SEIS

18 de Martillo, Año del Flujo de las Aguas Profundas (1480 CV)

En las primeras horas de una mañana fría y gris, Kara Hulmaster sostenía las riendas de su yegua, Dancer, y observaba a sus capitanes dirigir las compañías de la Hermandad de la Lanza y la Guardia del Escudo en un ejercicio de marcha por el empinado valle que había detrás de Lasparhall. Caía una ligera aguanieve, por lo que vestía una pesada capa para protegerse del frío. Las marchas ordenadas siempre le habían parecido útiles para fomentar la compenetración en compañías recién formadas y darles a los nuevos oficiales la oportunidad de practicar dirigiendo a sus tropas. Hacía cinco días que había decidido combinar los soldados supervivientes de la Guardia del Escudo con la milicia de la Hermandad de la Lanza para formar tres nuevas compañías combinadas (o «escudos», como las llamaban en Hulburg) para la campaña que se avecinaba. Las nuevas unidades todavía estaban aprendiendo a trabajar juntas.

Mientras observaba a los capitanes haciendo maniobrar a sus escudos, un enano montado en una mula de gran panza llegó trotando por el camino que llevaba a la mansión. Era un tipo con la barba negra, tenía los hombros anchos y sujetaba la cánula de una pipa entre los dientes. Cuando llegó junto a ella, hizo que la montura se detuviera y se deslizó hasta el suelo con un gruñido.

—Lady Kara —dijo el enano con una breve inclinación de cabeza—, el chambelán de la casa me dijo que podría encontrarte aquí.

—Maese Ironthane —respondió Kara—, te agradezco que hayas venido hasta aquí a verme. No hubiera tenido inconveniente en cabalgar hasta Thentia, ¿sabes?

Kendurkkel Ironthane se encogió de hombros.

—Es lo mejor que me ha pasado en los últimos dos meses, ahora que los Mazas de Hielo están en su refugio de invierno. Necesitaba una razón para salir. Además, quería ver el ejército Hulmaster por mí mismo.

—¿Qué tal estás?

—Bastante bien —respondió, observando las maniobras de los escudos—. Diría que mejor que vosotros.

Kara hizo una mueca de dolor. Muchos enanos solían decir la verdad sin tener en cuenta los sentimientos, y Kendurkkel era un excelente ejemplo de ello.

—¡Ojalá eso no fuera tan cierto!

El enano enarcó una ceja.

—¿Me estás deseando tiempos difíciles? —preguntó, aunque sonriendo tras su pipa.

A principios del verano anterior, los mercenarios Mazas de Hielo habían luchado hombro con hombro junto a la Guardia del Escudo y la Hermandad de la Lanza para romper el bloqueo de la horda de los Cráneos Sangrientos frente al Terraplén de Lendon. Kendurkkel era un mercenario, y no le debía lealtad a nadie…, pero Kara se había ganado su respeto comandando las tropas en la batalla desesperada contra los orcos, cosa que solía ser bastante difícil en el caso de Kendurkkel.

—No, que vengan mejores tiempos para ambos —respondió Kara. Se volvió hacia el mercenario y lo miró fijamente a los ojos—. Tenemos trabajo para los Mazas de Hielo, si estás dispuesto, señor Ironthane.

—Siempre estoy dispuesto a hablar de negocios. ¿Qué va a ser, pues?

—Pretendo reconquistar Hulburg de manos de Marstel y sus seguidores. Marcharemos a finales del mes que viene. Me gustaría contratar a los Mazas de Hielo para engrosar nuestras filas.

—¿Tan pronto, eh? —El enano echó mano de su pipa—. No será barato, lady Hulmaster. Si es lo que tienes pensado, hay muchas probabilidades de librar una batalla en campo abierto. No es que vayamos a evitarla, pero cuesta bastante más, como sabrás.

Kara, preparándose para la respuesta, preguntó:

—¿Cuál es el precio?

—Bueno, la cantidad acostumbrada es de dos mil coronas de oro para empezar, y mil más por cada mes que estemos a tu servicio. Añade otras seiscientas si tenemos que aportar nuestra propia comida y alojamiento. —El enano se sacó la pipa de la boca y le dio unos golpecitos contra la mano para vaciar las cenizas—. Necesitaremos un extra de mil al día en el caso de las escaramuzas y de los asedios, y cinco mil si se trata de una batalla importante.

