Connie se había quitado la chaqueta en llamas y había apagado el fuego cuando Harry comprendió que el revólver estaba vacío, se alejó del monstruo muerto y se acercó a ella. Era asombroso que Connie hubiera actuado con la rapidez suficiente para no arder como una antorcha, porque tenía la muñeca izquierda rota y le había costado quitarse la chaqueta. Había sufrido una quemadura menor en el brazo izquierdo, pero nada grave.
—Está muerto —aclaró Harry, como si hiciera falta, y la abrazó, la estrechó con fuerza cuidando de no tocarle las heridas.
Ella también le estrechó, con un solo brazo, y se quedaron así un rato, sin poder hablar, hasta que el perro se acercó olfateando. Cojeaba, y no podía apoyar la pata derecha trasera en el suelo, pero por lo demás parecía estar bien.
Harry comprendió que Woofer, a fin de cuentas, no había sido la causa del desastre. Si él no se hubiera lanzado por la escalera para tumbar a Tic-tac logrando que tardara aquellos valiosos segundos en notar la presencia de Connie y Harry, estarían muertos en el suelo y el amo de los golems estaría vivo y sonriente. Harry sintió un cosquilleo de temor supersticioso. Soltó a Connie y regresó donde estaba el cuerpo. Le echó otro vistazo para asegurarse de que estuviera muerto.