CUATRO

10 de Martillo, Año del Flujo de las Aguas Profundas (1480 CV)

La madre de Geran llegó a Lasparhall la mañana de la víspera del funeral de Grigor. Un chambelán Hulmaster mandó llamar a Geran, que estaba en el jardín practicando sus movimientos, un refugio para ejercitarse que había utilizado más de una vez en los últimos días para perderse durante una hora y dejar de pensar. Se secó rápidamente con una toalla, se puso un jubón gris perla y acudió presuroso al salón principal de la mansión, donde había dos sirvientes esperando para ayudar a Serise Hulmaster a quitarse su pesada capa de invierno y la capucha. Serise era una mujer alta y enjuta, de cincuenta y cinco años, elegante y reservada; Geran había heredado de ella gran parte de su altura y su rapidez. Bajo las pieles llevaba el suntuoso vestido azul y el corsé color marfil de una iniciada de Selune, y sujetaba su largo cabello negro (en el que las canas aún eran escasas) con una peineta de plata salpicada de perlas en un elegante peinado. Hacía ya unos años se había retirado a un templo de Selune en Ilmateran, que estaba a unos cuantos kilómetros al oeste de Thentia, ya que Hulburg no tenía ningún aliciente para ella después de la muerte de Bernov Hulmaster y de la partida de Geran a sus largos viajes.

—¡Madre! —Geran acudió presuroso a estrecharle las manos y la besó en la mejilla—. ¿Qué tal el viaje?

—Bastante bueno, pero más frío de lo que me hubiera gustado —contestó Serise con un estremecimiento.

El viaje en carruaje desde Ilmateran recorría un trayecto de unos diez kilómetros, y normalmente duraba más de una hora. Con las bajas temperaturas, los caminos estaban congelados, y Geran sabía por propia experiencia que un viaje en carruaje en esas condiciones estaba lleno de fuertes sacudidas y dolorosos botes.

—La suma sacerdotisa insistió en que debía usar su carruaje, cosa que le agradezco, ya que está bien provisto de mantas. Si hubiera tenido que alquilar un coche de la ciudad, habría viajado mucho más incómoda.

Geran extendió el brazo.

—Bueno, entremos. Hay un buen fuego en el salón y estoy seguro de que la señora Laren estará encantada de traerte alguna bebida caliente.

Su madre lo cogió por el brazo y le permitió guiarla desde el vestíbulo. Recorrió la habitación con la mirada, interesada.

—Lasparhall ha estado vacía durante más de quince años —dijo—. ¡Resulta extraño verla tan llena de gente ocupada! Tu padre y yo solíamos traerte aquí cuando no eras más que un muchacho, normalmente cuando tu padre estaba preocupado y se le metía en la cabeza que necesitaba alejarse de Hulburg unas semanas.

—Lo recuerdo.

—Estoy segura de que sí. Nunca tuvimos a más de doce personas en esta casa tan enorme en aquellos tiempos. Ahora… tanta gente, ¡tanto movimiento!

Llegaron al estudio, y Geran le pidió al primer sirviente que vio que trajera algo de sidra caliente o vino especiado para su madre. Se sentaron en las sillas que había junto a la chimenea, tan cerca del fuego como pudieron.

—Me alegra que hayas venido —dijo—. Es estupendo volver a verte, madre.

—Lo mismo digo, Geran. ¡Ojalá fuera una ocasión más alegre! —Serise suspiró, y se inclinó hacia delante para mirarlo con expresión grave—. ¡Tienes el cuello lleno de arañazos! ¿Te hirieron durante la pelea? ¿Estás bien?

Hizo un gesto despreocupado con la mano, alegrándose de que no pudiera ver las costras y los vendajes que tenía bajo la camisa.

—Unos cuantos arañazos y cortes, pero nada serio. Ilmater sabe que he sufrido heridas peores. Además, he sobrevivido, algo que la mayoría de los miembros de la Guardia del Escudo no pueden decir. Perdimos a once, eso sin contar al tío Grigor.

Se puso pálida.

—¡Eso es terrible! Tan sólo sabía que había habido un ataque y que el pobre Grigor había muerto. ¿Qué fue lo que ocurrió, Geran?

—Una sacerdotisa de Cyric contrató a varios mercenarios y conjuró demonios para atacar Lasparhall —contestó.

Geran le relató los terribles acontecimientos de aquella noche, haciendo un esfuerzo para minimizar el peligro que había corrido; Serise Hulmaster no era ninguna pusilánime, pero tampoco tenía sentido darle más motivos de preocupación de los que ya tenía.

