APOLOGÍA DE LA INSENSIBILIDAD DE TOM JONES ANTE LOS ENCANTOS DE LA ADORABLE SOPHIA, CON LO QUE ES MUY POSIBLE QUE REBAJEMOS SU CARÁCTER EN UN GRADO BASTANTE CONSIDERABLE EN EL APRECIO DE TODOS LOS HOMBRES PROVISTOS DE TALENTO Y GALANTES QUE APRUEBAN LA CONDUCTA DE LOS HÉROES EN LA MAYOR PARTE DE NUESTRAS COMEDIAS MODERNAS.
Existen dos tipos de gente que mucho me temo hayan concebido ya un cierto desprecio hacia mi héroe, inspirados en su conducta con Sophia. Los primeros censurarán abiertamente su desdén hacia la fortuna de Mr. Western. En cuanto a los segundos, no le despreciarán menos por su manifiesta torpeza con una linda joven que parecía dispuesta a volar hacia sus brazos, si él los hubiera abierto para recibirla.
Aunque quizá yo no sea capaz de absolverle de un modo total de ambas acusaciones, puesto que la falta de prudencia no admite excusas y lo que podría presentar contra la última de tales acusaciones sería muy poco satisfactorio, no obstante, como la prueba puede a veces servir de atenuante, me limitaré a publicar los hechos positivos y dejaré el resto en manos del lector.
Tom Jones poseía algo que, si bien los autores no se han puesto aún de acuerdo sobre su nombre, se da indudablemente en algunos seres humanos. Esto consiste no en hacerles distinguir el bien del mal, sino más en un impulso e incitación hacia el primero y en una contención y apartamiento del segundo.
Con el fin de dar una mejor idea del principio a que me refiero, puede imaginarse a éste sentado en su trono en la mente del mismo que el lord Gran Canciller del reino en su estrado, y desde el cual preside, gobierna, dirige, juzga, absuelve y condena de acuerdo con los méritos y la justicia, mostrando un conocimiento que lo abarca todo, una penetración que nada puede distraer y una integridad que nada es capaz de corromper.
Este principio activo representa la barrera más importante entre nosotros y nuestros inmediatos vecinos los brujos, ya que si existe algún ser con forma humana que no se halle bajo el dominio, yo preferiría considerarle como desertor que se ha pasado a las filas de nuestros vecinos, e incluso entre éstos seguirían manteniendo el carácter de desertores y no figurarían en primera línea. Nuestro héroe se hallaba bajo la indudable influencia y guía de este principio, ya procediera de Square o de Thwackum. Aunque no en todas las ocasiones obraba con rectitud, jamás lo hizo sin lamentarlo y sufrir por tal razón.
A esto se debía el que pensara que pagar las amabilidades y finezas de la hospitalidad robando en la casa en que se han recibido, era mostrarse más vil y miserable que los mismos ladrones. No consideraba disminuida la vileza de esta ofensa por la menor o mayor importancia de la injuria inferida. Por el contrario, si el robo de la vajilla de otro era merecedora de la muerte y la infamia, le parecía muy difícil encontrar el castigo adecuado para el que roba a un hombre toda su fortuna y, además, su hija.
Este principio fue, pues, el que le impidió incluso concebir la idea de mejorar su fortuna mediante tales medios, ya que, como he dicho antes, se trata de un principio activo y no se siente satisfecho con sólo el conocimiento o la creencia en él.
Es muy posible que si hubiera estado profundamente enamorado de Sophia hubiera pensado de manera muy distinta. Pero permítaseme decir que existe una gran diferencia entre huir con la hija de un caballero por causa del amor y hacer lo mismo como consecuencia del robo.
Aunque Tom estaba muy lejos de ser insensible a los encantos de Sophia, y admiraba de veras su singular belleza y apreciaba todas sus excelentes cualidades, nada de todo esto había producido gran impresión en su corazón, y como no puede atribuirse a estupidez o cuando menos a falta de gusto, trataremos de explicar ahora las razones de que así ocurriera.
Lo cierto es que su corazón estaba ocupado por otra mujer. Imagino ahora al lector sorprendido y perplejo ante nuestro total silencio sobre el asunto, a la vez que se esfuerza en adivinar quién sea tal mujer, ya que hasta el momento no hemos hecho la menor alusión a ninguna joven que pudiera ser la rival de Sophia. Respecto a la viuda del capitán Blifil, aunque en alguna ocasión nos hemos visto obligados a dejar entrever algunas sospechas sobre su afecto hacia Tom, no creo que hayamos dado el menor motivo para suponer que el joven sintiera alguno por ella. Ahora añadiré que la juventud de ambos sexos se muestra muy inclinada a mostrarse ingrata con las personas de más edad, en pago de la consideración con que a veces tienen la amabilidad de honrarla.
