15 de Ches, Año del Flujo de las Aguas Profundas (1480 CV)
Geran y su pequeno grupo no se encontraron con más sabuesos de ultratumba ni con no muertos de especie alguna mientras se abrían paso a través de la oscuridad de la Hulburg sombría. De vez en cuando oían ruidos extraños en los callejones oscuros, o el crujido de los suelos de madera tras las puertas, y Geran sintió en un par de ocasiones como si lo mirasen con intenciones poco amistosas; pero no hubo nada que saliera a causarles problemas. Cerca de la plaza del Paso del Harmach se encontraron con una serie de edificios intactos —casas, talleres y tiendas— más o menos en el mismo sitio donde hubieran estado en el Hulburg de los vivos. Las ventanas estaban oscuras, y no salía luz tras las contraventanas, pero Geran tuvo la impresión de que aquel lugar no estaba tan vacío como parecía.
Mirya debió notarlo también, porque se apretó más contra él.
—¿Quién construyó esos edificios? —susurró—. ¿Vive alguien aquí?
—No creo que nadie los construyera. Están aquí porque alguien puso una casa, una tienda o un taller en Hulburg.
—¿Aparecen de la nada aquí cuando alguien los construye en nuestro Hulburg? ¿Y por qué todos tienen cosas que no encajan? —Mirya señaló el patio de trabajo de un tonelero mientras pasaban—. Ése es el taller del viejo Narath, pero la puerta principal da al otro lado de la calle, y debería haber un hermoso laspar en el patio.
—Ésa es la naturaleza del plano de las sombras. Es un reflejo en un espejo roto. Lo que se muestra no es la realidad.
—¿Y qué hay de la gente? Los puedo sentir cerca. No habrá una copia de mí en este lugar, ¿verdad?
—En este lugar vagan las almas —le contestó Sarth—. Los soñadores sólo están de paso, y los muertos se quedan aquí, algunas veces durante siglos, antes de desvanecerse hacia los dominios divinos. Algunos saben que son fantasmas incorpóreos y que no tienen una vida verdadera en este lugar. Otros no perciben su incorporeidad, y siguen con las costumbres y los lugares que tienen, o tenían, en el firmamento del que venimos. Y también están aquellos pocos que, como nosotros, se encuentran al mismo tiempo en cuerpo y alma. La mayoría son viajeros que no se quedan demasiado tiempo, pero hay otros que construyen casas aquí por sus propias razones. Jamás los he visto, pero he oído historias acerca de extrañas posadas y ciudades sombrías donde se reúnen aquellos que viven en las sombras.
Mirya se estremeció.
—¿Así que lo que sentimos a nuestro alrededor son las sombras de los muertos?
Geran se acercó más a ella y la cogió de la mano.
—No los percibimos porque la mayoría ya se están desvaneciendo. Sólo los más decididos, o los más confusos, adoptarían una forma visible para nosotros.
—Qué lugar tan horrible —dijo en voz baja—. Cuanto antes salgamos de aquí, mejor.
Bordearon la base del paso elevado y se dirigieron hacia los bosques que estaban al sur del gran peñasco sobre el que se levantaba el castillo. El pequeño trozo de bosque que había en el corazón de Hulburg era agreste y oscuro incluso en el mundo normal, pero allí, en el plano de las sombras, la oscuridad bajo las ramas parecía físicamente impenetrable. Requirió un esfuerzo consciente por parte de Geran recorrer el estrecho sendero que pasaba entre los árboles.
El silencio y la oscuridad los rodearon, aún más espesos que antes. Notó como Mirya se apretaba más a él desde atrás, e incluso Sarth y Hamil dudaron antes de seguirlo. Tras recorrer unos cien metros, llegaron a la parte sur del peñasco, una sombra imponente que se cernía amenazadora sobre ellos. A la izquierda de Geran, una valla de hierro forjado se inclinaba hacia delante, marcando un pequeño lugar donde un tramo de escaleras de piedra conducía a una gruesa puerta blindada en un lateral del peñasco. Atravesó la portezuela oxidada y se acercó a la puerta.
