Recorre la ciudad a oscuras. Gente somnolienta en lugares sombríos.
Bosteza y piensa en tenderse bajo unos arbustos para dormir. Hay otro mundo cuando sueña, un bonito mundo donde tiene una familia que vive en un lugar cálido y le da la bienvenida, le alimenta todos los días, juega con él, le llama Príncipe, le lleva a pasear en coche y le deja asomar la cabeza por la ventanilla para que sienta el viento (gran sensación, olores a gran velocidad) y nunca le da patadas. El sueño ofrece un buen mundo, aunque tampoco allí puede atrapar a los gatos.
Entonces recuerda al joven-cosa-mala, el lugar negro, los ojos de personas y animales sin cuerpo, y ya no tiene sueño.
Tiene que hacer algo con la cosa mala, pero no sabe qué. Intuye que la cosa lastimará a la mujer y al niño, que les lastimará mucho. Tiene mucha furia. Odio. Les prendería fuego en la pelambre si tuvieran pelambre. No sabe por qué. Ni cuándo ni cómo ni dónde. Pero debe hacer algo, salvarlos, ser un perro bueno.
Luego…
Hacer algo.
Bien.
Luego…
Mientras piensa qué hacer con la cosa mala, puede buscar comida. Tal vez el gordo sonriente le dejó más sobras detrás del lugar de comida. Tal vez el gordo esté en la puerta abierta, mirando a ambos lados del callejón para ver si encuentra a Amigo, pensando que le gustaría llevar a Amigo a casa, darle un lugar cálido, alimentarlo todos los días, jugar con él, llevar a Amigo a pasear en coche para que sienta el viento.
Se apresura. Trata de oler al gordo. ¿Estará afuera? ¿Esperando?
Olisqueando, pasa frente a un coche que huele a herrumbre, grasa, aceite, aparcado en un lugar grande y desierto, y entonces huele a la mujer, al niño, a pesar de las ventanillas cerradas. Se detiene, mira hacia arriba. El niño duerme, no está a la vista. La mujer está apoyada contra la puerta, la cabeza contra la ventanilla. Despierta, pero no le ve.
Tal vez al gordo le gusten la mujer y el niño y tenga espacio para todos en su lugar bonito y tibio, y todos puedan jugar juntos, comer cuando quieran, pasear en coche asomando la cabeza por la ventanilla, olores a toda velocidad. Sí sí sí sí sí sí sí. ¿Por qué no? En el mundo de los sueños hay una familia. ¿Por qué no también en este mundo?
Está excitado. Esto es bueno. Realmente bueno. Presiente esa cosa maravillosa a la vuelta de la esquina, esa cosa maravillosa que siempre esperó. Bueno. Sí. Bueno. Sí sí sí sí sí sí.
El lugar de comida donde se encuentra el gordo no está lejos del coche, así que debería ladrar para que la mujer le vea, y luego llevar a la mujer y al chico adonde está el gordo.
Sí sí sí sí sí.
Pero tal vez tarde mucho tiempo en convencerlos de que le sigan. A veces la gente es lenta para entender. El gordo podría irse. Llegan allí, el gordo se fue, se quedan en el callejón sin saber por qué, piensan que es un perro estúpido, un perro tonto y estúpido, está humillado como cuando el gato le mira desde el árbol.
No no no no no. El gordo no puede irse. Si el gordo se va, no estarán juntos en un lugar tibio y bonito ni en el coche con viento.
¿Qué hacer, qué hacer? Excitado. ¿Ladrar? ¿No ladrar? ¿Quedarse, ir, sí, no, ladrar, no ladrar?
Orinar. Tiene que orinar. Alza la pata. Ah. Sí. Pis de olor fuerte. Humea en el pavimento. Interesante.
Hombre gordo. No olvidar al gordo. Esperar en el callejón. Ir primero a buscar al gordo, antes de que entre y desaparezca para siempre, lograr que venga aquí, sí sí sí sí, porque la mujer y el niño se quedarán donde están.
Perro bueno. Perro listo.
