Conducían al norte por la costa. Ricky yacía muerto en una casa de Dana Point infestada de serpientes.
—Es culpa mía —dijo Harry—. Lo que sucedió es culpa mía.
—Pamplinas —respondió Connie.
—Es la verdad.
—Supongo que fue culpa tuya que él entrara en esa tienda al volver a casa hace tres años.
—Gracias por tratar de consolarme, pero no vale la pena.
—¿Prefieres que te haga sentir culpable? Mira, esta cosa a la que nos enfrentamos, Tic-tac… no hay modo de prever qué hará a continuación.
—Tal vez yo pueda. Estoy aprendiendo a conocerle. Empiezo a intuir qué hará. Pero siempre voy a la zaga de ese hijo de perra. En cuanto vi esa hebilla, comprendí que era natural que atacara a Ricky. Estaba implícito en su amenaza. Sólo que lo entendí demasiado tarde.
—A eso me refiero. Tal vez no haya modo de adelantársele. Es algo nuevo, totalmente nuevo, y piensa de un modo muy diferente al nuestro, del modo en que piensan los malhechores comunes, no encaja en ningún perfil psicológico, y no hay modo de que ni tú ni nadie pueda ganarle la mano. Harry, esto no es responsabilidad tuya.
Harry le respondió bruscamente, sin intención, porque no la culpaba por nada, pero ya no podía contener la furia.
—¡Ése es el problema del mundo de hoy, por Dios, ése es exactamente el problema! Nadie quiere ser responsable de nada. Todos quieren licencia para ser y hacer cualquier cosa, pero nadie quiere pagar la cuenta.
—Tienes razón.
Obviamente era sincera, estaba de acuerdo con él, no lo decía por complacerle, pero Harry no se dejó aplacar tan pronto.
—Hoy día, si tu vida es un descalabro, si has fracasado con tu familia y tus amigos, nunca tienes la culpa. ¿Eres un borracho? Pues tal vez tienes una predisposición genética. ¿Eres un adúltero compulsivo?, ¿tuviste cien amantes en un año? Pues tal vez no te sentiste amado de niño, tal vez tus padres nunca te dieron todo el afecto que necesitabas. Puras patrañas.
—Exacto —dijo Connie.
—¿Volaste a tiros la cabeza de un tendero o mataste a una anciana a golpes por unas monedas? Pues no eres mal tipo; no, no tienes la culpa. La culpa es de tus padres, de tus maestros, de la sociedad, de la cultura occidental, nunca tuya. Qué grosero, qué insensible, qué retrógrado sugerir semejante cosa.
—Si tuvieras un programa de radio, lo escucharía todos los días —replicó Connie.
Harry adelantaba a los demás aunque tuviera que cruzar la doble línea amarilla. Nunca lo había hecho en su vida, ni siquiera cuando iba en un coche con sirenas y luz intermitente.
Se preguntó qué demonios le sucedía, pero siguió conduciendo como un desaforado. En una curva se metió en el carril contrario para adelantar a un camión con un mural de las Montañas Rocosas en el flanco, aunque el camión iba diez kilómetros por hora por encima del límite de velocidad.
—Puedes abandonar a tu esposa e hijos sin mantener a los niños —continuó—, birlar millones a tus inversores, aplastarle los sesos a un fulano porque es gay o porque no te mostró respeto…
—… arrojar a tu bebé a una cloaca porque tienes dudas sobre las bendiciones de la maternidad —se sumó Connie.
—Falsificar tu declaración de impuestos, estafar al fisco.
—Vender drogas a chicos de primaria.
—Fornicar con tu propia hija y aun así clamar que tú eres la víctima. Hoy todos son víctimas. Nadie es verdugo. No importa la atrocidad que cometas, puedes reclamar compasión, proclamar que eres víctima del racismo, del racismo al revés, del sexismo, del clasismo, del prejuicio contra los viejos, los jóvenes, los gordos, los feos, los tontos, los listos. Por eso asaltaste el banco o liquidaste a ese policía, porque eres una víctima; hay un millón de maneras de ser víctima. Sí, claro, desprestigias las quejas honestas de las verdaderas víctimas pero, qué diablos, sólo vivimos una vez, por qué no recibir tu parte de la acción y al cuerno con esas víctimas auténticas, qué joder, son perdedores.
Se acercaba rápidamente a un Cadillac que avanzaba con lentitud.
Había espacio para adelantarlo, pero un Jeep igualmente lento con dos autoadhesivos en la ventanilla trasera «VIAJO CON JESÚS» y «PLAYAS, BIQUINIS Y CERVEZA», le cerraba el paso.
No pudo cruzar la doble línea amarilla porque de pronto una corriente de tráfico contrario apareció de golpe cegándole con los faros.
Pensó en dar unos bocinazos para que el Cadillac o el Jeep acelerasen, pero no tenía paciencia para eso.