—Permitidme que examine la puerta —dijo Sarth, que murmuró su conjuro de detección, examinando atentamente la poterna. Un momento después asintió para sí mismo—. Tiene una protección mágica, pero creo que puedo anularla.
—Hazlo —le dijo Geran.
Volvió a sacar la Espada de las Sombras y esperó mientras Sarth comenzaba a entonar su conjuro, moviendo las manos con los complicados gestos de su oficio. El mago de la espada notó la concurrencia de magia, que ejercía una presión invisible contra las protecciones mágicas que sellaban la puerta. Con cuidado, Sarth contuvo su poder, haciendo el menor ruido posible. Geran esperó oír el súbito traqueteo de los yelmorrunas saliendo del bosque, o el azote de alguna trampa mágica mortífera…, pero el momento de tensión pasó, y la poterna se abrió de par en par bajo el poder del hechicero. Más allá los esperaba una oscuridad impenetrable.
—No puedo garantizar que Rhovann no se dé cuenta de lo que he hecho aquí —dijo Sarth—. Es posible que haya notado una brecha en sus defensas.
—En ese caso, será mejor que no le demos mucho tiempo para reaccionar —respondió Geran.
Con la Espada de las Sombras en la mano, se zambulló en la oscuridad del otro lado de la puerta. En el interior, un corto pasadizo conducía a una sala de reuniones de techo bajo, vacía, en la que los defensores del castillo se podían reunir para una salida en masa con el objetivo de defenderse de cualquier esfuerzo enemigo por forzar la poterna. Geran casi esperaba encontrarse a los sirvientes de Rhovann en el interior, esperándolos, pero la sala estaba vacía; era evidente que el mago contaba con su magia para proteger la puerta. En el extremo opuesto de la sala había una escalera que subía en espiral a través de la roca del peñasco, hacia las salas y edificios del castillo propiamente dicho. Murmuró las palabras de un hechizo de luz para hacer desaparecer la oscuridad que se cernía sobre ellos; después, cruzó la sala y comenzó a subir por la escalera.
Parecía más larga y estrecha de lo que Geran recordaba, otra sutil mentira del plano de las sombras. Se mareó ligeramente y la mano cortada comenzó a dolerle mientras subía con rapidez los escalones. Cuando llegó arriba, el corazón le latía desbocado y sentía las piernas débiles y gomosas. Se detuvo, apoyándose en la pared para recuperar el aliento. Mirya lo observó atentamente, con expresión preocupada.
—¿Te duele? —le preguntó en voz baja.
—No tengo tiempo para eso —contestó, e hizo una mueca de dolor.
Ella dejó escapar un bufido, sin dejarse engañar por su bravuconería.
Hamil y Sarth llegaron arriba.
—¿Por dónde? —preguntó el halfling.
Geran llevó la mano a la empuñadura de la Espada de las Sombras y extendió el brazo buscando el toque de magia, oscuro y fuerte. Estaban en un pasillo que iba por debajo del patio superior. A la izquierda, conducía a las cocinas y los almacenes cercanos a la gran sala. A la derecha, acababa en otro tramo corto de escalera que subía hacia los aposentos construidos en el lateral del acantilado, bajo la Torre del Harmach, y el resto del anillo superior del castillo. El aire pareció estremecerse en esa dirección con la potencia de las protecciones mágicas de Rhovann.
—A la derecha —decidió. Realmente no había esperado que Rhovann escondiera la piedra maestra de los yelmorrunas en la cocina, después de todo.
Los condujo hasta el siguiente nivel del castillo. Ahora estaban justo debajo de la biblioteca y de la torre. Allí, en la cara sur de Griffonwatch, la parte superior del peñasco había sido nivelada y excavada para que los cimientos del edificio tuvieran hileras de ventanas que dieran al Mar de la Luna y sirvieran como un piso intacto y habitado por derecho propio. Geran llegó al largo pasillo, cuyas ventanas miraban hacia la noche oscura e interminable que había fuera. Delante de él había una escaleras que subía hasta la Torre del Harmach, pero las corrientes mágicas invisibles no lo llevaron hacia arriba, sino que venían de la izquierda, donde había una gran habitación del Consejo y una sala de trofeos al final del pasillo. Un par de yelmorrunas montaban guardia fuera; retrocedió rápidamente, esperando que no lo hubieran visto.
