VEINTICINCO

15 de Ches, Año del Flujo de las Aguas Profundas (1480 CV)

Geran no recordaba gran cosa de la siguiente media hora. A pesar de sus valientes palabras, apenas se tenía en pie y no le faltaba mucho para desmayarse de dolor. La mano cercenada le ardía como si la hubiera metido en un brasero lleno de tizones ardientes y la hubiese dejado ahí; con cada latido de su corazón, sentía sacudidas en todo el brazo que pinchaban como agujas. En la habitación de los guardias, Sarth desató una tormenta de bolas de fuego chirriantes que acabó con todos los guardias que en ese momento bajaban por la escalera para impedir su huida. Mirya tiró de él por los pasillos de la Casa del Consejo y lo sacó al exterior, donde todavía seguía cayendo la típica tormenta de primavera. El agua helada sobre la espalda desnuda le hizo recobrar la conciencia mientras cruzaban hacia la vieja sastrería que estaba detrás del edificio. Vislumbró brevemente una nube de humo naranja que salía por las ventanas y las puertas rotas antes de que Mirya lo condujera rápidamente hacia el sótano. Brun Osting los siguió, y después lo hicieron Sarth y Hamil.

—¡Continuad! —exclamó el halfling—. ¡No debemos entretenernos!

Corrieron por las calles subterráneas, pasando por varios sótanos y pasadizos polvorientos, hasta que Geran perdió por completo la noción de dónde se encontraban. Mirya sabía dónde estaban, y lo iba guiando. Notó cómo iba afianzando el paso a medida que avanzaban, y cuando finalmente se detuvieron en una antigua bodega, pudo tenerse en pie y dejar de pensar en el dolor, concentrándose en lo que debían hacer a continuación. El resto de la banda se detuvo detrás de él y de Mirya; Hamil se apostó junto al pasadizo que acababan de recorrer, aguzando la vista y el oído por si los perseguían.

Brun le llevó sus pertenencias y las puso en el suelo.

—Vuestras cosas, lord Geran —dijo.

—Te lo agradezco, Brun. Recordaré quién vino a sacarme de la prisión de Marstel.

Geran le dio una palmada en el hombro con la mano izquierda.

Sarth metió la mano en una bolsita que llevaba colgada del cinto, sacó un pequeño vial y lo abrió.

—Bébete esto, Geran —dijo el hechicero—. Es una poción curativa. Me tomé la libertad de adquirir un par antes de abandonar Thentia. Debería ayudarte un poco con el dolor.

—Agradezco tu previsión —dijo Geran, que cogió el vial y se bebió el contenido.

El elixir sabía como aguamiel tibia, dulce pero embriagador. Le dejó una sensación de ardor en el estómago, y una oleada de fuerza le recorrió los miembros. A la altura de la muñeca derecha pareció reunirse una calidez intensa y vital, casi demasiado caliente como para soportarlo. Mientras la poción hacía su trabajo, apareció en su rostro una mueca de dolor. Cuando la magia se desvaneció, se sintió mucho mejor, aunque sus pasos todavía eran algo vacilantes, pero ya no estaba encorvado sobre el brazo herido. Se vio tentado a mirar bajo la venda que cubría el muñón, pero decidió no hacerlo; el vendaje estaba bien hecho y no quería deshacerlo.

Sarth sonrió al ver que Geran se enderezaba y parte del dolor desaparecía de su expresión.

—¡Ojalá pudiera hacer algo más! —dijo.

—Bien —dijo Mirya—. Ahora vístete y te sacaremos de Hulburg. Contamos con varias maneras de salir de la ciudad sin ser vistos.

Él meneó la cabeza, tratando de hacer caso omiso del temblor de sus extremidades.

—No pienso irme. Todavía tenemos trabajo que hacer en el plano de las sombras, y Kara depende de nosotros para lograr sobrevivir.

De hecho, basándose en lo que había visto a través de los ojos del yelmorruna, Kara y la Guardia del Escudo corrían grave peligro.

