EPÍLOGO

11 de Tarsakh, Año del Flujo de las Aguas Profundas (1480 CV)

Algo menos de un mes más tarde, el gran salón de Griffonwatch estaba más lleno de lo que Geran lo había visto jamás. Daba la impresión de que la mitad de Hulburg se había reunido en el salón del harmach, Por los altos ventanales entraba el sol a raudales y las vigas ennegrecidas por el humo habían sido desempolvadas, cepilladas y repintadas. Los tapices que habían retirado los sirvientes de Marstel estaban otra vez en su sitio, reparados y limpios para la ocasión; al fin y al cabo, habían pasado más de treinta años desde la coronación del último harmach. Geran se apoyó en el quicio de una puerta, al fondo del salón, para observar a su pequeña prima Natali sentada en el trono del harmach, recibiendo los juramentos de fidelidad y los buenos deseos de sus nuevos súbditos. Llevaba para la ocasión un vestido amarillo brillante y el pelo oscuro sujeto bajo una fina tiara de oro. Sus ojos eran grandes, oscuros y tal vez tuviera un poco de miedo, pero había sido debidamente preparada para la ceremonia, y Kara —vestida con un hermoso vestido y elegantemente peinada, sin la ropa de montar ni las armas que eran habituales en ella— permanecía de pie a su lado.

—Lo harás muy bien, Natali —murmuró Geran, aunque estaba demasiado lejos para que ella pudiera oírlo.

En el otro extremo del salón, los músicos tocaban una pequeña fanfarria con las trompetas. Ovaciones de aprobación, aplausos y gritos de «¡harmach Natali!» o «¡viva la harmach!» resonaron en todo el recinto. Geran se sumó a ellos, optando por alzar el puño al aire y gritar «¡viva!» y ya que las veces que había intentado aplaudir le habían resultado muy dolorosas. No había encontrado manera alguna de quitársela como no fuera por amputación lisa y llana, de modo que se había limitado a mantenerla cubierta por un fino guante de cuero que hacía juego con su levita formal.

—Bueno, a punto estuviste —le comentó Hamil. Él, Mirya y Sarth observaban la ceremonia a su lado—. Casi te hacen rey aquí. Menos mal que elegiste la silla equivocada, pero ¡pobre Natali!

Geran le respondió a su amigo con una sonrisa y cogió a Mirya de la mano mientras admiraba el vestido que llevaba: un elegante traje de un tono rosa pálido con hermosos bordados de diminutas perlas blancas. No tenía ni idea de cómo habría conseguido algo así en Hulburg, pero jamás la había visto más hermosa. Ella leyó en sus ojos el cumplido y le dedicó una cálida sonrisa.

—El reino está en buenas manos —dijo Mirya—. Y creo que esta mano seguirá así. Has tomado la decisión correcta.

—Eso espero. —Geran se volvió hacia Sarth y le puso la mano en el hombro. El tiflin todavía se apoyaba en un bastón, pero Geran suponía que no por mucho tiempo—. Tienes buen aspecto, Sarth. Me alegro de que estés aquí.

—Es un gran día para tu familia. No podía faltar —respondió Sarth.

—¿Te quedarás, entonces? —le preguntó Mirya.

—Creo que sí —dijo Sarth, señalando con la cabeza a la gente que llenaba el salón—. Hulburg es uno de los pocos sitios en los que he estado donde mis hazañas parecen pesar más que mi aspecto. De hecho, Kara me ha pedido que ocupe el puesto de mago del trono y creo que me gusta la perspectiva.

—Yo, en cambio, he decidido que no puedo aguantar la perspectiva de otro verano donde nunca hace calor suficiente para quitarse los zapatos o echarse al sol, o para que a uno le apetezca zambullirse en las frescas aguas de un lago —dijo Hamil, con un estremecimiento dramático—. Creo que pronto voy a volver a Tantras. Hace tiempo que no dedico atención a la Vela Roja, y si me quedo mucho más, no tardaré en descubrir que ya no soy un hombre de recursos, lo cual sería realmente trágico.