—La sala de los trofeos —les susurró a sus compañeros—. El artefacto de Rhovann está en la sala de los trofeos.
—Yo también lo noto —dijo Sarth—. ¿Hay alguna otra manera de entrar?
—Me temo que no hay más puertas. Hay una serie de grandes ventanas, pero la mayoría dan al acantilado. Quizá tú podrías llegar hasta ellas con tu conjuro de vuelo, pero nosotros necesitaríamos una cuerda.
—Parece que vamos a tener que ocuparnos de los guardias, entonces —susurró Hamil.
El halfling se agachó junto a la esquina, sacando los cuchillos mientras se preparaba para salir corriendo…, y de repente se oyó un repiqueteo y una serie de crujidos bastante fuertes procedentes del pasillo que tenían detrás. Media docena de los ingenios de Rhovann aparecieron por la escalera de la poterna y cargaron contra Geran y sus compañeros sin mediar palabra.
—¡Detrás de nosotros! —gritó Mirya.
Sarth profirió un juramento en su propia lengua y se volvió.
—¡Narva saizhal! —gritó, alzando el cetro hacia los imponentes monstruos.
Una ráfaga de mortíferos carámbanos de hielo se formó en el aire antes de salir disparada por el pasillo. Docenas de los misiles helados ensartaron a los yelmorrunas que iban en cabeza, pero no les hicieron mucho efecto, al no haber órganos vitales que perforar, ni vasos sanguíneos que cortar. Cada carámbano se extendía como una mancha de escarcha que agarrotaba la carne de los ingenios y ralentizaba sus movimientos, pero aun así siguieron avanzando. La fina capa de hielo que cubría el suelo y las paredes después del conjuro de Sarth resultó ser más eficaz que la lluvia de mortíferos carámbanos; a pesar de que era difícil hacerle daño a un yelmorruna, podían resbalar y caerse tan fácilmente como cualquier humano. Varios de los guardias grises se enredaron unos con otros brevemente en el pasillo, pero los dos que venían en cabeza seguían avanzando.
Geran desenvainó la Espada de las Sombras e invocó la protección de escamas de dragón.
—Theillalag na drendir —dijo en voz baja.
Conjurando un campo de fuerza parpadeante que ondeaba y fluía alrededor de su cuerpo como una ajustada cota de malla, avanzó para enfrentarse a uno de los yelmorrunas que iban a la carga, mientras Hamil corrió a toda prisa por la escalera para enfrentarse al segundo.
—¡Geran Hulmaster!, ¿has perdido la cabeza? —le dijo Mirya con brusquedad—. ¡No estás en forma para la esgrima!
—Me temo que los monstruos de Rhovann no piensan lo mismo —respondió.
La criatura que estaba frente a él le lanzó una poderosa estocada con la punta de la alabarda, intentando atravesarlo. Se concentró para no tratar de parar el ataque de la pesada arma con la mano izquierda, y en su lugar, agacharse y procurar permanecer lo más lejos posible de la peligrosa punta hasta que se abriera una brecha en sus defensas.
—¡Ilyeith sannoghan! —exclamó, invocando un conjuro de rayos para la espada mientras saltaba hacia delante, sobrepasando el extremo de la alabarda.
Los crepitantes jirones de luz adquirieron una tonalidad distinta sobre Umbrach Nyth; en su espada de Myth Drannor siempre habían tenido un color azul blanquecino brillante, pero sobre el acero negro de la Espada de las Sombras tenían un profundo color violeta. Lanzándole un salvaje tajo de revés al yelmorruna, le abrió un profundo corte en la gruesa garganta. Un rayo púrpura destelló alrededor de su visera de hierro y crepitó bajo la pechera de placas; el ingenio se sacudió y giró débilmente mientras los rayos recorrían su carne, y después se desplomó en el suelo.
