15 de Ches, Año del Flujo de las Aguas Profundas (1480 CV)
El sol, tímido y pálido, asomó entre las nubes cuando Geran y su pequeña compañía surcaban, con ruido atronador, el Camino del Valle. Siguieron rumbo al norte algo menos de un kilómetro, describiendo curvas y vueltas familiares a través de los campos cenagosos y de tramos arbolados donde los árboles seguían tristes y desnudos por efecto del invierno. Geran se inclinaba sobre el cuello de su cabalgadura, pidiéndole más velocidad; el aire brumoso le salpicaba la cara con gotas de agua fría, y los cascos del animal, que parecían alados, iban levantando barro a su paso.
Al galope entraron en un denso bosque que impedía ver el camino por delante y pasaron junto a un caballo que permanecía parado junto a un guerrero caído, un mercenario de la Guardia del Consejo que, evidentemente, había cabalgado hasta donde se lo habían permitido las heridas sufridas en el combate de Puente Quemado. La compañía de Hulmaster pasó al lado del mercenario caído sin detenerse, y por fin dejaron atrás los árboles y salieron a la última extensión de campo abierto antes del viejo Terraplén de Lendon.
Marstel y su escolta vaasana estaban a escasos cien metros por delante de ellos, en un lento cabalgar hacia el norte. Los mercenarios y los de Vaasa miraron hacia atrás con horrorizada sorpresa, atónitos ante la aparición de sus perseguidores, antes de espolear a sus caballos entre gritos de alarma. Dos o tres jinetes se quedaron rezagados casi de inmediato.
—¡Tienen más heridos a causa del enfrentamiento junto al puente! —le gritó Kara a Geran—. ¡Ya son nuestros!
El lord y sus aliados también se dieron cuenta de la suerte que les esperaba. Siguieron huyendo unos cuantos metros más hasta que llegaron al punto donde el Camino del Valle atravesaba una brecha en el Terraplén de Lendon. Allí se pararon para presentar batalla en el punto más favorable. Varios prepararon sus ballestas mientras los guardias del Escudo se aproximaban más, y Geran percibió el silbido de los proyectiles que pasaban a su lado; oyó gritos de dolor y el ruido de un guerrero que caía de su silla. Se arriesgó a echar una rápida mirada hacia atrás y vio a Mirya y a Hamil sofrenando sus caballos cerca de donde se había producido la caída. Sintió un gran alivio al ver que Mirya tenía suficiente sentido común como para saber que su puesto no estaba entre los soldados, hombres y mujeres, protegidos con cotas de malla y entrenados para luchar a caballo. Se deslizó de la montura y empezó a preparar la ballesta.
—No es una lucha de cuchillos —le transmitió el halfling—. Sigue adelante, Estaré aquí si me necesitas.
—¡A por ellos! —les gritó Geran a sus guerreros, y marchó el primero mientras se cerraban las líneas.
El mago de la espada atisbó a una mujer con un velo que le cubría la cara que cabalgaba detrás del caballero de Warlock y que empezó a pronunciar un conjuro apuntándolo con una varita. Segundos después, un rayo relampagueante de color púrpura atravesaba el espacio que los separaba. Geran alzó la espada para bloquearlo al mismo tiempo que pronunciaba un contraconjuro. El relámpago arcano se desvió al contacto con Umbrach Nyth y dejó un profundo surco en el barro, junto al camino. Geran sintió una sacudida en el brazo, pero no sufrió el menor daño. Se encontró a continuación en medio de un violento enfrentamiento, arrastrado por su caballo al centro mismo del enemigo. Rodilla contra rodilla peleó con un jinete vaasano, alternando mandobles y bloqueos, y poniendo en ello las fuerzas que le quedaban, mientras los guardias del Escudo castigaban a sus enemigos sin desmayo.
—¡Por Hulburg y por el verdadero harmach! —gritó un guardia del Escudo, y otros lo repitieron.
La maga vaasana volvió a apuntar a Geran, que estaba cogido en medio de los combatientes. El mago de la espada trató de maniobrar para poder parar su conjuro, pero de repente apareció Kara, que se incorporó al combate con vertiginosa agilidad y arrancó a la maga de su montura con un amplio movimiento de su sable. La mujer cayó con un grito, y su varita salió volando de los dedos que la sujetaban.