—Espero que nos visites pronto —dijo Mirya—. Ya sabes que Selsha piensa que el sol sale y se pone por ti.

—Bueno, lo cierto es que no puedo confiar en que Geran vigile el negocio aquí sin ayuda. Volveré por lo menos una vez antes de que acabe el verano para ocuparme de unas cuantas cosas. Tal vez más de una vez, si Geran se mete en líos y tengo que solucionarlo.

Kara apareció al lado de Geran tras escaparse un momento de todos los que la saludaban. Se inclinó para abrazar a Sarth, luego a Hamil y también a Mirya.

—Gracias a todos por venir —dijo—. Y gracias especiales a cada uno por lo que habéis hecho por nosotros. Sin vuestra ayuda, Maroth Marstel todavía reinaría en este castillo. No podríamos haber enderezado las cosas sin vosotros.

Mirya hizo una reverencia, y Sarth inclinó la cabeza.

—Fue un placer —replicó Hamil, saludando a su vez—. Y además era lo que debíamos hacer, señora regente.

—Deja ya esa tontería, Hamil —replicó Kara—. Y vosotros también, Sarth, Mirya. Mi nombre es Kara, y me dolerá mucho si no lo usáis. Ahora, espero que no os importe, pero me gustaría decirle algo a Geran. Prometo que os lo devolveré enseguida.

Geran miró a Mirya y a sus camaradas, y se encogió de hombros.

—Os ruego que me perdonéis.

—Vamos a tomar el aire un momento —dijo Kara.

Lo llevó a la escalera y se cogió de su brazo. Juntos subieron a la balconada desde la que se accedía al salón y pasaron al patio superior, la tradicional línea divisoria entre las estancias públicas y la residencia personal de los Hulmaster. El sol brillaba y el día prometía ser cálido para lo que era normal en Tarsakh, pero en la sombra todavía se mantenía el fresco. La primavera en Hulburg nunca era tan cálida.

—¿He hecho bien las cosas con Natali? —le preguntó Geran a Kara mientras iban andando—. Siento como si con lo de hoy le hubiera robado el resto de su infancia.

—Por momentos, le resultará difícil, pero no tienes que preocuparte por Natali. Todavía puedo protegerla durante algún tiempo, y nos tendrá a todos para vigilarla. Nadie esperará que sea otra cosa que una niña vivaz y alegre durante unos años, salvo cuando tenga que vestirse en alguna ocasión para un banquete o una ceremonia.

Geran se detuvo y la miró.

—Gracias, Kara. Me tranquilizas la conciencia.

—No me des las gracias todavía, Geran. Aún no he acabado contigo. Me debes algo por encadenarme al trono durante los próximos diez años.

—¿Deberte?

—Sí, me lo debes. Supongo que piensas quedarte cerca de Hulburg.

Geran pensó en Mirya y en Selsha. No, no se iría a ninguna parte durante un tiempo…, ni quería irse, además. Hulburg era el lugar donde se proponía estar, y lucharía por conseguirlo.

—Creo que ya sabes que esta vez pienso quedarme.

Kara le sonrió.

—En ese caso no te importará ocupar un puesto en el Consejo del Harmach. Necesito a alguien que haga por mí lo que yo hacía para el tío Grigor, un miembro de la familia en quien poder confiar totalmente, alguien que vea cosas que yo, como regente, no pueda ver.

—¿Quieres que sea capitán de la Guardia del Escudo? —preguntó, frunciendo el entrecejo.

—No, a menos que quieras hacerlo. Si necesitamos a la Guardia en campaña los capitanearé yo misma; no es una tarea para ti. No, a ti te va más la improvisación, saltarte las normas, actuar cuando los demás no lo harían, cosas que a mí nunca se me han dado bien. —La expresión de Kara se volvió seria—. Tenemos poderosos enemigos a los que vigilar: los Mulmaster, los Cadenas Rojas, las tribus de Thar, y muy pronto los caballeros de Warlock. Quiero que tú los vigiles por mí. Considérate el jefe real de espionaje si te place, pero conociéndote, imagino que te fiarás más de tus propios ojos y oídos que de los ajenos. Haz las cosas que no puedo hacer desde el trono del harmach y dime lo que necesito saber. ¿Estás dispuesto?

