DE GÉNERO MUCHO MÁS TEMPESTUOSO QUE EL ANTERIOR.
Antes de que sigamos relatando lo que les sucedió a los dos amantes, es preciso que contemos lo que ocurrió en el vestíbulo mientras ellos celebraban su cariñosa entrevista.
Algo después de que Jones dejara a Mr. Western en el estado de ánimo antes mencionado, apareció su hermana, a la que el caballero comunicó todo lo que había sucedido entre él y Sophia sobre el asunto de Blifil.
El proceder de su sobrina fue considerado por la buena mujer como un total quebrantamiento de la promesa hecha por ella de guardar el secreto de su amor por Jones. En consecuencia, se consideró en libertad completa de revelar a su hermano todo lo que sabía, lo que hizo ampliamente, sin la menor ceremonia ni preámbulo.
La idea de un matrimonio entre su hija y Tom Jones jamás había pasado por la mente de Western, ni siquiera en los momentos de mayor afecto hacia el muchacho. Consideraba que una igualdad de fortuna y circunstancias era físicamente un elemento tan necesario al matrimonio como la diferencia de sexos, y el que su hija se hubiera enamorado de un joven pobre le pareció algo así como si se hubiera enamorado de un animal de especie distinta.
No es de extrañar, pues, que al escuchar el relato de su hermana se sintiera como atontado. Al principio fue incapaz de decir nada, medio privado del uso de la palabra por la violencia de la sorpresa. Pero más tarde reaccionó, como es usual en tales casos, con redoblado vigor y cólera.
Lo primero que hizo, una vez recobrada la facultad de hablar, fue proferir una serie de juramentos e imprecaciones. Después se dirigió a la habitación donde suponía que se encontraban los enamorados, o más bien fue hacia ella profiriendo a voz en grito y a cada paso que daba sus deseos de venganza.
Como dos palomas y pichones, o como Estrefon y Filis, retirados a algún solitario y agradable bosquecillo para disfrutar de la agradable charla del amor, de ese niño vergonzoso que no puede hablar en público y que no resulta compañía agradable más que para dos, y a los que de súbito, mientras todo parece estar sereno, sorprende el ronco retumbar del trueno a través de espesas nubes, siendo causa de que la despavorida doncella huya de la margen del arroyuelo o de la verde pradera, sustituyendo el rojo que el amor había encendido en sus mejillas por la palidez de la muerte, mientras su amante sostiene apenas su vacilante cuerpo.
O como cuando dos caballeros extraños al admirable ingenio de la escena, se encuentran bebiendo una botella de vino en cualquier taberna u hospedería de Salisbury, y sorprendidos por el gran Dowdy, que representa el papel de loco arrastrando sus cadenas, se ponen en pie asustados y buscan algún refugio contra el peligro que se les viene encima, de tal modo que si las ventanas protegidas con barrotes les permitieran escapar meterían sus cabezas por entre ellos para huir de la furia amenazadora que se precipita sobre ellos.
De igual modo empezó a temblar la desgraciada Sophia, que palideció intensamente al oír a su padre, quien se aproximaba jurando, maldiciendo, prometiendo el completo aniquilamiento de Tom Jones. En realidad, creo que el mismo joven, impulsado por la prudencia, hubiera preferido encontrarse en otro lugar en aquellos instantes, de haberle concedido alguna libertad el terror que sintió por Sophia.
Pero cuando el caballero, habiendo abierto la puerta de golpe, contempló un objeto, al instante se aplacó toda la furia que sentía contra Tom Jones. Fue el cuerpo inanimado de Sophia, que se encontraba desmayada en los brazos de su enamorado. Apenas vio Mr. Western la trágica escena, se disipó toda su cólera y pidió auxilio a voces. Primero corrió hacia donde yacía su hija y luego hacia la puerta pidiendo agua, luego otra vez hacia Sophia, sin pensar en los brazos que sostenían a su hija ni tal vez recordar que existía en el mundo una persona como Jones, pues el estado en que se hallaba su hija era lo único que le preocupaba en aquellos instantes.
