CAPÍTULO VII

DONDE HACE SU APARICIÓN EN ESCENA EL PROPIO AUTOR.

Si bien Mr. Allworthy no era hombre que se precipitara a ver las cosas por el lado desagradable y desconocía lo que murmuraba la voz pública, que rara vez llega a los oídos de un marido o de un hermano, aunque mientras tanto retumbe en los oídos de todo el vecindario, el afecto que la viuda del capitán demostraba sentir por Tom, y la preferencia visible que sentía por él, en contraposición a su propio hijo, fue perjudicial para nuestro héroe.

Era tal la compasión que inundaba el espíritu de Mr. Allworthy, que sólo el acero de la justicia podía doblegarla. Para él ser desgraciado era más que suficiente, siempre que no hubiera alguna falta que contraponer. Esto bastaba para alterar la balanza de la piedad de aquel digno caballero y conseguir su amistad y sus beneficios.

Cuando se convenció de que su sobrino era detestado por su propia madre, comenzó a mirar al muchacho con ojos compasivos, y lo que representa los efectos de la compasión en los espíritus buenos y bondadosos, no es preciso que se lo explique a la mayor parte de mis lectores.

A partir de este momento, empezó a ver todo asomo o apariencia de virtud en el muchacho con lentes de aumento, y todas sus faltas con los cristales invertidos, así que apenas si eran perceptibles para él. Esto tal vez pueda explicarse por su decidida tendencia a la piedad, mas el siguiente paso tan sólo es posible explicarlo por la debilidad de la naturaleza humana, ya que tan pronto como descubrió la decidida preferencia que su hermana sentía por Tom, este infeliz muchacho aunque inocente de todo, comenzó a perder en el afecto de Mr. Allworthy lo que ganaba en el afecto de su hermana. Esto, sin embargo, no hubiera sido suficiente para borrar a Tom Jones del corazón del caballero, pero le produjo mucho daño y dispuso el espíritu de Mr. Allworthy para aquellas impresiones que más tarde produjeron en él los grandes acontecimientos que se narrarán más adelante, y a los que, todo hay que reconocerlo, el muchacho contribuyó no poco con sus mañas, picardías, salvajismo y carencia absoluta de prudencia.

Ahora, si exponemos algunos ejemplos de este proceder, proporcionaremos, siempre en el caso de que seamos bien comprendidos, una lección en extremo útil a los jóvenes bien dispuestos que han de ser más tarde nuestros lectores. En esto encontrarán la bondad de corazón y la franqueza de carácter que han de producirles un gran consuelo íntimo. Tanto la prudencia como la circunspección son muy necesarias incluso al mejor de los hombres, representan, en cierto modo, una protección de la virtud, sin la cual jamás puede sentirse segura. No basta con que vuestros proyectos y vuestras acciones sean intrínsecamente buenos; también hay que esforzarse en que lo parezcan. Si vuestro interior no es tan bello, por lo menos debe conservarse un agradable aspecto exterior. Esto debe tenerse siempre presente, o bien la malicia y la envidia cuidarán de ennegrecer aquél, al punto de que ni la sagacidad ni la bondad de un Allworthy conseguirán ver a través de él y distinguir toda la belleza del interior. Que ésta sea, mis jóvenes lectores, vuestra máxima constante, pues no existe hombre lo suficientemente bueno que sea capaz de despreciar las reglas de la prudencia, y ni la misma virtud aparecerá con toda su belleza si no está cubierta con los ornamentos exteriores de la decencia y del decoro. Y esta norma, mis queridos y dignos discípulos, espero que la encontréis, si leéis con suficiente atención, convenientemente reforzada por los ejemplos de las páginas que seguirán.

Ahora debo solicitar perdón por esta breve aparición, a guisa de coro, en la escena. Pero en realidad es por mi propia causa que, mientras pongo al descubierto las rocas con que frecuentemente tropieza la inocencia y la bondad, ofrezco los medios para evitarlas. Y como me era imposible decir nada de esto a uno cualquiera de mis personajes, me he visto forzado a hacerlo de este modo.