Geran sonrió con gesto adusto, dándose cuenta de que, después de todo, no estaba tan indefenso. Por supuesto, los yelmorrunas no eran oponentes demasiado hábiles. Concentraban toda su atención en destruir lo que tuvieran delante. Se volvió hacia el yelmorruna contra el que estaba luchando Hamil, y lo hizo caer al suelo con un corte en la pierna. La criatura cayó, pero arremetió contra Geran con la parte trasera de la alabarda mientras lo hacía. El mango de madera le dio en la cadera derecha y lo derribó, haciéndolo rodar por el suelo unos pocos metros. Antes de que el yelmorruna pudiera hacer retroceder el arma para volver a golpearlo con la afilada hoja o con el gancho que el arma tenía en el otro extremo, Hamil y Mirya tiraron rápidamente de Geran para apartarlo.
—¡Ten cuidado! —le dijo Hamil mentalmente—. Mirya jamás me perdonaría si te mataran intentando cubrirme las espaldas.
Sarth le lanzó otro conjuro al yelmorruna lisiado, quemándolo, pero ahora los que habían estado enredados temporalmente sobre el suelo resbaladizo se estaban incorporando. Lo que era peor, se oían más pesados pasos y ruidos metálicos resonando por los pasillos del castillo.
—Esto es una locura —gruñó el tiflin—. No tiene sentido luchar con ellos uno por uno. ¡Geran, ve y destruye la piedra maestra antes de que nos superen! Yo mantendré a raya a las criaturas de Rhovann aquí.
Geran dudó, ya que no quería dejar a Sarth, pero Mirya lo cogió por el brazo y tiró de él hacia el pasillo que conducía a la sala de trofeos.
—Sarth está en lo cierto —dijo—. Esta batalla se puede ganar con un único golpe.
—Muy bien —reconoció.
Sarth le hizo un breve gesto con la cabeza, y Geran se alejó de la lucha junto a la escalera de la poterna y torció corriendo la esquina en dirección a la sala de trofeos y los yelmorrunas que custodiaban su puerta. Hamil y Mirya lo siguieron un paso por detrás. Los guardias de la puerta los percibieron de inmediato; en un instante, pasaron de estar quietos como estatuas a bajar las alabardas para avanzar un par de pasos y bloquear el camino.
—Dispárale al de la izquierda a través de la visera si puedes —le dijo Hamil a Mirya—. Parece dejarlos fuera de combate. Geran, remátalo mientras entretengo al otro.
—De acuerdo, lo haré —respondió Mirya, que comenzó a hacer retroceder su ballesta…
Y las puertas al final del pasillo se abrieron de par en par.
Rhovann Disarnnyl, envuelto en las formas fantasmagóricas de poderosos hechizos, estaba en la puerta; su rostro era una máscara de furia descontrolada. Tras él, la vieja sala de trofeos estaba llena de aparatos arcanos y más yelmorrunas comenzando a moverse dentro de los grandes tanques en los que crecían.
—Eres más tozudo que un troll —rugió el mago, dirigiéndose a Geran—. ¡Estúpido ignorante! ¿Qué más tengo que hacer para que comprendas que ya te he vencido?
—Hubieras hecho mejor en matarme cuando me tuviste en tus manos —respondió Geran.
En la habitación que había detrás del mago pudo sentir las corrientes invisibles y los torbellinos formados por los artefactos del mago y los artificios de conjuros, cada uno con una sutil vibración tejida por Rhovann. La Espada de las Sombras pareció temblar ligeramente, resonando con el poder concentrado en el laboratorio del mago. Había un foco de poder en el centro de la habitación, un cristal irregular de color púrpura oscuro dentro del cual brillaba una llama parpadeante… Se preguntó si sería la piedra maestra de los yelmorrunas. Entornó la mirada mientras la estudiaba, y decidió que, pasara lo que pasase, privaría a Rhovann de su juguete antes de que el mago lo destruyera a él.
—¡Enviaste a los seguidores de Cyric y a sus diablos a Lasparhall para que mataran a mi familia, asesinos y monstruos sueltos para acabar con un frágil anciano y docenas de hombres y mujeres cuya única ofensa había sido ser leales a los Hulmaster! ¿Acaso creías que algo que no fuera la muerte me detendría después de eso?
Rhovann soltó un bufido.
—No debí esperar menos. Inocente; fueron los vaasanos los que ordenaron la muerte del harmach. Yo no tuve nada que ver. Te has arriesgado a morir por un error.