—¡Pero no estás en condiciones de luchar! —protestó Mirya—. ¿Qué más esperas de ti mismo?

—No hay deshonra en retirarse, Geran —le dijo Sarth—. Nosotros nos ocuparemos de todo.

—Confía en mí; no estoy en condiciones de pelear ahora mismo, pero Rhovann me mostró al ejército de Marstel y a sus yelmorrunas rodeando a la Guardia del Escudo. Destruir el dominio que ejerce Rhovann sobre sus criaturas podría ser la única opción de supervivencia. Pretendo cruzar a la sombra y terminar lo que comencé… Cuanto antes, mejor.

Sus compañeros permanecieron en silencio durante un instante. Finalmente, Hamil asintió.

—Está bien. Te llevaremos a donde necesites ir, y te ayudaremos a hacer lo que Esperus te dijo que hicieras. Pero debes dejarnos la lucha a Sarth y a mí.

Cruzó una mirada con Mirya. Después de un rato, también asintió.

—Muy bien. A veces la sabiduría viene disfrazada de necedad, y ésta podría ser una de esas veces.

Geran miró el montón de ropa y frunció el entrecejo.

—Me temo que voy a necesitar ayuda para vestirme.

—Por supuesto —dijo Mirya.

Mientras Hamil y Sarth esperaban, la mujer lo ayudó a ponerse la camisa y a abotonársela, le sujetó la parte derecha de los pantalones mientras se los ponía, le calzó las botas, y después le facilitó la tarea de ponerse la chaqueta. Sonrieron incómodos cuando manoseó su cinto antes de que ella se lo abrochara. La parte difícil fueron la vaina y la trincha, que las tenía acomodadas sobre la cadera izquierda para desenvainar con la mano derecha. Mirya resolvió el rompecabezas poniéndole la trincha del revés, y desenganchando la vaina para darle la vuelta. La empuñadura de la espada estaba un poco más atrás de lo que a Geran le hubiera gustado, lo cual lo haría desenvainar más despacio. Pero, de todos modos, no se sentía con fuerzas para un duelo en ese momento.

—Estoy listo —anunció—. Ahora o nunca.

Hamil lo miró, vacilante.

—¿Puedes luchar con la izquierda?

—Un poco. Daried solía entrenarme de vez en cuando con la izquierda. Muchos cantores de la espada son ambidiestros, o casi, y pensó que era importante que aprendiera la técnica tanto como fuera posible. Pero espero que tú y Sarth podáis solucionar cualquier problema que se nos presente.

—Debería ir con vosotros —dijo Mirya.

—No creo que sea muy buena idea… —comenzó a decir Geran.

—Yo tampoco, pero iré de todos modos —lo interrumpió ella—. Tú mismo has dicho hace un momento que no sabes muy bien qué esperar. Bueno, yo podría ayudaros perfectamente, en especial si Sarth y Hamil se encuentran demasiado ocupados para ayudarte con lo que sea que tengas que hacer. Y no te atrevas a decirme que es demasiado peligroso cuando tú estás empeñado en intentarlo a pesar de estar herido.

—En eso tiene razón —comentó Hamil.

El mago de la espada estaba dispuesto a no ceder terreno, pero luego suspiró.

—De acuerdo. Cruzar a las sombras puede funcionar tan bien con tres como con cuatro. Además, dudo de que haya algún sitio seguro en Hulburg esta noche, así que será mejor que te tenga donde pueda vigilarte. Pero debes prometer que harás lo que te pida, sin dudarlo. El plano de las sombras es un lugar peligroso. Brun, será mejor que vayas a ver si puedes reunir a todas las bandas de rebeldes que encuentres y evitar cualquier pelea seria hasta que sea el momento adecuado para atacar.

El cervecero frunció el ceño.

—¿Cómo sabré cuándo es el momento?

—Supongo que tendrás que observar a los yelmorrunas —respondió Geran—. Y ahora vete, o te verás arrastrado a las sombras con nosotros cuando crucemos.

Grun asintió con expresión seria y se agachó para pasar bajo un arco, alejándose por los túneles.

