15 de Ches, Año del Flujo de las Aguas Profundas (1480 CV)
La gris luminosidad de la mañana parecía precipitarse sobre Geran desde una distancia incalculable, como si estuviera cayendo a través de una negrura total hacia un pequeño círculo de luminiscencia. Echó una ojeada a las formas lóbregas de grandes murciélagos de cobre y mesas de trabajo atestadas que pasaban a su lado a toda velocidad; la cabeza le daba vueltas con una tremenda sensación de vértigo mientras la razón le decía que tenía que estarse de pie y quieto. Entonces, de repente, él y Rhovann dejaron de caer a través de la sombra para encontrarse de pie y tambaleándose en un diagrama de runas plateadas que relucían en el suelo de una abigarrada galería, la antigua sala de trofeos de los Hulmaster, llena ahora de artilugios y aparatos arcanos de Rhovann. Y Geran seguía con la mano de plata de Rhovann atenazándole la garganta.
—Necio inconsciente —dijo el mago elfo entre dientes—. ¿Tienes idea de lo que has destruido? ¡Esa piedra era irreemplazable, mucho más valiosa que esto que tu miserable ralea familiar llama castillo!
Geran abrió la boca para responder y se encontró con que no podía hablar. De sus labios salió apenas una bocanada de aire. Trató desesperadamente de encontrar las palabras de un conjuro para deshacerse de la mano de Rhovann, pero a pesar de que en su mente brillaron los sigilos mágicos, no pudo pronunciarlos. Le dolía el pecho por la necesidad de aire, y ante sus ojos empezaron a bailar puntos negros. Sintió que le fallaban las rodillas mientras su lucha con el mago los arrastraba a los dos fuera del círculo de plata y los hacía caer en la mesa de trabajo más próxima, lanzando al suelo papeles y vasijas de cristal.
Una sonrisa malévola apareció en las facciones de Rhovann cuando éste percibió el debilitamiento de Geran.
—Esto es impropio de un mago de mi categoría —dijo el elfo entre dientes—. Debería matarte con mis conjuros, en lugar de estrangularte como un asesino cualquiera. Pero no deja de haber cierta ironía en esto de despacharte con la mano que tú me diste. Con eso podría bastarme. ¿Qué piensas tú, Geran?
Otra vez Geran consiguió apenas una exhalación. Volvió a tratar de soltar su mano izquierda o de zafarse de la presión de Rhovann, pero el hechicero siguió primero sus pasos vacilantes y después le dio un giro abrupto, estampándolo sobre otra mesa de trabajo. El mago de la espada puso en juego toda su voluntad, toda su determinación, para aferrarse a la conciencia, pero sabía que estaba a punto de perder la batalla. Habiendo perdido su mano derecha, no tenía posibilidades de arrancarse del cuello la mano de Rhovann, ninguna manera de contraatacar, sólo un doloroso muñón bajo un vendaje fino y ensangrentado. El hechicero lo sujetó con fuerza contra la mesa, y Geran se empezó a sumergir en la oscuridad… Pero tuvo un breve atisbo de las plumas rojas del virote de Mirya asomando por detrás de Rhovann.
No podía golpear a gusto con la mano perdida, pero no era necesario. Manoteando torpemente, golpeó el virote que sobresalía por encima del hombro de Rhovann. Con el hueso duro de la parte interna de su antebrazo, a media altura entre la muñeca y el codo, atizó el virote de madera y hurgó cruelmente en la herida.
Rhovann dio un grito de dolor y se tambaleó, llevándose la mano a la espalda por puro reflejo. De pronto, la presión que atenazaba la garganta de Geran desapareció y pudo volver a espirar hondo. Levantó la Espada de las Sombras para asestar un golpe, pero el hechicero conservaba presencia de ánimo suficiente para sujetarle el brazo de la espada antes de que lo consiguiera, cogiendo esa vez a Geran con su mano de plata.
—¡Bastion! —gritó el elfo—. ¡Ayúdame!
Desde la puerta del laboratorio, una gran criatura gris con jubón y capucha de color pardo giró y miró a Geran con ojos negros, sin vida. Tenía casi tres metros de estatura. Era un golem de arcilla del tamaño de un ogro, más alto y corpulento que los propios yelmorrunas. La criatura extendió una manaza enorme, cogió una gran mesa de madera que pesaba fácilmente unos setenta kilos y la levantó como si nada apartándola de su camino. Entonces, avanzó a paso decidido hacia Geran, sin apartar los ojos de su rostro. Rhovann miró una vez por encima del hombro e hizo una mueca victoriosa al ver acercarse a su imponente secuaz.