«¿Los vaasanos?», se preguntó Geran. ¿Podría ser cierto que Rhovann no hubiera ordenado la muerte de Grigor? El elfo era su enemigo, y no era ajeno a la crueldad, pero no mentiría por una pequeñez. Realmente ahora no había mucha diferencia; aunque Rhovann no hubiera enviado a los asesinos a Lasparhall, había puesto en marcha acontecimientos que habían puesto en peligro de muerte a la familia de Geran, y había conspirado con Sergen Hulmaster antes de aquello.
—No importa —dijo—. La muerte de mi tío sigue siendo culpa tuya, y pienso matarte por ello.
—Cree lo que quieras. Ahora corregiré mi anterior descuido, y podrás llevarte a la muerte todas tus nociones erróneas de venganza inalcanzable si te da la gana. —El estruendo creado por la magia de batalla de Sarth resonó a través del oscuro pasillo, y el mago elfo adoptó un aire despectivo—. ¿De verdad creías que no tomaría medidas para proteger mi santuario? Tu hechicero diabólico no podrá vencer mis defensas en el plano de las sombras. Tú y tus compañeros, incluso tu querida Mirya, no volveréis a ver la luz del sol.
—Ya te vencí una vez —dijo Geran—. Me pregunto si dudas a la hora de empezar con esto porque tienes miedo de que aún sea mejor que tú, incluso tullido como estoy. —Le echó una mirada a Hamil y le habló mentalmente—. Cúbreme las espaldas si puedes, pero sobre todo ocúpate de proteger a Mirya.
—No te fallaré —respondió Hamil—. Haz lo que tengas que hacer.
—¿Mejor que yo? —siseó Rhovann—. ¡Ya veremos! —Y alzó la varita.
—¡Sieroch! —dijo Geran, invocando su conjuro de teletransportación.
Hacía tiempo había utilizado el conjuro para acercarse a Rhovann y pillarlo con la guardia baja; el mago profirió un juramento y se apartó de un salto, esperando que Geran apareciera detrás de él. Pero en lugar de materializarse cerca del mago, para poder atacarlo con la espada, Geran apareció de la nada a unos diez pasos más allá de la puerta donde estaba Rhovann. La piedra maestra colgaba de su marco de hierro a poca distancia; Geran le lanzó un golpe con toda la fuerza que pudo reunir en su brazo izquierdo. El filo de acero negro golpeó sobre el cristal y abrió una grieta en forma de telaraña blanca en la superficie; salieron volando varios pequeños fragmentos de cristal púrpura. Los torbellinos de magia invisible presentes en la habitación se sacudieron como si un titán hubiera golpeado la campana de un templo, emitiendo turbias protestas. Pero el marco de acero se interpuso en el camino de la larga espada con un golpe discordante, evitando que Geran terminara limpiamente.
—¡Necio! —chilló Rhovann.
Le lanzó una bola de rayos dorados que azotó a todo lo que había en la habitación, destrozando cristales y arrancando astillas a la madera. Las protecciones mágicas del mago de la espada aguantaron lo justo para que pudiera arrojarse a un lado, tirándose al suelo para cubrirse. Un rayo punzante lo alcanzó en la pantorrilla y le hizo un agujero humeante en la pierna mientras aterrizaba con gran estruendo sobre una serie de barriles y moldes que había junto a los tanques de los que los yelmorrunas se esforzaban por salir.
Hamil fue previsor y le lanzó la daga a Rhovann entre los omóplatos, pero uno de los yelmorrunas intactos que estaba cerca del mago, sencillamente se puso en el camino de la daga para proteger a su maestro. El arma se clavó profundamente en su pálido torso; la criatura no le prestó atención. Rhovann le echó una mirada por encima del hombro y dijo con brusquedad:
—¡Matadlos a todos! —y después volvió a atacar a Geran.
El yelmorruna dañado fue hacia el halfling, apuntándolo con la gran alabarda. Mirya apuntó con cuidado y le atravesó la visera de un disparo, haciéndolo tambalearse; pero antes de que Hamil pudiera rematarlo, más yelmorrunas aparecieron tras ellos desde el pasillo.