—¿Quieres los pergaminos? —preguntó Hamil.

El mago de la espada negó con la cabeza.

—Si Sarth está de acuerdo, preferiría guardarlos por si algo fallara.

Después de todo, si usaban los pergaminos y Sarth quedaba incapacitado o lo mataban, no podrían volver al plano de las sombras si alguna otra creación de Rhovann requería su atención.

—Estoy de acuerdo —dijo Sarth, que señaló el viejo sótano en el que se encontraban con un movimiento de cabeza—. ¿Queréis que realicemos el cruce aquí? Nos trasladaremos a un equivalente de este sótano en las sombras. Quizá prefiráis que lo hagamos en la superficie.

—Aquí está bien —decidió Geran—. Será mejor que permanezcamos ocultos el mayor tiempo posible.

—Entonces, acercaos a mí, cogeos de las manos y quedaos quietos. Cruzar en sí no es peligroso, pero no tenemos manera de saber qué nos espera al otro lado.

Sarth esperó hasta que Geran, Hamil y Mirya estuvieron situados como él quería; a continuación, sacó un enorme vial de debajo de su túnica y vertió una tinta negra de olor acre para formar un tosco círculo a su alrededor. Volvió a tapar el vial, cogió el cetro de runas y murmuró unas palabras de mando, apuntando con el extremo en forma de cuña a la mancha de tinta del suelo. Bajo la influencia de su magia, la tinta fluyó y tomó la figura de distintos glifos de poder. Geran no los reconoció, pero eso no era extraño; había comprobado que los conocimientos de Sarth eran distintos de los que enseñaban en Myth Drannor. Mientras cada uno de los glifos adoptaba su forma final, la tinta negra comenzó a emitir un brillo violeta. Sarth entonó una serie de cánticos mientras trabajaba, dándole forma al círculo. A medida que el diagrama se completaba, el tiflin se introdujo con cuidado dentro de los límites para estar cerca de sus compañeros, y les lanzó una mirada de aviso sin interrumpir las palabras del conjuro.

Mirya, que estaba junto a Geran, se puso rígida y se agarró fuertemente al brazo de él. La luz del sótano en el que se encontraban estaba cambiando; su brillo cada vez era más mortecino, de algún modo extraño que no implicaba dejar de ver. Las sombras parpadeantes de las runas brillantes de Sarth, que danzaban en las paredes y en el techo, comenzaron a adoptar una apariencia viscosa e inquietante, deslizándose y fluyendo sobre el ladrillo como si fueran de aceite. El fin del cántico de Sarth comenzó a acercarse, y el tiflin completó el último glifo del círculo que los rodeaba. El dibujo latió una vez; Geran sintió lo que parecía un extraño tirón o sacudida en el estómago, proveniente de una dirección que no pudo determinar, y el círculo se volvió negro.

El sótano casi parecía el mismo…, pero Geran se dio cuenta enseguida de que las puertas estaban ligeramente dobladas, los montones de escombros y desperdicios eran aún más altos, y el aire era más frío y estaba más silencioso. Mirya se estremeció a su lado, y él le rodeó los hombros con el brazo izquierdo, acercándola a su cuerpo.

—¿Qué es este lugar? —murmuró.

—El mundo de las sombras —dijo Geran—. Algunas veces llamado plano de las sombras. Es un eco imperfecto de nuestro propio mundo, que lleva una existencia paralela, pero raramente se tocan. En cierto modo, estamos exactamente en el mismo lugar en que estábamos antes de que Sarth realizara el conjuro. Pero si estuvieras en el sótano que acabamos de abandonar, nos habrías visto desaparecer por completo.

—Ya veo que estás familiarizado con el plano de las sombras —dijo Sarth.

—Durante mi época como guardia de la coronal, formé parte de una pequeña compañía a la que enviaron al plano de las sombras para recuperar un artefacto élfico que había sido robado por los shadarkai —respondió Geran—. Jamás llegué a dominar el ritual de cruce, pero aprendí lo que necesitaba saber acerca de este reino y sus peligros.

—¿Peligros? —preguntó Hamil.