—¡Destruye a Geran! —gritó.
Geran alzó la vista hacia el monstruo que se le acercaba y se le encogió el estómago. Mientras forcejeaba con su viejo enemigo, el golem podía romperle el cuello o arrancarle los miembros, y eso sería su fin. Consiguió ganar unos segundos más de vida rodeando la mesa y alejándose unos pasos del alcance letal de Bastion. Sin saber cómo, encontró la determinación para apartar la mirada del golem y centrarse en su lucha con Rhovann. Buscó con desesperación la claridad mental necesaria para hacer aflorar un conjuro a sus labios.
—¡Sanhaer astelie! —Con voz ronca pronunció las palabras de un conjuro de fuerza.
Un segundo después sintió que las corrientes arcanas de la sala inundaban sus miembros, cargando sus músculos de fuerza sobrenatural durante un breve momento. Rhovann pronunció a su vez un conjuro, y zarcillos de fuego esmeralda brotaron de su mano de plata, chamuscando el brazo izquierdo de Geran. Pero con su conjuro de fuerza, Geran consiguió liberar el brazo con que sostenía la espada, y Umbrach Nyth relumbró en su mano.
Tuvo tiempo para descargar un mandoble de revés, asestando un feroz corte que atravesó el cuello de Rhovann describiendo un arco breve e inclemente. La Espada de las Sombras no hizo el menor ruido; Rhovann dio un leve respingo antes de que la cabeza se le desprendiera de los hombros y su cuerpo se desplomara al suelo. Llamaradas verdes bailotearon sobre su mano argéntea antes de apagarse. Geran miró un momento el cadáver del hechicero, tratando de recobrar el aliento.
—¡Maldito seas, Rhovann! —dijo—. ¿Era eso lo que estabas buscando?
El cadáver no respondió nada, pero en el último momento, unos pesados pasos advirtieron a Geran de la carga de Bastion. Vio al golem que se lanzaba hacia delante, tratando de asirlo con sus enormes manazas. El mago de la espada se retiró un par de pasos y trató de encontrar un conjuro de teletransportación…, pero descubrió que en ese momento no tenía ningún conjuro de ese tipo fijado en su mente. Retrocedió, tambaleante, y afirmó los pies para lanzar un feroz mandoble a la mano derecha del golem, que se tendía hacia él. Umbrach Nyth penetró en la carne de arcilla y cercenó dos dedos y la mitad de la mano, pero el golem asió a Geran por el cuello con la mano que tenía ilesa, lo levantó y lo lanzó al otro extremo del laboratorio.
Geran surcó el aire como lanzado por una catapulta y fue a estamparse contra los pesados cristales emplomados, que se hicieron añicos a su alrededor. De no haber sido por su conjuro de escama de dragón que lo protegió, lo habrían destrozado. Sólo los resistentes travesaños de madera que aguantaban de las grandes ventanas impidieron que saliera volando hacia el vertiginoso abismo del otro lado, donde el promontorio del castillo caía a pico sobre la planicie que había junto a la puerta de la poterna. No obstante, salió con unas costillas rotas y un golpe en la cabeza que le produjo un corte y le hizo ver las estrellas. Cayó al suelo en medio de una lluvia de cristales rotos y madera astillada, meneando la cabeza con mirada ausente.
—Eso te pasa por olvidarte del golem —se dijo.
Daried se habría sentido muy decepcionado, ya que su antiguo maestro cantor de la espada parecía tener ojos en la nuca para tener vigilado el entorno en todo momento. Geran gruñó y se puso de pie, cogiendo la empuñadura de la Espada de las Sombras justo a tiempo para hacer frente al siguiente ataque de Bastion. Por un momento, mantuvo al golem a raya, obligandolo a guardar distancia con la punta de su espada; el imponente monstruo era lo bastante listo como para no ensartarse en ella, pero seguía luchando con ferocidad torva y silenciosa, tratando de ponerle las manos encima. Geran se apartó de la ventana cojeando y descubrió que le dolía todo el cuerpo. Entonces, Bastion apartó la punta de la espada y dio un paso adelante para estampar el otro medio puño en el centro del torso de Geran. El golpe lo dejó sin aire y lo lanzó disparado a cinco metros de distancia, donde cayó y siguió dando volteretas hasta quedar boca abajo sobre el frío suelo de piedra.