Para no mantener más tiempo en suspenso la curiosidad del lector, le ruego que recuerde que con frecuencia hemos mencionado a la familia de George Seagrim, llamado vulgarmente George el guardabosque, la cual se componía del matrimonio y cinco hijos.
El segundo de éstos era una muchacha llamada Mary, la cual gozaba fama de ser una de las más guapas de la comarca.
Congreve afirma, y creemos que con razón, que en la auténtica belleza hay algo que las almas vulgares son incapaces de admirar, en tanto que no existen harapos capaces de ocultar ese algo a los ojos de las almas que no son vulgares.
La belleza de Mary no produjo impresión en Tom hasta que la muchacha cumplió los dieciséis años. Entonces Jones, que le llevaba tres años, empezó a mirarla con ojos encandilados. El afecto que sentía por ella brotó en él mucho antes de que pudiera intentar la posesión de la muchacha, ya que si bien su naturaleza le impulsaba a ello, sus principios morales le frenaban con no menos fuerza. Seducir a una muchacha, por humilde que fuera, le parecía un crimen horrendo, y la buena voluntad que sentía hacia el padre, junto con la compasión que le inspiraba su familia, no servían más que para apoyar sus reflexiones, hasta que al cabo decidió abstenerse de comparecer por casa de Seagrim y no ver a su hija durante tres meses.
Pero si bien Mary, como ya hemos dicho, era considerada una gran belleza, y lo era de veras, su belleza distaba mucho de ser del tipo suave y amable. En ella existía poco de femenino, y la belleza que poseía lo mismo hubiera podido aplicarse a un hombre que a una mujer. En su composición entraba, en suma, buena parte de juventud y de lozanía.
Su alma no era más femenina que su persona, y del mismo modo que era alta y robusta, su alma se mostraba osada y desenvuelta. Distaba tanto de ser humilde y recatada, que Tom guardaba más consideraciones a su virtud que ella misma. Y como sin duda Tom le gustaba tanto como ella gustaba a él, al apercibirse del retraimiento del joven supo insinuarse debidamente, y cuando observó que el joven desertaba de su casa, encontró el medio para interponerse en su camino, conduciéndose de una manera tan provocativa que Tom Jones hubiera tenido que ser un verdadero héroe para que los esfuerzos de ella resultaran baldíos. En resumen, no tardó en triunfar sobre las virtuosas intenciones del muchacho, pues aunque siempre supo guardar las apariencias, el triunfo debemos atribuírselo a Mary, que al fin consiguió sus designios.
Mary supo desempeñar tan bien su papel en todo el asunto, que Tom se atribuyó a sí mismo la conquista de la muchacha, considerando a la joven como una víctima de su pasión amorosa. Y el que ella hubiera accedido a sus requerimientos lo atribuyó al invencible poder del amor que sentía por él, y el lector convendrá conmigo que esto era una suposición muy natural y probable. Más de una vez hemos aludido al atractivo tan poco corriente de su persona. Se trataba de uno de los jóvenes más guapos de su época.
Del mismo modo que existen espíritus cuyos sentimientos, como los del joven Blifil, sólo se enfocan hacia una persona, cuyo interés y complacencia es lo único que les importa en todo instante, y contemplan el bien y el mal de los demás con absoluta indiferencia si no contribuye al placer o provecho de la expresada persona, asimismo se dan en la vida otros tipos de individuos a los que les sucede todo lo contrario. Éstos jamás pueden recibir ninguna satisfacción de otra persona sin quererla de veras y sin convertir su bienestar en elemento en cierto modo necesario para su tranquilidad.
Nuestro héroe pertenecía a esta última especie. Consideraba a la pobre muchacha que se le había entregado como una persona cuya felicidad o desamparo dependía sólo de él. Su belleza era aún deseable, aunque es posible que si se le hubiera antepuesto una belleza mayor, Tom se hubiese ido tras ella. Pero la ligera disminución del deseo primero era compensada por el afecto que ella indudablemente sentía por él, así como por la situación en que él le había colocado. La primera creó la gratitud, la última originó la compasión. Y ambas, al unirse con la atracción de la belleza de la joven, engendraron en Tom una pasión que podía, sin violentar demasiado la palabra, llamarse amor, aunque ésta no fuera la palabra más adecuada para designar sus comienzos.
Ésta era pues, la razón de la insensibilidad de Tom Jones ante los encantos de Sophia y de la conducta de la joven, que hasta cierto punto podría interpretarse como un estímulo a las galanterías de él. Del mismo modo que le era imposible concebir la sola idea de abandonar a Mary, pobre y desamparada como se encontraba, tampoco le era posible concebir el pensamiento de traicionar a una criatura como Sophia. Pero probablemente, si hubiera alentado en él una ligera pasión por esta última joven, hubiera resultado culpable de uno u otro de esos crímenes, cualquiera de los cuales, en mi opinión, le habría colocado a merced de ese hado que en su primera aparición en esta historia aseguré que le había sido anunciado como su destino inevitable.