VEINTINUEVE

15 de Ches, Año del Flujo de las Aguas Profundas (1480 CV)

Geran se quedó paralizado un momento, buscando una forma de salir de la estancia, y entonces se oyó el ruido de la llave en la cerradura de la puerta del laboratorio. No había nada que hacer, tendrían que vérselas con el que apareciera en la puerta. Le hizo una señal a Hamil, que rápidamente atravesó la habitación para colocarse a un lado de la puerta. Geran le indicó que esperara.

—¿Quién anda ahí? —dijo con voz airada, imitando en todo lo posible el acento elfo de Rhovann.

El ruido de la llave cesó de inmediato. Geran no pudo por menos que sonreír. Al parecer, la idea de molestar al mago del harmach en su santuario resultaba bastante intimidante.

—El alcaide Sarvin y el guardia Murrn, mi señor.

—¿Qué pasa? —inquirió Geran.

—Te necesitan, milord… El ejército de Hulmaster está a las puertas y el harmach necesita tu consejo. ¡Hay que hacer algo!

¿El ejército de Hulmaster está a las puertas? —observó Hamil en su lenguaje silencioso—. Kara debe de haberle sacado el máximo partido a la oportunidad que le dio la destrucción de la piedra maestra.

Geran asintió.

—Es cierto; algo habrá que hacer —dijo.

Alargó la mano de plata para abrir la puerta. Pareció responder muy bien a sus órdenes, aunque apenas pudo sentir el picaporte bajo sus dedos.

—¡Entrad!

Hubo una breve vacilación antes de que empujaran la puerta. El alcaide Sarvin, el corpulento oficial de barba negra que Geran había visto en la mazmorra de la Casa del Consejo, y su guardia entraron con cierta inquietud. Se pararon en seco, confundidos ante el espectáculo del laboratorio destrozado, los restos del golem y la presencia de Mirya y Sarth al otro extremo de la habitación. Entonces el cuchillo de Hamil apareció amenazando la garganta del mercenario mientras Geran aplicaba la punta de Umbrach Nyth a la hebilla del cinturón de Sarvin. Los dos hombres se quedaron de piedra y apartaron las manos todo lo que pudieron de sus armas.

—Buena idea —les dijo Geran a los guardias—. Rhovann está muerto y yo estoy aquí para recuperar mi castillo. Decidme: ¿dónde podría encontrar a Maroth Marstel?

Los dos hombres guardaron silencio hasta que Hamil presionó al mercenario con el cuchillo.

—¡En el patio! —respondió el guardia—. El harmach se dispone a abandonar Griffonwatch. Los vaasanos nos han ofrecido refugio seguro. Nos enviaron para ver qué retenía a lord Rhovann.

—¿Los vaasanos? —comentó Hamil—. ¿Qué diablos tienen que ver con esto?

Geran se encogió de hombros. No sabía con certeza qué estaban haciendo los vaasanos en Hulburg, pero era la segunda vez que encontraba pruebas de la intromisión de un caballero de Warlock en los últimos tiempos. Un año antes, los caballeros de Warlock habían ayudado a las hordas de los Cráneos Sangrientos; él mismo se había batido contra un hechicero vaasano durante la Batalla del Terraplén de Lendon. Además, Rhovann había dicho que los vaasanos habían incitado a Valdarsel a asesinarlo. ¿Ahora los vaasanos estaban esperando para sacar de allí al falso harmach? Eso no presagiaba nada bueno.

—¿Cuánto falta para que salgan? —preguntó.

—Ahora mismo está esperando en el patio con los vaasanos —respondió Sarvin—. No queremos más enfrentamientos contigo, lord Hulmaster. Sólo queremos abandonar este lugar.

—Tendríais que haber pensado eso antes de aceptar el dinero de Marstel —replicó Mirya—. ¿Qué hacemos con estos dos, Geran?

—Atadlos y dejadlos aquí. Han respondido, y por eso les perdono la vida —dijo torvamente—. Después, creo que me gustaría bajar e intercambiar unas palabras con el harmach Marstel y esos vaasanos antes de que se marchen.

