NUEVE

21 de Martillo, Año del Flujo de las Aguas Profundas (1480 CV)

No había quedado mucho del templo de Cyric. Los gruesos bloques de piedra que formaban las murallas exteriores permanecían intactos tras el incendio, aunque algo ennegrecidos y chamuscados, pero aquello era tan sólo una carcasa. Las vigas de madera que sostenían el tejado del edificio habían cedido, dejando un montón de escombros humeantes en el interior del templo. Unos cuantos acólitos vestidos de negro supervisaban varias bandas de Puños Cenicientos leales mientras éstos se movían entre las cenizas y los escombros, en busca de cualquier cosa que se pudiera recuperar de toda aquella destrucción.

—Y así desapareció el templo del Príncipe Agraviado —murmuró Rhovann para sí mismo, divertido por lo irónico que resultaba.

Los seguidores de Cyric afirmaban que la imagen de su dios había sido distorsionada por los demás cultos, y que lo trataban con una absoluta falta de respeto (un mártir divino que sufría los celos y el resentimiento del resto de los dioses). Siempre le había dado la impresión de que los seguidores de Cyric eran demasiado rápidos alegando insultos e injusticias de aquellos que no se habían mostrado dispuestos a ceder a sus pretensiones; su credo, tal como estaba planteado, facilitaba la racionalización de cualquier revés u obstáculo como actos de un mundo hostil y mezquino decidido a negarles lo que les correspondía. Pero allí estaba él, entre las cenizas de la casa de Cyric, y debía admitir que los seguidores del Sol Negro por una vez habían sufrido un agravio que exigía reparación.

El capitán Edelmark salió por una arcada ennegrecida, con manchas de hollín en su magnífica capa. El soldado no le prestó atención. Edelmark era un mulmasterita de unos treinta y cinco años, no muy alto, y con las facciones corrientes y los toscos modales de cualquier conductor o leñador. Era un mercenario curtido que había luchado para cada una de las ciudades del Mar de la Luna en algún momento de su larga carrera.

—¿Lord Rhovann? —dijo—. Creo que lo hemos encontrado.

—Muy bien —respondió Rhovann, aunque no había nada que estuviera bien en toda aquella catástrofe.

El alto elfo de la luna se ajustó distraídamente la capucha de la capa con la mano de plata, protegiendo su rostro de delicadas facciones de la fría aguanieve que caía del cielo. Se dio cuenta de que sus botas de fino ante gris estaban casi negras por culpa de las cenizas mojadas, y suspiró. Su ropa olería a fuego durante semanas, sin importar cuántas veces se la lavara.

—Vamos, Bastion —dijo, haciéndole señas al golem que esperaba en silencio junto a él.

El mago siguió al comandante de la Guardia del Consejo hasta las ruinas, arrugando la nariz ante el penetrante olor a humo que flotaba por todas partes. El corpulento golem, vestido con un enorme jubón marrón y una capucha, caminaba pesadamente tras él, removiendo los escombros bajo el peso de sus pisadas.

Algunas de las paredes interiores seguían en pie, mientras que otras se habían derrumbado. Edelmark lo condujo a través de la puerta que antes separaba la parte del templo abierta al público de los dormitorios de los sacerdotes, y por un pasillo corto (allí había dos cadáveres, guardias con cotas de malla ennegrecidas y arneses chamuscados), hacia lo que parecía haber sido un enorme dormitorio. Rhovann jamás había puesto el pie en aquel lugar, así que no tenía ni idea de si había sido la habitación de Valdarsel, un despacho, un templo secreto o un burdel para los iniciados privilegiados. Aun así, había varios guardias del Consejo y varios sacerdotes menores alrededor de un montón de bloques de piedra cerca del centro de la habitación. Bajo los escombros, sobresalía un brazo ennegrecido y esquelético, cuya mano sujetaba con fuerza un medallón deslustrado.

Rhovann se inclinó, acercándose, y reconoció el diseño de la calavera y el rosetón del símbolo sagrado de Valdarsel, pero no había ninguna otra manera de estar seguro.

—Apartaos —les advirtió a los que tenía más cerca—. Bastion, quita esas vigas de ahí y descubre el cuerpo; con cuidado, por favor.