—Los poderes de la oscuridad son muy fuertes en este lugar —dijo Sarth—. Aquí es donde las incansables sombras de los muertos vagan cuando se niegan a acudir a su juicio final. Y hay entes antiguos y llenos de odio que rondan por las sombras más oscuras. Es mejor evitarlos.

—Me lo puedo imaginar —murmuró el halfling—. Bueno, comencemos con esto. ¿Dónde está la ciudadela de Rhovann?

Geran estudió los alrededores, permitiendo que sus ojos se acostumbraran a la oscuridad opresiva que los rodeaba.

—Yo diría que está en la copia de sombra de Griffonwatch. Es el lugar más sólido y seguro de Hulburg, así que sería razonable pensar que también estará allí. Mirya, ¿cuál es el acceso más rápido a la superficie desde aquí?

Mirya se agitó y señaló al pasadizo que iba hacia el norte.

—Hay una puerta a menos de quince metros por ese pasillo que conduce a la bodega del antiguo concejo del Águila Negra.

—Bien.

Geran permitió que Hamil fuera en cabeza, y avanzó detrás de Sarth. La puerta resultó estar un poco más lejos de lo que Mirya recordaba, pero, claro, eso podía deberse a las desconcertantes proporciones del plano de las sombras; las distancias no eran tan constantes allí como en el mundo de donde provenían. Cuando finalmente la encontraron, estaba bien cerrada. Geran y Sarth tuvieron que empujarla juntos para abrirla. Al otro lado había una escalera desvencijada que conducía al nivel de la calle en medio de un edificio que había sido consumido por las llamas. A través de un hueco en el suelo, por encima de sus cabezas, pudieron ver el cielo nocturno sin estrellas. A pesar de la falta de farolas, luna o estrellas, había una débil luminiscencia que les proporcionaba luz suficiente —o al menos, una disminución de las sombras— como para poder ver. Subieron en silencio y se abrieron paso hasta la calle. No estaban lejos del Winterspear, en el extremo norte de la calle del Pez.

—Mirad el castillo —dijo Hamil en voz baja.

Geran se dio cuenta de que el débil brillo grisáceo no ocultaba las cosas que estaban lejos de la misma manera que en una noche normal. El peñasco negro sobre el que se alzaba Griffonwatch se cernía sobre los tejados destartalados y los muros derruidos de Hulburg, visiblemente más estrecho y empinado que en el mundo normal. Recorrió con la vista las almenas, subiendo hasta la Torre del Harmach, en la parte más alta, que se inclinaba de forma precaria sobre el borde del acantilado. Unos remolinos de luz débil y parpadeante giraban alrededor de la parte superior del castillo como un amanecer purpúreo.

—Las defensas mágicas de Rhovann —observó Sarth—. Interesante, los conjuros que utiliza para proteger el castillo pueden verse en este plano.

—Vamos —dijo Geran—. Kara nos está esperando, y ya hemos perdido unas cuantas horas.

El mago de la espada los condujo primero hacia la izquierda, y luego en dirección norte —si es que las direcciones tenían algún sentido en el plano de las sombras—, a través de los distritos en ruinas de la orilla oeste del Winterspear. Esos vecindarios habían sido arrasados hacía mucho en el mundo de la luz, y se sintió aliviado de que allí estuvieran más o menos igual. Sobre los montones de escombros crecían hirsutas matas de hierba y zarzas espinosas, salpicadas aquí y allá por la silueta inclinada de un muro que aún seguía en pie. Sarth conjuró un pequeño orbe rubicundo de luz que iba volando a poca distancia por encima de él. No iluminaba demasiado, pero a Geran le levantó algo el ánimo, y no era lo bastante brillante como para que pudieran verlo a gran distancia. Una o dos veces, mientras avanzaban rápidamente por entre los montones de escombros, creyó oír siniestros correteos o susurros que provenían de los montones de deshechos que los rodeaban, y se dio cuenta de que Hamil miraba con desconfianza las sombras más cercanas. Geran prefirió no decirle nada a Mirya; no quería asustarla innecesariamente si resultaba que no era nada, puesto que ya estaba bastante nerviosa.