Hamil y Mirya se apresuraron a atar a los dos guardias. Geran se dio cuenta de que el alcaide del castillo llevaba un buen par de guanteletes de cuero; se probó el derecho sobre la mano de plata. Lo avergonzaba un poco llevar la mano de Rhovann anexa a su brazo, y prefería mantenerla oculta. Tras comprobar que el guante le iba bien, hizo un gesto a sus amigos y se adentraron en el castillo.

Las estancias de Griffonwatch estaban extrañamente silenciosas mientras Geran, Mirya, Sarth y Hamil bajaban a toda prisa hacia el patio inferior. Al parecer, no había por allí ni sirvientes ni guardias; Geran supuso que se habrían escabullido en las últimas horas para unirse a las tropas leales en las calles o que estarían escondidos esperando a los acontecimientos. Tampoco había a la vista mercenarios de Marstel, ya que las torres y las murallas parecían abandonadas. Lo que sí encontraron fue a algunos yelmorrunas mientras bajaban, pero los ingenios de Rhovann estaban inmóviles. Los glifos mágicos que les cubrían la carne casi habían desaparecido por completo, y por debajo de sus viseras de hierro se colaba un fluido negro.

—¿Deberíamos destruir a esas cosas a nuestro paso? —preguntó Hamil mientras pasaban entre cuatro de los guardias grises reunidos en torno a la entrada superior del gran salón.

—No creo que vayan a constituir una amenaza —observó Sarth—. Sospecho que la destrucción de la piedra maestra dejó sin efecto todas las órdenes e instrucciones que Rhovann pudiera haberles dado, y es evidente que ahora no puede darles otras. Con algo de tiempo, podría determinar si están inutilizados, o si esperan nuevas órdenes.

—No te preocupes —respondió Geran—. No tenemos tiempo que perder con ellos… Debemos impedir que Marstel escape.

—No tengo motivos para sentir compasión por Maroth Marstel, pero ¿tiene alguna importancia a estas alturas? —preguntó Mirya—. No era más que un pelele en manos de Rhovann. Sin el mago no es más que un viejo necio y borracho.

—Eso es verdad, pero no puedo dejar que los vaasanos se hagan con él. Si los caballeros de Warlock tienen a alguien que pueda aspirar al gobierno de Hulburg en su fortaleza, podrían causar problemas sin límites a la causa. Podrían enviar un ejército propio para apoyar la pretensión de restablecer a Marstel en el trono. Como mínimo, les daría una excusa para seguir entrometiéndose durante años.

Geran iba delante mientras bajaban la escalinata trasera del gran salón y corrían hasta las puertas de entrada de la estancia. Apoyó la mano en el picaporte y estaba a punto de abrir de golpe una de las grandes puertas cuando Hamil le sujetó el brazo.

—Cuidado —dijo el halfling en voz baja—. ¡Escucha!

Geran se detuvo y aguzó el oído. Pudo oír el ruido de cascos de caballos y gritos ansiosos de algunos hombres al otro lado. En lugar de abrir la puerta, entreabrió la mirilla y miró lo que pasaba fuera. El frente del gran salón daba al gran patio inferior del castillo. Caía una leve llovizna y el suelo estaba lleno de charcos. A la izquierda y a la derecha había torres, barracones y establos; justo enfrente del gran salón estaba la casa de la guardia, donde acababa el camino que subía desde el pie de la colina del Harmach. En el espacio empedrado, dos docenas de guerreros —algunos con los uniformes rojo y amarillo de la Guardia del Consejo de Marstel, y otros con los trajes negro y carmesí de Vaasa— esperaban, montados unos, otros sosteniendo a sus caballos por la rienda. Maroth Marstel estaba montado sobre un gran caballo de guerra y llevaba una gran armadura de placas; junto a él había un caballero de Warlock con un casco negro y astado con expresión impaciente.

—Mi señor harmach, hemos esperado tanto como era prudente —le dijo a Marstel—. Nuestro paso ya debe de estar bloqueado. Tenemos que irnos ya, y confiar en que lord Rhovann nos siga en cuanto le sea posible.

—No me gusta la idea de irnos sin él —respondió Marstel. Miró hacia las altas torres del castillo—. Tal vez debería ir a hablar personalmente con lord Rhovann.