El golem avanzó un paso y cogió una viga de unos veinte centímetros cuadrados que debía de pesar casi doscientos kilos. Sin hacer ni un solo ruido, levantó la viga caída, se volvió, y la arrojó al otro extremo de la habitación, donde levantó una gran nube de cenizas en medio de un terrible estruendo. Bastion dio un paso, eligió otra viga e hizo lo mismo. A continuación, el golem se inclinó para coger un gran trozo de tejado quemado, retrocedió un paso y lo arrojó a un lado. Rhovann notó cómo los humanos que lo rodeaban se encogían ante el poder puramente físico de su sirviente carente de vida, pero no le prestó atención; sabía exactamente de lo que era capaz Bastion, y ya no se sorprendía ante semejantes demostraciones.

Bajo el trozo de tejado, apareció el resto del cuerpo; estaba quemado y aplastado, pero no incinerado, que era lo que Rhovann se temía. Todavía se distinguía la túnica característica de Valdarsel, aunque el rostro era irreconocible. Aun así, estaba lo bastante intacto para lo que pretendía. Hizo una seña a los guardias y los sacerdotes menores que estaban por allí y dijo:

—Dejadme. No deseo que me molesten durante el próximo cuarto de hora. Edelmark, tú puedes quedarte.

Los demás se retiraron.

—Tu bolsa, Bastion —dijo Rhovann.

El golem se descolgó una enorme bolsa de cuero del hombro y la puso a los pies de Rhovann. El mago, al arrodillarse sobre las cenizas, frunció el entrecejo mientras la abría, y enseguida encontró los accesorios y componentes que necesitaba. Puso rápidamente unas velas negras alrededor del cadáver del sacerdote, formando un anillo, y después lo roció con una mezcla de aceites con un pequeño hisopo. A continuación, cogió un librito negro de la bolsa, lo abrió y comenzó a leer las palabras de un conjuro largo y algo complicado.

El cielo, que ya estaba oscuro y plomizo, pareció oscurecerse aún más, y se hizo un gran silencio. Edelmark se removió inquieto, ya que la magia de Rhovann lo hacía sentir incómodo, pero Bastion observó impasible. Normalmente, Rhovann no tenía razones para utilizar aquel conjuro en concreto, pero la misteriosa muerte de Valdarsel representaba una oportunidad única. A medida que se acercaba el final de su invocación, fue notando como si una especie de puerta intangible tomara forma en el aire, por encima del cadáver. Hizo un gesto con la mano izquierda como para pedirle a alguien que se acercara.

—¡Valdarsel! ¡Vuelve! ¡Tengo varias preguntas para ti! —dijo en medio de la fría quietud.

Una forma espectral (una simple silueta formada por una pálida neblina, apenas visible incluso para los sentidos mágicamente afinados de Rhovann) emergió lentamente por la puerta y se introdujo en el cadáver. Se agitó perezosamente, y los tendones quemados crujieron mientras la piel se agrietaba.

—¿Qué quieres de mí? —dijo el cadáver débilmente, con una voz sibilante—. ¡Déjame descansar!

El mago se preguntó si Valdarsel estaría disfrutando de las eternas recompensas de su dios, o si estaría desencantado con el modo en que Cyric cumplía sus promesas. El sacerdote muerto estaba fuera de su alcance, por supuesto, pero el alma de Valdarsel no era necesaria para el ritual; el espíritu menor que había invocado desde los reinos de la muerte no tenía absolutamente nada que ver con el hombre que había muerto. Tan sólo era un ánimus para los restos del sacerdote, un modo de darle voz al cadáver. Con ese conjuro únicamente se podían averiguar cosas que Valdarsel sabía en vida. Rhovann pensó en las preguntas para las que quería respuestas y, a continuación, se dirigió al cadáver.

—¿Quién te mató? —preguntó.

Las mandíbulas inertes se movieron en silencio antes de que llegara la respuesta.

—Geran Hulmaster.