Geran se puso en pie y volvió a dirigirse hacia la piedra maestra. Rhovann rodeó la pesada mesa, apuntándole con la varita. Lanzó otro conjuro, alcanzando a Geran con un chorro siseante de ácido verde, pero Geran le respondió con un rápido conjuro de parada.
—¡Haethellyn! —exclamó, alzando torpemente la espada oscura para bloquear el ataque.
Un extraño brillo azul envolvió el acero antes de que el chorro de ácido lo alcanzara y rebotara. Si hubiera tenido un mejor control, Geran podría habérselo devuelto a Rhovann, pero en vez de eso sólo consiguió hacer que se estrellara contra el suelo a sus pies mientras una lluvia de pequeñas gotas burbujeaba a su alrededor. Varios agujeros humeantes aparecieron en la ropa de Geran, pero también en la de Rhovann. El elfo murmuró un juramento mientras se apartaba torpemente del charco hirviente que tenía delante, agitando la mano para disipar los gases ácidos.
Geran aprovechó el momento de distracción de Rhovann para volverse nuevamente contra la piedra maestra y alzó su espada para asestarle otro golpe, pero una mano gris y húmeda lo agarró por el tobillo y, tirando de él, lo derribó. Uno de los yelmorrunas incompletos lo había agarrado y trataba de arrastrarlo.
—¡Maldita sea! ¡Déjame en paz! —rugió, y le partió la cabeza en dos con Umbrach Nyth.
De la terrible herida comenzó a borbotear un oscuro icor cuando sacó la espada, pero los dedos siguieron aferrando su tobillo, y le llevó varios instantes preciosos librarse de ellos.
—¡Geran, destruye la maldita piedra de una vez! —gritó Hamil desde el pasillo.
El halfling corría con temeridad de un yelmorruna a otro, esquivando golpes de alabarda que rompían el suelo y hacían grandes agujeros en las paredes. Uno de los monstruos se volvió hacia Mirya, haciendo retroceder su arma para atravesarla mientras ella manejaba torpemente la ballesta; con una embestida a la desesperada, el halfling dio un salto y le clavó un cuchillo en la parte trasera de la rodilla, moviéndolo a la derecha mientras la pierna se doblaba. La criatura le lanzó un golpe a Hamil con el dorso de la mano; el halfling salió volando a unos tres metros para golpear contra la pared contraria con tal fuerza que se oyó el sonido de huesos rotos antes de que se desplomara sobre el suelo. Otro yelmorruna se preparó para aplastarlo mientras estaba inconsciente en el suelo, pero en ese momento apareció un brillante rayo verde procedente del pasillo y le dio en la cabeza. La visera de hierro y la cabeza de arcilla se desintegraron con un destello color esmeralda gracias a la magia de Sarth, y el ingenio sin cabeza se desplomó sobre el suelo.
El hechicero, maltrecho y sangrando, esbozó una sonrisa torva en lo alto de la escalera por las que habían subido.
—Creo que finalmente he encontrado el mejor modo de destruir a estas criaturas —dijo.
Después, Sarth se vio asediado por los yelmorrunas que quedaban en el pasillo, y respondió a sus ataques con una furiosa ráfaga de dardos de fuerza y lanzas de fuego.
A Geran le ardían varios pinchazos abrasadores en el toso y en los brazos, justo donde le habían caído las gotas de ácido, pero apretó los dientes y se obligó a no hacer caso al dolor. En vez de atacar la piedra maestra directamente, salió disparado alrededor del gran aparato en la dirección de las agujas del reloj, buscando a su enemigo. Por dos veces había atacado la piedra en lugar de castigar al mago; era el momento de cambiar de táctica de manera temporal. Atravesó una nube de humo —al parecer, el conjuro de rayos de Rhovann había provocado un incendio—, y encontró a Rhovann a poca distancia, dirigiéndose hacia él. Sin dudarlo un momento, Geran lo embistió, lanzándole una torpe estocada al estómago. Rhovann se apartó, profiriendo un juramento y desviando la estocada con un golpe de la mano de plata. Saltaron chispas brevemente cuando se encontraron la Espada de las Sombras y la mano llena de runas; el elfo sobrevivió con un largo y profundo corte bajo las costillas.
