5 de Nightal, Año de la Revuelta Hereje (1473 CV)
Cuando Geran Hulmaster oyó los lejanos acordes de una canción que en alas del aire de la tarde venían a posarse en sus hombros como copos de nieve, supo que había llegado a Myth Drannor. No podía ver aún la ciudad, pero se detuvo en la vieja carretera élfica cubierta de nieve y escuchó, cautivado por aquellas voces de pureza y dulzura inhumanas que entonaban antiguas melodías de los elfos. Sólo conocía unas cuantas palabras de la lengua élfica, pero en lo más profundo de su corazón podía sentir lo que significaban las canciones. Era una canción triste, hermosa y sabia, que hablaba del letargo invernal que había descendido sobre aquella tierra, recordando el año que terminaba y la añoranza por los seres queridos que estaban lejos… Pero también pudo percibir en la contramelodía una celebración de la belleza del invierno, la excitación ante la proximidad de la primavera y los largamente esperados reencuentros. Los copos de nieve descendían en silencio para posarse sobre su rostro como helados besos y quedarse atrapados entre sus cabellos, pero él siguió escuchando, haciendo caso omiso del frío que se le había ido metiendo en los huesos a lo largo de los días que había pasado viajando desde el viejo valle de la Rastra en dirección al corazón del reino élfico. La ciudad de los elfos estaba cerca, pero Geran no se decidía a dar otro paso por miedo a perder aquella canción maravillosa que llegaba débilmente a sus oídos.
El tenue brillo dorado de los faroles en el cielo invernal lo esperaba más adelante, como si, de algún modo, el bosque hubiera dado paso a una gran sala con esbeltos troncos plateados a modo de pilares. Geran permaneció en silencio, al igual que las adormecidas hayas bajo la nieve. Era un hombre alto y delgado de veinticinco años, con el pelo negro como ala de cuervo y los ojos de un gris acerado, que ahora entornaba mientras concentraba toda su atención en la canción. Debajo de la capa, azotada por los elementos, y de la capucha empapada, vestía una chaqueta de ante azul de primera calidad, una camisa de buen algodón turmishano, calzas de lana grises y unas botas hasta la rodilla de cuero de Cormyr: la ropa de un hombre de posibles, quizá un noble que había heredado vastas propiedades, o un mercader de gran fortuna. Pero no era así, ya que su fortuna la había obtenido de un modo bien distinto. A la altura del cuello se podía percibir el brillo plateado de la cota de malla que llevaba bajo la camisa, y de la cintura le colgaba una espada larga que había sido encantada hacía quinientos años en el viejo Chondath. Era el tesoro más valioso que había obtenido en cinco años de aventuras por las tierras del Mar Interior.
Podría haber permanecido allí hipnotizado durante horas, pero un ruido nuevo sonó a sus espaldas: un débil tintineo de campanillas y el sonido amortiguado de unos cascos. Geran se dio cuenta de que estaba en medio del camino y logró despertar a tiempo para apartarse y dejar pasar al carruaje o trineo que se acercaba. En tierras humanas, un conductor que fuera a gran velocidad no tendría ningún problema en atropellar a cualquier necio que se cruzara en su camino. Dudaba de que los miembros del bello linaje fueran tan crueles, pero ¿quién podía decir lo que harían o no harían los elfos? Eran gente extraña, y a veces resultaban peligrosos de manera inesperada. Se había encontrado con algunos a lo largo de sus viajes, incluido uno al que había llegado a contar entre sus mejores camaradas. Pero incluso después de tantos años viajando, luchando, bebiendo y compitiendo mano a mano con Sonnelor en la Compañía del Escudo del Dragón, apenas había llegado a conocer en profundidad al elfo. Le gustaba pensar que Sonnelor lo había considerado un amigo, y quizá no tan estúpido y corto de miras como el resto de los humanos, pero aun así no podía estar seguro de ello.
—Supongo que ahora nunca lo sabré —masculló en voz alta.
Sonnelor llevaba muerto más de un año, y el viaje de Geran a Myth Drannor era una especie de adiós a su amigo caído. Los parientes de Sonnelor habían tenido noticias de su muerte hacía ya muchos meses, pero Geran pensaba que merecían conocer la historia completa de la última aventura de los Escudos del Dragón y el papel que Sonnelor había desempeñado en ella. Para ser más exactos, Geran se lo debía a Sonnelor… y a sí mismo. Nunca se lo había dicho a Hamil ni a ninguno de sus otros amigos de Tantras, pero sencillamente no lo satisfacía del todo seguir adelante con sus asuntos y dejar atrás para siempre la Compañía del Escudo del Dragón, al menos no hasta que hubiera encontrado una mejor manera de decirles adiós a aquellos que habían muerto.
Vislumbró una sombra blanca y gris que se aproximaba por el camino y se apartó un poco más. Un trineo de madera blanca, tirado por un único caballo pinto, apareció entre la nieve, que caía suavemente. Del arnés colgaban diminutas campanillas plateadas que emitían un alegre tintineo mientras el animal avanzaba. En el trineo iban dos elfos, un señor y una dama envueltos en largas togas para resguardarse del frío de la tarde. Eran elfos de la luna, casi tan pálidos como la nieve y de ojos y cabellos oscuros. Geran se inclinó cortésmente mientras se acercaban y esperó a que pasaran. Pero para su sorpresa, la elfa tiró de las riendas y detuvo el trineo. Le dio la impresión de que su compañero le dirigía una mirada severa, quizá de enfado, pero no estaba seguro.
—Bien hallado, extraño —dijo la fémina.