—No tenemos más tiempo, harmach Marstel. Yo me marcho ya, con mis guardias. Si esperas sacar ventaja a los soldados de Kara Hulmaster, debes seguir nuestro consejo y venir con nosotros. —El vaasano puso su montura en frente de Marstel—. Rhovann es un mago muy competente. No tendrá problemas para encontrar el camino de salida de Hulburg, estoy seguro. Pero si tú te dejas coger aquí, tal vez eches a perder cualquier intento en el que esté empeñado Rhovann. La mejor manera de ayudarlo es marcharnos ahora.

Marstel hizo una mueca de desagrado debajo de su bigote blanco.

—Muy bien, lord Terov. Tal vez tengas razón. Vamos.

El caballero de Warlock —Terov, o eso le pareció a Geran— asintió e hizo una sucinta señal a sus hombres. Acompañado del crujido de las sillas de montar y del repiqueteo de los cascos sobre las gastadas piedras del patio, el grupo de jinetes empezó a desfilar saliendo por la puerta del castillo y a descender por el camino de acceso.

—Se marchan —gruñó Geran—. ¡Deprisa, tras ellos!

Antes de que pudiera pensar en lo que hacía, abrió la puerta de golpe y salió corriendo al patio en pos de los jinetes en retirada, desenfundando la espada. La sintió sólida en su nueva mano, tal vez un poco rígida, pero firme bajo su control. Hamil lo siguió, arrojando sus cuchillos, mientras Sarth se detenía en la puerta donde conjuró un relámpago verde y lo lanzó al grupo de soldados que todavía esperaba para poder salir. Detonó con un ruido atronador, alcanzando tanto a los guardias del Consejo como a los soldados vaasanos con proyectiles color esmeralda.

Los caballos relincharon aterrorizados y los guerreros cayeron al suelo cuando sus cabalgaduras se encabritaron y empezaron a alzarse de manos. La ballesta de Mirya silbó y un guardia cayó al suelo con el muslo atravesado por un virote. Algunos guerreros espolearon a sus caballos y fueron en pos de los que ya habían salido, otros se volvieron para hacer frente al sorpresivo ataque por detrás, y algunos quedaron en medio, presas de la indecisión.

Geran corrió hacia Marstel con la intención de arrancar al lord gordo y viejo de su montura o de matarlo en el intento. Por un momento, en medio del caos y la confusión reinantes, pensó que podría llegar a él sin problemas, pero un par de vaasanos armados se apresuraron a interceptarlo, poniéndose en su camino. El mago de la espada se encontró luchando contra un par de competentes espadachines que no estaban dispuestos a franquearle el paso; con los dientes apretados por la frustración, detuvo su impulsiva carga para bloquear el acero de los vaasanos con Umbrach Nyth, iniciando el consabido intercambio de bloqueo y ataque. La muñeca le dolía a cada entrechocar de aceros, pero la empuñadura de la espada se sostenía firme en la mano de plata, y por un momento, casi olvidó que no era su propia mano de carne la que sostenía la empuñadura de cuero de la Espada de las Sombras.

—¡Sarth! —gritó—. ¡Detén a Marstel!

El tiflin apuntó al usurpador con su cetro.

¡Ummar Skeyth! —dijo.

Un rayo blanco y humeante brotó del bastón y fue directo hacia Marstel, pero una mujer con un velo carmesí que montaba un caballo próximo al caballero de Warlock, sacó una varita de su manga y pronunció un conjuro contrario. El mordaz rayo blanco se encontró con un escudo invisible creado por la bruja vaasana y salió desviado hacia arriba, estrellando un gran bloque de hielo en el lateral de una de las torres que daban al patio.

Entonces, Terov sacó a Marstel corriendo del patio, seguido por la mujer vaasana de la varita. Salieron al galope y se perdieron de vista por el camino de acceso, seguidos por la mayor parte de los guardias, no sin que Sarth derribara a otros dos con otra ráfaga relampagueante.

