CAPÍTULO IX

QUE, ENTRE DIVERSAS COSAS, PUEDE SERVIR DE COMENTARIO AL DICHO DE ESQUINES: «LA BORRACHERA MUESTRA EL MODO DE PENSAR DE UN HOMBRE, LO MISMO QUE UN ESPEJO MUESTRA SU PERSONA».

Tal vez haya sorprendido al lector observar que no se mencionaba a Tom Jones en el último capítulo. Su conducta fue tan distinta de la de las personas en él mencionadas, que preferimos no confundir su nombre con el de ellas.

Cuando el digno caballero concluyó su discurso, Jones fue el último en abandonar la estancia, desde donde se dirigió a su cuarto, para reflexionar sobre lo que sucedía. Pero su inquietud no le permitió permanecer mucho tiempo allí. El joven se deslizó con sigiloso paso hasta la puerta de la alcoba de Mr. Allworthy, donde permaneció escuchando largo rato sin oír ningún ruido en el interior, salvo un violento ronquido, que su terror confundió con gemidos. Esto le alarmó tanto, que no pudo contenerse y entró en la habitación, donde encontró al caballero entregado a un sueño apacible y a su enfermera roncando de la manera estrepitosa que tanto había alarmado a Jones, a los pies de la cama. El joven recurrió en el acto al único medio de hacer callar a aquel bajo profundo, cuyo canto temía pudiera inquietar a su tío, y sentándose junto a la enfermera permaneció en silencio hasta que entraron Blifil y el doctor y despertaron al enfermo, a fin de que el segundo pudiera tomarle el pulso y el primero comunicarle la triste noticia que había recibido. Es muy posible que si Tom Jones hubiera recibido la noticia, no se la hubiera comunicado a su tío en tan triste momento.

Cuando Jones oyó que Blifil contaba a Mr. Allworthy la desgracia ocurrida, apenas pudo dominar su cólera, sobre todo, al ver que el médico movía la cabeza y declaraba que no era partidario de que se hablase de aquel asunto al enfermo. Pero como su rabia no le privó de la inteligencia necesaria para medir las consecuencias que cualquier manifestación violenta contra Blifil podría tener para el enfermo, logró dominarse, de lo que luego se alegró enormemente, al ver que la noticia no producía el daño que él había temido en un principio. Así que no tardó en apaciguarse del todo y jamás habló de aquel asunto a Blifil.

El médico comió aquel día en casa de Mr. Allworthy, y luego de la comida visitó al enfermo. Al regresar adonde se encontraban los demás dijo que tenía la satisfacción de poder anunciar con toda seguridad que el enfermo se encontraba fuera de peligro y que había logrado cortar la fiebre.

Esta noticia alegró tanto a Jones y le produjo un tan enorme entusiasmo, que con razón se podría decir que se sintió borracho de alegría, borrachera que excede con creces a la producida por el vino. Como, además, en esta ocasión abusó un poco de la botella, puesto que bebió varias copas a la salud del médico y de las personas presentes, pronto estuvo materialmente borracho.

Tom Jones poseía un genio vivo por naturaleza que, alentado por los efectos del vino, le hizo entregarse a las manifestaciones más extravagantes. Besó al doctor y le abrazó, haciéndole las demostraciones más tiernas de afecto y jurando que, luego de Mr. Allworthy, era el hombre a quien más estimaba en este mundo.

—Doctor —exclamó—, merece usted una estatua hecha por suscripción pública por haber salvado de la muerte al hombre que no sólo es el más apreciado de todos los hombres buenos, sino también una bendición de Dios para la sociedad, una gloria de la región y un honor para la naturaleza humana. Le aseguro a usted que le quiero más que a mi propia alma.

—No digas desatinos —exclamó Thwackum—. Ya sé que tienes razón sobrada para quererle, pues se ha comportado contigo magníficamente. Pero quizá hubiera sido mejor para algunos que no hubiese vivido, para así tener motivos justos de impugnar su testamento.

Jones, mirando a Mr. Thwackum con insuperable desdén, replicó:

—¿Es que su vil alma imagina que concedo a esa consideración el menor valor? No, que la tierra se abra y se trague al mundo entero antes que llevarse a mi bondadoso amigo.

Quis desiderio sit pudor aut modus?

Tam chari capitis?

«¿Qué es lo que puede poner límites a nuestro deseo de amigo tan querido?».

El médico intervino y contuvo los efectos de la ira que comenzaba a apoderarse de Jones y de Thwackum, después de lo cual el primero se entregó a la alegría más desenfrenada, cantando dos o tres canciones amorosas. De su ánimo desapareció todo deseo de disputar, al extremo de sentirse mucho mejor que cuando se encontraba en estado natural.