—Cuando registramos el cadáver, encontramos correspondencia de Valdarsel, el alto prelado de Hulburg —finalizó.

Por supuesto, aquello podría haber sido un montaje, pero Geran lo dudaba; había visto el fanatismo lleno de odio en los ojos de aquella mujer.

—Al parecer fue él quien le ordenó a la sacerdotisa que nos atacara.

—No he oído hablar demasiado de ese Valdarsel. ¿Quién es?

—Un sacerdote de Cyric. Hace unos meses, Mirya descubrió que era el líder de los Puños Cenicientos, bandas de extranjeros sin recursos que se han establecido en Hulburg en los últimos años. Muchos son gente decente que simplemente intenta ganarse la vida, pero hay demasiados criminales y esclavistas entre ellos. —Hizo una mueca llena de amargura—. Valdarsel ha estado agitando a los extranjeros y sus bandas durante meses, a pesar de que en su momento no lo sabíamos. Apoyó a Marstel cuando derrocó al tío Grigor. Marstel lo recompensó con un lugar en el Consejo del Harmach.

Serise miró por la ventana, que estaba blanca debido a la fuerte helada.

—Hace ya seis días —murmuró, pensando en voz alta—. Si contamos con que hay tres días hasta Hulburg debido al mal tiempo, seguramente ese Valdarsel, y supongo que también Marstel, sabe ya que el pobre Grigor ha muerto, pero también sabe que su ataque no tuvo el éxito esperado. Deberás tener cuidado, Geran. Es probable que vuelvan a intentarlo.

—Lo sé. Kara y yo hemos hecho todo lo que se nos ha ocurrido para proteger la casa y al resto de la familia.

—Bien —le dio un sorbo a la sidra—. Tu tío era un buen hombre; quizá demasiado bueno para gobernar un reino como Hulburg. No merecía ese final.

Geran se puso en pie y se acercó a la chimenea.

—Es culpa mía —dijo con amargura—. Marstel jamás se habría hecho con Griffonwatch sin la magia de Rhovann ni su astucia, y la única razón por la que Rhovann vino a Hulburg fue para hacernos daño a mí y a todos mis seres queridos. Y cuando tuve la ocasión de ponerle fin a todo quedándome en Hulburg tras el asalto de la Luna Negra, cogí el Dragón Marino y acudí a rescatar a Mirya. Me advirtieron de lo que pasaría si abandonaba Hulburg, pero no quise escuchar. He traído la ruina a nuestra Casa.

—Tonterías, Geran —dijo Serise con brusquedad—. Quizá el mago de Marstel te siguiera desde Myth Drannor; tú lo sabrás mejor que yo. Pero recuerdo que, la primavera pasada, Sergen intentó matar a Grigor y al resto de la familia, y fuiste tú el que se lo impidió. Si tú no hubieras vuelto a Hulburg, no quedaría ningún Hulmaster vivo a día de hoy. —Lo miró con expresión severa—. Tú no asesinaste a tu tío, ni por acción ni por omisión. Lo hicieron los enemigos de la Casa Hulmaster. Lo único que hiciste fue tomar las decisiones más adecuadas en cada momento, y nadie, ni siquiera los dioses, pueden prever todos los resultados. Al pensar que deberías haber actuado de otro modo, lo único que estás haciendo es abandonarte a la autocompasión.

Hizo una mueca de dolor. Su madre no era ninguna tonta, y nunca había tenido pelos en la lengua. Sabía que ella tenía razón, pero eso no quería decir que él no debería haber estado más alerta. Por supuesto, eran sus enemigos los que se habían manchado las manos con la sangre del harmach…, pero a Geran se le ocurrían muchas cosas que podría haber hecho de otro modo para proteger a su familia de un ataque. Seguramente, la muerte de Grigor no había sido culpa suya, pero era algo que podría haber evitado, y lamentaba profundamente no haberlo hecho.

—Lo entiendo —admitió finalmente—. Ni siquiera puedo decir que me arrepiento de mi elección, ya que la Hermandad de la Luna Negra ya no existe, y Mirya y su hija están vivas y a salvo. Pero ojalá mis decisiones no hubieran tenido un precio tan elevado.

—A todos nos pasa de vez en cuando, aunque también es cierto que pocas personas sufren consecuencias del calibre de las tuyas. —Serise dio otro sorbo a la sidra caliente y dejó la copa sobre la mesa—. Ya me siento bastante recuperada, y me encantaría ver a los pequeños Natali y Kirr. De algún modo, los niños ayudan a levantar el ánimo ¿sabes?