Geran se agachó para evitar el potente embate de uno de sus adversarios y aprovechó el impulso ascendente para clavar varios centímetros de la hoja de su espada en el costado del otro, desmontándolo de su caballo. El otro guardia a punto estuvo de arrollarlo mientras él esquivaba los cascos y los mandobles; pero Hamil dio una voltereta y se colocó debajo del vientre del caballo, cortando hábilmente la correa de la silla. El caballo trató de apartarse del halfling, y la silla de montar resbaló por la grupa del animal, llevándose consigo al vaasano, que aterrizó de mala manera sobre el empedrado. Antes de que pudiera levantarse, Geran se adelantó y de una patada lo dejó inconsciente. El último de los escoltas de Marstel desapareció por la puerta del castillo, dejando a seis de los sujetos muertos, heridos o atontados en el patio.

—¡Sarth, ve en pos de ellos! —gritó Geran—. ¡Haz lo que puedas para retrasarlos!

—Su maga es muy hábil, pero haré lo que pueda —respondió el tiflin.

Invocó un conjuro de vuelo y se elevó por encima de las murallas, marchando hacia el norte en su persecución.

—¡Encuentra un caballo! —le dijo Geran a Hamil.

Se volvió para seguir su propia orden y vio un gran caballo negro, cuyo jinete yacía sobre las piedras, chamuscado por los conjuros de Sarth. Se acercó con mucho cuidado, tratando de no espantar al animal.

—¡Sooo! —dijo, intentando tranquilizarlo—. Buen chico, sooo.

El caballo resopló, desconfiado, pero se estuvo quieto el tiempo suficiente como para que Geran pudiera cogerlo por las riendas y le diera unas palmaditas en el cuello antes de montar de un salto.

—Puede ser que no los contaras, pero los hombres de Marstel todavía nos superan por diez a uno —observó Hamil. El halfling estaba tratando de calmar a una huidiza yegua, un animal bastante inadecuado para su estatura—. ¿Qué te propones exactamente si conseguimos darles caza?

—Improvisaré sobre la marcha. ¿Estás listo?

—Casi —respondió Hamil.

—Yo lo estoy —respondió Mirya.

También la mujer se había procurado un caballo y rápidamente había rasgado la falda por delante y por detrás para montar con los pies en los estribos.

—Mirya… —dijo Geran, frunciendo el entrecejo.

—No voy a admitir ninguna de esas tonterías ahora, Geran Hulmaster, no después de las cosas tan descabelladas que te he visto hacer en las últimas horas —dijo, decidida—. Si te he seguido al plano de las sombras, no voy a dejar ahora de cabalgar a tu lado.

Geran vaciló antes de responder.

—Entonces, al menos prométeme que te quedarás apartada de cualquier combate en el que nos veamos metidos.

—Si eso hace que te sientas mejor…

Mirya clavó los talones en los costados de su cabalgadura y salió al galope por la puerta del castillo. Geran hizo un gesto de contrariedad y espoleó el corcel negro tras ella. Hamil consiguió subirse a la silla y salió en pos de los dos.

Velozmente bajaron hasta la pequeña plaza llamada Paso del Harmach. La fría lluvia los golpeaba mientras corrían detrás de Marstel y su compañía. Desde la altura en que se encontraban, Geran atisbó media docena de finas columnas de humo elevándose hacia las nubes bajas. El repiqueteo de los cascos de su caballo en el pavimento casi no le dejaba oír nada más, pero pudo ver que en las calles del pueblo había pequeños grupos de personas que corrían de un lado para otro. Daba la impresión de que había una revuelta o una escaramuza en el Puente Medio, y le pareció oír un entrechocar distante de armas que resonaban en la mañana gris. A su derecha, a unos doscientos metros por delante de ellos, la compañía de jinetes de Marstel se encaminaba hacia el norte por el Camino del Valle. En aquella dirección se veían destellos de conjuros y resonaba el estruendo de rayos mágicos. A continuación, perdió su perspectiva a medida que el camino iba descendiendo para encontrarse con el Camino del Valle.

Mirya debía de haber visto lo mismo que él, porque se desvió hacia el norte y galopaba en pos del falso harmach. Geran la siguió, y Hamil también. Iba echado sobre el cuello del animal, animándolo a apurar la marcha. Durante algunos cientos de metros cabalgaron como locos por el camino embarrado, hacia los suburbios de la ciudad y la muralla parcialmente reparada junto al Puente Quemado y El Bock del Troll.

