Aunque habían pasado por lo menos media hora de la Pausa corriendo, hasta llegar al depósito del extremo del barranco, no necesitaron tanto tiempo para regresar al punto de partida. Según el reloj de Connie, llegaron a la carretera de la costa menos de cinco minutos después de requisar el vehículo de los traficantes de óxido nitroso; en parte porque escogieron una ruta más directa y, en parte, porque Harry conducía a tal velocidad que logró asustarla incluso a ella.
Cuando frenaron frente al Green House, con algunas luces navideñas intactas tintineando en los flancos de la camioneta, era la una y treinta y siete más treinta y cinco segundos. Habían pasado poco más de ocho minutos desde la Pausa, iniciada y concluida a la una y veintinueve, lo cual significaba que habían tardado tres minutos en salir del depósito atestado y capturar la camioneta a punta de pistola, aunque por cierto parecía mucho más.
El camión de remolque y el Volvo que estaban petrificados en el carril del sur se habían ido. Al reiniciarse el transcurso del tiempo, los conductores habían continuado su camino sin reparar en ninguna anomalía. Otros vehículos viajaban hacia el norte y el sur.
Connie sintió alivio al ver a Sammy en la acera del Green House. Gesticulaba frenéticamente, discutiendo con el acicalado maitre con traje de Armani y corbata de seda pintada a mano. Uno de los camareros aguardaba en la puerta, al parecer dispuesto a ayudar al jefe si llegaban a las manos.
Cuando Connie y Harry bajaron de la camioneta, el maitre les vio y se olvidó de Sammy.
—¡Ustedes! —exclamó—. ¡Por Dios, son ustedes!
Se les acercó con determinación, casi con furia, como si se hubieran ido sin pagar la cuenta.
Los clientes del bar y otros empleados miraban desde las ventanas. Connie reconoció a las personas que les observaban cuando estaban con Sammy y el perro, y que se habían quedado petrificadas, mirándoles fijamente, cuando se hizo la Pausa. Ya no estaban rígidas como piedra, pero aún miraban fascinadas.
—¿Qué está pasando aquí? —preguntó el maítre con voz histérica—. ¿Cómo sucedió esto?, ¿adónde fueron ustedes? ¿Qué es esta… camioneta?
Connie comprendió que el hombre les había visto desaparecer en una fracción de segundo. El perro había aullado, había lanzado una dentellada en el aire y se había zambullido en el cantero, alertándoles de que algo sucedería, y Sammy había echado a correr hacia el callejón. Pero Connie y Harry se habían quedado en la acera a la vista de la gente del restaurante, se había hecho la Pausa, y habían tenido que correr para salvarse. La Pausa había cesado sin que ellos estuvieran en la acera, y para los curiosos era como si dos personas se hubieran esfumado en el aire para reaparecer ocho minutos después en una camioneta blanca decorada con luces navideñas rojas y verdes.
La exasperación y la curiosidad del maítre eran comprensibles.
Si la urgencia de hallar a Tic-tac no hubiera sido tan apremiante, si cada segundo no les acercara inexorablemente a una muerte violenta, el tumulto que había frente al restaurante habría sido divertido. De hecho lo era, pero ella y Harry no tenían tiempo para reírse. Tal vez después. Si sobrevivían.
—¿Qué es esto, qué sucedió, qué está pasando? —preguntó el maítre—. No entiendo ni jota de lo que me dice ese lunático delirante que está con ustedes.
El «lunático delirante» era Sammy.
—El lunático delirante no está con nosotros —dijo Harry.
—Sí, lo está —le recordó Connie—. Y será mejor que hables con él. Yo manejaré esto.
Temía que Harry —sabiendo que contaban con poco tiempo— desenfundara el revólver y amenazara al maítre con sacarle los dientes por la nuca si no cerraba el pico y se metía dentro. Aunque le parecía bien que Harry enfrentara ciertos problemas con mayor agresividad, esta circunstancia merecía más moderación.
Harry fue a hablar con Sammy.
Connie apoyó un brazo en el hombro del maítre y le acompañó hasta la puerta del restaurante, hablándole en voz baja pero perentoria, informándole que ella y el detective Lyon estaban atendiendo un caso importante y urgente, y asegurándole que regresaría para explicarle todo, incluso lo que parecía inexplicable, «en cuanto la presente situación esté resuelta».
Considerando que tradicionalmente Harry se encargaba de calmar a la gente y Connie de contrariarla, tuvo bastante éxito con el maitre. No tenía la menor intención de regresar para darle explicaciones, e ignoraba cómo esperaba el maitre que le explicasen esa desaparición repentina. Pero el hombre se calmó, y ella le persuadió de entrar en el restaurante con el camarero que aguardaba en la puerta.
Revisó el cantero pero confirmó lo que ya sabía: el perro ya no estaba escondido allí. Se había ido.
Se reunió con Harry y Sammy en la acera a tiempo para oír las palabras del vagabundo.
—¿Cómo he de saber dónde vive? Es un alienígena, está muy lejos de su planeta, debe tener una nave espacial escondida en alguna parte.
Con más paciencia de la que Connie esperaba, Harry dijo:
—Olvida esas sandeces, no es un alienígena. Es…
Un perro les sobresaltó con sus ladridos.
Connie dio media vuelta y vio al perro de orejas flojas. Estaba colina arriba, doblando la esquina. Lo seguían una mujer y un chico de cinco años.
En cuanto el perro notó que les había llamado la atención, aferró con la boca el pantalón del chico y tironeó con los dientes. Al cabo de un par de pasos lo soltó, corrió hacia Connie, se detuvo a medio camino, le ladró a Connie, les ladró a la mujer y al niño, de nuevo a Connie. Luego se quedó sentado, mirando a ambos lados, como diciendo: «Bien, creo que ya hice mi parte».
La mujer y el chico parecían interesados pero asustados. La madre era atractiva a su manera, y el chico era agradable, bien vestido y limpio, pero ambos tenían el aire cauteloso y furtivo de la gente que conocía las calles demasiado bien.
Connie se les acercó despacio, sonriendo. Cuando pasó frente al perro, el animal se levantó y la siguió al trote, jadeando.
El momento tenía un aire misterioso y solemne, y Connie sabía que lo que les quedaba por averiguar sería cuestión de vida o muerte para ella y Harry, tal vez para todos.
Ignoraba lo que iba a decir hasta que estuvo cerca de ambos.
—¿Han tenido…? ¿Ustedes también han tenido… una experiencia extraña últimamente?
La mujer parpadeó sorprendida.
—¿Experiencia extraña? Oh, sí. Vaya, y tanto que sí.