Se aleja del coche al trote. Corre. Hasta la esquina. Da la vuelta. Un poco más lejos. Otra esquina. El callejón, detrás del lugar de comida.
Jadeando excitado, corre hasta la puerta donde el gordo le dio sobras. Está cerrada. El gordo se ha ido. No hay más sobras en el suelo.
Se sorprende. Estaba tan seguro. Todos juntos como en el mundo del sueño.
Raspa la puerta. Raspa, raspa.
El gordo no viene. La puerta permanece cerrada.
Ladra. Espera. Ladra.
Nada.
Bien. Luego… ¿Ahora qué?
Aún está excitado, pero no tanto como antes. No tanto como para orinar, pero demasiado para quedarse quieto. Se pasea frente a la puerta, de aquí para allá por el callejón, gimiendo de frustración y confusión, poniéndose triste.
Oye voces en el extremo del callejón y sabe que una de ellas pertenece al hombre maloliente que huele como todas las cosas malas al mismo tiempo, incluido el contacto de la cosa-que-mata. Puede olfatear al hombre maloliente desde lejos. No sabe a quién pertenecen las otras voces, el tufo del hombre maloliente le impide oler bien a las demás personas.
Tal vez una de ellas sea el gordo, buscando a Amigo.
Tal vez.
Meneando la cola, corre hasta el extremo del callejón, pero cuando llega no encuentra al gordo, así que deja de menear la cola. Sólo un hombre y una mujer que nunca ha visto, de pie cerca de un coche frente al lugar de comida, con el hombre maloliente, todos hablando.
«¿De veras son policías?», dice el hombre maloliente.
«¿Qué le hiciste al coche?», dice la mujer.
«Nada. No le hice nada al coche».
«Si hay excrementos en el coche, eres hombre muerto».
«No, escuchen, por amor de Dios».
«Desintoxicación forzada, basura».
«¿Cómo podía entrar en el coche, si está cerrado con llave?».
«¿Conque lo intentaste, eh?».
«Sólo quería curiosear, para averiguar si eran policías de veras».
«Ya verás si somos policías de veras, bazofia».
«¡Oiga, suélteme!».
«¡Dios, cómo apestas!».
«Suélteme, suélteme!».
«Vamos, déjalo en paz. De acuerdo, con calma», dice el hombre que no huele tan mal.
Olfateando, detecta en este otro hombre algo que también huele en el hombre maloliente y le sorprende. El contacto de la cosa-que-mata. Este hombre ha estado cerca de la cosa mala hace poco tiempo.
«Hueles como una cloaca andante», dice la mujer.
Ella también tiene el olor de la cosa-que-mata. Los tres. El hombre maloliente, el otro hombre y la mujer. Interesante.
Se acerca, olisqueando.
«Escuchen, por favor, tengo que hablar con un policía», dice el hombre maloliente.
«Pues habla», dice la mujer.
«Me llamo Sammy Shamroe. Quiero hacer una denuncia».
«Déjame adivinar. Alguien te robó el Mercedes nuevo».
«¡Necesito ayuda!».
«También nosotros».
Los tres no sólo huelen a la cosa mala, sino que huelen a miedo, el mismo miedo que olió en la mujer y el niño que lo llaman Woofer. Todos tienen miedo de la cosa mala.
«Alguien va a matarme», dice el hombre maloliente.
«Sí, nosotros, si no me dejas en paz».
«Calma, calma».
«Y no es humano», dice el hombre maloliente. «Le llamo el hombre de las ratas».
Tal vez estas personas deberían conocer a la mujer y el niño. Todos tienen miedo por separado. Juntos tal vez no tengan miedo. Juntos podrían vivir en un lugar tibio, jugar todo el tiempo, alimentarlo todos los días, ir a pasear en coche… excepto el hombre maloliente, que tendría que correr detrás a menos que dejara de ser tan maloliente.
«Le llamo el hombre de las ratas porque está hecho de ratas, se deshace y es como un montón de ratas yendo por todas partes».
¿Pero cómo? ¿Cómo puede juntarlos con la mujer y el niño? ¿Cómo hacerles entender, si la gente a veces es tan lenta?