DESCRIPCIÓN EN MINIATURA DE UN CORTEJO FORMAL, TAL COMO SIEMPRE DEBIERA SER DESCRITO, Y UNA ESCENA DE GÉNERO MUCHO MÁS CONMOVEDOR TRATADA CON TODA EXTENSIÓN.
Alguien ha hecho la oportuna observación —y tal vez no sea el único— de que las desgracias no suelen venir solas. Esta máxima tan sabia fue comprobada ahora por Sophia, que no sólo sufrió la desilusión de no ver al hombre a quien quería, sino que tuvo que pasar por la molestia de vestirse para recibir la visita del hombre a quien odiaba.
Aquella misma tarde, por primera vez, Mr. Western comunicó a su hija sus intenciones, si bien añadió que ya le constaba que habría sido informada de ello por su tía. Sophia adoptó un aire profundamente serio, siéndole imposible evitar que de sus ojos brotasen algunas lágrimas.
—Vamos, vamos —dijo el caballero Western—, no adoptes ese aire inocente. Lo sé todo. Te aseguro que tu tía me lo ha contado todo.
—¿Es posible que mi tía me haya traicionado? —preguntó Sophia.
—¡Quien se ha traicionado has sido tú! —replicó míster Western—. Ayer te traicionaste durante la comida. Te descubriste por completo. Pero vosotras las jóvenes no sabéis lo que deseáis. De modo que protestas porque consiento que te cases con el hombre a quien quieres, ¿eh? Recuerdo que tu madre se lamentó y lloriqueó de la misma manera. Pero todo pasó a las veinticuatro horas después de casados. Mr. Blifil es un hombre vivo, y pronto acabará con todos tus escrúpulos. Ven y alégrate. Espero a alguien de un momento a otro.
Sophia comprobó que su tía se había comportado dignamente con ella, y resolvió pasar aquella tarde desagradable con la mayor firmeza posible, procurando no infundir la menor sospecha a su padre.
No tardó en aparecer Mr. Blifil, y poco después se marchó Mr. Western, dejando solos a los dos jóvenes.
Entonces se produjo un silencio que duró cerca de un cuarto de hora, ya que el caballero, que era el obligado a iniciar la conversación, rebosaba de timidez. El joven intentó hablar varias veces, pero no lo consiguió, pues no daba con palabras adecuadas. Al fin éstas brotaron de sus labios precipitadamente, en forma de forzados cumplimientos, que fueron contestados por Sophia con miradas fijas en el suelo, inclinaciones de cabeza y monosílabos corteses. Dada la inexperiencia de Blifil en cuestión de mujeres, y el amor propio que era una de sus características, interpretó la conducta de Sophia por un asentimiento a sus pretensiones y, cuando para abreviar una escena que le era imposible soportar más tiempo, Sophia se puso en pie y abandonó la estancia, el joven atribuyó esto a simple timidez y turbación, consolándose con la idea de que muy pronto tendrían muchas ocasiones de estar juntos.
El joven se sintió por completo satisfecho con la marcha del asunto, pues jamás se le había ocurrido la idea de poseer por completo el corazón de Sophia, que es lo primero que exigen los enamorados románticos. Los únicos objetos de su deseo eran su fortuna y su persona, los cuales esperaba que muy pronto serían de su absoluta propiedad, ya que Mr. Western tenía un gran interés en la boda. Por otra parte, Blifil conocía la ciega obediencia con que Sophia cumplía los deseos de su padre. La autoridad de éste, unido a los encantos que él imaginaba poseer, así como su conversación, debían conducirle al triunfo, máxime teniendo en cuenta que la muchacha debía sentir algún interés por él.
De Tom Jones no sentía ninguna clase de celos, y en más de una ocasión he pensado en lo maravilloso que era que no los sintiera. Quizá pensara que la fama que gozaba Jones de ser uno de los muchachos más selváticos de Inglaterra le haría odioso a los ojos de una joven de ejemplar sencillez y modestia. Tal vez no se hubieran despertado sus sospechas debido a la conducta que Sophia y Jones observaban cuando estaban todos juntos. Por último, y como razón de mayor peso, estaba plenamente convencido de que no existía ningún otro egoísmo en juego. Creía conocer a fondo a Tom, y le despreciaba por no defender con más ahínco sus intereses. No dudaba de que Jones le hacía el amor a Sophia, aunque debía de influir escasamente en su ánimo el interés del dinero. Blifil, por otra parte, pensaba que las relaciones de Tom Jones con Mary Seagrim continuaban y que acabarían en boda, pues Jones, desde su niñez, no había tenido secretos para él, ya que le había querido con verdadero cariño hasta que su conducta durante la enfermedad de Mr. Allworthy le apartó de él. Pero debido a la pelea que sostuvieron entre ellos y de la que aún no se habían reconciliado, Blifil se quedó sin saber la alteración que el afecto de Jones por Mary había sufrido en los últimos tiempos.
Por todos estos motivos, Blifil no descubrió inconveniente alguno que le impidiera tener éxito con Sophia. Dedujo que su comportamiento era similar al de todas las jóvenes en la primera visita de un pretendiente, y que había respondido a todas sus esperanzas.