Por delante de nosotros no hay mucho más que campo abierto —le dijo Hamil, comunicándose mentalmente—. ¿No crees que deberíamos seguirlos a cierta distancia y ver si podemos sorprenderlos más tarde? ¿O tal vez reunir más gente antes de enfrentarnos a ellos?

Geran tardó un momento en responder. Era una sugerencia sensata, pero no estaba dispuesto a abandonar todavía la persecución. Por fin, se enderezó en su silla y empezó a aflojar un poco las riendas, pensando en la mejor manera de actuar… Pero de repente surgió una escaramuza por delante de él, en un pequeño promontorio. Más destellos de magia y truenos, y el sonido agudo del entrechocar de aceros llegaron claramente a sus oídos. Salió otra vez al galope, compartiendo con Mirya una mirada rápida cuando la adelantó. Juntos llegaron al punto más alto.

Por debajo de ellos vieron a docenas de guardias del Escudo corriendo y gritando en persecución de Marstel y de sus jinetes, que iban a galope tendido por el camino hacia el norte. En su huida se habían topado con una compañía de soldados de Hulmaster. Media docena de guardias del Escudo quedaban tendidos en el camino o en los cenagosos campos adyacentes…, pero los acompañaban otros tantos vaasanos y guardias del Consejo.

A un lado del camino estaba Sarth, con un virote de ballesta clavado en un muslo y la otra pierna en una postura muy rara, mientras en las proximidades esperaba un pequeño grupo de guardias del Escudo. Los arqueros hicieron amago de apuntar a Geran y a sus compañeros al tomarlos por rezagados del grupo de Marstel, pero inmediatamente bajaron los arcos.

—¡Es lord Geran! —gritaron—. ¡Está aquí!

—Lo siento, Geran —dijo Sarth desde el suelo—. He hecho lo que he podido, pero la bruja del caballero de Warlock me ha lanzado un conjuro de negación y ha cancelado mi conjuro de vuelo cuando estaba a bastante distancia del suelo. Me temo que me he roto una pierna.

—Ésa ha sido siempre una de las grandes desventajas de la táctica de combate desde el aire —señaló Hamil—. Eso, y el hecho de que todos en un kilómetro a la redonda saben dónde estás, especialmente cuando disparas truenos y bolas relampagueantes a un lado y a otro. Bueno, por lo menos, la bruja no te ha cogido cuando volabas demasiado alto, pero ¿cómo has acabado con ese virote en la pierna?

Sarth hizo una mueca.

—Uno de los vaasanos me ha disparado cuando estaba en el suelo. Supongo que pretendía acabar conmigo mientras estaba distraído.

Geran se arrodilló junto a su amigo y le puso una mano en el hombro.

—Has hecho todo lo que esperaba de ti. Un poco de mala suerte ahora no desmerece en nada el servicio que le has prestado a Hulburg. —Hizo una mueca—. Lamento haberte dejado sin pociones sanadoras.

—Yo también. Creo que la próxima vez tendré cuidado de reservarme una.

El mago de la espada sonrió.

—No te lo reprocharía —iba a decir cuando apareció otro grupo de guardias del Escudo con estandartes galopando desde el oeste.

Venían a campo traviesa por los campos desde el Puente Quemado. Kara Hulmaster encabezaba la pequeña compañía.

—¡Kara! —gritó Geran, alzándose en los estribos y saludando con la mano.

La expresión de Kara fue de sorpresa al verlo. Se acercó a él al trote y se dejó caer de la montura para darle un rápido abrazo.

—¡Geran! ¿Dónde diablos te habías metido?

—Las cosas no salieron como las habíamos planeado —dijo Geran, devolviéndole el abrazo—. Rhovann me cogió ayer y me arrojó a las mazmorras. Mirya, Hamil y Sarth no pudieron rescatarme hasta horas después. No hemos llegado a la piedra maestra de Rhovann hasta poco antes del amanecer.

—Me temía lo peor hasta que los yelmorrunas han empezado a caer. —Kara estudió su cara y frunció el entrecejo—. Por Ilmater, te han dado una buena paliza. ¿Estás bien?

—No tanto como quisiera, pero sigo aquí.