El adversario de Geran fue apartado de él cuando la superioridad numérica de los guardias del Escudo empezó a notarse. Buscó a otro adversario y atisbó a Terov, el caballero de Warlock, con su negra armadura de placas. El caballero vaasano se batió brevemente con un jinete de Hulburg antes de derribarlo de su montura con un conjuro que hizo saltar motas negras a lo largo de su espada grabada con runas. Geran corrió hacia él, esquivando la espada del vaasano para clavarle la suya en el cuello, pero la gorguera del hombre desvió el golpe. Terov respondió con un golpe descendente contra el brazo de Geran, pero el mago de la espada lo paró al pasar llevado por el impulso de su caballo.
En lugar de seguirlo, Terov se dio la vuelta para gritarle algo a Marstel.
—¡Harmach Maroth, huye! Mi torre de hierro está a menos de un kilómetro de aquí.
Marstel, que estaba apartado de la refriega, hizo dar la vuelta a su caballo y salió corriendo como un loco hacia el camino abierto, seguido por el caballero de Warlock. Geran trató de abrirse camino entre el apretujamiento de jinetes, pero había demasiados soldados —guardias del Escudo, vaasanos y guardias del Consejo— apiñados en la brecha del viejo terraplén. Por el momento, no había posibilidad de paso.
—¡Marstel se escapa! —gritó Kara, imponiéndose al ruido del combate.
—¡Lo sé! —dijo Geran.
No podía abrirse camino entre los combatientes, pero podía saltárselos… Antes de reconsiderar siquiera el desesperado plan que se le había ocurrido, se dejó caer de la montura al cenagoso camino y fijó la vista en un punto un poco más adelante de los que trataban de escapar.
—¡Sieroch! —dijo, pronunciando mentalmente su conjuro de teletransportación. Con paso confiado atravesó un instante de negrura helada y reapareció en el camino unos cuantos metros por delante de Marstel y Terov, que avanzaban a galope tendido. Justo antes de que pudieran embestirlo, realizó con su espada una compleja floritura y lanzó su siguiente conjuro:
—¡Nhareith syl shevaere!
Una brillante corona de fuego azul tomó forma sobre la oscura hoja de la Espada de las Sombras, haciendo brotar un arco de llamaradas azules mientras la espada de Geran bailaba en su mano. Con un movimiento final, el mago de la espada lanzó la feroz andanada contra sus enemigos. Los caballos gimieron y se retrajeron ante el muro de fuego. Tratando de evitar a Geran y la amenaza de sus llamas, perdieron pie. Terov lanzó una maldición y desvió, al menos en parte, la descarga feroz, con un contraconjuro propio, pero la parada en seco de su montura lo hizo salir despedido de la silla. Marstel no contaba con esa magia para protegerse y el fuego azul abrió una negra brecha en su pectoral, de la cadera hasta el hombro. El usurpador cayó al suelo al desplomarse su caballo. Geran trató de esquivar al caballo cuando se desplomó a su lado, pero en su caída también lo derribó a él.
Cayó chapoteando en el suelo embarrado y sintió la impresión del agua fría, que le empapó la ropa. La caída lo dejó sin aire, pero un segundo le bastó para recuperarse, ponerse de pie y avanzar tambaleante hacia Marstel. El viejo lord yacía boca abajo en el fango, hecho un ovillo, mientras de su pectoral brotaba un hilillo de humo acre. Geran echó mano de él y le dio la vuelta, aprestándose a darle el golpe de gracia hundiéndole la punta de Umbrach Nyth en la garganta o en el corazón.
No fue necesario. Por un momento, Marstel fijó sus ojos en los de Geran mientras el aliento y la sangre salían a borbotones de su cuerpo y, a continuación, cerró los ojos y lanzó el último estertor.
—Viejo necio —le dijo Geran con voz ronca.
Bajó la espada y buscó a su alrededor al caballero de Warlock, con la idea de ocuparse de él a continuación. El vaasano manoteaba en el suelo a unos dos metros de él, respirando entrecortadamente por el dolor mientras trataba de desembarazarse de la silla de montar y de los estribos. Geran se disponía a ir hacia él cuando se detuvo, asombrado, al producirse a su espalda una gran erupción de humo y sonidos burbujeantes. Se volvió de un salto justo a tiempo para ver que el cuerpo de Maroth Marstel se desintegraba y dejaba un charco de líquido negro y espumoso.