—¿Eso es una indirecta, madre?

—No me atrevería a preguntarme en voz alta cuándo mi hijo de treinta y un años encontrará una esposa por fin y me dará nietos.

—¡Últimamente tengo mucho en lo que pensar! —protestó.

Pero sonrió y le volvió a ofrecer su brazo, escoltándola hasta los dormitorios de la familia.

Encontraron a la tía de Geran, Terena, en la sala de estar de la familia, ayudando a Erna mientras ésta intentaba que Natali y Kirr se concentraran en sus lecciones, una tarea que pronto abandonaron. La madre de Geran no había visto a los pequeños Hulmaster desde hacía varios años, y éstos estaban ansiosos por conocer a un familiar al que casi habían olvidado. Geran se pasó una hora haciéndoles compañía y escuchando las viejas historias de Serise y de Terena acerca de un Grigor más joven y saludable, y las desventuras de sus maridos fallecidos (en el caso de Terena, no se trataba de Kamoth Kastelmar, sino de su primer marido, el padre de Kara, Arvhun, en una época en la que Geran tenía más o menos la misma edad que Kirr). Pensaba que las historias acerca de épocas más felices serían demasiado tristes para soportarlas con el funeral de Grigor tan cercano, pero, para su sorpresa, se encontró riendo en voz alta más de una vez con historias que había escuchado una docena de veces cuando era un muchacho.

Tras almorzar un estofado de carne de venado y pan recién horneado, Geran se excusó con la intención de cabalgar hasta Thentia para hacer averiguaciones acerca de los mercenarios que habían sido contratados para el ataque. Pero antes de que pudiera ponerse las pieles de montar para protegerse del frío, lo detuvieron el señor Quillon, un escriba halfling que había ejercido como secretario privado del harmach durante casi dos décadas, y su prima Kara.

—Un momento, Geran —dijo Kara—. El señor Quillon me ha comentado una cosa importante.

Geran se detuvo y observó al halfling. Quillon se estaba quedando calvo, tenía unas largas patillas y un grueso par de gafas haciendo equilibrio en el extremo de la nariz; llevaba un tabardo azul y blanco, los colores de la familia Hulmaster, y un gorro a juego.

—Continúa —dijo.

Quillon le tendió un fajo de cartas que sostenía en una mano manchada de tinta.

—Estamos empezando a recibir correspondencia dirigida al harmach de Hulburg —dijo—. En su mayoría, son condolencias, cartas que simplemente expresan su más sentido pésame ante nuestra pérdida e indignación ante el asesinato del harmach Grigor. Este tipo de cosas son normales después de la muerte de un dirigente, incluso si se trata de una ciudad como Hulburg. Las envían varios de los nobles y los reinos que rodean el Mar de la Luna. Tan sólo hemos recibido unas pocas hasta ahora, pero seguro que en las próximas semanas recibiremos más.

Geran miró a Kara y después nuevamente a Quillon.

—Si es una correspondencia típica, no veo cuál es el problema. ¿Cómo contestaríamos las cartas normalmente?

—¡Oh!, yo me puedo ocupar de eso, lord Geran. Responderlas no entraña ninguna dificultad…, aunque hay algunas que deberían ser leídas por algún miembro de la familia, y no sólo por mí. La dificultad estriba en que, bueno, no estoy muy seguro de quién debería firmarlas. —El halfling se colocó las gafas, incómodo—. Verás, milord…, esto…, no sé quién se convertirá en harmach. Le he llevado las cartas a lady Kara, ya que ella ha ayudado al harmach Grigor con este tipo de cosas en los últimos años, pero me ha dicho que aún no se ha tomado ninguna decisión.

—No se trata sólo de la correspondencia —añadió Kara—. Como el funeral es mañana, también hay algunas cuestiones de protocolo. Hemos pospuesto esta discusión tanto como hemos podido.

Se quedó de pie, en silencio, mirando las cartas que Quillon tenía en la mano. Él y Kara habían estado supervisando conjuntamente la casa en los últimos días, pero estaba claro que aquello era algo temporal.

—¿Hay que tomar una decisión? —preguntó al fin—. Supongo que el harmach Grigor habrá dejado instrucciones al respecto. ¿O es que las leyes de sucesión sencillamente dictan la respuesta?

—Mucho me temo que el harmach Grigor no nombró ningún sucesor tras la muerte de lord Isolmar —respondió Quillon—. Además, las leyes de sucesión son poco claras. Creo que esto debe decidirlo la familia, milord.