Geran se lo estuvo pensando un momento. En realidad, había estado un poco inquieto pensando en qué hacer con su vida. Había supuesto que lo mantendrían ocupado los negocios de la Vela Roja en el Mar de la Luna…, pero como Hamil se encargaba de recordarle a menudo, él no era un comerciante. Lo que Kara le pedía que hiciera le despertaba la curiosidad, y ya empezaba a darle vueltas a los pasos que debería dar para establecer fuentes de información. No había razón alguna para que la harmach de Hulburg no fuera la gobernante mejor informada del Mar de la Luna, y eso sería un poderoso instrumento en manos de Natali cuando le llegara la hora de ocupar el trono.

—Estoy dispuesto —le dijo a Kara—. No nos van a volver a sorprender nuestros enemigos, eso, al menos, te lo prometo.

—¡Muy bien! —dijo ella.

Volvieron a la escalera que llevaba desde el patio superior a la balconada que dominaba el gran salón lleno del sonido de la música y de alegres risas.

—En ese caso, creo que el Consejo del Harmach está completo. Deren Ilkur ha accedido a volver a ocupar su puesto como recaudador de derechos y el viejo Theron también vuelve como supremo magistrado. Sarth se ha comprometido a asumir el cargo de mago mayor, y Mirya sería una buena guardiana de las llaves.

—¿Mirya? —preguntó Geran, sorprendido.

—Ya era hora más que sobrada de que se retirara Wulreth Keltor, especialmente porque dio la impresión de que estaba muy cómodo al servicio de Marstel cuando se despidió al resto del consejo de tío Grigor. Mirya sabe llevar muy bien las cuentas y ha sacado adelante Erstenwold durante años, a pesar de la competencia de las compañías mercantiles. Creo que al tesoro de la Torre le vendría bien alguien como ella para poner en orden las finanzas de Hulburg. —Kara le dio un pequeño codazo—. Y debo decirte que si no te has enterado de la conversación que tuvimos Mirya y yo esta mañana, no es un comienzo muy prometedor de tu carrera como espía.

—¡Ésa no es una prueba justa!

—Eso lo dices tú. En cualquier caso, me temo que debo volver con nuestros invitados. Sin duda, hay una docena de personas con las que debo hablar, y si no lo hago, corro el riesgo de ofender a alguien a quien no debería desairar.

Kara se soltó del brazo de Geran y se alzó en puntillas para darle un beso en la mejilla. Tomó aire para darse ánimos y descendió por la escalera para reincorporarse a la multitud y acudir en rescate de Natali; la joven harmach y su madre, Erna, estaban rodeadas de una docena de nobles huéspedes de reinos vecinos.

Geran se detuvo en la balconada, disfrutando del espectáculo de tantos rostros familiares reunidos en el salón: hulburgueses del pueblo como Brun y Halla Osting, el joven Kardin Ilkur, Burkel Tresterfin y su familia, y el capitán de la milicia Nils Wester, todos ellos héroes orgullosos de la Restauración; el secretario Anton Quillon, Kolton, el antiguo chambelán Dostin Hillnor, y una docena más de servidores de la familia Hulmaster; Kendurkkel Ironthane, que movía la cabeza al compás de la música mientras fumaba su pipa; Sarth, espléndidamente ataviado, que reía en voz baja con Nimessa Sokol mientras compartían algún comentario jocoso; Hamil, que tenía a media docena de niños, incluidos Kirr y Selsha, subyugados con algún ridículo relato mientras le guiñaba el ojo a una halfling encantadora que Geran reconoció como una dama de honor de los Marmarathen de Thentia; y allí, no muy lejos de Hamil y de su cautivado público, Mirya Erstenwold, con su larga cabellera negra —Geran observó que no la llevaba trenzada— cayendo como un río de medianoche sobre su espalda. Como si hubiera sentido sus ojos fijos en ella, alzó la vista por encima del hombro y sus miradas se encontraron. Ella le sonrió, una sonrisa cálida y sincera que Geran había llegado a amar más que al amanecer o a las estrellas en el cielo.