—¡Por los Nueve Infiernos! ¿Qué es esto? —dijo a media voz mientras retrocedía varios pasos con gesto de estupor.
El ruido del combate que tenía lugar detrás de él se amortiguó cuando los guardias del Escudo y los vaasanos también se detuvieron, distraídos por el espectáculo. Kara, que se había abierto camino entre los combatientes y estaba ahora detrás de Geran, miró curiosa aquella mezcla maloliente.
—¿Qué demonios le has hecho, Geran? —preguntó.
—No fue ningún conjuro mío —replicó Geran—. Eso era una maldita falsificación, no el Marstel real. ¡Tiene que haber sido eso!
No era un experto en esa magia, pero Rhovann sí que lo era. Ahora que estaba muerto, volvía al caldo de cultivo alquímico del que seguramente lo había fabricado el mago.
—¿Una falsificación? —preguntó Terov con desprecio.
El caballero de Warlock había perdido el casco astado en la caída y tenía ahora todo el aspecto de un hombre corriente, un hombre con facciones adustas y cabello gris acerado. Sólo sus ojos rojos daban a su cara un toque sobrenatural.
—¿Era una simulación lo que yo trataba de poner a salvo? ¡Maldita sea la perfidia de Rhovann Disarnnyl! Me ha tomado el pelo y se guardó al Marstel real para sí. —Por fin consiguió desenganchar los pies de los estribos e intentó ponerse de pie, sin demasiada estabilidad.
—Sea lo que sea lo que hiciera, no le sirvió de mucho —replicó Geran, que volvió a centrar su atención en el vaasano y avanzó hacia él hasta apoyar la punta de Umbrach Nyth en la garganta de Terov, antes de que el caballero de Warlock pudiera afirmar los pies—. Estás en desventaja, milord. Ríndete y ordena a tus hombres hacer lo mismo, o te mato ahora.
Terov miró con furia a Geran un momento antes de lanzar un suspiro y alzar la mano hacia el puñado de soldados que todavía se mantenía de pie.
—Muy bien —dijo—, me rindo. Borys, Naran y los demás, deponed las armas. Ya no podemos hacer nada más aquí.
Kara avanzó al trote y desmontó junto a Geran.
—¿Dónde está el auténtico Marstel? —le preguntó a Terov con tono autoritario.
—No tengo la menor idea —respondió el otro—. Si vosotros no la tenéis y yo no la tengo, supongo que estará muerto o encerrado en alguna mazmorra segura de Rhovann. Esto que aquí veis —dijo, señalando con la cabeza al líquido viscoso que había en la armadura vacía— ha estado gobernando Hulburg desde hace un par de meses.
Geran se arriesgó a echar una mirada a la lucha interrumpida. Varios guardias del Escudo yacían en el suelo, pero no había ningún guardia del Consejo a la vista, y sólo quedaban cuatro vaasanos. Hamil y Mirya se aproximaban al paso mientras el sargento Kolton daba órdenes a sus soldados de desmontar y desarmar a sus prisioneros. Mirya cerró los ojos y murmuró una plegaria de agradecimiento al ver que Geran estaba ileso; Hamil contempló la escena con una ancha sonrisa y le hizo un guiño a Geran.
—Parece que tienes al bellaco justo donde querías —le dijo a Geran—. Acaba con él de una vez y vámonos a desayunar.
—No tan deprisa —murmuró Geran, volviéndose a mirar al vaasano—. ¿Quién eres? ¿Qué agravio te mueve contra Hulburg?
Hubiera dado lo mismo que la cara del caballero de Warlock fuera de piedra.
—Soy Kardhel Terov, fellthane y caballero de Warlock. No tengo ningún agravio en particular. Simplemente a Vaasa no le interesa tener a Hulburg en manos de un gobernante débil que pueda caer bajo el influjo de Mulmaster o de Hillsfar.
