DONDE SE EXPLICAN ASUNTOS MÁS CLAROS, AUNQUE DEL MISMO ORIGEN QUE LOS RELATADOS EN EL CAPÍTULO ANTERIOR.
Sin duda el lector se alegrará de volver conmigo al lado de Sophia, que pasó la noche de manera muy poco agradable. El sueño fue poco propicio con ella, y mucho menos los ensueños. A la mañana siguiente, cuando Mrs. Honour, su doncella, entró en la habitación a la hora acostumbrada, encontró a la joven ya levantada y vestida.
Las personas que habitan en el campo separadas entre sí por dos o tres millas se consideran vecinos, y lo que ocurre en una casa vuela con terrible celeridad a las demás. Mrs. Honour conocía ya la vergonzosa historia de Mary, y apenas penetró en el cuarto de su ama, y dado el carácter comunicativo con que le había dotado Dios, comenzó a explicarlo del siguiente modo:
—¿No sabe usted, señorita, lo que sucede? La muchacha que vio usted el domingo en la iglesia, y que le pareció tan guapa, aunque estoy segura de que no hubiera pensado lo mismo si la hubiese visto más de cerca, ha sido conducida ante la justicia por estar embarazada. A mí siempre me pareció una cualquiera, y estoy casi segura que ha dicho que el padre de la criatura es el joven Tom Jones. La gente de la parroquia afirma que Mr. Allworthy está tan furioso con él que ni siquiera quiere verle. No puedo remediarlo, pero ese joven me da verdadera lástima. Sin embargo, no merece que se le tenga la menor compasión, pues se ha comportado de una manera indecorosa. Es un muchacho tan guapo que sentiría que le arrojasen de casa. Pero juraría que esa moza tiene tanta culpa como él, pues siempre ha sido muy osada y provocativa. Cuando las mozas se muestran tan insinuantes, a los jóvenes no debe culpárseles de nada, pues ellos no hacen más que lo natural. Están muy por encima de esas puercas mujerzuelas, que al cabo no obtienen más que lo que se merecen. Me gustaría que como castigo fuesen azotadas, pues no hay derecho a que con sus provocaciones sean la ruina de un joven y guapo caballero, ya que nadie podrá negar que Tom Jones es uno de los jóvenes más guapos que…
Había llegado aquí en su perorata, cuando Sophia, con el acento más tímido que hasta ahora había empleado para hablar a su doncella, dijo:
—Prithee, ¿por qué me molestas con toda esa retahíla de palabras? ¿Qué me importa a mí lo que Tom Jones pueda hacer? Veo que todas sois iguales. Parece como si sintierais envidia por no encontraros en el caso de esa joven.
—¡Oh, señorita! —exclamó Honour—. Lamento de veras que tenga usted esa opinión de mí. Estoy convencida de que nadie puede decir eso de mí. Me tienen sin cuidado todos los jóvenes del mundo. ¿Ha sido porque se me ha ocurrido decir que es un joven muy guapo? Todo el mundo lo dice. Pero jamás creí que fuera pecado repetir que es un hombre guapo. Descuide la señorita, nunca más lo volveré a decir ni pensar.
—Detén el torrente de tus impertinencias —contestó Sophia— y ve a ver si mi padre me necesita para el desayuno.
Si Mrs. Honour merecía realmente semejante sospecha, esto es algo que no nos incumbe a nosotros, y que dejamos por completo a la curiosidad del lector. En cambio, le diremos lo que en aquellos instantes pasaba por la mente de Sophia.
El lector debe recordar que un afecto íntimo por Tom se había deslizado insensiblemente en el corazón de la muchacha, desarrollándose mucho antes de que ella se diera plena cuenta de su existencia. Y cuando por primera vez comenzó a percibir sus efectos, las sensaciones que le procuraba eran tan dulces y agradables, que le fue imposible detenerlas o rechazarlas, y de este modo comenzó a sentir una pasión cuyas consecuencias jamás se detuvo a pensar.
El incidente de Mary le abrió por vez primera los ojos. Se dio cuenta de lo débil que se había mostrado, y aunque aquello causó una gran perturbación en su espíritu, le produjo el efecto de un enérgico revulsivo, hasta que al cabo desapareció de ella todo asomo de contrariedad. La operación fue tan rápida, que en el breve tiempo que la doncella permaneció fuera desaparecieron de Sophia todos los síntomas, y cuando Mrs. Honour regresó con el recado de su padre de que la esperaba para el desayuno, se sentía completamente tranquila y experimentaba la mayor indiferencia hacia Tom Jones.
Las enfermedades del alma imitan en casi todos los detalles a las del cuerpo. Pero no hay ocasión en que las destemplanzas del espíritu se parezcan más a las del cuerpo que en la tendencia de ambos a las recaídas. Esto resulta visible en las violentas enfermedades de la ambición y de la avaricia. He conocido a la ambición, cuando ya estaba curada de los frecuentes desengaños sufridos en los salones —que constituyen la única medicina adecuada para ella—, reaparecer de nuevo en forma de forcejeo y lucha para obtener la presidencia de un jurado en los tribunales. También he oído hablar de un hombre tan dominado por la avaricia, que en su lecho de muerte consiguió ahorrarse algunos chelines contratando su funeral con un empresario de pompas fúnebres que había contraído matrimonio con su única hija.
En los problemas del amor, que aunque no estamos conformes con la filosofía estoica, trataremos aquí como una enfermedad, esa tendencia a la recaída no es menos acusada. Tal sucedió con la pobre Sophia. En cuanto volvió a ver al joven Tom sintió que reaparecían en ella todos los síntomas de la antigua enfermedad, y a partir de entonces, la frialdad y el entusiasmo se adueñaron alternativamente de su corazón.
La situación de la joven fue ahora muy distinta de lo que había sido antes. La pasión, que otras veces le había producido sensaciones deliciosamente exquisitas, parecía ahora un escorpión que tuviera alojado en su pecho. Resistió a ella con todas sus energías y recurrió a todos los argumentos que su razón, sorprendentemente vigorosa para su edad, le sugería en un intento de someterla y expulsarla de ella. Y adelantó tanto con este procedimiento, que muy pronto empezó a pensar que conseguiría curarse del todo con ayuda del tiempo y de la ausencia. Por lo tanto, tomó el acuerdo de evitar siempre que le fuera posible los encuentros con Tom, para cuyo fin proyectó visitar a su tía, confiando que su padre no le negaría el permiso para ello.
Pero la fortuna, que le tenía reservado otro destino, desbarató todos sus planes, provocando un accidente que nosotros relataremos en el capítulo siguiente.