Umbrach Nyth cayó con estruendo contra las losas hasta frenar junto a un rodapié a tres metros de él.
«Tiene gracia —pensó sin mucha claridad—; derroto a Rhovann, y ahora su maldito golem va a acabar conmigo». No parecía tener mucho sentido tomarse el trabajo de seguir luchando cuando iba a ser aplastado o despedazado en unos minutos más. No obstante, aunque lentamente, Geran empezó a arrastrarse hasta donde lo esperaba la espada, gimiendo por el esfuerzo.
Bastion lo estudió en silencio; sin duda, estaba considerando las últimas instrucciones de su creador. El golem carecía de malicia y no se molestaba en infligir dolor por el mero hecho de causarlo. Dentro de su propia lógica implacable se decidiría por la forma más rápida y eficaz de producir la muerte y, a continuación, pondría en práctica su plan. No se detendría, no podía detenerse hasta que él dejara de existir. Al observar que todavía no estaba muerto, se puso en movimiento y fue tras él. Geran hizo una mueca de dolor y trató de arrastrarse más deprisa.
La mano entera de Bastion se cerró sobre sus tobillos cuando sus dedos llegaron a la empuñadura de la espada. El golem tiró de él hacia atrás y lo levantó en el aire, mientras trataba de sujetar el brazo del hombre, que no cesaba de moverse con su media mano. Quizá intentara arrastrarlo de vuelta hacia la ventana para tirarlo por ella, aplastándolo contra la dura piedra, o simplemente arrancarle los brazos y las piernas. Geran no sabía cuál era su intención; no dejaba de agitarse y retorcerse, sujeto por el pie, pero el brazo con que sostenía la espada estaba libre por el momento.
Tratando de atravesar el torso del golem desde su posición invertida, le clavó la Espada de las Sombras debajo del esternón. El golem dejó escapar un gruñido sin soltar todavía a Geran. Luego, lentamente, el encantamiento que lo tenía encadenado fue desapareciendo y se derrumbó como una marioneta rota. A Geran le dio tiempo a lanzar un grito sorprendido antes de que la enorme criatura se le cayera encima. Dio con la cabeza contra las losas del suelo y, a continuación, sintió encima el inmenso peso de la criatura. Todavía se debatió un momento, tratando de liberarse, pero las heridas y el agotamiento habían hecho mella en él. La oscuridad fue subiendo desde el suelo y se apoderó de Geran.
Durante largo tiempo estuvo ajeno a todo, flotando en un sueño gris, del que entraba y salía constantemente. En un momento sintió que necesitaba levantarse, abrirse camino entre lo gris hasta la vigilia, aunque no sabía cómo hacerlo. Una laxitud placentera lo mantenía abrazado, calmando sus heridas. Llegó a pensar si estaría muriéndose y a preguntarse cómo era que no le preocupaba…, pero finalmente el sonido de su nombre lo despertó… minutos, horas después, no tenía ni idea del tiempo transcurrido. Un enorme peso lo aplastaba, pero luego se hizo a un lado y sintió que unas manos lo arrastraban, sacándolo de debajo. Un pequeño sorbo de algo que sabía como el aguamiel le llenó la boca y tragó. Tosió débilmente y se removió, comenzando el largo y agotador ascenso hacia la conciencia.
—Vaya, la poción está haciendo efecto. Creo que está volviendo en sí —dijo una voz familiar cerca de él.
—¡Geran! ¿Puedes oírme, Geran? ¿Estás herido? —Abrió los ojos y vio a Mirya inclinada sobre él, sosteniendo su única mano en las suyas mientras lo miraba desde muy cerca—. ¡Di algo!
—He tenido días mejores —musitó.
Sintió que las manos de Mirya le rodeaban el rostro y luego se inclinó para besarlo cuando él estaba a punto de añadir algo. Las lágrimas que bañaban el rostro de la mujer le dejaron un sabor salobre en la boca. Después de un largo rato, ella lo soltó y se incorporó.
—¡Geran Hulmaster, no me vuelvas a hacer esto nunca más! ¡Pensé de verdad que estabas ahí tirado, muerto!
—Yo también. —Se sentó con cuidado, tomándose un momento para recuperar el equilibrio.