Kara hizo una mueca. Aquello era más de lo que la fortuna de los Hulmaster, tal y como estaban las cosas, se podía permitir, pero necesitaba a los Mazas de Hielo. El clima invernal significaba que no podría contratar a ninguna otra compañía de mercenarios y traerla hasta bien avanzada la primavera, como pronto, y eso conllevaría también problemas (las arcas de los Hulmaster podrían estar vacías para entonces). Y lo que era más importante, no podía correr el riesgo de que los agentes de Marstel contactaran con Kendurkkel y contrataran a su compañía. En igualdad de condiciones, estaba convencida de que el enano preferiría luchar a su lado y no con sus enemigos, pero no era inteligente contar con tales sentimientos tratándose de los negocios de un mercenario. Si Marstel aceptaba pagar el precio que le pedían los Mazas de Hielo y Kara no, habría doscientos soldados veteranos más alineados contra ella, los suficientes como para que la tarea, que ya de por sí era difícil, resultara casi imposible.

—De acuerdo —dijo por fin—. Podemos sufragar el precio que pides por contrataros y las cuotas mensuales al menos durante varios meses. Nos ocuparemos de la comida y el alojamiento.

Por supuesto, eso significaba tener que vender casi todas las joyas que había conseguido reunir de la colección de su madre y de la esposa de Grigor, Silne, que había muerto hacía ya muchos años. Conseguirían lo suficiente en los mercados como para cubrir los gastos de los Mazas de Hielo durante una estación corta…, o al menos eso esperaba.

—¿Y si hay batalla, puedes pagar? —preguntó Kendurkkel.

—Depende de cuánto tengáis que luchar. ¿Sería posible establecer un pago a plazos una vez que hayamos calculado el importe extra que hayáis ganado?

—Así no es como se hace —respondió, meneando la cabeza—. Normalmente, el que nos contrata deja depositada una suma provisional o algo parecido. Después de todo, si luchamos y perdemos, es posible que el empleador no pueda pagarnos el extra acordado. Y si luchamos y ganamos, a veces se olvidan de que nos tienen que pagar ese extra.

—No tenemos cientos de coronas para dejar en depósito ahora mismo, señor Ironthane.

El enano se encogió de hombros.

—Entonces, no veo cómo podemos ayudarte, lady Kara. Te aprecio, de veras. Hemos matado muchos orcos juntos, sin duda. Pero tal y como yo lo veo, no tienes muchas probabilidades, y es muy posible que no llegue a ver mi paga.

A Kara se le hizo un nudo en el estómago. ¡Necesitaba a los Mazas de Hielo! Se cruzó de brazos y se alejó unos pasos, tratando de buscar algún argumento o algún incentivo que pudiera hacer cambiar de opinión a Ironthane. Más allá de las tropas que hacían maniobras en el campo que había frente a ella, las falsas almenas de Lasparhall brillaban con la capa de nieve que las acababa de cubrir. Observó la vieja mansión mientras pensaba, frenética…, y se le ocurrió algo. Se volvió hacia Kendurkkel y dijo:

—¿Y qué hay de Lasparhall? La mansión y los terrenos deben valer unas diez mil coronas o más. Será la garantía de pago de la tarifa.

El enano enarcó una ceja, pero se volvió para mirar la casa.

—No estoy seguro de qué podría hacer con una mansión —murmuró.

—Puedes venderla, utilizarla como alojamiento para la compañía o quedártela. Imagino que algún día querrás retirarte cómodamente —dijo Kara.

Evidentemente, si su intento de reconquistar Hulburg fallaba, los Hulmaster se quedarían sin tierras y sin dinero; no tendrían dónde caerse muertos. Incluso Geran hubiera dudado antes de hacer semejante oferta. Bueno, no estaba allí para ofrecer ninguna solución mejor ante el reto que suponía asegurarse a los Mazas de Hielo para la campaña de primavera. Aquello era lo único que se le ocurría que podría retener a Ironthane en ausencia de dinero en efectivo esperándolo en alguna contaduría de confianza.