Mr. Western quiso saber inmediatamente el resultado de la entrevista. El caballero encontró a Blifil tan entusiasmado, tan enamorado de su hija, y tan contento con la acogida que Sophia le había dispensado, que el viejo terrateniente comenzó a dar saltos y a hacer cabriolas, expresando de este modo, y con otras actitudes y gestos grotescos, la alegría que experimentaba, pues era incapaz de ejercer el menor dominio sobre sus pasiones, y lo que le dominaba en un momento determinado, le conducía a cometer los excesos más ridículos.
Tan pronto se fue Blifil, lo que no sucedió hasta que Mr. Western le hubo dado muchos besos y abrazos, el buen hombre corrió en busca de su hija, a la que apenas encontró empezó a hacer víctima de los extremos más exagerados, pidiéndola que eligiera los vestidos y las joyas que gustase, y afirmando que su fortuna no tenía otro destino que el de hacer la felicidad de ella. Mr. Western acarició a su hija con grandes demostraciones de afecto, le aplicó los epítetos más tiernos y le aseguró que era su única alegría sobre la tierra.
Al observar Sophia este acceso de cariño de su padre, cuyo origen desconocía, pues los accesos de afecto eran raros en él, la muchacha se dijo que jamás se le presentaría mejor ocasión que aquélla para hablar con él claramente sobre Blifil, ya que no se le escapaba que más tarde o más temprano se vería precisada a aclarar las cosas.
Luego de agradecer a su padre todas las manifestaciones de cariño, añadió con acento rebosante de ternura:
—¿Es posible que mi papá sea tan bueno que sólo desee la felicidad de su hija?
Mr. Western contestó a estas palabras con un beso. Sophia entonces le cogió de una mano y poniéndose de rodillas, le suplicó que no le hiciera la criatura más desgraciada del mundo, obligándole a casarse con un hombre a quien odiaba.
—Esto se lo suplico, padre mío, tanto por usted como por mí, ya que es tan bondadoso que confiesa que su felicidad depende por completo de la mía.
—¡Cómo! ¿Qué dices? —preguntó Western, mirando sorprendido a su hija.
—¡Oh, padre! —continuó la joven—. No sólo la felicidad de su pobre Sophia, sino su propia vida, su existencia, depende de que acepte usted mi súplica. Me es imposible vivir con Mr. Blifil. Obligarme a contraer ese matrimonio sería matarme.
—¿Que no podrás vivir con Mr. Blifil, dices? —preguntó Western.
—No, no puedo —contestó Sophia.
—¡Vete lejos de mi presencia! —exclamó el padre, rechazándola de su lado.
—¡Oh, papá! —murmuró la joven, agarrándose a los faldones de su casaca—. Apiádese de mí, se lo suplico. No sea cruel… ¿Es posible que no se conmueva al ver lo desgraciada que soy? ¿Puede el mejor de los padres destrozar mi corazón? ¿Es que quiere matarme con la muerte más dolorosa, terrible y prolongada?
—¡Bah, bah! —replicó el padre—. Todo eso son tonterías y argucias sin importancia. ¡Matarte! ¿Es que te ha de matar el matrimonio?
—Padre, ese matrimonio será peor para mí que la muerte. No sólo Blifil me es indiferente, sino que le detesto, le odio.
—Puesto que tanto le desprecias, será para ti —replicó Mr. Western.
Acompañó esta afirmación con un juramento tal que es imposible repetirlo aquí, y tras de una serie de reconvenciones por demás violentas, concluyó con las siguientes palabras:
—Estoy decidido a que se celebre esa boda, y a menos que accedas a ella, no verás un cuarto de mi fortuna. Aunque te viese muerta de hambre por las calles no te daría un pedazo de pan. Ésta es mi decisión, y ahí te dejo para que reflexiones sobre ella.
Y apartó a su hija con tal violencia, que el rostro de la joven fue a chocar contra el suelo. Luego, abandonando la habitación, dejó a la pobre Sophia tendida en el suelo.
Cuando Mr. Western llegó al vestíbulo encontró a Tom Jones, quien al ver a su amigo presa de la mayor desesperación, pálido y sin aliento, no pudo por menos de preguntarle por la causa de su desolado aspecto. El caballero informó al joven de todo lo ocurrido, concluyendo con amargas acusaciones contra Sophia, y lamentaciones en extremo patéticas sobre el infortunio de los padres que tienen hijas.
Tom Jones, que ignoraba por completo las resoluciones que se habían tomado en favor de Blifil, quedó de veras asombrado al enterarse de ellas. Pero, reaccionando debidamente, osó hacer a Mr. Western una proposición, para lo que se necesitaba un gran desparpajo y sangre fría. Le propuso nada menos que le permitiera visitar a Sophia para tratar de conseguir que accediera a los deseos de su padre.
Aunque Mr. Western hubiera sido tan listo como tenía fama de ser lo contrario, la pasión le cegó en la presente ocasión, y dijo:
—Sí, ve y trata de convencerla.
A continuación dejó escapar algunos ternos, jurando que echaría a su hija de casa si no consentía en casarse con Blifil.