4

Eran policías con sentido del deber y la justicia, pero no eran tan necios como para seguir los procedimientos ortodoxos en este caso. No estaban dispuestos a llamar a las autoridades locales y explicar las circunstancias. Muerto, Bryan Drackman era sólo un joven de veinte años, y no había modo de demostrar que poseía poderes sobrenaturales. Contar la verdad era como pedir a gritos que les encerraran.

Sin embargo, los botes donde flotaban esos ojos ciegos y los extraños espejos de esa casa serían prueba suficiente de que se habían topado con un psicópata homicida, aunque nadie hallara los cuerpos de donde Tic-tac había extraído los ojos. Aun así, tenían un cuerpo que respaldaría la acusación de homicidio brutal: Ricky Estefan en Dana Point, sin ojos, con serpientes y tarántulas.

—Tenemos que elaborar una historia coherente —dijo Connie, mientras miraban los anaqueles llenos de billetes de la despensa— para explicarlo todo; todas las lagunas y rarezas, la razón por la cual no respetamos los procedimientos. No podemos cerrar la puerta e irnos porque la gente del Pacific View sabe que estuvimos allí esta noche, hablando con su madre, pidiendo su dirección.

—¿Historia? —dijo Harry fatigosamente—. Santo Dios del cielo, ¿qué clase de historia?

—No sé —dijo Connie, con una mueca de dolor—. Eso te corresponde a ti.

—¿Por qué a mí?

—Siempre te gustaron los cuentos de hadas. Inventa uno. Tiene que explicar el incendio de tu casa, lo de Ricky Estefan y esto. Por lo menos. —Harry aún la miraba boquiabierto cuando ella señaló los fajos de billetes—. Esto sólo complicará la trama. Simplifiquemos las cosas sacándolo de aquí.

—No quiero ese dinero.

—Yo tampoco. Ni un solo dólar. Pero nunca sabremos a quién se lo robó, así que simplemente irá a parar a manos del gobierno, el mismo gobierno que nos ha dado este cotillón premilenario, y no soporto la idea de dárselo para que derroche más. Además, ambos conocemos a ciertas personas que podrían aprovecharlo, ¿verdad?

—Cielos, todavía están esperando en la camioneta.

—Metámoslo en una bolsa y llevémonoslo. Janet podrá largarse en la camioneta con el perro, para que no queden involucrados. Entretanto, tú prepararás una historia, y cuando ellos se hayan marchado, estaremos listos para llamar.

—Connie, no puedo…

—Más vale que empieces a pensar —dijo ella, sacando una bolsa de plástico de un estante.

—Pero esto es ridículo…

—No tenemos mucho tiempo —advirtió ella, abriendo la bolsa con su mano sana.

—De acuerdo —rezongó Harry.

—No veo el momento de escuchar tu versión —dijo Connie, arrojando los fajos de billetes en la bolsa—. Sin duda será entretenida.