¿Geran? Rhovann tuvo que obligarse a permanecer en silencio, a pesar de su sorpresa. Si lo decía en voz alta, el espíritu que animaba el cuerpo podría tomárselo como otra pregunta y simplemente repetir la respuesta. Así que sus yelmorrunas no habían estado persiguiendo a un vulgar mercenario o asesino la noche anterior… ¡Era aquel insolente mago de la espada, su más enconada némesis, desafiando su poder, provocando descaradamente el caos! No sólo había visitado Hulburg, haciendo caso omiso del exilio que pesaba sobre su familia, sino que había asesinado a un miembro de alto rango del Consejo del Harmach, y un aliado de Rhovann, aunque no fuera de fiar. El elfo rechinó los dientes y consiguió controlar su ira antes de hacer la siguiente pregunta.

—¿Quién estaba con él?

—El tiflin… Sarth Khul Riizar —gimió el cadáver—. No vi a nadie más antes de morir.

—Debería haberlo sabido —murmuró Rhovann.

Estaba casi seguro de que Sarth era simpatizante de los Hulmaster, dada la cantidad de ayuda que le había prestado a Geran cuando éste fue a la caza de los piratas de la Luna Negra. Echaba humo, pensando que debería haberlo expulsado a él también. Pero el hechicero tan sólo se había encerrado en sí mismo y no había hecho nada que levantara sospechas, al menos no hasta que había atacado el templo del Príncipe Agraviado. Rhovann creía que superaba a Sarth en las artes arcanas, pero realmente no estaba tan convencido como para querer enfrentarse a él directamente sin tener pruebas de conspiración. Estaba claro que la participación de Sarth en el ataque a los seguidores de Cyric lo cambiaba todo; tan pronto como terminara allí, iría a ver a Sarth Khul Riizar. Pero sospechaba que no encontraría más que una casa vacía si el tiflin era listo.

Volvió a prestarle atención al cadáver quemado que tenía a sus pies.

—¿Por qué te atacó Geran?

Esa pregunta era algo más complicada, ya que requería de cierta especulación, pero el mago esperaba que el cadáver de Valdarsel estuviera lo bastante resentido con su asesino como para cooperar.

Aquella cosa espeluznante tardó un largo rato en responder, pero justo cuando Rhovann estaba a punto de rendirse, se movió.

—Venganza —dijo—. Le ordené a Larisse que acabara con los Hulmaster en Thentia, y le di oro para contratar mercenarios y pergaminos para que invocara demonios. Por eso, Geran Hulmaster me asesinó.

Rhovann frunció el entrecejo, preguntándose quién era Larisse de entre todos los seguidores de Valdarsel. Debía de ser una de las asesinas que había muerto en el ataque, por supuesto. Había estado casi seguro de que Valdarsel había organizado el ataque a Lasparhall, aunque también sospechaba que la Casa Veruna y los Cadenas Rojas estaban involucrados en aquel torpe desaguisado. Al parecer, Geran Hulmaster también había descubierto la implicación de Valdarsel en el ataque. Si hubiera sido algún otro, Rhovann habría saboreado la justa muerte de Valdarsel a manos de un adversario al que había subestimado; después de todo, también él se había visto frustrado por Geran Hulmaster con anterioridad, y sentía una amarga satisfacción midiéndose por la categoría de sus enemigos.

—¿Te dijo algo Geran acerca de sus planes cuando te encontraste con él aquí? —le preguntó al cadáver.

Éste volvió a gemir.

—No, sólo habló de venganza. Ahora déjame descansar.

—Muy bien.

El mago se enderezó y se sacudió el hollín de la túnica. Hizo un gesto para finalizar el ritual, cortando el frágil hilo que imbuía al cadáver de aquella fuerza que lo animaba. Se quedó inmóvil de inmediato, volviendo a ser un simple cadáver. Rhovann se frotó la muñeca derecha distraídamente, pensando en lo que había averiguado.

Edelmark bajó la vista hacia el cadáver, haciendo una mueca de desagrado. Carraspeó y dijo:

—¿Has terminado con los restos del alto prelado, lord Rhovann?

—¿Hummm? ¡Ah, sí!, ya no necesito nada más del pobre Valdarsel… No, espera. Quizá precise volver a hablar con él. Informa a los clérigos supervivientes de que nos ocuparemos de enterrar al alto prelado y haz que envíen sus restos de vuelta al castillo.

—Sí, milord.

