15 de Ches, Año del Flujo de las Aguas Profundas (1480 CV)
Mirya recorrió a toda velocidad las calles iluminadas por las farolas, pisando el suelo húmedo por la lluvia mientras huía de la Casa del Consejo y de la terrible toma de conciencia de lo que acababa de hacer. Tenía los ojos anegados en lágrimas, y por una vez, no le importó quién pudiera verla. Cerca de la esquina entre las calles del Tablón y del Carro, se refugió en el umbral de una puerta, luchando contra su desconsuelo. No hacía más que pensar que había matado al hombre que amaba, que Rhovann lo despellejaría vivo, y Geran moriría pensando que ella lo había traicionado y lo había vendido a sus enemigos. Se estremeció, horrorizada, y dejó escapar un sollozo ahogado. Se cubrió el rostro con las manos, permaneciendo así durante un buen rato, y se abandonó al llanto por completo.
Todo aquel episodio había sido un sueño extraño y oscuro en el que se veía a sí misma diciendo y haciendo cosas que jamás había querido hacer, un espectador dentro de su propia cabeza. Había luchado furiosamente por despertar mientras conducía a Geran al lugar donde pretendía entregarlo a sus enemigos…, pero él había confundido su lucha silenciosa con miedo, sin comprender que la magia de Rhovann era lo que la estaba obligando a avanzar. Los yelmorrunas no habían hecho el menor caso de ella, y los guardias la habían dejado marchar después de recibir instrucciones de Rhovann al respecto…, sin duda creyendo que aún estaba bajo su influencia. Pero ella había despertado del encantamiento poco antes, en la escalera que conducía a la Casa del Consejo, y el terrible descubrimiento de lo que había hecho había caído sobre ella como una avalancha.
Por fin, se sacudió brevemente.
—Lo hecho, hecho está, Mirya —se dijo—. Detén esta estupidez y piensa. Debe de haber algo que puedas hacer.
No parecía probable que Rhovann fuera a matar a Geran sin pensárselo, o que ya lo hubiera hecho. En su lugar, el mago lo había hecho prisionero. Quizá creía que Geran tenía información valiosa acerca del ataque de los Hulmaster, o quizá lo estaba manteniendo vivo como rehén en previsión de que la batalla por Hulburg se volviera en su contra. O quizá era lo que ella se temía, y Rhovann pretendía matar lenta y dolorosamente a Geran… Pero, en cualquier caso, lo mantendría con vida aunque fuera un corto período de tiempo. Eso significaba que era posible rogar clemencia, encontrar a alguien que pudiera interceder o rescatar de algún modo a Geran.
—Marstel y Rhovann no tienen piedad, y no me puedo imaginar quién tendría el poder de intervenir —murmuró.
¿Tal vez una de las compañías mercantiles, o algún templo? Los Sokol podrían ayudar, pero a lo largo de los meses se había fijado en que la voz de Nimessa estaba perdiendo influencia en el Consejo. Tendría que rescatarlo. Tendría que encontrar el modo de introducirse en las mazmorras de la Casa del Consejo, liberar a Geran a pesar de la presencia de los guardias y los yelmorrunas, y posiblemente del mismo Rhovann, y llevárselo otra vez.
—No es posible —se dijo, y se introdujo en las sombras del callejón con expresión ceñuda. Aun cuando consiguiera reunir a los miembros de su célula rebelde, sería un suicidio. Quizá con algo de magia…—. ¡Sarth! —susurró.
Se suponía que el hechicero se reuniría con Geran en el Puente Quemado, junto con Hamil. Si ellos no podían ayudarla, nadie podría. Quizá los amigos de Geran pudieran reparar su traición antes de que Geran sufriera algún daño irremediable.