Llegaron a la pequeña plaza donde el camino de Keldon se encontraba con el Puente Quemado. El puente no estaba. Los viejos pilares de piedra se encontraban donde siempre, pero la pasarela nueva de madera no existía.

—¿Qué demonios? —murmuró Mirya—. ¿Y ahora cómo cruzamos?

—Es la naturaleza del plano de las sombras —contestó Sarth—. Algunas veces, las cosas que han sido destruidas en nuestro mundo permanecen intactas aquí, y otras veces, cosas que todavía están enteras en nuestro mundo, aquí han sido destruidas. Es algo caprichosa.

—Bueno, sea caprichosa o no, es un maldito inconveniente —dijo Hamil—. Todavía estamos en el lado equivocado del Winterspear. —Miró al río, cuyas aguas oscuras bajaban con rapidez en la omnipresente oscuridad—. Odio pensar que tendremos que cruzarlo a nado. ¿No podríamos teletransportarnos o volar sobre él?

—Es demasiada distancia para mi conjuro de teletransporte —dijo Geran—. Sarth, ¿podrías llevarnos uno a uno?

—Si pude contigo una vez, puedo con Hamil y Mirya. —El hechicero calculó la distancia y suspiró—. Empezaremos contigo, Geran.

Sarth murmuró las palabras de su conjuro de vuelo; Geran notó como las sombras se arremolinaban en torno a ellos mientras la magia tomaba forma, pero no ocurrió nada más. El tiflin se puso detrás de él y lo cogió por debajo de los brazos, y a continuación se elevó por los aires. Las frías aguas bajaban raudas bajo los pies de Geran, y los pilares de piedra rotos del viejo puente pasaron por su izquierda. Después, ambos aterrizaron pesadamente sobre las ruinas que estaban junto a la orilla del río, no muy lejos de donde estaba El Bock del Troll en el Hulburg que Geran conocía. Sarth trató de recuperar el aliento.

—Bien hecho —le dijo Geran—. Ahora trae a Mirya; no quiero dejarla sola en un lugar como éste.

El hechicero asintió y volvió a elevarse hacia el cielo oscuro. Geran se volvió para estudiar los alrededores, plenamente consciente de su soledad. Nunca había sido de los que se asustan fácilmente, pero el mundo de las sombras no era lugar para que un humano vivo se quedara parado mucho tiempo en un sitio, y sabía perfectamente que si algo ocurría, era muy vulnerable. Podía ver más de la vieja muralla de la ciudad de lo que esperaba; parecía que el plano de las sombras recordaba a Hulburg como la ciudad en ruinas que había sido hacía cien años, y no como la próspera ciudad que era en ese momento. No muy lejos, oyó el sonido de alguien escarbando, como si algo o alguien estuviera abriéndose paso entre los montones de escombros llenos de vegetación.

—¿Qué ha sido eso? —murmuró suavemente.

Llevó la mano izquierda a Umbrach Nyth y la desenvainó, apuntando en la dirección en que la criatura se movía entre las sombras. No ocurrió nada más, así que se tomó un momento para realizar un par de movimientos de ataque y defensa con la espada oscura. La sentía preparada y receptiva en su mano, a pesar de lo extraño que resultaba usar el brazo izquierdo. Prescindiendo de la falsa modestia, Geran sabía que era un espadachín excelente en condiciones normales; tan sólo había conocido a unos pocos que fueran mejores que él en sus años de aventuras y viajes. Aunque luchara con la izquierda, seguía teniendo el entrenamiento, los conocimientos, el juego de pies y la magia de la espada, pero su fuerza y rapidez habían disminuido. Probablemente podría con algún oponente fuerte pero sin experiencia, o quizá con un espadachín de habilidad media y sin gran talento natural, pero no arriesgaría la vida apostando por el resultado.

—Mejoraré con el tiempo —se dijo a sí mismo.