El mercenario le hizo señas a uno de los guardias del Consejo que rondaba por ahí, y paseó la mirada por las humeantes cenizas y los escombros mojados.

—Parece que Geran Hulmaster tiene mucho por lo que responder. No me puedo creer que haya sido tan estúpido como para desafiar el edicto del harmach y asesinar a sus consejeros de forma tan licenciosa.

—Yo sí —murmuró Rhovann.

El elfo sabía demasiado bien que había ocasiones en las que Geran tenía más determinación que sentido común, y era cierto que Valdarsel lo había provocado.

—Debo hablar con el harmach acerca de lo que he averiguado aquí. Informa a los demás miembros del Consejo; habrá una sesión de emergencia a las tres de la tarde. Debemos sopesar nuestra respuesta ante semejante ataque.

Edelmark hizo una reverencia y se marchó para llamar a sus mensajeros y a sus guardias. Rhovann le hizo un gesto a Bastion para que lo siguiera, y volvió a salir a la calle. Se metió en el carruaje, mientras el golem ocupaba su lugar en el estribo, como si fuera un gigantesco lacayo que pusiera a prueba la solidez del vehículo con su peso.

—Volvemos a Griffonwatch —le dijo Rhovann al conductor.

El carruaje se puso en marcha con una pequeña sacudida, balanceándose de un lado a otro mientras traqueteaba por el barro, el fango y los irregulares adoquines en dirección al castillo.

Resultó que la ocasión fue propicia para una reunión de emergencia del Consejo. Hacía varias semanas que Rhovann trabajaba para crear un Maroth Marstel que pudiera cuidar de sí mismo sin necesidad de orientación constante. El viejo lord hulburgués se estaba deteriorando rápidamente, ya que su organismo estaba desgastado por la edad y la bebida, y su mente estaba fallando por culpa de los meses que había pasado controlado por los encantamientos de Rhovann. El mago lo había mantenido encerrado a buen recaudo en sus aposentos, demasiado enfermo como para atender a sus obligaciones…, pero eso estaba a punto de cambiar. En su laboratorio, dentro de una cuba, había una copia alquímica de Maroth Marstel que estaba listo para debutar, y la reunión del Consejo supondría una oportunidad excelente para ponerlo a prueba. Tan pronto como el carruaje se detuvo en el patio de armas de Griffonwatch, Rhovann regresó a su laboratorio para ocuparse de los detalles finales de sus rituales y procesos alquímicos.

Cuando faltaba poco para las tres campanadas de la tarde, abandonó el laboratorio (sellándolo y protegiéndolo mágicamente, como solía hacer), y bajó desde su lugar de trabajo hasta el gran salón del castillo, que hacía las veces de lugar de reunión del Consejo del Harmach. Lo complació ver que sus colegas consejeros estaban ya reunidos, esperándolo. Interrumpieron las conversaciones y se volvieron, atónitos, hacia la escalera que bajaba desde los pisos superiores del castillo.

Rhovann sonrió e hizo una leve reverencia mientras se hacía a un lado.

—Damas y caballeros, os presento al harmach Maroth Marstel.

Su falso Marstel avanzó cojeando, alzando la mano a modo de saludo. Era una copia perfecta de Marstel (o, para ser más precisos, Marstel tal y como habría sido de haber gozado de buena salud tras una larga y extenuante enfermedad). Para darle credibilidad a la idea de que el harmach simplemente había estado indispuesto durante un tiempo, Rhovann había tenido el cuidado de añadirle unas ligeras ojeras negras, un aspecto como de haber perdido algo de peso y había hecho que caminara arrastrando un poco los pies. Pero el falso Marstel tenía una mirada límpida y su sonrisa era bastante natural.

—¡Ah, mis buenos amigos! —dijo el falso Marstel con un tono de voz bastante parecido al vozarrón del viejo lord—. Ha pasado demasiado tiempo, es cierto, pero me alegra anunciar que vuelvo a ser yo mismo.

Rhovann hizo ademán de ofrecerle la mano, cosa que el duplicado del anciano rechazó. Bajó la escalera, apoyándose ligeramente en la barandilla mientras el mago lo seguía, listo para ayudarlo si flaqueaba. Los consejeros se levantaron y aplaudieron cuando el harmach ocupó su asiento en la cabecera de la mesa. El elfo de la luna rodeó la mesa para ocupar su propio lugar, el que correspondía al mago mayor. El falso Marstel inclinó la canosa cabeza, aceptando el aplauso de los consejeros y los guardias que estaban allí reunidos.