La luz que entraba a raudales por las ventanas rotas seguía siendo gris. La forma monumental del golem destruido estaba a su lado y se dio cuenta de que había quedado pillado debajo de Bastion cuando éste se había derrumbado. Hamil estaba sentado al otro lado, y Sarth estaba allí cerca, cerrando la faltriquera que llevaba al cinto. Geran frunció el entrecejo, tratando de encontrar el sentido de todo aquello.
—¿Otra poción sanadora? —preguntó.
—Me temo que la última —respondió Sarth—. Os aconsejo a todos que no sufráis más heridas graves en el día de hoy.
—Ésa me parece una idea muy sensata en cualquier circunstancia —replicó Geran.
La magia sanadora amortiguaba el dolor de la espalda, la quemadura de la pierna, el ardor de garganta. Sin embargo, en la habitación había algo extraño…, la luz era mucho más brillante de lo que recordaba. En el exterior era pleno día, a pesar de las nubes.
—¿Qué hora es?
—Casi mediodía, creo —respondió Mirya.
—¿Mediodía? Estaba amaneciendo cuando Rhovann y yo atravesamos el portal… —murmuró Geran.
Debía de haber estado inconsciente más tiempo de lo que había creído. ¿Qué estaba pasando con el ejército de Kara? ¿O con los leales a Hulmaster de la ciudad?
—¿Habéis estado esperando para despertarme?
—No, hemos llegado hace un momento —dijo Sarth. El tiflin estaba cerca, estudiando el maltrecho laboratorio—. No pudimos volver de la sombra de forma inmediata. Creo que el punto de cruce de Rhovann fue desbaratado por la destrucción de la piedra maestra. Me llevó algo de tiempo poner en marcha el ritual de traslación. Lamento no haber podido llegar antes.
—Estaba segura de que estabas muerto —dijo Mirya—. La última vez que te vi estabas peleando con Rhovann y los dos desaparecisteis…
—Hablando de Rhovann, parece ser que finalmente has resuelto tus dificultades con él —observó Hamil, señalando con la cabeza el cadáver del mago que yacía en el suelo en medio de un charco de sangre—. ¡Sí que te desembarazaste bien de él!
Mirya miró a Rhovann e hizo una mueca.
—Está realmente muerto —dijo en voz baja—. ¿Será éste el verdadero final de los problemas que nos ha ocasionado?
—Casi —respondió Geran—. Todavía tenemos que ocuparnos de Marstel, y de las compañías mercantiles que son sus aliadas. —Tampoco había olvidado lo que había dicho Rhovann de los vaasanos.
Se puso de pie y cojeando se acercó a Umbrach Nyth y se agachó para recogerla. Observó que no había sangre adherida al acero oscuro a pesar de la gran cantidad que Rhovann había derramado sobre el suelo. No obstante, incluso con la poción sanadora, le dolía todo el cuerpo: sentía un dolor sordo en la muñeca herida; le dolía la espalda cuando se daba la vuelta demasiado deprisa; no se podía ni tocar el pecho, y además, en la paliza que le había dado Bastion, se había dado un buen golpe en la cabeza y se había torcido una rodilla. Sin embargo, seguía de pie por el momento. Con un suspiro, enfundó la espada.
—Ahora que lo pienso —dijo Hamil, frunciendo el entrecejo—, nunca llegamos tan lejos cuando planeábamos la liberación de Hulburg. ¿Es que esperábamos estar muertos a estas alturas? ¿O acaso nos imaginamos que con la derrota de la magia de Rhovann quedaría definitivamente resuelto el rompecabezas? ¿Qué viene ahora?
—Tenemos que averiguar dónde está el ejército de Kara y si las tropas leales siguen combatiendo aún. Podrían necesitar toda la ayuda que podamos darles. Si Marstel está atrincherado en Griffonwatch o el Consejo Mercantil se retira a sus cuarteles podrían quedar más días de lucha encarnizada para desalojarlos.
—Para ti no, no los habrá —dijo Mirya—. Por ahora has hecho suficiente. Tus heridas necesitan atención y también te hace falta un buen descanso. Otros pueden ocuparse de eso hasta que termine.
Geran le dirigió una sonrisa irónica.
—Me temo que eso depende de Marstel, dado que nos encontramos en medio del castillo que según supongo, sigue controlando. Salir de Griffonwatch podría ser todo un reto. De hecho, tal vez ya sea hora de marcharnos. Es indudable que Marstel echará de menos a Rhovann y a sus capitanes; tarde o temprano se pondrán a investigar.