Se separó de la barandilla y bajó mezclándose con la gente, sin apartar de ella los ojos ni un solo instante mientras Mirya se iba abriendo camino para salir a su encuentro.

Cuando se encontraron, Geran no pudo contenerse; la cogió por los hombros y la besó intensamente en los labios. Ella se dejó llevar largamente antes de apartarse, ruborizada.

—Será mejor que dejes de hacer eso, Geran Hulmaster —le dijo—. ¡Comportarte así delante de todas estas buenas gentes! ¿Qué van a pensar de ti?

—Que soy un hombre muy afortunado, supongo —respondió.

De hecho, tuvieron un sorprendente momento de privacidad en medio del bullicio, ya que casi todos los que estaban alrededor se esforzaban por echarles la vista encima a Natali y Kara, y no les prestaban mucha atención a ellos dos.

—Me has estado ocultando algo.

—Entonces, supongo que Kara te lo ha dicho ya. —Mirya buscó con la vista a la regente y suspiró—. No estoy nada segura de ser la persona adecuada para el trabajo, y tendré que contratar a alguien que se ocupe de Erstenwold por mí, ya que no puedo encargarme de la tienda y de las finanzas de la Torre al mismo tiempo.

—No tienes idea de lo fuerte que eres, Mirya. Lo harás muy bien.

Ella lo miró con agradecimiento.

—¿Qué vas a hacer tú ahora que ya no eres el señor de los Hulmaster?

—¡Ah!, le echaré una mano a Kara en lo que pueda, pero sobre todo espero cuidar de ti y de Selsha.

—¿Crees que necesito que me cuiden? —preguntó con un atisbo de fuego en los ojos.

—Sé que no lo necesitas, Mirya, pero también sé que te necesito. —Le cogió las manos y la miró a los ojos, en la esperanza de que ella viera lo que había en su corazón, todo lo que había en su corazón—. Te hice una pregunta hace ya algunos días, y no me has contestado. ¿Me aceptarás como esposo, Mirya?

Mirya se quedó tan quieta como una estatua, mirándolo.

—¿Todavía quieres casarte conmigo? ¿A pesar de lo que me hizo hacer Rhovann?

—Claro que sí —dijo—. Con toda mi alma.

Mirya trató de hablar, pero se contuvo. Después, casi como si ni ella misma esperara escucharlo, susurró un sí.

Geran se sorprendió sonriendo, embobado.

—¿Sí? ¿Has dicho sí?

Mirya rió y asintió con la cabeza.

—¡He dicho sí! —gritó, y echándole los brazos al cuello lo besó intensamente.

Se quedaron allí, ausentes de todo, hasta que Geran se dio cuenta de que a su alrededor había una tremenda ovación y gritos de aprobación. Alzó la vista y vio que por fin la gran multitud había reparado en ellos dos. La gente corriente, los guardias del Escudo, los mercaderes, los nobles, todos sonreían y los aplaudían. Kara rió con deleite y aplaudió junto con los demás.

Cerca de ellos, Hamil le sonrió.

—Ya iba siendo hora de solucionar eso —le dijo el halfling—. ¿A qué diablos estabas esperando? ¡Lord Geran, lady Mirya! —gritó, y la multitud hizo suya la aclamación:

—¡Lord Geran, lady Mirya!

Al lado de Hamil, Selsha daba saltos de alegría. Mirya le sonrió a su hija y le tendió la mano. Como un relámpago de oscura cabellera, Selsha corrió y se pegó a su madre, abrazándolos al mismo tiempo a ella y a Geran.

—¡Mamá! ¡Geran! ¿Es cierto? —preguntó—. ¿Os vais a casar? ¿Cuándo? ¿Cuándo?

Geran miró a Mirya, y ambos sonrieron. Él se inclinó para abrazar a Selsha.

—Pronto —dijo—. Pronto, te lo prometo.

A continuación, entre las escandalosas aclamaciones de los cientos de personas allí reunidas, rodeó a Mirya con los brazos y la volvió a besar.