—Si fracasamos, el lugar es tuyo. Si vencemos a Marstel, cuando lo hagamos, me gustaría tener la oportunidad de volver a comprártela. Pero si no podemos, tendrás Lasparhall como garantía ante posibles problemas.

Kendurkkel volvió a ponerse la pipa entre los dientes y estudió la disposición de las tierras que rodeaban el campo.

—Es una buena tierra —admitió finalmente—. Necesitaré algún tipo de garantía de que el señor de Thentia permitirá que la propiedad cambie de manos si se da el caso. Si todo está correcto, entonces sí, de acuerdo. Aceptaremos tu contrato.

—¡Excelente! —Kara reprimió un suspiro de alivio; no había necesidad de que el capitán mercenario viera otra cosa en ella más que total confianza—. Tendremos los alojamientos preparados en dos o tres días. Tengo intención de hacer maniobras intensivas durante las próximas semanas, así que haré trabajar duro a tus soldados durante un tiempo.

—Como debe ser —dijo Kendurkkel—. Un soldado aburrido siempre acaba trayendo problemas. Les diré a mis muchachos que hagan el equipaje inmediatamente.

Le tendió la mano, y Kara le estrechó el antebrazo a la manera enana. El mercenario asintió, haciendo un gesto de aprobación, y sonrió con la pipa en la boca.

—Será estupendo volver a trabajar contigo lady Kara. Me marcho.

—Volveremos a hablar pronto.

Kara observó al mercenario enano mientras éste montaba en la mula y se alejaba al trote, y después volvió a prestarles atención a las compañías que maniobraban y giraban de un lado a otro en el campo que tenía enfrente. La voz aguda del sargento atravesaba el terreno nevado, y de vez en cuando, una u otra compañía respondía de repente con un grito. Se dijo a sí misma que eran buenas tropas, mucho mejores que los mercenarios extranjeros que formaban el ejército de Marstel. La cuestión era si tenía bastantes… y con los Mazas de Hielo creía tener la respuesta.

Le hizo señas a su portaestandarte, un joven soldado hulburgués llamado Vossen, para que acudiera junto a ella. El sargento se acercó al trote, con el estandarte de los Hulmaster agitándose desde el estribo.

—¿Sí, lady capitana? —dijo.

—Felicita de mi parte a los capitanes de los escudos, y al sargento mayor Kolton. Sigue con las maniobras diarias y reúnete conmigo y con el Consejo de Guerra de la Casa en la biblioteca del piso superior a las cuatro de la tarde.

—Sí, mi señora —contestó el sargento Vossen.

El soldado saludó, golpeándose la pechera con el puño derecho, y cabalgó hacia el campo de maniobras en busca de los capitanes mientras Kara hacía girar a Dancer y volvía hacia la mansión a medio galope. Había estado pensando en la campaña que se avecinaba desde el día en que los Hulmaster habían sido expulsados de Hulburg. Era el momento de ponerlo todo en marcha.

Un poco antes de las cuatro campanadas, Kara se puso a esperar en la magnífica biblioteca de Lasparhall a que llegaran los miembros del Consejo de Guerra de la Casa. Era una habitación amplia y luminosa, situada en el piso superior del ala oeste de la mansión, y durante las semanas siguientes tenía la intención de utilizarla como cuartel general. En una de las paredes había colgado un enorme mapa que mostraba las tierras que había entre Thentia y Hulburg; en el centro de la habitación, habían colocado una enorme mesa de caoba brillante. El salón de banquetes de la mansión era más grande, pero Kara prefería una estancia que pudiera cerrar con llave y tener vigilada sin dejar inutilizada media casa.