—Geran, echa una mirada a esto —dijo Sarth.
El tiflin estaba junto al cuerpo de Rhovann; Geran miró lo que le señalaba y vio que la mano de plata del mago se había desprendido de la muñeca. Unas pequeñas runas oscuras rodeaban la réplica en el entorno por el que había estado unida al brazo.
—¿Se la arrancaste tú?
—No. A punto estuvo de estrangularme con ella, pero todavía la tenía pegada al brazo cuando lo decapité. Se le debe de haber desprendido después de muerto.
Geran se llevó la mano al cuello para frotarse suavemente donde le dolía. No creía que le quedara mucho que hacer en la batalla ahora que le faltaba la mano con que manejaba la espada. Con Umbrach Nyth en la mano derecha en lugar de la izquierda, podría haberse abierto camino entre los yelmorrunas en el páramo y haber salido prácticamente ileso; podría haber desintegrado la piedra maestra de un solo golpe, y Rhovann no habría sobrevivido más de diez segundos tras haberse puesto al alcance de su espada. Con la mano izquierda no era ni la mitad de hábil de lo que necesitaba. Sólo era cuestión de suerte que su herida no le hubiera costado la vida en las últimas horas. Bueno, a él, o a Hamil, o a Mirya, que tanto daba. Y era muy probable que todavía estuvieran lejos del final.
A los Nueve Infiernos con todo, decidió. No podía darse el lujo de estar incapacitado en ese momento.
—Sarth, déjame ver eso —dijo.
El tiflin lo miró con extrañeza, pero se agachó y recogió la mano artificial de Rhovann. La estudió minuciosamente, murmurando las palabras de un conjuro de detección mientras la examinaba.
—Es una magia compleja y sutil —dijo por fin—. No sé lo que puede hacer. ¿Estás seguro de querer probarla?
—¿Probar qué? —quiso saber Mirya.
—La mano de plata. A Rhovann le sirvió como sustituta de la suya. También me podría servir a mí.
Geran se valió de la mano izquierda y de los dientes para desatar y luego desenrollar el vendaje de su muñeca derecha. Una punzada le recorrió todo el brazo al eliminar la presión y el muñón recuperar la sensibilidad. Ni las dos pociones sanadoras habían conseguido curarlo. Un olor punzante le inundó las fosas nasales y pensó que eran todavía vestigios del ácido.
Mirya se estremeció.
—¿Has perdido la cabeza? ¿Cómo puedes pensar en ponerte esa cosa en la muñeca? A saber qué conjuros habrá usado Rhovann para unirla a su carne.
—He leído algo de eso —replicó Sarth—. Los artilugios mágicos que reemplazan extremidades suelen estar encantados para unirse al cuerpo de quien los usa. Suele ser así como se hacen, y el experimento es sencillo de realizar. Sin embargo, pienso que es una locura confiar en las habilidades artesanales de Rhovann o en sus intenciones. Hasta averiguar lo que pagó por esa mano o si puede quitarse una vez que se ha unido al brazo, sería más prudente esperar.
—No en un día como éste —dijo Geran—. Muchas vidas dependen de mí. No puedo permitirme estar lisiado, si no hay otra alternativa. —Extendió la mano izquierda para coger el artilugio de plata, con la intención de probárselo él mismo.
Sarth suspiró y meneó la cabeza.
—No, si insistes en seguir adelante, es mejor dejar que otra persona la coloque. Podría adosarse a ti de forma instantánea, y si es así, lo mejor es que nos aseguremos de que está correctamente colocada. Veamos, apoya el brazo sobre esta mesa. Hamil, sujétale bien el brazo en su sitio. Mirya, mantente vigilante también y ayúdame a unirla perfectamente al muñón.
Mirya torció el gesto, pero hizo lo que Sarth le pedía, inclinándose para estudiar el aparato de plata y el muñón ennegrecido de Geran. Cuando Sarth acercó el artilugio, Geran se dio cuenta de que la mano no coincidía a la perfección con la que había perdido; era apenas un poco más delgada y de dedos más largos que la suya.
Hamil se acercó y sujetó bien el antebrazo de Geran mientras lo miraba y le decía mentalmente:
—Espero que sepas lo que estas haciendo. El último recuerdo que tiene esta mano es el de haber estado oprimiendo tu garganta. ¿Quién te dice que no va a intentar estrangularte otra vez?