—Dices que no tienes ningún agravio que cobrarte, pero yo no lo veo así. El año pasado, en este mismo lugar, combatí contra los caballeros de Vaasa que se habían aliado con los Cráneos Sangrientos para lanzar un ataque contra Hulburg. Mhurren y sus orcos habrían arrasado Hulburg si no hubiéramos combatido y derramado aquí nuestra sangre para detenerlos. Ahora me encuentro con que te proponías mantener a Maroth Marstel como una marioneta para usarlo otra vez contra nosotros cuando te viniera en gana. —Geran entrecerró los ojos—. Tú le has costado a mi familia y a mi pueblo mucha sangre, sinsabores y lágrimas, vaasano. No juegues conmigo si valoras en algo tu vida.
—Matar a un caballero de Warlock tiene consecuencias, Hulmaster.
—Que en este momento me importan un bledo.
Terov hizo una mueca.
—No estoy jugando contigo. No hemos hecho nada más que respaldar a la facción más fuerte en nuestro designio de atraer a Hulburg a nuestra órbita. El año pasado, el poder en auge en el norte del Mar de la Luna era el jefe Mhurren. Este año, el poder en auge era el mago de Hulburg. Si tu posición nos hubiera parecido más sólida, nos habríamos acercado a ti, pero en realidad, la supervivencia de la Casa Hulmaster nos parecía muy poco probable hasta hace un par de días. Me encantaría saber cómo desbarataste a los guerreros construidos por Rhovann de un solo golpe, dicho sea de paso. De todos modos, las penurias que ocasionamos a tu familia fueron algo atribuible sólo a vuestra propia falta de fuerza.
—¿De modo que lo que nos habéis hecho está justificado porque parecíamos débiles? —le soltó Geran—. ¡Muéstrame tu anillo de hierro!
Terov vaciló, pero la punta de la espada se mantenía inflexible sobre su garganta. Se quitó el guantelete y levantó la mano derecha. El anillo tenía un aspecto sorprendentemente corriente, una simple argolla de hierro.
Geran pasó la espada a la mano izquierda y cogió la mano derecha de Terov en su puño de plata cubierto por el guantelete de cuero.
—Jura sobre tu anillo que contestarás la verdad a la próxima pregunta que te haga.
—Eso no es necesario…
—Júralo o te mato con mis propias manos —dijo Kara que estaba al lado de Geran.
La furia hizo que Terov lanzara fuego por los ojos, pero asintió.
—Juro que responderé la verdad.
—¿Diste orden al sacerdote de Cyric Valdarsel de ocuparse del asesinato de mi familia? —preguntó Geran con un tono helado.
Terov se estremeció… No mucho, fue apenas un parpadeo, pero se notó.
—Sí —respondió—, pero tal como dije…
—¡Cállate! —le soltó Geran, y antes de saber siquiera lo que iba a hacer, soltó la mano de Terov y lo abofeteó con la mano derecha.
Una nueva punzada de dolor le recorrió el brazo al absorber el impacto los dañados huesos de su muñeca, y un hilillo de sangre empezó a brotar de debajo del puño de plata en el extremo de su brazo, pero a Terov se le partió la mandíbula bajo el peso del puño de hierro. El caballero de Warlock cayó al suelo, escupiendo sangre y dientes rotos. Geran se adelantó y lo cogió por la gorguera, apoyándole en la garganta la punta de la espada.
—¡Bastardo asesino! —dijo Hamil en voz alta—. Si no lo matas tú, Geran, tendré mucho gusto en ocuparme personalmente.
—¡Me he rendido, maldita sea! —dijo Terov a través de sus labios ensangrentados.
Geran miró al vaasano con furia, pero a la mente le vino la imagen del harmach Grigor dando las últimas boqueadas en Lasparhall y los cuerpos de los guardias y sirvientes muertos esparcidos por toda la propiedad. El brazo con que sostenía la espada casi temblaba de ganas de cobrarse la vida del vaasano. Sintió en la distancia el gesto de profundo disgusto de Mirya al presentir lo que se aprestaba a hacer. En cierto modo se dio cuenta de que no quería que ella viera lo que se proponía llevar a cabo; su desaprobación lo disuadió de ejecutar al caballero de Warlock. Por un instante, miró al villano indefenso bajo su espada. Era indudable que Kardhel Terov se merecía cualquier castigo que quisiera imponerle, que sus manos estaban manchadas con la sangre de Grigor Hulmaster y tal vez de cientos de hulburgueses más, pero por mucho que la mereciera, su muerte no impediría a Vaasa seguir entrometiéndose en los asuntos de Hulburg.