El arcén de la autopista era inusitadamente ancho en ese tramo, y sacó partido de ello, acelerando mientras se salía del carril y pasaba al Cadillac por la derecha. No podía creer lo que hacía. Tampoco el conductor del Cadillac. Harry miró a la izquierda y vio que el otro le miraba atónito, un cómico hombrecillo de bigote recto y peluca de mala calidad. Un declive de tierra erosionada, cubierto de escarcha y hiedra silvestre, se acercó peligrosamente al flanco derecho del Honda. Estaba a centímetros de la puerta aun donde el borde era ancho, y el borde empezó a estrecharse. El Cadillac desaceleró, tratando de cederle el paso. Harry aceleró, y el borde se encogió aún más. Un letrero de «NO DETENERSE» apareció frente a él y sin duda lo detendría cuando chocara. Salió del estrecho arcén, regresó a su carril, derrapando frente al Cadillac, recobró el control y continuó hacia el norte con la vastedad del Pacífico a la izquierda, tan negro como su ánimo.
—¡Así se hace! —exclamó Connie.
Harry no supo si era un comentario sarcástico o de aprobación. Con su amor por la velocidad y el riesgo, podía ser cualquiera de ambos.
—Lo que estoy diciendo —continuó, tratando de mantener viva su furia— es que no quiero ser así, acusar siempre a otro. Cuando soy responsable, quiero asfixiarme en mi responsabilidad.
—Te oigo.
—Soy responsable por lo de Ricky.
—Lo que digas.
—Si hubiera sido más listo, él estaría con vida.
—Como prefieras.
—Me pesará en la conciencia.
—No me opongo.
—Soy responsable.
—Sin duda te pudrirás en el infierno por eso.
Harry no pudo contener una risotada. Era una risa sombría y por un momento temió que se transformara en llanto por Ricky, pero Connie no estaba dispuesta a consentirlo.
—Te pasarás la eternidad sentado en un pozo de vómito de perro —dijo—, si eso crees que mereces.
Aunque Harry quería avivar la llama de su furia, se estaba apagando, como era natural. Miró a Connie de soslayo y siguió riendo.
—Eres tan malo que tendrás que comer gusanos y beber bilis de demonio durante mil años.
—Detesto la bilis de demonio…
Ella también reía.
—Y tendrás que aguantar que Satanás te aplique un enema…
—… y mirar Hudson Hawk diez mil veces…
—Oh, no. El infierno tiene sus límites.
Ambos se reían a carcajadas, disipando la tensión, y así siguieron durante un rato.
Cuando al fin se hizo un silencio, fue Connie quien lo rompió.
—¿Te sientes bien?
—Me siento pésimamente.
—¿Pero mejor?
—Un poco.
—Te pondrás bien.
—Supongo que sí.
—Claro que sí. A fin de cuentas, tal vez allí esté la verdadera tragedia. Nos crecen costras sobre todas las heridas y las pérdidas; aun las peores, las más profundas. Seguimos adelante y nada nos lastima para siempre, aunque a veces desearíamos que fuera así.
Siguieron viaje hacia el norte. El mar a la izquierda. Colinas oscuras tachonadas de luces a la derecha.
Estaban de vuelta en Laguna Beach, pero Harry no sabía hacia dónde iban. Sólo quería seguir hasta el final del mapa, costa arriba, Santa Bárbara, Big Sur, el Golden Gate, Oregón, Washington, Canadá, tal vez hasta Alaska, ver la nieve y sentir la mordedura del viento ártico, ver el destello del claro de luna en los glaciares; y luego atravesar el Estrecho de Bering, navegando como si el coche fuera un mágico artefacto de cuento de hadas, y luego por la escarchada costa de lo que antes era la Unión Soviética, y de allí a la China, parando para paladear la cocina de Szechwan.
—Gulliver —dijo.
—Sí.
—Me gustas.
—¿A quién no?
—Hablo en serio.
—Bien, tú también me gustas, Lyon.
—Sólo quería decírtelo.
—Me alegra que lo hayas hecho.
—Eso no significa que haya nada entre nosotros.
Ella sonrió.
—Bien. Y hablando de nosotros, ¿hacia dónde vamos?
A comer pato con especias en Beijing, pensó él, pero se contuvo.
—A casa de Ordegard. Supongo que no sabrás la dirección.
—No la sé… estuve allí.
Harry se sorprendió.
—¿Cuándo?
—Después de irme del restaurante y antes de regresar a la oficina, mientras redactabas los informes. El lugar no tiene nada especial. Te da escalofríos, pero no creo que encontremos nada útil.
—Cuando estuviste antes, no sabías nada sobre Tic-tac. Ahora verás las cosas desde otro ángulo.
—Tal vez. Dentro de dos calles, gira a la derecha.
Harry siguió las instrucciones y se internaron en las colinas por unas callejuelas sinuosas bordeadas de palmeras y eucaliptos. Un búho blanco de un metro de envergadura echó a volar desde la chimenea de una casa hasta el tejado de otra, surcando la noche como un ánima en pena buscando el cielo; y el firmamento sin estrellas parecía tan cercano, que Harry casi lo oía crujir contra la alta cima de los riscos del este.