—Ya veo. —Geran frunció el ceño—. Kara, ¿tú qué opinas?

—Creo que lo mejor es que nos reunamos todos y lo discutamos. Cuanto antes, mejor.

Él asintió.

—Señor Quillon. ¿Te reunirás con nosotros en el estudio cuando suenen las dos campanadas? Tus conocimientos sobre leyes pueden resultarnos útiles.

—Por supuesto, lord Geran. Cogeré pluma y papel. —Quillon hizo una reverencia y se marchó apresuradamente.

Los dos Hulmaster observaron como se alejaba, y Geran se permitió hacer una mueca de aprensión. Sabía que no quería el trono…, quería que Grigor fuera harmach, tal y como había sido desde que tenía uso de razón, pero la daga de un asesino había cambiado eso, y los deseos de Geran no tenían el poder de arreglar las cosas. No, la cuestión no era si quería o no ser harmach, sino si estaba dispuesto a serlo en el caso de que fuera lo mejor para su familia.

Kara lo observó mientras él luchaba con sus pensamientos.

—Sé que no puedo ser yo, Geran —dijo en voz baja—. Decidas lo que decidas, te apoyaré.

Asintió, lleno de gratitud, aunque no tenía ni idea de cuál era el mejor camino que seguir.

—Supongo que será mejor que reunamos a todo el mundo.

Casi una hora después, el clan Hulmaster se reunió en el estudio de Lasparhall. Natali y Kirr estaban excusados, pero Erna estaba presente por si tenía que hablar en nombre de sus hijos. Terena y Serise se habían sentado junto al fuego, y Geran se encontraba al lado de la ventana, sin reparar casi en el frío que despedían los cristales cubiertos de escarcha. El señor Quillon se situó en un lugar discreto, en una esquina de la habitación, con su material de escritura frente a él.

Kara despidió a los sirvientes, que cerraron la puerta de la estancia al salir, y se dirigió a los Hulmaster.

—Me temo que hay una cuestión que debemos zanjar hoy —dijo—. Cientos de nobles de Thentia y embajadores de otras ciudades llegarán mañana para asistir a los ritos funerarios del harmach Grigor. La pregunta que todos se harán es sencilla: ¿quién será el siguiente harmach?

—Geran y tú os habéis estado ocupando de las cosas desde…, bueno, durante los últimos días —dijo Terena—. ¿Qué dicen las leyes de sucesión?

—Me temo que muy poco —contestó Kara, que dirigió la mirada hacia el señor Quillon—. ¿Has encontrado algo más?

El halfling meneó la cabeza.

—Mucho me temo que no. La dificultad estriba en que las leyes de Hulburg proporcionan poca orientación. La tradición dicta que el harmach es el que nombra a su heredero. Hasta hace cuatro años estaba claro quién era, lord Isolmar, pero el harmach Grigor no llegó a nombrar a un nuevo heredero tras la muerte de aquél. He podido determinar que hace más de ciento cincuenta años desde que un harmach murió sin un hijo que estuviera dispuesto y preparado para recibir el título, así que no hay ningún precedente que podamos seguir.

—¿Y por qué sencillamente no eligió a uno? —dijo Erna con voz triste—. Entonces sabríamos con exactitud lo que debemos hacer.

—Le preocupaba poner en peligro a quien nombrase —dijo Terena. Los demás la miraron, sorprendidos; ella se encogió de hombros—. Lo hablamos un par de veces. Después de todo, Isolmar, su propio hijo, acababa de ser asesinado, muy probablemente porque estaba cerca del trono. Sospecho que Sergen pudo haber influido también en su decisión, bien aconsejándole que no nombrara a nadie más, o quizá haciéndole saber que le gustaría ser considerado como heredero potencial. Geran estaba constantemente viajando, los hijos de Isolmar eran apenas unos infantes, y dada la afección de Kara, no había nadie más.

Geran miró a Kara, que hizo una rápida mueca, pero sin decir nada. El espeluznante brillo azulado de sus ojos y la marca serpenteante de color azul que tenía en la mano izquierda resplandecían bajo la débil luz que iluminaba la habitación. Resultaba indudable que era la candidata más cualificada, ya que había pertenecido al Consejo del Harmach y había sido la mano derecha de Grigor durante años, pero nadie querría un harmach cuyos hijos pudieran resultar seres anómalos.