—¡Maldito seas! —siseó Rhovann.
El elfo se apartó de un salto mientras Geran se recuperaba de la arremetida, y lo apuntó con la varita. Esa vez no pudo esquivar la furia del mago; Rhovann gritó, lanzando un conjuro de poder atronador que golpeó a Geran como si fuera un muñeco y lo lanzó al otro lado de la habitación. Las mesas de trabajo estallaron en nubes de cristales rotos y astillas de madera; los yelmorrunas incompletos quedaron reducidos a trozos de masilla informes por el impacto. Geran se encontró tirado de espaldas sobre el suelo de piedra, cubierto por escombros y el contenido de los tanques de Rhovann. Gimió y sacudió la cabeza, incapaz de suprimir el zumbido de sus oídos. La habitación se oscureció y comenzó a dar vueltas mientras luchaba por permanecer consciente.
Lentamente, rodó boca abajo e intentó levantarse. Tan sólo había conseguido ponerse de rodillas cuando Rhovann le quitó la espada de un golpe y le apuntó con la varita a la cara.
—Por fin hemos comprobado quién es mejor —escupió el mago—. Adiós, Geran. No volveremos a vernos. —Comenzó a entonar palabras mágicas…, y de repente, lanzó un grito ahogado y se dio media vuelta.
Tenía un virote de ballesta clavado en lo alto del hombro derecho. Geran lanzó una mirada hacia la puerta del taller y vio a Mirya allí de pie, cargando otra vez la ballesta para volver a disparar.
—¡Eso es por haberme hechizado! —gritó.
A sus espaldas, varios yelmorrunas se apartaron de Sarth y Hamil, y fueron directos a por ella. Miró por encima del hombro y esquivó las enormes armas que iban directas a su corazón.
—¡Termina deprisa, Geran!
—¡Cuilledyr! —dijo Geran con voz ronca, poniéndose de pie.
La Espada de las Sombras tembló y se elevó por los aires para ir a parar directamente a su mano mientras avanzaba tambaleante hacia la piedra maestra, y no hacia Rhovann. Con una fuerza desesperada, embistió con la punta de acero negro al centro de la grieta que ya había hecho en el cristal púrpura. El impacto le provocó una sacudida tan potente en el brazo que se le cerraron las mandíbulas de repente y se mordió la lengua, pero una enorme grieta blanca se abrió de un lado a otro de la piedra y comenzó a extenderse. Los yelmorrunas que estaban detrás de Mirya se desplomaron en silencio, llevándose torpemente las manos a las viseras y dejando caer las alabardas al suelo.
—¡No! —gritó Rhovann—. ¡No dejaré que me venzas!
El mago cogió a Geran por la camisa mientras éste retrocedía para asestar su golpe final, tirando de él. Geran luchó por liberarse para volver a atacar; en pocos segundos, se encontraron forcejeando, furiosos. Geran trató de situar la hoja de la Espada de las Sombras en una posición que le permitiera asestar un golpe mortal, pero Rhovann consiguió agarrarle la mano que sostenía la espada con la mano izquierda, y con la derecha lo asió por la garganta. La mano de metal era terriblemente fuerte, y los fríos dedos le apretaron el cuello para intentar romperle la tráquea. Se bambolearon y tambalearon inmersos en su desesperado forcejeo, hasta que se toparon con un círculo de runas que estaba marcado en el suelo.
A pocos metros de distancia, la herida mortal de la piedra maestra se iba extendiendo. Ahora toda ella estaba cubierta de grietas blancas, y la llama vacilante de su interior se extinguió. En el mismo momento en que la piedra se oscureció, se hizo pedazos con una tremenda explosión de energía oscura, sacudiendo el Griffonwatch sombrío y destrozando el santuario del mago. El diagrama mágico bajo los pies de Geran latió, activado repentinamente por la liberación de la energía sombría procedente de la piedra rota; incluso mientras trataba de respirar y su visión se difuminaba en un túnel cada vez más estrecho y largo, sintió la sacudida de la magia.
Entonces, todo se oscureció al mismo tiempo que él y Rhovann salían despedidos del plano de las sombras.