—Muy amables, muy amables —dijo—. El bueno de Rhovann me informa de que todavía me estoy recuperando y no debería cansarme demasiado, así que vayamos al grano.

Esperó mientras los miembros del Consejo volvían a ocupar sus asientos, y dirigió la vista hacia Rhovann.

—Deberías informar al Consejo de lo que me has contado acerca del asesinato de Valdarsel, Rhovann.

—Por supuesto, milord harmach —respondió Rhovann.

Tomó nota mentalmente de que debía darle instrucciones a la falsificación para que actuase con mayor bravuconería y brusquedad; quizá estaba siendo demasiado razonable y afable, para tratarse de Maroth Marstel. Se volvió para mirar al resto del Consejo.

—He investigado exhaustivamente lo que queda del templo del Príncipe Agraviado. Mis intuiciones e interrogatorios han sido bastante concluyentes: el alto prelado Valdarsel fue asesinado por nada menos que Geran Hulmaster, con la ayuda del hechicero Sarth Khul Riizar. He revisado cuidadosamente los informes de aquellos de mis guardianes que se vieron involucrados en la persecución de los sospechosos mientras huían de la escena del crimen. Por desgracia, los asesinos desaparecieron en algún lugar cercano a los muelles, y no he sido capaz de determinar de manera concluyente si han huido de Hulburg o no. Podrían estar todavía aquí, refugiados por gente que siga siendo leal a los Hulmaster.

Hizo una pausa para observar las reacciones de los líderes mercantiles que se encontraban sentados a la mesa antes de añadir:

—Por supuesto, comenzaré una nueva línea de investigación inmediatamente. Si Geran y Sarth siguen aún aquí, los encontraré muy pronto.

—También está la cuestión de los que ayudaron a Geran Hulmaster a entrar en la ciudad, o los que lo refugiaron antes del ataque a Valdarsel —dijo el capitán Edelmark—. Tales acciones constituyen un acto de alta traición contra el harmach legítimo. Si no conseguimos atrapar a Hulmaster y a su cómplice medio demonio, podemos asegurarnos de que aquellos que los ayudaron reciban su justo castigo.

—Cierto —dijo Marstel, que se removió en el asiento, inclinándose hacia delante con determinación—. Hablando de eso, voy a dar instrucciones a la Guardia del Consejo para que comiencen de inmediato a aplicar mano dura contra los partidarios o simpatizantes de los Hulmaster, tanto de los conocidos como de los sospechosos. ¡Este brutal asesinato y este endemoniado incendio me han obligado a hacerlo! Todos los sospechosos de semejante alianza deben ser interrogados de manera exhaustiva con respecto a sus actividades de los últimos veinte días; quiero saber dónde han estado, con quién han estado y lo que se han estado diciendo unos a otros. Todas las armas y armaduras serán confiscadas. Asimismo, también podrán ser confiscadas las riquezas y posesiones personales cuya existencia no pueda ser justificada; sofocaremos esta pequeña rebelión antes de que siga extendiéndose.

El viejo Wulreth Keltor, el guardián de las llaves, parecía afectado. Era el único miembro del Consejo que también lo había sido bajo el mandato del harmach Grigor, y sus funciones tenían que ver con la tesorería y la administración de la Torre.

—Disculpa, milord harmach —dijo—, pero tales acciones no están contempladas en el cuerpo de leyes de Hulburg.

El falso Marstel descartó las objeciones de Wulreth con un ademán.

—Y lo sé muy bien; por eso aprobaré un decreto que lo deje todo bien claro. Pero, para simplificarlo, viejo amigo, éstos son tiempos extraños que requieren medidas extraordinarias. ¡No debemos escatimar esfuerzos para proteger a Hulburg del desorden y la anarquía!

