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Corre, trota, camina, se arrastra cautamente de sombra en sombra al aproximarse a la cosa-que-mata. El olor es maduro, fuerte, hediondo. No sucio como el del hombre maloliente. Distinto. A su modo, peor. Interesante.

No tiene miedo. No tiene miedo. Es un perro. Tiene dientes y zarpas filosas. Es fuerte y veloz. Lleva en la sangre la necesidad de rastrear y cazar. Es un perro, astuto y feroz, y no huye de nada. Nació para cazar, no para ser cazado, y persigue sin temor la presa que quiere, aunque sean gatos. Los gatos le han arañado el hocico, le han mordido y humillado, les persigue sin temor porque es un perro, quizá no tan listo como algunos gatos, pero perro al fin y al cabo.

Bordea un macizo de adelfas. Flores bonitas. Bayas. No comer las bayas. Dañinas. Se nota en su olor. También las hojas. También las flores.

Nunca comer flores. Una vez intentó comer una. Había una abeja en la flor. Luego le entró en la boca, zumbando, picándole la lengua. Pésimo día, peor que los gatos.

Sigue avanzando. Sin miedo. Es un perro.

Lugar-de-personas. Altas paredes blancas. Ventanas oscuras. Arriba, un cuadrado de luz pálida.

Se desliza por el costado del lugar.

El olor de la cosa mala es fuerte aquí, cada vez más. Casi le estalla en el hocico. Como amoníaco, pero no tanto. Un olor frío y oscuro, más frío que el hielo y más oscuro que la noche.

Se detiene frente a la alta pared blanca. Escucha. Olfatea.

No tiene miedo. No tiene miedo.

Algo ulula arriba: «Uuuuuuu».

Siente miedo. Da media vuelta y se dispone a huir.

«Uuuuuu».

Aguarda. Conoce ese sonido. Un búho elevándose en la noche, buscando sus propias presas.

Se dejó asustar por un búho. Perro malo. Perro malo. Malo.

Recuerda al niño. La mujer y el niño. Además… el olor, el lugar y el momento son interesantes.

Volviéndose una vez más, continúa deslizándose por el flanco de ese lugar-de-personas, paredes blancas, luz pálida en lo alto. Llega a una cerca de hierro. Queda atascado. No tan atascado como cuando sigue a un gato y se atora en la cañería de un desagüe y el gato sigue andando y él se retuerce y patea y forcejea dentro de la cañería, temiendo no poder salir, temiendo que el gato regrese en la oscuridad de la cañería y le arañe el hocico mientras no puede moverse. Atascado, pero no tanto. Sacude las ancas, cocea, pasa a otro lado.

Llega a final del lugar, dobla una esquina y ve a la cosa-que-mata. Su visión no es tan aguda como su olfato, pero puede distinguir a un hombre joven y sabe que es la cosa mala porque apesta a ese olor extraño, oscuro y frío. Antes tenía un aspecto distinto, nunca tuvo aspecto de hombre joven, pero el olor es el mismo. Es la cosa, sin duda alguna.

Se detiene.

No tiene miedo. No tiene miedo. Es un perro.

El joven-cosa-mala entra en el lugar-de-personas. Lleva paquetes de comida. Chocolatinas, golosinas, patatas fritas.

Interesante.

La cosa mala todavía come. Estaba fuera comiendo y ahora entra, y tal vez haya dejado comida. Un meneo de la cola, un gemido amistoso, el truco de sentarse a suplicar podría conseguirle algo bueno, sí sí sí sí.

No no no no. Mala idea.

Pero chocolate.

No. Olvídalo. Con esas ideas consigues un rasguño en el hocico. O algo peor. Muerto como la abeja del charco, el ratón de la alcantarilla.

La cosa-que-mata entra, cierra la puerta. Su temible olor ya no es tan fuerte.

Tampoco el olor del chocolate. En fin.

«Uuuuuuu».

Sólo un búho. ¿Quién se asustaría de un búho? No un perro.

Olisquea un rato detrás del lugar-de-personas, la hierba, la tierra, las piedras chatas que pone la gente. Arbustos. Flores. Insectos en la hierba, varias especies. Un par de cosas para que se siente la gente… y al lado, un trozo de bizcocho. Chocolate. Bueno, bueno, ya está. Olisquea aquí y allá, pero no encuentra más.

¡Un pequeño lagarto! Rápido, por las piedras, agárralo, agárralo. Por aquí, por allá, por aquí, por allá, entre tus patas, por allá, aquí viene, allá va. ¿Dónde está? Allá, no lo dejes escapar, agárralo, lo quiero, lo necesito, bang, una cerca de hierro.

El lagarto se fue, pero la cerca huele a pis de persona fresco. Interesante.

Es el pis de la cosa-que-mata. No es agradable. Un olor malo. Pero interesante. La cosa-que-mata parece una persona, orina como persona, así que debe ser persona, aunque sea extraña y diferente.

Sigue el camino que la cosa mala tomó cuando dejó de orinar y entró en el lugar-de-personas, y al pie de la gran puerta encuentra una puerta más pequeña, más o menos de su tamaño. La huele. La puerta pequeña tiene olor de otro perro. Débil, muy débil, pero otro perro. Hace mucho tiempo, un perro entraba y salía por esta puerta. Interesante. Hace tanto tiempo que tiene que oler y oler para averiguar algo. Un macho. Ni pequeño ni demasiado grande. Interesante. Un perro nervioso, tal vez enfermo. Hace mucho tiempo. Interesante.

Piensa en esto.