—Dudo que podamos adivinar las intenciones de Grigor —dijo la madre de Geran—. Mirémoslo de otro modo. Ni Erna ni yo somos Hulmaster de sangre. Eso deja únicamente a Terena, Geran, Natali y Kirr. Por supuesto, Terena es la mayor, y la mismísima hija del harmach. Geran es el varón Hulmaster de más edad. Si creemos que la sucesión debería pasar a la hija mayor de la hija de Grigor, entonces ésa sería Natali, pero es tan sólo una niña. Necesitaría que un regente gobernara por ella.

—Disculpad. La ley no es clara acerca de si tiene preferencia el mayor de los Hulmaster o el varón Hulmaster de más edad —dijo Quillon—. Por suerte, ambos han resultado ser el mismo durante numerosas generaciones hasta ahora.

—¡Yo no deseo ser harmach! —dijo rápidamente Terena—. En estas circunstancias, necesitamos un nuevo líder para la guerra, alguien fuerte y valiente. Yo tengo poco de ambas cosas. Nuestros amigos, y nuestros enemigos, deben saber que los Hulmaster no han renunciado a sus derechos, pero yo no inspiraría confianza ni miedo a nadie.

Geran sintió que todas las miradas se posaban en él. Bajó los ojos hacia la mesa, pensando en la cuestión. Si hacía valer su derecho, no tenía ninguna duda de que su familia lo apoyaría encantada.

—Asumiré el cargo si debo —dijo despacio—, pero probablemente no sea el más indicado para ello. No sé nada acerca de los deberes del trono.

—Geran, ese tipo de conocimientos no son un requisito —dijo su madre—. La capacidad de liderazgo, en cambio, sí. Creo que te subestimas. ¿Acaso Grigor no se hubiera alegrado de que te convirtieras en harmach? ¿Estás dispuesto a hacerlo?

—Me he pasado la mitad de mi vida evitando ese tipo de responsabilidades —dijo.

—Nadie lo sabe mejor que yo. Sé lo inquieto que has sido siempre. Aun así, eres la única elección posible si buscamos un harmach que pueda gobernar en este momento.

Meneó la cabeza.

—Pretendo exponerme a situaciones de peligro. Un harmach debe ser más cuidadoso con eso. Dejad que el trono recaiga en los hijos de Isolmar, y nombrad un regente. Kara es con mucho la mejor preparada. Ha capitaneado la Guardia del Escudo en combate, y aconsejó al harmach Grigor durante buena parte de los últimos diez años. Además (perdóname por decir esto, Kara), la marca de conjuro que lleva no tendría que ser un impedimento para ser regente. De hecho, podría verse como una ventaja, ya que la gente pensará que no tiene ambiciones dinásticas propias.

Se hizo un largo silencio en la habitación. Finalmente, habló Kara.

—Lo haré si así lo decide toda la familia, pero hay dos cosas que, en mi opinión, deberíamos plantearnos: la primera es que el harmach sería visto como una figura más poderosa que un regente. Después de todo, un regente, por naturaleza, es alguien cuyo reinado acabará pronto; pero un harmach ocuparía el trono durante décadas. Las promesas de un harmach tienen más peso, al igual que sus amenazas. En segundo lugar, nuestros enemigos nos acaban de demostrar que están dispuestos a atacar a cualquiera que sea harmach. Sería muy peligroso nombrar harmach a Natali o Kirr en este momento.

Erna palideció.

—¡Por los dioses! —susurró—. No había pensado en eso.

Geran se cruzó de brazos y frunció el entrecejo. Tampoco él se lo había planteado. Lo que había dicho Kara acerca de las apariencias era una cosa, pero no podía soportar la idea de poner en peligro a sus jóvenes primos sólo porque no estaba dispuesto a cargar con el título. Miró a Quillon y preguntó:

—¿Hay alguna razón por la que un harmach no pueda abdicar y nombrar un regente para un joven sucesor?

El escriba halfling alzó la vista, pensativo, planteándose la pregunta.

—No, lord Geran. La ley es generosa en cuanto a la renuncia de un harmach.

—Muy bien. —Cuadró los hombros y se volvió para mirar a su familia—. Kara me ha convencido; será mejor que yo lo haga. Pero no me llamaré a mí mismo harmach, no hasta que Hulburg sea liberada, y Marstel y Rhovann hayan respondido por lo que han hecho. Reclamar un título que no tenemos poder para hacer valer nos haría parecer más débiles que no reclamarlo en absoluto. Alguien debe ser el señor de los Hulmaster nominalmente, pero le demostraremos al Mar de la Luna con hechos y no con palabras que no hemos abandonado nuestras pretensiones con respecto a Hulburg.