Se entretuvo leyendo un pequeño montón de cartas que el señor Quillon le había dado por la mañana mientras los comandantes en jefe de la Guardia del Escudo y los principales asesores de la familia iban llegando. La primera en aparecer fue una de las capitanas de los escudos, Merrith Darosti, una robusta mujer que andaba por la treintena y vestía una cota de malla parecida a la de Kara; llevaba el pelirrojo cabello recogido en una larga trenza. El sargento Kolton, que parecía terriblemente incómodo ante la perspectiva de participar en el consejo de oficiales, la seguía un paso por detrás; ya que era uno de los sargentos con más experiencia que quedaban en las filas de la Guardia del Escudo, Kara lo había ascendido a jefe de la Guardia de la Casa. El hermano Larken, un fraile joven y de gran estatura que vestía un hábito marrón adornado por el rosetón de Amaunator, entró a continuación en la habitación. Detrás de él lo hicieron dos antiguos miembros del Consejo del Harmach, que ocuparon sus asientos: Deren Ilkur, que solía ser el recaudador de los derechos, y Theron Nimstar, que había sido el supremo magistrado de Hulburg. Ninguno de ellos era guerrero, pero eran inteligentes y tenían mucha experiencia en cuestiones de Estado. En último lugar, llegó el ganadero, Nils Wester, que había arrastrado a más de cien partidarios de los Hulmaster de su compañía de la Hermandad de la Lanza antes que someterse al gobierno de Marstel. Los sirvientes y los segundos al mando de los miembros del consejo ocuparon sus propios puestos en las sillas que estaban alineadas junto a la pared.

—Parece que ya estamos todos —le comentó a Quillon.

Kara le tendió las cartas al viejo halfling y se ajustó la vaina del sable que llevaba colgado al cinto, sobre la cadera. Desde el ataque de los asesinos a Lasparhall, se había acostumbrado a llevar las armas siempre consigo. Ese día vestía el conjunto ligero: una fina cota de malla por encima de un faldellín de cuero reforzado que le llegaba por la rodilla y medias grebas, todo debajo de una sobrevesta, teñida de azul y blanco en cuatro partes, que se parecía mucho a las que llevaban los guardias del Escudo. No estaba dispuesta a que los enemigos de Hulburg volvieran a pillarla desprevenida. Al contrario que los abrigos del resto de los soldados, el de Kara llevaba bordado un grifo azul y dorado en el cuadrante superior izquierdo (la insignia de la casa Hulmaster, que sólo lucían los miembros de armas de la familia).

Se acercó a su sitio, en la cabecera de la mesa.

—Buenas tardes, caballeros —dijo.

Se oyó el arrastrar de las patas de las sillas sobre el suelo, al mismo tiempo que los hombres y mujeres presentes en la habitación se levantaban, y ella se sentaba.

—Por favor, sentaos.

Sus oficiales y consejeros volvieron a sentarse y permanecieron atentos, esperando a que hablara.

Kara los observó con calma mientras organizaba sus pensamientos. Aquello era más bien una tarea propia de Geran, y no suya; era una tremenda temeridad e irresponsabilidad por su parte el haberse marchado a Hulburg para jugar a los espías o los asesinos cuando en Thentia había trabajo importante para el cabeza de familia. No es que no tuviese ninguna experiencia al respecto, ya que, después de todo, el harmach Grigor le había confiado el liderazgo del pequeño ejército de Hulburg sin apenas orientación, pero al ser la única Hulmaster presente en Lasparhall, era algo más que la capitana de la Guardia del Escudo. Todos los intereses y los asuntos que concernían a los Hulmaster estaban ahora en sus manos, ya fueran de índole política, diplomática o meramente administrativa. Había intentado convencer a Geran de que necesitaba su ayuda en tales materias, pero lo único que le había dicho su primo había sido:

—Tengo plena confianza en ti, Kara; te las arreglarás mucho mejor que yo. —Como si ésa fuera una respuesta satisfactoria a sus preocupaciones.

En parte, Kara comprendía que la labor de Geran en Hulburg podía ser tan importante como su trabajo en Thentia, especialmente si atraía a cientos de hulburgueses oprimidos a las filas de sus partidarios. Pero veía aún con más claridad que Geran estaba poniendo en peligro la suerte de toda la familia Hulmaster, además de su propia vida, conduciéndose como si únicamente fuera el aventurero sin raíces que había sido durante tanto tiempo. Si lo mataban, ella sería la única Hulmaster que podría continuar luchando…, y la carga del liderazgo recaería completamente sobre sus hombros, sin posibilidad de tomarse un respiro en décadas.