—Me temo que comparto la preocupación del señor Keltor —dijo Nimessa Sokol—. ¿A cuánta gente sospechosa de deslealtad pretendes encausar, milord? Como miembro del Consejo Mercantil, estoy francamente preocupada por los efectos que tendrían las confiscaciones generalizadas de la propiedad para nuestros intereses. Los negocios de la Casa Sokol en Hulburg se verán muy perjudicados si nuestros clientes y proveedores quedan empobrecidos o se ven expulsados de la ciudad de manera arbitraria.

—Habla por ti misma —replicó el capitán Miskar Bann.

Era el miembro de más alto rango de la Casa Veruna de Mulmaster presente en Hulburg, un mercenario corpulento de cara redonda que tenía la boca llena de dientes de oro y llevaba una prótesis de hierro en la rodilla. Los Veruna habían sido expulsados de Hulburg después del papel que habían desempeñado en el asalto al poder de Sergen Hulmaster, y con gran entusiasmo les habían proporcionado mercenarios a Marstel y los Puños Cenicientos para ayudarlos a hacerse con el control de Hulburg durante los problemas que había habido con la Luna Negra en los meses que siguieron. Por supuesto, habían obtenido muchos beneficios rapiñando las propiedades confiscadas del viejo Hulburg y dándoselas como premio a los Puños Cenicientos. Sin duda, al capitán Bann ya se le estaría haciendo la boca agua ante las nuevas posibilidades que se le presentaban con el plan de Marstel.

—Yo también soy miembro del Consejo Mercantil. Todo el mundo sabe que tienes debilidad por los Hulmaster, lady Sokol. Opino que los hombres del harmach deberían inspeccionar primero tu complejo.

Nimessa enrojeció.

—Las leyes de concesión prohíben semejante intrusión.

—¿Tienes algo que ocultar? —la provocó Bann.

—¿Y tú? —le replicó—. Si Sokol abre sus puertas a la Guardia del Consejo, exigiré que todos los comerciantes de la ciudad hagan lo mismo. Dudo mucho de que Geran Hulmaster esté ocultándose en el complejo Veruna, pero me pregunto si tenéis objetos robados o esclavos guardados en los almacenes de tu señora, Miskar. El comercio de esclavos aún está prohibido por las leyes del harmach, ¿verdad?

Rhovann estudió con atención a la semielfa. Ciertamente, y tal como Miskar Bann había dicho, era posible que Geran y su amigo hechicero hubieran recibido ayuda de alguno de los otros comerciantes. Estaba claro que la Casa Sokol simpatizaba bastante con la causa Hulmaster, pero también era posible que una de las compañías neutrales, como la de la Doble Luna, hubiera ayudado a los Hulmaster para debilitar a los Puños Cenicientos. Por desgracia, Rhovann debía ir con pies de plomo a la hora de realizar ese tipo de acusaciones contra una de las Casas principales, ya que podría hacer que el resto de los comerciantes cerrara filas y defendiera sus preciadas leyes de concesión. Por otro lado, tenía los medios para espiar el complejo Sokol sin ser visto, y sin necesidad de hacer ninguna acusación pública.

Miskar Bann se enfadó, pero Edelmark carraspeó y habló antes que el capitán.

—Por supuesto, la Guardia del Consejo cumplirá inmediatamente las órdenes del harmach —dijo—. No se pueden tolerar la deslealtad ni la sedición. Pero me temo que estamos tratando un síntoma, y no una enfermedad. La fuente principal de esta rebelión incipiente es el enclave Hulmaster en Thentia. Mientras sigan teniendo un lugar seguro allí para rehacer su ejército y crear problemas, estaremos amenazados. ¡Si queremos acabar con esta rebelión, ya no sólo este mes, sino para siempre, debemos privar a los Hulmaster de su refugio fuera de nuestras fronteras!

—¿Qué sugieres, capitán? —preguntó el falso Marstel.

—Milord, propongo que reunamos el mayor ejército posible y marchemos sobre Lasparhall. Podemos destruir el ejército de los Hulmaster antes de que logren organizarse, arrebatarles los suministros y las armas, y destruir las barracas y la vieja mansión por si acaso. La causa de los Hulmaster no lograría recuperarse de semejante golpe.

Rhovann se dio cuenta de que Edelmark no era demasiado sutil. Cruzó una mirada con Marstel y meneó ligeramente la cabeza. Marstel frunció el entrecejo, sopesando las palabras del capitán, mientras Rhovann se inclinaba hacia delante para responder por él.