Puerta para gente. Puerta para perros.

Piensa.

Éste no es sólo un lugar-de-personas. Es un lugar-de-personas-y-perros. Interesante.

Apoya la nariz en la fría puerta de metal, que oscila hacia dentro. Mete la cabeza, alzando la puerta para olfatear y echar un vistazo.

Lugar de comida para personas. Hay comida guardada. No puede verla pero puede olería. Lo más fuerte es el olor de la cosa mala, tan fuerte que pierde el interés en la comida.

El olor lo repele y lo asusta pero también lo atrae, y la curiosidad lo impulsa a seguirlo. Atraviesa la abertura, la puerta de metal le acaricia el lomo y la cola y se cierra con un chirrido leve.

Adentro.

Escucha. Zumbido, chasquido, un retintín suave. Ruidos de máquinas. Por lo demás, silencio.

No mucha luz. Sólo manchas relucientes en algunas máquinas.

No tiene miedo. No, no, no.

Se desliza de un espacio oscuro al otro, entornando los ojos, escuchando, olisqueando, pero no encuentra a la cosa-que-mata hasta que llega a pie de la escalera. Mira hacia arriba y sabe que la cosa está en uno de los espacios de arriba.

Sube la escalera, se detiene, continúa, se detiene, mira hacia abajo, hacia arriba, continúa, se detiene, y se pregunta lo mismo que siempre se pregunta cuando persigue un gato: ¿qué hace aquí? Si no hay comida, si no hay hembra en celo, si no hay nadie que lo acaricie y lo rasque y juegue con él, ¿por qué está aquí? No sabe por qué. Tal vez esté en la naturaleza del perro preguntarse qué hay a la vuelta de la esquina, más allá de la próxima colina. Los perros son especiales. Los perros son curiosos. La vida es extraña e interesante y tiene la sensación de que cada lugar nuevo y cada día nuevo podría mostrarle algo tan diferente y especial que con sólo verlo y olerlo comprendería mejor el mundo y sería feliz. Tiene la sensación de que una cosa maravillosa aguarda para ser descubierta, una cosa maravillosa que no puede imaginar, pero algo mejor que la comida o las hembras en celo, mejor que las caricias, los mimos, los juegos, mejor que correr por la playa con la pelambre al viento o perseguir un gato, incluso mejor que atrapar un gato si tal cosa fuera posible. Incluso aquí, en este lugar temible, donde la cosa-que-mata huele tan fuerte que da ganas de estornudar, siente que algo maravilloso puede estar a punto de suceder.

Y además, la mujer, el niño. Son bondadosos. Son como él. Así que quizá pueda hallar un modo de evitar que la cosa mala les siga molestando.

La escalera termina y hay un espacio angosto. Continúa la marcha, oliendo las puertas. Luz tenue detrás de una de ellas. Y el fuerte y desagradable olor de la cosa-que-mata.

No tiene miedo, no tiene miedo, perro bueno, merodeador y cazador, bueno y valiente, perro bueno.

La puerta está entornada. Mete la nariz en la rendija. Podría abrirla más, entrar, pero titubea.

No hay nada maravilloso allí dentro. Quizás en alguna otra parte de este lugar-de-personas, tal vez a la vuelta de otra esquina, no aquí.

Tal vez pueda irse ahora, regresar al callejón, ver si el gordo le dejó más comida.

Pero eso sería cosa de gato. Escabullirse. Escapar. Él no es un gato. Es un perro.

¿Pero los gatos reciben arañazos en el hocico, un corte profundo y sangrante que duele durante días? Interesante pensamiento. Nunca ha visto un gato con la nariz arañada, nunca ha logrado acercarse tanto para arañar uno.

Pero él es un perro, no un gato, así que empuja la puerta. La abre. Entra.

El joven-cosa-mala tendido en paños negros, encima del suelo, inmóvil, callado, ojos cerrados. ¿Muerto? Cosa mala muerta sobre paños negros.

Se acerca más, olisqueando.

No. Muerto no. Dormido.

La cosa-que-mata come, orina y duerme, así que se parece a la gente y a los perros, aunque no es gente ni perro.

¿Y ahora qué?

Mira a la cosa mala dormida, pensando que podría saltar, ladrarle en la cara, asustarla, para que no moleste más a la mujer y al niño. Tal vez podría morderla, un pequeño mordisco, ser un perro malo por una vez, tan sólo para ayudar a la mujer o al niño, morderle la barbilla, o la nariz.

Dormido no parece tan peligroso. No parece tan fuerte ni tan rápido. No recuerda por qué antes tuvo miedo.

Echa una ojeada a la negra habitación. La luz reluce en muchos ojos que flotan en botes, ojos de gente sin la gente, ojos de animales sin los animales. Interesante pero no bueno, nada bueno.

De nuevo se pregunta qué hace aquí. Comprende que este lugar es como una cañería de desagüe donde uno se atasca, como un agujero en el suelo donde viven grandes arañas a las que no les gusta que metas el hocico. Y comprende que el joven-cosa-mala de la cama es como uno de esos chicos risueños que olían a arena y sol y agua salada, que te acarician y te rascan las orejas y luego tratan de prenderte fuego.

Perro estúpido. Estúpido por venir aquí. Bueno pero estúpido. Oye que la cosa mala murmura en sueños.

Se aleja de la cama, da media vuelta, baja la cola y sale de la habitación. Baja la escalera, sale de allí. No tiene miedo, no tiene miedo, es sólo cautela, no tiene miedo, pero el corazón le palpita con fuerza.