—Hazlo —murmuró Geran.
Sarth aplicó la base de la mano de plata a los huesos de la muñeca de Geran; Mirya intervino girando el artilugio unos milímetros. Geran sintió el choque frío de la mano contra el hueso descubierto, una descarga helada que le corrió todo el antebrazo. Emitió un silbido de rechazo, pero no apartó la extremidad. El hechicero estudió las runas que relucían en la base de la prótesis y pronunció las palabras arcanas que allí había grabadas:
—Izhia nur kalamakoth astet; ishurme phet hustethme…
Al parecer, no había pasado nada, y Geran suspiró. Pensó que había valido la pena intentarlo. Trató de enderezar el brazo, y entonces las runas de la superficie plateada relucieron con un destello de fuego purpúreo. La plata de pronto tomó temperatura y se volvió flexible; Sarth, sorprendido, dijo algo entre dientes, pero siguió manteniendo la mano pegada al extremo del brazo de Geran. Una descarga de dolor punzante recorrió todo su brazo cuando la plata de pronto fluyó por dentro de la herida en la que terminaba su brazo. A pesar de su firme determinación, dio un grito y cayó de rodillas. Hamil lanzó un juramento en su lengua y abrió mucho los ojos, pero sostuvo el brazo de Geran con todas sus fuerzas. Salieron humo y olor a carne quemada del extremo del muñón cuando la prótesis mágica se unió a los huesos del antebrazo de Geran y se modificó, formando una unión blanda y estrecha alrededor de la carne dañada. Geran sintió como si aquello estuviera rellenando su brazo de metal fundido; el dolor era insoportable y le hizo perder brevemente el sentido.
Poco después volvió en sí en brazos de Mirya, que estaba de rodillas detrás de él y lo sostenía incorporado. El brazo le dolía, pero ya era un dolor soportable. Farfulló algo y se removió entre los brazos de la mujer.
—¡Geran Hulmaster, maldito necio! —le espetó ella—. Ya han sido dos las veces que te he visto inconsciente en el último cuarto de hora. ¡No vuelvas a hacer algo así! Pensé que te morías víctima de alguna espantosa maldición de Rhovann. ¿Qué tienes dentro de esa cabezota?
No respondió de inmediato. Con cuidado, levantó el brazo derecho para estudiar la mano de plata que estaba unida a la carne de su brazo por una cinta metálica de apenas un par de centímetros de ancho, pero por el peso se dio cuenta de que estaba anclada tan firmemente a los huesos del brazo como lo había estado su propia mano. Para bien o para mal, aquello era irreversible. Cautelosamente trató de cerrar el puño, y los bruñidos dedos de metal respondieron a su deseo. Incluso pudo sentir la presión de las puntas de los dedos contra la palma de la mano, aunque como algo extrañamente distante y amortiguado. Todavía le dolía la muñeca, y sospechaba que eso seguiría durante bastante tiempo, pero sentía el brazo entero y firme.
—Funciona —murmuró.
—Es mejor que no pruebes con la espada hasta que te hayas acostumbrado a ella —le aconsejó Hamil—. Puede ser que el tacto sea diferente y que te rechace.
El mago de la espada se disponía a responder, pero unos golpes repentinos en la puerta lo interrumpieron. Todos se miraron inquietos y se pusieron de pie de un salto. Entonces, sonó una voz en el pasillo exterior.
—¡Lord Rhovann, perdona la interrupción, pero el harmach Maroth me ha dicho que te llevara ante él ahora mismo! ¿Estás bien, milord?
Geran intercambió miradas con Mirya, Hamil y Sarth.
—Parece que Marstel echa de menos a su mago —susurró Mirya—. ¿Qué vamos a hacer?
—Esperar a que se vayan —aconsejó Sarth—. No queremos poner sobre aviso a todo el castillo.
—¡Mi señor! —volvió a llamar el hombre desde fuera.
Entonces, se oyó el tintineo de un pesado llavero junto con el murmullo de una conversación.
Hamil miró el cadáver decapitado en el suelo y volvió a mirar a Geran.
—Perdona que diga esto —dijo—, pero Marstel no va a estar contento contigo.
—¡Qué mala suerte! —dijo Geran entre dientes.
Daba la impresión de que pronto iba a descubrir si la mano de plata respondía a sus órdenes.