarla, pero no lo encontró, pues en su ataque de furia lo había arrojado todo lejos de sí, incluso la cartera que había recibido de Mr. Allworthy, la cual no se le había ocurrido abrir y de la cual se acordó ahora por vez primera.

En la casa donde se encontraba le proporcionaron una oblea, que le sirvió para el objeto. Y, una vez cerrada la carta, regresó a toda prisa al borde del arroyuelo en busca de los objetos que había tirado. En el camino se encontró con George el guardabosque, que acababa de enterarse de lo ocurrido, así como todas las personas de la vecindad.

Tom Jones comunicó al guardabosque la pérdida que había sufrido, y el hombre le acompañó al arroyo, donde ambos buscaron entre la hierba, lo mismo en aquella sobre la que Jones había estado echado que en la que no había pisado. Pero no encontraron nada, ya que si bien las cosas se encontraban en la pradera, no buscaron en el único sitio en que estaban depositadas, es decir, en los bolsillos de George, que las había encontrado hacía poco, y, al ver su valor, se las guardó para su uso particular.

El guardabosque, después de fingir una gran diligencia en la búsqueda de los objetos perdidos por Tom como si de veras esperara encontrarlos, preguntó a Tom Jones con gran insistencia si no había estado en algún otro lugar.

—Seguramente —añadió—, si hace tan poco que las ha perdido usted, las cosas deberían estar aún aquí, pues no es un lugar muy frecuentado.

Y hasta cierto punto era una casualidad que él hubiera pasado por allí. Pero necesitaba poner unas trampas para cazar liebres, que tenía que proporcionar a un pollero de Bath a la semana siguiente.

Tom perdió al fin toda esperanza de recuperar los objetos perdidos y, volviéndose a George, le preguntó si estaba dispuesto a hacerle el mayor favor del mundo.

El guardabosque contestó con cierto titubeo:

—Señor, ya sabe usted que puede mandarme en todo lo que pueda servirle, y no deseo más que poder complacerle.

En el fondo, la petición de Jones le molestaba, pues con la venta de la caza había conseguido reunir una bonita cantidad de dinero mientras estaba al servicio de Mr. Western, y ahora temía que el joven le pidiera prestada una pequeña cantidad de dinero. Pero muy pronto se vio libre de esta preocupación. Lo que Jones pretendía era que llevase una carta a miss Sophia, lo que el guardabosque prometió hacer con la mayor diligencia. Creo que había muy pocos favores que no estuviera dispuesto a hacer a Tom Jones, pues sentía hacia él toda la gratitud que le era posible, y era un hombre tan honrado como lo son todos los hombres que aman el dinero por encima de todo.

Ambos estuvieron de acuerdo en que la doncella Honour era la persona más adecuada para hacer llegar aquella carta a manos de Sophia. Luego se separaron. El guardabosque marchó en dirección a casa de Mr. Western, y Jones fue a refugiarse en una cervecería, situada a media milla de distancia, en espera del regreso del mensajero.

Apenas llegó George a casa de su amo se encontró con Mrs. Honour, a la que después de hacer unas preguntas previas entregó la carta que llevaba para miss Sophia, recibiendo otra de la joven para Tom Jones, que, según dijo la doncella, llevaba todo el día guardada en el pecho, desesperando ya de encontrar un medio para hacerla llegar a su destinatario.

El guardabosque regresó rápido y contento al lugar donde le esperaba Tom Jones, quien al recibir la carta de Sophia se fue en el acto a un rincón y, abriéndola lleno de ansiedad, leyó:

Amigo mío:

Me es imposible expresar lo que sentí después de nuestra última entrevista. El que haya tenido usted que soportar por culpa mía insultos tan crueles proferidos por mi padre, me obliga a estarle reconocida para siempre. Pero como conoce usted bien su carácter, le suplico que, por mí, procure evitarle. Quisiera poderle enviar algún consuelo, pero créame lo que le digo: únicamente la mayor violencia me obligará a dar mi mano a quien usted vería con gran dolor que le fuese otorgada.

Tom Jones leyó esta carta infinidad de veces y la besó otras tantas. El amor le trajo de nuevo al pensamiento todos sus tiernos deseos. Ahora se arrepintió de haber escrito a Sophia como lo había hecho. Pero aún se arrepintió más de haber empleado la ausencia de George para escribir y enviar una carta a Mr. Allworthy en la que le prometía sinceramente y se comprometía a olvidarse de su amor. No obstante, cuando reflexionó fríamente sobre el caso, vio con diáfana claridad que las circunstancias no variaban con la carta de Sophia, salvo que dejaba vislumbrar un asomo de esperanza para el futuro. El joven se ratificó, pues, en su actitud y, despidiéndose de George, se encaminó a un pueblo distante cinco millas, adonde indicó a Mr. Allworthy que enviase sus cosas, a no ser que quisiera revocar su sentencia.