Mrs. Western y una serie de criados acudieron inmediatamente para prestar sus auxilios a Sophia con ayuda de agua, cordiales y todo lo que se requiere en tales casos, y fueron aplicados con tan excelente resultado, que a los pocos minutos Sophia comenzó a volver en sí y retomaron a ella los síntomas de la vida. Inmediatamente fue llevada fuera por su tía y su doncella, aunque la dama no salió sin antes haber pronunciado algunas saludables amonestaciones dirigidas a su hermano con respecto a los terribles efectos de su pasión o locura, como ella gustaba llamarla.
El caballero quizá no comprendió del todo el excelente consejo, pues fue pronunciado con palabras indirectas, encogimientos de hombros y signos de admiración. En último extremo, si lo comprendió, le produjo muy escaso efecto, pues tan pronto se esfumó en él el temor que había sentido por su hija, recuperó su cólera anterior, que hubiera dado lugar a una batalla inmediata con Tom Jones, de no haber estado presente el párroco Supple, que era un hombre muy fuerte e impidió los actos de hostilidad de Mr. Western.
Cuando se llevaron a Sophia, Tom se adelantó en actitud suplicante hasta donde se hallaba Mr. Western, a quien el párroco sujetaba por los brazos, y le rogó que se aplacase, pues mientras siguiera tan encolerizado sería imposible darle ninguna explicación. El caballero increpó duramente a Tom, echándole en cara su acción, esmaltando su filípica con toda suerte de improperios.
Tom Jones le repuso con gran calma:
—Por muchas cosas que me diga usted, jamás levantaré mi mano contra el padre de Sophia.
Al oír estas palabras, el caballero se encolerizó todavía más, y el párroco rogó al joven qué se retirara.
—Ya ve usted, joven, lo airado que está. Por ello le suplico que no prolongue su permanencia aquí por más tiempo. Su enojo está demasiado encendido para que pueda usted entenderse ahora con él. Lo mejor que puede usted hacer es dar por concluida su visita y guardar para otra ocasión las disculpas que quisiera darle.
Tom aceptó agradecido el consejo del párroco y se apresuró a salir inmediatamente. Mr. Western recobró entonces la libertad de movimientos y cierto dominio sobre sí mismo, lo que le permitió expresar cierta satisfacción porque le hubieran sujetado, pues, de lo contrario, hubiese machacado al joven los sesos. Pero añadió:
—Hubiera sido una vergüenza que me ahorcaran por culpa de ese canalla.
El cura entonces comenzó a alabarse por el éxito que había obtenido en su intento de restablecer la paz, y acto seguido comenzó a leer unos párrafos contra la cólera, que quizá hubieran acrecentado dicha pasión más que amenguado en un temperamento colérico. La lectura se vio enriquecida con importantes citas de los autores antiguos, en especial Séneca, que trató tan admirablemente esta pasión, y que sólo un hombre en extremo irritado puede leer sin experimentar un gran placer y provecho.
El párroco concluyó su disertación moral con la famosa historia de Alejandro y Clito, que yo no intentaré repetir aquí.
Mr. Western no reparó en esta historia, y quizá en nada de lo que dijo el cura, pues interrumpió al hombre antes de que hubiera concluido para pedir un jarro de cerveza.
Tan pronto como el caballero hubo tomado un buen trago de cerveza reanudó sus invectivas contra Tom Jones, y declaró que al día siguiente por la mañana temprano iría a comunicar a Mr. Allworthy lo sucedido. Su amigo intentó disuadirle del empeño. Pero esto no tuvo otro resultado que producir una salva prolongada de maldiciones y juramentos, que escandalizaron los piadosos oídos de Supple, aunque éste no se atrevió a protestar en alta voz, pues era el caso que el cura daba gusto a su paladar en la mesa de Mr. Western a cambio de sufrir de cuando en cuando aquellas inconveniencias. El hombre se contentó pensando que él no estimulaba aquella endemoniada costumbre, y que aunque no hubiese traspuesto el umbral de su casa, no por ello juraría menos el caballero. Sin embargo, aunque jamás había cometido ninguna incorrección en su casa, le pagaba cumplidamente desde el púlpito, lo que, sin embargo, no logró el efecto de reformar a Mr. Western, por lo que al fin decidió dejarlo por imposible.