Por supuesto, estaba la cuestión espinosa de si conseguiría llegar hasta el Puente Quemado tal y como estaban las cosas en la ciudad. Las calles estaban llenas de bandas de soldados de las compañías mercantiles que defendían los almacenes y las tiendas de sus compañías, unos pocos destacamentos de la Guardia del Consejo yendo de un lado para otro, bandas de matones de las Escorias que vagaban en busca de alguna tienda que saquear, o de viandantes a los que atracar, y grupos de hulburgueses que se reunían en las plazas para ponerse viejas cotas de malla o jubones de cuero y repartirse lanzas, hachas, horquillas y armas viejas que tuvieran guardadas o herramientas que pudieran servir como tales. De vez en cuando, pasaban escuadrones silenciosos de yelmorrunas que dispersaban a las multitudes y hacían retirarse a las bandas… No les había llevado mucho tiempo tanto a las bandas de extranjeros como a las milicias leales averiguar que las creaciones del mago eran casi invulnerables a cualquier tipo de armas que pudieran encontrar.
Decidió que sería mejor ir por las calles subterráneas. Llegaría lo bastante cerca. Mirya, con una nueva resolución en mente, salió de entre las sombras del umbral de la puerta donde había estado, y corrió hacia Erstenwold. La tienda no estaba muy lejos, tan sólo a medía manzana, así que rodeó el edificio rápidamente para meterse por la parte trasera; de alguna manera, el hecho de abrir la puerta principal, con todos los rufianes que había rondando por ahí, no le pareció prudente. Se detuvo para echar el pestillo a la puerta trasera y bajó corriendo al sótano. Bajo un enorme lienzo la esperaban la ballesta y una lámpara que solía dejar preparadas para cuando se aventuraba por los viejos pasadizos que había por debajo de las calles. No le gustaba la idea de vagar por las calles subterráneas por la noche, pero tampoco estarían mucho más oscuras que durante el día. Encendió la lámpara, se colgó la ballesta a la altura de la cadera y bajó al laberinto subterráneo.
Recorrió a toda prisa los oscuros y polvorientos pasadizos, siguiendo la ruta que solía utilizar hasta el lugar de reunión de su banda, una bodega que había bajo las ruinas de la casa de un rico mercader en el viejo Hulburg. Se paró a pensar qué camino debía seguir a través de los oscuros y polvorientos túneles, intentando recordar la correcta combinación de pasadizos y sótanos que la llevarían hasta el Puente Quemado.
Algo se movió en la oscuridad a sus espaldas. No fue un ruido muy fuerte, tan sólo el golpeteo de una piedrecita sobre las losas; seguramente alguien descuidado la habría golpeado con el pie, pero a Mirya le dio un vuelco el corazón. De inmediato apagó la lámpara y se metió en el lugar más oscuro y estrecho que pudo encontrar; retrocedió entre dos antiguos estantes de un almacén y alzó la ballesta. No volvió a oír nada durante un breve instante, pero después se oyó el roce casi imperceptible de unos pasos, y la vieja cámara se iluminó débilmente. Ella le quitó el seguro a la ballesta. Una figura corpulenta y encapuchada entró en la habitación sosteniendo una lámpara en una mano y empuñando una hachuela en la otra.
Mirya suspiró, aliviada.
—Estoy aquí, Brun —dijo en voz baja, y salió de entre las sombras.
El joven tabernero se sobresaltó al oír su voz, y dio un salto.
—¿Mirya? —preguntó—. No esperaba encontrarte aquí… Estaba a punto de volver a El Bock del Troll.
—Yo tampoco esperaba encontrarte aquí, pero me alegro de verte. Necesito tu ayuda. Han capturado a Geran Hulmaster; Rhovann lo tiene prisionero en las mazmorras de la Casa del Consejo.
—¿El señor de los Hulmaster está en la ciudad? —susurró Brun—. ¡Debemos ayudarlo! ¿Cómo diablos lo ha capturado el mago de Marstel?
—Por mediación mía —respondió Mirya—. Rhovann utilizó su magia para espiarme, esperando encontrar a Geran.
Aquello era lo más cercano a la verdad que Mirya podía admitir. Pensó durante un momento en lo que quería exactamente que hiciera. No sabía si Hamil y Sarth podrían liberar a Geran solos, pero incluso en ese caso, sencillamente ignoraba si estarían donde habían quedado en encontrarse con Geran, o si serían capaces de ponerse a la tarea cuando probablemente tuvieran cosas más importantes de las que ocuparse, en cuyo caso, Mirya tendría que recurrir a la ayuda que pudiera reunir entre sus vecinos. Asintió para si misma y tomó una decisión.