Por desgracia, no creía que fuera a tener mucha necesidad de luchar dentro de seis meses, o un año, pero quizá sí tuviera que luchar en las próximas horas…, probablemente varias veces. Rhovann no podía haber elegido peor momento para dejarlo tullido.

El aleteo de una capa llamó su atención justo cuando Sarth volvía, llevando a Mirya sujeta por la cintura mientras ella le pasaba un brazo sobre el hombro. El tiflin aterrizó, y Mirya se apartó, ansiosa.

—Gracias por evitarme el chapuzón, Sarth, pero creo que dejaré lo de volar para los pájaros —dijo—. No es natural que una persona lo haga.

Sarth sonrió.

—A mí ha llegado a gustarme —dijo y a continuación, salió volando nuevamente hacia la oscuridad.

Mirya le echó una mirada a Geran, y frunció el entrecejo al darse cuenta de que empuñaba la espada.

—¿Qué ocurre? —preguntó en voz baja.

—Me pareció oír que algo se movía. Probablemente no sea nada. Una rata, tal vez.

—¿Hay ratas en este lugar?

Mirya puso el estribo de su ballesta en el suelo y tensó el cable mientras estudiaba las sombras que los rodeaban.

Geran iba a encogerse de hombros justo cuando atacaron las criaturas. Varios monstruos con aspecto de galgos descarnados salieron de entre las sombras de los muros derruidos y los montones de escombros y se abalanzaron sobre los dos humanos. Su carne parecía estar hecha jirones y desecada, y se les veían los huesos; tenían los ojos hundidos, unos pozos negros en los que brillaban pequeñas ascuas encendidas.

Geran fue a interceptarlos sin pensárselo dos veces.

¡Cuillen mhariel! —gritó, invocando automáticamente el velo de platacero para protegerse durante la lucha.

Unas serpentinas de niebla plateada tomaron forma y comenzaron a fluir a su alrededor, y también alrededor de Mirya, ya que estaba justo detrás de él. Luego saltó hacia delante, apuntando directamente al pecho del primer sabueso de ultratumba al mismo tiempo que pronunciaba las palabras de otro conjuro de la espada.

¡Reith arroch!

Un brillo blanco y radiante envolvió la hoja de ébano al encontrarse con el pecho de la criatura a la mitad del salto. Apartó al monstruo moribundo con el hombro cuando chocó contra él, impulsándose hacia atrás para esquivar un mordisco.

—¿Qué son esas cosas? —exclamó Mirya.

La ballesta resonó detrás de Geran y derribó a otra de las criaturas. Ésta le lanzó un mordisco al virote antes de volver a levantarse con dificultad.

Geran miró fijamente a la siguiente criatura que los atacaba.

Naerren —susurró.

Había invocado un conjuro de constreñimiento que adoptó la forma de una serie de látigos rojos y dorados que se movían a la velocidad del rayo alrededor del monstruo para alejarlo de Mirya. Después fue corriendo a enfrentarse al que había recibido el disparo de Mirya justo cuando la estaba persiguiendo de nuevo. Mirya gritó, asustada, y retrocedió mientras la criatura gruñía e intentaba morderla. Geran la azotó con la espada y consiguió tan sólo darle un golpe de refilón en los huesudos hombros. Aquellas cosas apestaban a corta distancia; el aire se llenaba de un horrible hedor a podredumbre, y su estómago, que no estaba demasiado asentado desde hacía rato, amenazó con revolverse del todo. Consiguió hacerla retroceder con una sucesión de tajos salvajes antes de volverse hacia la otra, que seguía atrapada en su conjuro de constreñimiento. El sabueso de ultratumba fue hacia él y le saltó encima. Esa vez la estocada de Geran falló, hundiéndose en el ancho hombro de la criatura en vez de atravesarle el corazón. El impacto le hizo perder el equilibrio, y por puro reflejo echó el brazo hacia atrás para detener la caída. Pero golpeó con el muñón contra el suelo y gritó al sentir un dolor tan intenso que casi hizo que perdiera el conocimiento. Sólo el escudo protector de platacero le salvó la vida, ya que resistió los mordiscos del monstruo mientras éste trataba de alcanzar su garganta.