Decidió contarle lo que Rhovann le había hecho y mostrarle la mano de plata cuando tuvieran tiempo para toda la historia; no era algo que quisiera hacer en medio del camino con los guardias del Escudo mirándolos.

—¿Qué ha pasado con los yelmorrunas cuando hemos hecho trizas la piedra? ¿Y cómo es que estás aquí?

—La Guardia del Consejo y los yelmorrunas nos expulsaron de nuestro campamento en Rosestone. Nos rodearon en la colina de cumbre redondeada que hay un poco al oeste de la abadía…

—Sí, lo vi.

—¿Qué lo viste? ¿Cómo?

—Lo siento; Rhovann me mostró lo que podían ver sus yelmorrunas. Quería que supiera que estabas vencida.

—A punto estuvimos —respondió Kara—. Toda la noche hemos estado repeliendo sus ataques. Al filo del amanecer, Marstel ha lanzado su mayor ofensiva, pero cuando los yelmorrunas estaban a punto de arrasarnos, de repente han vacilado. La fuerza que los movía ha fallado de pronto. Supongo que ha sido en el momento en que has destruido la piedra maestra. Desde ese momento, han quedado prácticamente impotentes, y sin los yelmorrunas, el ataque de la Guardia del Consejo ha sido un absoluto fracaso. Hemos bajado de la colina y los hemos derrotado. Entonces, nos hemos puesto de inmediato en marcha hacia Hulburg. —Kara señaló hacia el lado oeste del valle de Winterspear—. Hemos conseguido montar a la mayor parte del tercer escudo en caballos capturados a Marstel, y yo he cabalgado al frente de ellos para hacer un cerco alrededor de Hulburg y mandar desde allí patrullas de exploradores. Los Mazas de Hielo y el resto de la Guardia del Escudo, los que todavía pueden andar, nos siguen a pie. Probablemente estarán descendiendo al valle por la senda de la abadía ahora mismo. Tenía pensado enviar mensajeros a todos los leales que estuvieran combatiendo en la ciudad y ver si podemos unir nuestras fuerzas.

—Envía también recado a los Sokol y a la Doble Luna —añadió Hamil—. Ellos nos ayudarán.

—Bueno —dijo Geran—. El castillo es nuestro. Marstel y sus hombres lo han abandonado. Envía a algunos soldados a protegerlo en cuanto puedas. Aunque sea una docena para vigilar la entrada; con eso bastaría.

—¿Marstel ha huido? —preguntó Kara.

—Estaba con los vaasanos. Están tratando de llevárselo a toda prisa, pero no veo razón alguna para permitir que los caballeros de Warlock se queden con él, sobre todo porque tiene mucho de qué responder aquí.

Kara se volvió y llamó a Kolton, que esperaba allí cerca.

—¡Sargento Kolton, necesito a todos los jinetes de que pueda disponer! ¡Vamos a perseguir a Marstel y a sus amigos vaasanos antes de que se pongan fuera de nuestro alcance!

—¡A la orden, lady Kara! —respondió el viejo soldado.

Se volvió y empezó a lanzar órdenes a los guardias del Escudo que lo rodeaban. Los soldados se movilizaron de inmediato para reunir todos los soldados del enemigo disponibles, mientras otros montaban en los suyos y se ponían de camino. Kara se volvió y se cogió a su silla para volver a montar.

—¿Y qué pasó con Rhovann? —preguntó por encima del hombro.

—Está muerto —respondió Geran con una gélida sonrisa.

Kara le dedicó un gesto de aprobación.

—Bien hecho.

—Parece que debes seguir sin mí —le dijo Sarth a Geran—. Buena cacería, amigo mío.

—Les daré tus recuerdos a los vaasanos —respondió Geran.

Se puso de pie y volvió a montar, sin prestar atención a los estremecimientos que la fatiga imprimía a sus piernas. Podía cabalgar y combatir un poco más si era necesario. Muy pronto estaba espoleando a su cabalgadura hacia el norte, otra vez en marcha, corriendo a galope tendido junto al Winterspear mientras Hamil, Mirya, Kara y quince guardias del Escudo encabezados por el sargento mayor Kolton le iban pisando los talones.