—Brun, quiero que reúnas al resto de nuestra célula, a tantos como puedas encontrar en media hora —le dijo al corpulento tabernero—. Llévalos al sótano que hay bajo el almacén de Wennart y espérame allí. Está justo detrás de la Casa del Consejo; es el lugar seguro más cercano que conozco. Voy a ver si puedo encontrar a los amigos de Geran.
Brun se quedó pensando un instante. Mirya supuso que estaba haciendo una lista de a quién podría encontrar en tan poco tiempo.
—Sí, mira a ver si puedes encontrar a unos cuantos guerreros en ese tiempo. ¡Nada de lo que podamos hacer esta noche es tan importante como arrancar a lord Geran de entre las garras de Marstel!
—Buena suerte, te veré en el sótano de Wennart.
Mirya le apretó brevemente el brazo a Brun antes de volver a dirigirse apresuradamente en dirección norte. Detrás de ella, el tabernero dio la vuelta y regresó por donde había venido.
Mirya continuó por las calles subterráneas tan lejos como pudo, y finalmente trepó hasta la superficie de nuevo a través de un sótano lleno de escombros, que daba directamente al exterior, cerca de la calle Norte. La lluvia le cayó sobre el rostro. Estaba fría, y después de haber estado en los pasadizos subterráneos, la hizo estremecerse. Aquel vecindario era una de las zonas de Hulburg que jamás había llegado a reconstruirse del todo. Había algunas casas adosadas construidas con materiales baratos apiñadas cerca del camino de Keldon, en las que vivían muchos de los extranjeros pobres que habían llegado a Hulburg en los últimos años; normalmente, no era un vecindario que Mirya hubiera elegido cruzar por la noche. Pero los problemas y los disturbios que había por toda la ciudad parecían haber captado la atención de todo el mundo, y no había nadie rondando por los distritos en ruinas.
Llegó a la pequeña plaza en el extremo oeste del Puente Quemado y vaciló entre las sombras. Por supuesto, el puente no estaba en ruinas; era una estructura de madera perfectamente útil que había sido construida sobre los pilares de piedra del puente que se había quemado en los años anteriores a la Plaga de los Conjuros. No podía estar segura, pero creyó ver más monstruos grises de los de Rhovann custodiando el puente cerca del centro.
—¿Tendré que encontrarme con ellos a este lado, al otro, o en el medio? —se preguntó en voz alta.
Realmente, no le gustaba ninguna de las dos últimas opciones; se negaba a acercarse de nuevo a los yelmorrunas si podía evitarlo.
Mirya se quedó observando y escuchando durante unos minutos, deteniéndose en los lugares donde le parecía que podía realizarse un encuentro clandestino. Se fijó en un viejo molino en ruinas justo pasado el puente. No pudo distinguir nada entre las sombras de sus muros vacíos…, pero cada vez que apartaba la vista sus ojos volvían a posarse en aquel punto. Decidió confiar en su intuición y bordeó la plaza hasta llegar al pie del puente, aventurándose en el viejo edificio vacío.
—¿Hola? —preguntó en voz baja—. ¿Hay alguien ahí?
No se oía más que el golpeteo de la lluvia y el gemido del viento ascendente. Entonces, le llegó un súbito crujido procedente de algún lugar entre los escombros cercanos; una enorme rata correteó por ellos. Mirya emitió un gritito de sorpresa y retrocedió de un salto mientras la criatura desaparecía en una grieta, en dirección a la orilla del río. Se reprendió, pensando que había sido una tontería ir allí. ¿Y si hubiera habido una banda de rufianes esperándola?
Se arrebujó en su capa y decidió volver a la calle…, pero entonces oyó otro ruido.
—¿Mirya, eres tú? —dijo Hamil.
El halfling salió de la oscuridad, en el otro extremo del molino, envainando el cuchillo que brillaba en su mano.
—¿Qué haces esperando aquí?
—Estáis aquí de verdad —dijo con un suspiro de alivio.
Fue rápidamente hacia Hamil, que estaba en el centro del edificio. Pudo distinguir la silueta con cuernos de Sarth en la pared más alejada.
—Se trata de Geran. Lo han capturado, y Rhovann lo tiene en las mazmorras de la Casa del Consejo.