¡Kythosa zurn!

Geran oyó la potente voz de Sarth detrás de él, retumbando entre las ruinas, y una ráfaga de orbes de fuerza dorados golpearon al siniestro bicho, derribándolo. Los orbes le abrieron heridas del tamaño de puños en el flanco, haciendo que saliera despedido. Geran rodó hacia un lado y se levantó trabajosamente. Sarth y Hamil luchaban furiosamente contra el resto de la manada, mientras Sarth golpeaba a los monstruos con un conjuro tras otro. En pocos segundos, la manada se dispersó y retrocedió, pero no antes de que Mirya disparase otro virote a una de las criaturas en plena huida y la derribara con un proyectil clavado en la espina dorsal.

—Geran, Mirya, ¿estáis heridos? —preguntó Sarth con urgencia, descendiendo al suelo.

—Uno me desgarró el dobladillo de la falda, pero estoy bien —respondió Mirya.

Geran envainó la espada y se sacudió la ropa.

—No, sólo mi orgullo —respondió—. Habría sido peor si no hubierais aparecido en el momento que lo hicisteis.

De hecho, estaba seguro de que los hubieran matado a ambos. Pensó furioso que no lo habrían visto como una presa fácil si hubiera estado en su mejor forma. Miró en dirección a las sombras con expresión ceñuda.

—¿Esas criaturas eran de Rhovann? —preguntó Mirya.

—Lo dudo. Que yo sepa, nunca ha utilizado sirvientes no muertos. Prefiere trabajar con sujetos inanimados.

Geran se obligó a dejar a un lado su frustración; no tenía pensado darle vueltas al hecho de que lo habían atrapado y mutilado. Se preguntó si aquello lo envenenaría igual que a Rhovann. Más tarde tendría todo el tiempo del mundo para desear cambiar el pasado, pero ahora tenía cosas que hacer.

—No, creo que los perros esqueléticos son sólo habitantes de este lugar. Deberíamos ponernos nuevamente en marcha antes de atraer a más. El castillo no está muy lejos.

—No me gusta la idea de entrar directamente por la puerta principal —comentó Hamil.

—A mí tampoco —respondió Geran, y menos porque dudaba de que fuera a ser de mucha ayuda si tenían que abrirse camino luchando.

Estudió la imponente sombra del peñasco sobre el que se asentaba Griffonwatch, coronado por las cortinas parpadeantes de luz violeta. Las torres y las almenas del castillo de los Hulmaster tenían un aspecto recortado y amenazador, y se elevaban contra el cielo sin estrellas como una maraña de lanzas. Los pisos más bajos se perdían en la oscuridad, pero pudo ver destellos de luz en las partes superiores del vetusto castillo. Le pareció posible que Rhovann se hubiera apropiado de la parte más segura y confortable de la vieja fortaleza para su propio uso, y eso significaba que debía ser la Torre del Harmach o alguna parte cercana.

—Pero ¿cómo entramos sin ser vistos?

Mirya dirigió la vista hacia Sarth.

—¿Nos puedes llevar volando hasta la parte superior? —le preguntó.

—Es posible, aunque dudo de que pudiera aguantar trasladando a Geran a tanta altura. Sin embargo, no lo aconsejo. —Sarth señaló hacia la aurora parpadeante que rodeaba la fortaleza—. Tendríamos que pasar a través de esas protecciones de ahí. Si me incapacitaran o suprimieran mi magia de volar…

Mirya se estremeció sólo de pensarlo.

—No te preocupes, entonces. No estamos hechos para volar, de todos modos.

—Iremos por la poterna —decidió Geran—. Es fácil pasarla por alto, y Rhovann no le habrá prestado mucha atención. Si tenemos cuidado, los guardias apostados por Rhovann no notarán nuestra existencia hasta que ya nos hayamos adentrado en el castillo.

Tiró de la correa para acomodarse mejor la espada y los condujo desde el claro que había junto al Puente Quemado hacia las sombras del castillo de Rhovann.