Se dijo que no tenía sentido volver a aquella discusión que ya había perdido, y menos teniendo en cuenta que Geran ya se había marchado tan lejos que no tenía posibilidad de ponerse en contacto con él ni de hacerlo volver. No, lo único que podía hacer era concentrarse en el reto que Geran le había propuesto. Frunció la boca, decidida, y comenzó a hablar.

—Hoy he llegado a un trato con Kendurkkel Ironthane, de los mercenarios Mazas de Hielo —comenzó—. Con los Mazas de Hielo tendremos la fuerza necesaria para derrotar a la Guardia del Consejo del usurpador Marstel, da igual dónde nos enfrentemos. El décimo día de Ches (dentro de cincuenta y dos días) marcharemos hacia Hulburg.

»Durante los próximos cincuenta y dos días, estaremos ocupados con maniobras y entrenamiento, haga buen tiempo o no.

»Para cuando partamos, seremos rápidos, disciplinados, organizados y agresivos…, una espada perfectamente equilibrada en la mano del señor de los Hulmaster. —Hizo una pausa, midiendo las reacciones de los demás antes de seguir—. Cincuenta y dos días pueden parecer muchos ahora, pero no lo son. Si alguno de vosotros tiene dudas o preguntas acerca de la campaña de primavera, éste es el momento de decirlo. —Kara observó a los reunidos en la estancia durante un instante más, y después se volvió a reclinar en la silla.

Al principio, nadie habló, pero entonces Nils Wester carraspeó. Era un hombre enjuto, ya en la cincuentena, de piel curtida y ojos oscuros e intensos bajo unas pobladas cejas grises; antes de rebelarse contra Marstel, él y su numeroso clan habían cuidado de cientos de ovejas en sus pastizales, en lo alto de las colinas al oeste del valle del Winterspear.

—No tengo muchos conocimientos sobre estrategia —dijo el viejo y nervudo ganadero—, pero supongo que no tenemos por qué darle a ese viejo y gordo bastardo de Marstel cincuenta días para prepararse para nuestro ataque, lady Kara. ¡Mis guerreros podrían marchar dentro de diez días! ¿Por qué esperar?

—Porque necesitamos tiempo para volver a equiparnos y entrenarnos —contestó Kara—. La mitad de los hombres de las antiguas compañías de la Hermandad de la Lanza no disponen de más equipo que armaduras de cuero y viejas lanzas de caza. Aun así, seguramente podríamos con la Guardia del Consejo, pero si tenemos en cuenta a los hombres de armas del distrito de mercaderes de Hulburg, los Puños Cenicientos, y la magia que pueda llegar a emplear el mago de Marstel, tendremos mucho más en nuestra contra de lo que me gustaría. Confiad en mí; necesitamos los cincuenta días para convertir a los guerreros que tenemos aquí en un ejército de campo.

—Marstel podría haber encontrado más mercenarios para cuando partamos —señaló el viejo magistrado Theron Nimstar.

—Eso es cierto —dijo Deren Ilkur—. Pero con independencia de si queremos atacar con rapidez o no, sencillamente no tenemos ni las provisiones ni el material necesarios para ponernos en marcha ahora. Me llevará algún tiempo reunir una caravana de suministros que pueda mantener a nuestro pequeño ejército en el campo durante bastantes días.

—¿Necesitamos más? —preguntó Nils Wester—. Hulburg apenas está a sesenta kilómetros de aquí…, dos días si vamos con prisa.

—Eso con buen tiempo —señaló Kara—, y suponiendo que no haya ninguna fuerza enemiga situada para detener nuestra marcha. Imaginad que nos encontramos con que tenemos que desviarnos otros treinta o cuarenta kilómetros para evitar algún obstáculo que Marstel haya puesto en nuestro camino, o que las lluvias torrenciales hagan intransitables los caminos. No me gusta la idea de tener que marchar de vuelta a Thentia a por nuestra cena a los tres o cuatro días de haber empezado la campaña simplemente porque no nos ocupamos de aprovisionarnos de manera adecuada.