—¡Maldita sea! —dijo el halfling, que se puso a caminar de un lado a otro—. ¿Y ahora qué? No teníamos previsto algo así.
Sarth frunció el entrecejo y miró a Mirya.
—¿Cómo nos has encontrado?
—Geran ha venido a mi casa esta tarde, antes de que lo cogieran. Ha mencionado que se reuniría con vosotros aquí a medianoche. No tengo ni idea de lo que planeáis vosotros tres, pero espero que podáis ayudarlo.
—Yo también —masculló Hamil. Miró a Sarth mientras andaba—. ¿Tenemos tiempo para liberarlo y seguir con el plan? Lo que es más: ¿podemos liberarlo? Seguro que está bien custodiado.
—Geran tiene los pergaminos y la espada —señaló Sarth—. Podría trasladarnos a los dos hasta el plano de las sombras, pero Esperus dijo que necesitaríamos a Umbrach Nyth. ¿Podremos llevar a cabo el plan sin la espada, o sin Geran para blandirla?
El halfling hizo un gesto de desánimo y se detuvo de repente. Volvió a mirar a Mirya.
—¿Qué ha ocurrido? —le preguntó.
Mirya no fue capaz de mirarlo a los ojos.
—Lo traicioné —dijo en un susurro—. Rhovann me hechizó hace semanas, y ni siquiera lo he sabido hasta que he entregado a Geran. Es culpa mía.
Hamil la miró fijamente, con una expresión severa que la dejó helada. Después miró a Sarth, y Mirya se dio cuenta de que estaba hablando telepáticamente con el hechicero. El tiflin la estudió unos instantes y se encogió de hombros.
—Es un plan inteligente y sin escrúpulos —le dijo a Hamil—. Rhovann es un mago con unos conocimientos formidables, brillante y sin conciencia. ¿Por qué debería sorprendernos que haya planeado algo como esto?
—Porque odio que el enemigo resulte ser más listo de lo que pensaba —respondió Hamil—. ¿Cómo sabemos que no está todavía bajo la influencia del mago? Ha utilizado a Mirya para coger a Geran; quizá ahora pretende usar a Geran para cogernos a nosotros.
—Puedo comprobarlo —dijo Sarth.
Avanzó hasta donde estaba Mirya y la miró a los ojos. Los ojos del tiflin eran como orbes de brasas candentes brillando en la oscuridad.
—Quédate quieta, Mirya. Esto no te hará daño, pero debo asegurarme. Zamai dhur othmanna.
Mientras pronunciaba las últimas palabras, alzó el cetro de runas y utilizó su magia; sus ojos brillaban tanto como la luz de las velas, y Mirya notó una extraña sensación de cosquilleo en su piel. Se estremeció, pero no intentó apartarse.
Un momento más tarde, Sarth asintió para sí mismo.
—No está controlada por ningún encantamiento, pero detecto la marca atenuada de uno que la ha poseído recientemente. Podemos confiar en ella.
—Es un alivio —dijo Mirya—. Temía estar todavía bajo el hechizo de Rhovann sin saberlo.
—Empieza por el principio, entonces, y cuéntanos lo que ha ocurrido —dijo Sarth.
Mirya empezó a hablar, pero después se detuvo.
—No, no tenemos tiempo para esto —respondió—. Tengo varios guerreros leales que están a punto de reunirse cerca de la Casa del Consejo. Cada segundo que nos retrasamos es un segundo más que Geran permanece en poder de Rhovann.
El halfling y el tiflin se quedaron mirándola. A continuación, lentamente, Hamil asintió.
—Está bien. Quizá Rhovann no espera que haya alguien capaz de montar una operación de rescate tan deprisa. O quizá acabemos todos muertos. ¿No tendrás un plan por casualidad?
Ella meneó la cabeza.
—Os puedo llevar hasta la Casa del Consejo sin que nadie nos vea. Después de todo, esperaba que se os ocurriera alguna idea.
Hamil rió quedamente.
—Me sorprendes, Mirya. Eres demasiado pragmática para todas esas tonterías. Bueno, llévanos y veremos qué se puede hacer.
—Por aquí, entonces —respondió Mirya.