Quillon tomó notas en un trozo de pergamino y después carraspeó.

—Discúlpame, lord Geran, pero de hecho seríais conocido como barón Hulmaster, ya que ése es el título que se le concede a vuestra familia en otras tierras.

—Lord Hulmaster es suficiente.

Geran paseó la vista por la habitación; su madre hizo un gesto de aprobación, Terena parecía aliviada y Erna tenía el entrecejo fruncido, pero también le dedicó una señal de asentimiento. Ya podía sentir que sus expectativas lo rodeaban; en los oscuros y caóticos días desde que Grigor había sido asesinado, todos habían estado ocupados en el proceso de duelo, con las respuestas automatizadas propias de vérselas con una muerte en la familia…, algo a lo que los Hulmaster estaban muy acostumbrado. El padre de Geran, el padre de Kara, también Isolmar y ahora Grigor… Casi podría creer que alguien le había echado una oscura maldición a la línea sucesoria Hulmaster.

—Aun así, sigo pensando que no soy la mejor elección para desempeñar el cargo de harmach, pero haré lo que pueda para recuperar el derecho de nacimiento del siguiente harmach para nuestra familia.

—¿Deberías nombrar un sucesor por si…? —preguntó Erna.

—No, y por las mismas razones que el tío Grigor no lo hizo. Al menos no haré ningún tipo de anuncio formal. En privado…, bueno, si fuera necesario un sucesor, yo ya no estaré, así que deberéis hacer lo que en ese momento creáis mejor. Pero mi recomendación sería que si algo me ocurriera, Natali se convirtiera en la siguiente harmach, y Kara fuera su regente. —Esperó por si alguien quería decir algo, e hizo un gesto de asentimiento a Quillon—. Señor Quillon, ¿te parece que está todo en orden?

—Lo está, milord har…, barón…, ehhh, Hulmaster. Redactaré los edictos y las notificaciones apropiadas inmediatamente. —El viejo halfling se levantó y colocó sus papeles—. Y tengo correspondencia que requiere de tu atención, milord.

—Iré enseguida, señor Quillon —contestó Geran.

Aguardó a que el halfling saliera de la habitación, sopesando la férrea determinación que se estaba gestando en su corazón. Serise, Terena, Erna y Kara lo observaban, quizá midiéndolo en comparación con lo que esperaban que hiciera un harmach —aunque sólo lo fuera sobre el papel— a continuación. Pensó que lo mejor sería empezar a acostumbrarse a ello. Los guardias del Escudo, los sirvientes, los empleados, los escribas, incluso su propia familia estarían observando para ver cómo afrontaba cada decisión y cada acontecimiento que se les presentara. Se estremeció sólo de pensarlo, se le revolvió el estómago y tuvo que cerrar los ojos para reponerse. Ni siquiera tenía un reino que gobernar aún, y Hulburg era realmente pequeña. ¿Cómo podría alguien soportar el convertirse en el rey de Tethyr o la coronal de Myth Drannor?

Se dijo a sí mismo que no tenía sentido desear que todo aquello se desvaneciera. Antes de que pudiera replantearse la resolución que crecía en sus pensamientos, se volvió hacia el resto de la familia y habló:

—Mañana vamos a enterrar al tío Grigor —dijo, y dejó que las palabras calaran durante un rato para que pensaran en ellas—, pero al día siguiente, comenzaremos la guerra para retomar Hulburg. Madre, creo que sería una buena idea esconder a Erna y sus hijos en el templo de Selune…, y a la tía Terena, si está dispuesta. Demasiada gente sabe que estamos aquí, y tenemos enemigos que pueden conjurar magia muy poderosa. Natali y Kirr estarían más seguros en otro lugar. Kara, tu cometido será formar un ejército, con la Guardia del Escudo y todo hulburgués exiliado que esté dispuesto a unirse a nuestra causa, que pueda vencer a la Guardia del Consejo de Marstel. Contrata a mercenarios, recluta a compañías de aventureros, haz tratos con los mercaderes del Mar de la Luna…, lo que haga falta. Quiero marchar a la batalla en primavera.

Kara asintió, pero frunció el entrecejo.

—Tienes algún otro objetivo en mente, ¿verdad?

La miró directamente a los ojos, y dejó que la ira que había ido acumulando durante días endureciera su voz.

—Venganza —dijo—. Antes de hacer cualquier otra cosa, aquellos que ordenaron el asesinato de Grigor van a morir bajo mi espada.