No existe nada más erróneo que la creencia de que los hombres que se muestran irascibles cuando están borrachos son personas en extremo dignas cuando no lo están. El vino no invierte la naturaleza humana o crea pasiones distintas de las que existían en ella antes de beber. Por el contrario, al privarnos de la razón nos obliga a mostrar aquellos rasgos que muchos, cuando gozan de completa serenidad, aciertan a esconder con insuperable arte. El vino exalta e inflama nuestras pasiones, de modo que el temperamento, ya sea colérico, amoroso, alegre o avaricioso, se manifiesta con toda libertad.

Aunque no existe nación en el mundo donde se produzcan tantas disputas originadas por el vino como Inglaterra, sobre todo entre la gente de abajo —para sus componentes el beber y el pelear son términos casi sinónimos—, no quiero deducir de ello que los ingleses sean el pueblo de peor índole de la tierra. Quizá en el fondo de esto se encuentre el amor a la gloria, de modo que la conclusión más razonable parece ser la de que nuestros compatriotas sienten más el amor y poseen mayor valentía que los restantes plebeyos del mundo. Confirma este modo de pensar el que muy rara vez se produce nada indigno ni poco generoso. Por el contrario, es corriente entre los que se pelean, interesarse por lo que le pueda suceder al que contiende con él, y así como las alegrías de la borrachera suelen acabar en una batalla, la mayor parte de las batallas de este tipo concluyen en amistad.

Pero volvamos a nuestra historia, que es lo que importa. Aunque Tom Jones no había tenido intención de ofender a nadie, Blifil se sintió muy disgustado con su conducta, que tan mal casaba con su prudente y natural reserva, y soportó aquello con gran impaciencia, ya que, además, le pareció inadecuada en tales momentos.

—Cuando la casa está de duelo por causa de la muerte de mi querida mamá —dijo— y cuando el cielo ha permitido que Mr. Allworthy empezase a mejorar, sería más adecuado expresar la alegría de los corazones con una acción de gracias en vez de con borracheras y tonterías, que tan sólo servirán para aumentar la cólera divina más que para aplacarla.

Thwackum, que había bebido bastante más que Tom, aunque sin llegar a emborracharse, secundó la piadosa arenga de Blifil. Pero Square, por razones que probablemente el lector supondrá, permaneció con los labios cerrados.

El vino no había ejercido tanto efecto sobre Tom como para que no recordase la pérdida sufrida por Blifil en el momento en que éste la mencionó.

Como no había nadie más dispuesto a confesar y a condenar sus propios errores, Tom tendió la mano a Blifil y le suplicó su perdón, diciéndole al mismo tiempo:

—La gran alegría que siento ante la mejoría de Mr. Allworthy ha alejado de mi espíritu todo otro pensamiento de muerte.

Pero Blifil rechazó indignado la mano que Tom le tendía y con acento altanero replicó:

—No debe extrañar que los espectáculos trágicos no produzcan efecto en los ignorantes. Pero yo tengo la suerte de saber quiénes fueron mis padres; por tanto, tiene que dolerme la pérdida de uno de ellos.

Tom Jones, que pese a su buen humor poseía un asomo de irritabilidad en su carácter, saltó rápidamente de su asiento y, cogiendo a Blifil por el cuello, gritó:

—Bellaco, ¿te atreves a insultarme recordándome la desgracia de mi nacimiento?

El joven acompañó sus palabras con movimientos tan bruscos, que muy pronto agotó la paciencia de Blifil, y entre ambos jóvenes se entabló una lucha que hubiera acabado de un modo desastroso para ambos de no haberse interpuesto Thwackum y el médico, ya que la filosofía hacía que Square se mostrase por encima de todas las emociones. El filósofo siguió fumando su pipa con gran tranquilidad, como era su costumbre en todas las pendencias, a no ser que temiera el que se la rompiesen entre los dientes.

Al impedir a los combatientes que se tomaran la justicia por su mano, ambos se entregaron a los recursos usuales de la cólera frustrada, dando rienda suelta a su rabia mediante una serie de amenazas y bravatas. En tal situación el conflicto, la fortuna, que en el ataque personal pareció quererse inclinar del lado de Jones, ahora quiso favorecer a su enemigo.

Se acordó al fin una tregua gracias a los buenos oficios de los elementos neutrales, y todos los presentes se sentaron de nuevo a la mesa, donde Jones se decidió a pedir perdón a Blifil y éste a concederlo, con lo que la paz quedó restablecida y se estableció un statu quo.

Pero aunque la disputa quedó en apariencia liquidada, no logró recuperarse el humor interrumpido por ella. La alegría desapareció y la conversación transcurrió ahora por causes más serios, conversación que, aunque rebosaba de dignidad y se podía aprender mucho con ella, resultó muy poco entretenida. Como sospechamos que el lector pensará como nosotros en este caso, pasaremos por alto todo lo que se dijo en el curso de ella. Al fin los reunidos fueron desfilando uno, tras otro, dejando solos a Mr. Square y al médico, en cuyo momento se animó un tanto la conversación gracias a algunos comentarios sobre lo sucedido entre los jóvenes, a los que el médico trató de canallas, con cuyo calificativo el filósofo, moviendo ladinamente la cabeza, se mostró del todo conforme.