CAPÍTULO VIII

ENTREVISTA DE TOM Y SOPHIA.

Tom fue inmediatamente en busca de Sophia, a la que encontró recién levantada del suelo, donde su padre la había dejado. La joven tenía los ojos llenos de lágrimas y la sangre corría por sus labios. Tom se precipitó hacia ella, y con voz rebosante de cariño y de ansiedad, exclamó:

—¡Oh, Sophia querida! ¿Qué significa esto?

La joven le lanzó una mirada rebosante de amor y dijo:

—Mr. Jones, ¿cómo ha llegado usted hasta aquí? Déjeme, se lo suplico.

—No lo haré —contestó Jones—. Mi corazón sangra mucho más rápidamente que esos labios. ¡Oh, Sophia! Me abriría en el acto las venas si con ello pudiera ahorrar una sola gota de esa preciosa sangre.

Sophia miró al joven con ojos encendidos de amor y luego exclamó:

—¡Oh, Jones! ¿Por qué me salvó usted la vida? Hubiera sido mucho mejor para los dos que yo muriese entonces.

—No puedo oír esas palabras. ¿No sabe que sólo vivo para usted?

Cuando pronunció estas palabras, la voz y la mirada de Tom estaban llenas de una ternura inefable. Al mismo tiempo cogió con la mayor suavidad una de las manos de Sophia, que ésta no trató de retirar. En realidad, la joven apenas se daba cuenta de lo que hacía. Transcurrieron unos minutos de silencio durante los cuales los ojos de Tom permanecieron fijos en los de Sophia, y los de la joven clavados en el suelo. Al fin recuperó la joven las suficientes energías para poder expresar de nuevo su deseo de que Tom la dejase, pues las consecuencias para ella, si los encontraban juntos, serían terribles. Luego añadió:

—¡Oh, Jones, no sabe usted lo que ha sucedido esta tarde!

—Lo sé todo, Sophia —contestó el joven—. Su padre me lo ha contado todo, y él mismo me ha enviado aquí junto a usted.

—¿Que mi padre le ha enviado aquí? —exclamó Sophia—. Seguramente usted delira.

—¡Ojalá fuera un sueño! Sophia, su padre me ha enviado para que actúe de abogado de mi odioso rival y convencerla de que usted le haga caso. Me he aprovechado de esto para conseguir llegar hasta usted. ¡Hábleme, Sophia! Consuele mi corazón angustiado. Seguramente nadie la ha querido como yo la quiero. No retire esa querida y suave mano. Nunca como ahora me ha inspirado usted tanto respeto y temor.

Sophia permaneció unos instantes silenciosa, sin saber qué decir. Luego, levantando su mirada hacia Jones, exclamó:

—¿Qué es lo que quiere que yo diga?

—Que me prometa que jamás será usted de Blifil —contestó Jones.

—No nombre usted a esa persona tan antipática. Puede estar usted seguro de que jamás le haré entrega de mi persona.

—Entonces, ya que es usted tan amable, avance unos pasos más y diga que puedo abrigar alguna esperanza.

—¿Dónde quiere usted llevarme, Tom? ¿Qué esperanza es la que tengo que darle? Ya conoce usted los propósitos de mi padre.

—Pero sé muy bien —replicó Tom— que no puede obligarle a usted a satisfacerle.

—¿Cuál sería la terrible consecuencia de mi desobediencia? Mi propia ruina no es lo que más me preocupa. Pero no puedo soportar la idea de ser la causa de la desgracia de mi padre.

—Se la busca él —contestó Jones—, al empeñarse en ejercer un poder para el que no tiene atribuciones. Piense usted en lo desdichado que me sentiré si la pierdo para siempre, y vea de qué lado se inclina la balanza.

—¡Que piense en ello! —contestó Sophia—. ¿Cree que no me doy cuenta de la desgracia que podría atraer sobre usted si accediera a sus deseos? Es este pensamiento el que me concede la fuerza necesaria para rogarle a usted que huya de mi lado para siempre y evite su propia destrucción.

—No temo mi destrucción —contestó Tom—, sino la pérdida de Sophia. Jamás me podré separar de usted, jamás.

Los enamorados permanecieron un buen rato en silencio, temblorosos, siéndole imposible a Sophia apartar su mano de la de Jones, y éste casi incapaz de mantenerla asida, cuando la escena, que quizá algunos de mis lectores piensen que ha durado demasiado, fue cortada por otra de naturaleza tan distinta, que reservamos el relato de la misma para el siguiente capítulo.