«Como Hulmaster, puedo hacer justicia matándolo —pensó Geran en medio de la fría furia que lo invadía—, pero como lord Hulmaster, ¿es esto lo apropiado para Hulburg?»
—Mátalo si crees que es lo correcto, Geran —dijo Kara en voz baja—. Se lo ha ganado.
La mirada de Geran se dirigió al guantelete de cuero que cubría la mano de plata que ahora llevaba en lugar de la suya.
Había una mancha de sangre en el punto en el que la mano de Rhovann se unía con su brazo. De pronto, se sintió exhausto, cansado de la interminable sucesión de guerra y sufrimiento en la que parecía cogido. Al mirar otra vez a Terov, se dio cuenta de que no lo odiaba. Después de todo, apenas lo conocía. Odiaba las cosas que Terov había hecho, pero eso no era lo mismo. Además, sabía que una guerra con Vaasa sólo podría acabar de una manera para Hulburg.
—Si lo hago, esto no se acabará nunca —murmuró en voz audible.
«Ésta es la razón por la que no debería ser harmach —dijo para sus adentros—. No soy transigente por naturaleza». Suspiró y bajó la espada, retirándola de la garganta de Theron.
—¿Puedes hablar por Vaasa? —preguntó—. ¿Quedará vinculado el Consejo de Caballeros por lo que tú y yo pactemos aquí?
Terov se enjugó la sangre del mentón y asintió.
—Sí —respondió.
—Júralo.
—Maldita sea, sí, lo juro por mi anillo; mi palabra es vinculante para el Consejo de Caballeros.
Geran volvió a levantar la mano de Terov con el anillo.
—Entonces, júrame que Vaasa nunca volverá a interferir en los asuntos de Hulburg ni a dar respaldo a los enemigos de Hulburg con el propósito de hacer daño a mi familia ni al reino, y dejaré que te marches vivo.
Terov negó con la cabeza.
—No puedo hacer ese juramento. La palabra nunca lo hace inviable. Podría prometerte cinco años.
—Que sean veinte —dijo Kara.
Terov hizo una mueca mientras se sujetaba la mandíbula con cuidado.
—Diez, y con toda sinceridad, es todo lo que puedo prometer. No es que quiera esquivar el compromiso. La autoridad que ostento en representación del Consejo tiene sus límites.
—Diez años, pues —decidió Geran—. Júralo y podrás marcharte.
—Juro en nombre del Consejo de Caballeros que ningún caballero de Warlock o agente de Vaasa se entrometerá en los asuntos de Hulburg ni dará apoyo a los enemigos de Hulburg para hacer daño al reino ni a personas de la familia Hulmaster, y ese compromiso se mantendrá por el plazo de diez años.
Geran sintió un remolino de magia que se concentraba en el anillo que tenía bajo la mano. Soltó a Terov y dio un paso atrás, enfundando a Umbrach Nyth. El caballero de Warlock se puso de pie lentamente y se quedó mirando a Geran un buen rato. La sombra gris de su torre de hierro era una presencia oscura entre los árboles, a orillas del lago Hul.
—¿Podemos recoger a nuestros heridos y muertos? —preguntó Terov.
—Adelante —respondió el mago de la espada—, pero quiero esa torre fuera del territorio de Hulburg antes de que termine el día de mañana.
—Nos marcharemos antes de esta noche.
Terov hizo una señal a sus soldados, que rápidamente recogieron a sus camaradas heridos. La maga del velo estaba malherida, y Geran no estaba seguro de que pudiera sobrevivir, pero los vaasanos pronto le improvisaron unas angarillas. Dejaron a los Guardias del Consejo donde habían caído y a los heridos bajo vigilancia, y se pusieron en marcha a pie por el camino.
—Se ha acabado por ahora, pero ¿qué sucederá dentro de diez años? —preguntó Mirya mientras veía cómo se alejaban Terov y sus soldados.
—No tengo ni idea —respondió Geran—, pero debo creer que en el plazo de diez años podremos encontrar la forma de convencer a los vaasanos de que somos capaces de ocuparnos de nuestros propios asuntos, o al menos, de que podemos causarles tantos problemas que no les merezca la pena meterse con nosotros. —Se sacudió y volvió la mirada hacia Hulburg—. Venga, vámonos a casa.