La elfa hablaba el común con un ligero acento cantarín y tenía el aspecto de una esbelta muchacha humana de no más de veinte años. Por supuesto, para los humanos resultaba muy difícil adivinar la edad de un elfo. Tenía un rostro de facciones delicadas, unos ojos violetas que resultaban fascinantes y la elegancia inconsciente de una bailarina. Geran se quedó prendado sin remedio.
—¿Te has perdido en la nieve?
—No, mi señora —contestó—. Tan sólo me he detenido un instante para escuchar la música.
Ella inclinó la cabeza mientras prestaba atención y después rió quedamente.
—Entonces, es posible que te quedes aquí un buen rato. Es la Miiraeth len Fhierren, la canción del solsticio de invierno, y acaba de empezar. Ésta es la noche más larga del año, y la melodía no terminará hasta que amanezca. Muchos te llamarían afortunado por tener la ocasión de oírla entera, pero creo que la seguirías mejor si te detuvieras algo más cerca.
Geran sonrió, pensando en la pinta de estúpido que debía ofrecer, allí parado, en medio del bosque, escuchando una lejana melodía élfica. El compañero de la joven le sonrió, como si supiera lo ridículo que se sentía, pero en sus ojos captó un destello de cautela.
—No todos los que vagan por estos bosques son amigos, Alliere —dijo—. Sería prudente averiguar quién es este hombre y qué está haciendo a nuestras puertas. ¿Qué te trae a Myth Drannor, señor?
A Geran no le importaron los modales del elfo, pero aquélla era una buena pregunta.
—Soy Geran Hulmaster, de la familia Hulmaster. Pretendo visitar la Casa Ysfierre, ya que conocí a uno de sus parientes. —Se encogió de hombros—. Después de eso… tengo entendido que algunas veces la coronal admite espadachines consumados a su servicio. Pensé en ofrecerme, si me admiten.
—¡Ah!, entonces eres uno de ésos —contestó el elfo con una risita—. Parecen venir de todos los rincones de Faerun para poner sus espadas a los pies de Ilsevele. En ocasiones, llegan hasta doce en el espacio de diez días. Lamento informarte de que la Guardia de la Coronal está completa en este momento. Probablemente, hayas caminado hasta aquí en vano.
Geran tuvo que morderse los labios para no contestar. Dudaba de que aquel elfo lo creyera si afirmaba ser algo más experimentado o hábil que la mayoría de los soñadores sin raíces que acudían allí. En su lugar, dirigió la mirada hacia la hermosa elfa e inclinó la cabeza.
—No ha sido en vano —dijo con voz pausada—. He escuchado al bello linaje cantando el Miiraeth len Fhierren entre las hayas plateadas de Cormanthor, y eso me enriquece.
Ella sonrió y, al revés que la de su compañero, su sonrisa fue cálida y alegre.
—¡Buena respuesta, Geran Hulmaster! Por favor, únete a nosotros y permítenos que te llevemos el resto del camino. Veo que has tenido un viaje largo y frío, pero al menos podemos ahorrarte el último trecho. Mañana será otro día.
En otras circunstancias, Geran no hubiera aceptado, ya que estaba claro que el acompañante de la elfa prefería disfrutar de la compañía femenina a solas. Pero aquel tipo se había reído a su costa un par de veces, y Geran no tenía prisa por perder de vista a la elfa, cuyo nombre era Alliere, según se dijo a sí mismo.
—Te doy las gracias, hermosa dama —respondió.
Antes de que pudiera cambiar de idea, se subió al trineo y se hizo un hueco en el confortable asiento que había junto a ella, haciendo caso omiso deliberadamente de la mirada irritada que le dirigió el elfo.
—Eres muy amable —añadió.
Ella extendió la manta que le cubría el regazo para abrigarlo también a él y agitó ligeramente las riendas. El trineo dio una pequeña sacudida al empezar a moverse de nuevo, y las campanillas del caballo comenzaron a tintinear bajo la nieve.
—Soy Alliere Morwain, de la Casa Morwain —le dijo—, y éste es lord Rhovann Disarnnyl, de la Casa Disarnnyl.
—Lady Alliere —murmuró Geran y dirigió la mirada hacia Rhovann, que consiguió esbozar una sonrisa bastante sincera, aunque no del todo. Geran hizo un gesto con la cabeza—. Lord Rhovann. Es un honor conoceros. No os importunaré durante demasiado tiempo.
—Tonterías —dijo Alliere—. Los Ysfierre son muy buenos amigos míos y será un placer conducirte hasta su casa, pero espero que antes te demores un rato en la Torre Morwain y entres en calor. Nunca he salido de Myth Drannor y me encanta oír las historias de los viajeros acerca de las tierras que se extienden más allá de nuestro bosque.
—Estoy a tu disposición, mi señora.
—¡Excelente! —Alliere se volvió hacia Rhovann—. No te importa, ¿verdad, Rhovann?
—Por supuesto que no, querida —contestó Rhovann, que entrelazó el brazo con el de la elfa y le dio unos golpecitos en la mano, atrayéndola hacia sí—. Sé que no puedes evitar preocuparte por todas las criaturitas perdidas del bosque con las que te vas topando. Supongo que se debe a tu naturaleza compasiva.
Alliere enarcó una ceja y miró al lord elfo; después, se volvió hacia Geran.
—Entonces, permíteme ser la primera en darte la bienvenida a Myth Drannor, Geran Hulmaster. Espero que encuentres lo que has venido a buscar a nuestra hermosa ciudad.
—Eso espero yo también —respondió.
Geran, se acomodó en el asiento, disfrutando del calor de las mantas. Los cantos se hicieron más audibles a medida que el trineo avanzaba por la nieve blanda y húmeda, y supo que ya no estaba perdido.