Wester hizo una mueca, pero se calmó.

—Está bien —respondió—. Comprendo las razones. Pero sin pretender faltarte al respeto, lady Kara…, ¿dónde está lord Geran? Si toda esta campaña la ha planeado él, me gustaría saber qué papel piensa desempeñar en ella.

Kara pensó que aquélla era una buena pregunta. No podía culpar a Wester por preguntar sobre lo mismo que la había estado preocupando hacía ya unos días. Por otro lado, lo último que necesitaban sus capitanes era oír sus dudas acerca de lo acertado de las acciones de Geran. Wester era un buen hombre, y un líder apasionado para la Hermandad de la Lanza, que lo había seguido al exilio, pero era un subordinado difícil. Había adquirido rápidamente la costumbre de cuestionar cada orden que ella le daba, si daba muestras de haberse equivocado.

—Lord Geran está llevando a cabo una misión secreta —respondió—. ¡Ojalá pudiera hablar libremente sobre lo que está haciendo!, pero no puedo pasar por alto la posibilidad de que los espías de Marstel, o el escrutinio de su mago, Rhovann, pudieran obtener algún tipo de información de Lasparhall. Si nuestros enemigos supieran lo que está haciendo, podrían intentar detenerlo, y su vida estaría en grave peligro. Baste decir que tenemos muy pocos aliados y demasiados enemigos en este momento; Geran pretende hacer que eso cambie antes de que comience nuestra campaña.

Por supuesto, todo lo que había dicho era, en gran parte, cierto, lo cual acalló su conciencia; jamás se le había dado bien mentir. Pero aquello podía significar tanto que se estaban estableciendo contactos diplomáticos secretos con Melvaunt o en Hillsfar, como que se estaba buscando ayuda mágica o alzando a la gente de Hulburg contra sus opresores. Dejaría que Wester y los demás hicieran sus propias conjeturas acerca de lo que había querido decir.

—Bien, ¿tenéis alguna otra pregunta o inquietud antes de que nos pongamos a trabajar?

Todos permanecieron en silencio durante un largo instante. Kara estudió los rostros de sus capitanes; algunos sonreían, ansiosos por tener una oportunidad de redimirse, pero a otros —sobre todo, los de mayor edad y experiencia— se los veía vacilantes y llenos de dudas. Comprendían perfectamente la disparidad numérica y la escasez de recursos de que disponían los Hulmaster para su campaña. La derrota que Marstel y sus aliados Puños Cenicientos les habían infligido el pasado otoño todavía era un recuerdo reciente.

Sin siquiera saber qué era lo que iba a hacer o a decir, Kara se levantó lentamente y apoyó los puños, cubiertos por la malla, sobre la enorme mesa.

—Los soldados de Marstel se están volviendo gordos y vagos en sus cómodas barracas de invierno, abusando de pobres ancianos y niños —dijo con un gruñido, alzando la voz—. Somos los guerreros que se enfrentaron a los Cráneos Sangrientos en la muralla de Lendon e hicimos que esos salvajes parasen en seco. Los mercenarios de Marstel nos pillaron a todos dispersos por Hulburg y nos sorprendieron con una traición inesperada la última vez; no volverán a sorprendernos. Cuando nos enfrentemos la próxima vez a las fuerzas del usurpador en el campo de batalla, os prometo lo siguiente: ¡los haremos pedazos! Y ahora, ¿estáis conmigo o no?

El sargento Kolton se puso en pie con dificultad y se golpeó el pecho con el puño.

—¡Sí! —exclamó—. ¡Estoy contigo, lady Kara!

Se oyó el arrastrar de las sillas y el tintineo de las cotas de mallas cuando el resto de los presentes se levantó y habló, llenando la sala con un coro de «¡Sí!, ¡estamos contigo!» e incluso algunos gritos de «¡Muerte al usurpador!».

Kara se irguió y asintió para sí misma. Al menos, por ahora, los había convencido. Cuando por fin se disipó la cacofonía de respuestas, volvió a hablar:

—¡Bien! —dijo, sonriendo con fiereza—. Ahora dejad que os cuente cómo vamos a machacar a los mercenarios de Marstel.