—Un plan atrevido, capitán —le dijo el elfo a Edelmark—, pero no veo de qué modo podría llevarse a cabo sin enemistarnos con el alto señor Vasil y con Thentia. Quizá una demostración de fuerza disuada al alto señor de seguir cobijando a nuestros enemigos…, pero también podría provocar que les diera su total apoyo. Por ahora, Thentia quedará al margen de nuestra disputa, y eso nos favorece más que una intervención thentiana. Cada día que los Hulmaster pasan allí, su situación empeora, y la nuestra mejora. No deberíamos tener prisa por cambiar eso.

Marstel asintió.

—Bien dicho, Rhovann —bramó—. Pero, Edelmark, tienes razón al advertirnos acerca de la amenaza del ejército de los Hulmaster. ¡Debemos estar preparados para atacar con fuerza en el mismo momento en que salgan de debajo de las faldas de Thentia! Quiero que hagas los preparativos necesarios para resistir a un ataque de Thentia, por muy poco probable que parezca. Y ocúpate de que algunos de nuestros espías gasten unas cuantas monedas de oro en las tabernas de Thentia para averiguar qué están tramando los soldados de los Hulmaster, mientras permanecemos a la espera.

Edelmark hizo una reverencia.

—Como desees, milord harmach. Pasaré revista a nuestras defensas inmediatamente, y redoblaré nuestros esfuerzos por contratar a más mercenarios extranjeros. —Sonrió con crueldad—. Después de todo, podríamos obtener ganancias inesperadas en forma de bienes confiscados a aquellos que son desleales al trono. No veo ninguna razón por la que no deberían contribuir a la defensa común.

Rhovann miró a la falsificación, y decidió que no sería prudente ponerlo a prueba de una manera tan cruda en su debut.

—Milord harmach, debes descansar —dijo—. Después de todo, todavía te estás recuperando.

El falso Marstel asintió.

—Por supuesto, por supuesto —dijo—. Confieso que me siento ya algo cansado. Confío en que el Consejo se ocupará de todos los detalles relativos a las decisiones que hemos tomado hoy.

El harmach se levantó de la silla, y los consejeros que estaban sentados a la mesa rápidamente hicieron lo mismo, dedicándole una reverencia mientras se dirigía hacia la escalera.

—Se levanta la sesión del Consejo —dijo Rhovann—. Capitán Edelmark, hablaremos pronto.

A continuación, se apresuró a reunirse con el falso Marstel y lo ayudó con ademanes exagerados a subir la escalera que lo conduciría de vuelta a los aposentos privados del castillo. Tras ellos, se oyeron el arrastrar de sillas y los murmullos de los consejeros, unos marchándose junto con sus numerosos sirvientes y segundos al mando, y otros agrupándose para discutir los decretos del harmach.

El mago reflexionó acerca de lo exitoso del debut. La actuación de la falsificación había sido impecable con la preparación más básica y sin apenas tener que dirigirlo. La verdadera ventaja de la criatura era que podía incorporar sus instrucciones a sus propios razonamientos y juicios, fingiendo ser Marstel mientras trabajaba para alcanzar los objetivos que él fijara, ahorrándose los encantamientos y la lucha de voluntades que tenía que soportar cuando tenía controlado al verdadero Marstel.

—Eres un Marstel mucho más tratable —comentó mientras llegaban al último piso—. Ocúpate de tus asuntos; si me necesitas, estaré en mis aposentos.

El falso Marstel asintió una vez y se dirigió hacia la biblioteca, que también hacía las veces de despacho del harmach. Rhovann lo observó mientras se alejaba, y alzó la vista hacia el patio superior del castillo y la Torre del Harmach. Dado el inesperado éxito de su simulación, un débil anciano loco encerrado en sus aposentos se había convertido en poco más que una responsabilidad molesta. Mientras Maroth Marstel siguiera con vida, siempre había una mínima posibilidad de que alguien se encontrara con la inconveniencia de que ahora había dos harmachs Marstel.

Se permitió sonreír brevemente; después de todo, había estado esperando aquel momento durante meses.

—Y ahora hagamos un poco de limpieza —se dijo.