La mujer condujo al halfling y al hechicero hasta el sótano a cielo abierto y la entrada secreta a las calles subterráneas. A lo lejos, un rayo cruzó el cielo mientras ella bajaba hasta la vieja puerta, y comenzó a llover cada vez más intensamente. Sus compañeros se detuvieron mientras volvía a abrir la puerta, mirando vacilantes hacia el oscuro pasadizo. Mirya cogió la lámpara y se agachó para entrar; un momento después, oyó cómo Sarth y Hamil la seguían.
—Bueno, ahora comprendo lo que querías decir con eso de llegar hasta la Casa del Consejo sin ser vistos —dijo Hamil en voz baja mientras corrían—. No tenía ni idea de que todo esto estaba aquí abajo. ¿Hasta dónde llegan estos túneles?
—Están debajo de gran parte de la ciudad nueva, en los lugares donde se construyó sobre las ruinas de la vieja —respondió Mirya—. Llegan hasta la calle del Carro, hacia el sur, y hasta la calle Alta hacia el este, pero no cruzan el Winterspear, por supuesto. Aun así, son muy útiles para el contrabando y para moverse sin ser visto.
Pasaron a través de la vieja bodega, pero allí no había nadie; Mirya no perdió el tiempo y simplemente siguió caminando todo lo deprisa que podía. Después de haber recorrido otros cien metros, pasó junto a la estrecha puerta que conducía al sótano de Erstenwold y torció por una ramificación del pasadizo a la derecha. Dio un par de giros equivocados, pero finalmente encontró el camino hacia un sótano amplio, pero de techo bajo, con un montón de escombros. Viejos toneles, barriles y baúles estaban amontonados alrededor de la parte de abajo de una escalera de madera que conducía a una trampilla del mismo material.
A la débil luz de una lámpara, vio varias figuras encapuchadas esperando a los pies de la escalera. Brun Osting levantó el farol para que iluminara un poco más.
—Mirya, ¿eres tú? —preguntó en voz baja.
—Sí, soy yo —respondió—. He traído a Hamil Alderheart y al hechicero Sarth. Nos ayudarán a liberar a Geran de la Guardia del Consejo.
Mirya hizo rápidamente las presentaciones entre los amigos de Geran y su pequeño grupo de partidarios: Brun, su prima Halla, Lodharrun el herrero y Senna Vannarshel, la arquera. Parecía que eran todos los que Brun había podido encontrar con tan poco tiempo; Mirya decidió que tendrían que apañárselas.
—¿Seremos suficientes? —preguntó Senna Vannarshel—. Podría haber decenas de guardias custodiando la Casa del Consejo.
—No te preocupes por ellos —dijo Sarth, y sonrió fríamente—. Por muchos que sean, no les valdrá de nada.
Mirya hizo un gesto de asentimiento a la débil luz de la lámpara. Había visto al hechicero en combate en ocasiones anteriores, cuando Geran libró el duelo contra su primo Sergen en la cubierta de un barco de guerra que se deslizaba por el cielo de la Luna Negra. El tiflin no estaba presumiendo cuando hablaba de ese modo.
—Subid la escalera —les dijo a los otros—. E intentad no hacer ruido.
Subieron por la empinada y polvorienta escalera. En lo más alto hubo un pequeño retraso, ya que Brun tuvo que forzar la puerta para poder abrirla porque habían dejado apoyados contra ella numerosos y pesados barriles. Hamil se deslizó rápidamente junto al fornido tabernero y se dirigió hacia la puerta del almacén, limpiando un trozo de una ventana polvorienta. Tras echar un breve vistazo, abrió la puerta unos centímetros y sacó la cabeza para mirar a ambos lados de la calle. El tamborileo de la lluvia aumentó de volumen, y una ráfaga de aire frío y húmedo —fresco y limpio tras haber estado en los subterráneos cerrados de Hulburg— entró en el almacén.
—No hay nadie a la vista. ¡Seguidme!
Salieron en fila al callejón y avanzaron entre chapoteos, apiñándose contra una puerta de la parte trasera de la Casa del Consejo. Hamil, Sarth y Mirya estaban a la izquierda, y Brun, Halla, Lodharrun y Senna Vannarshel a la derecha. El halfling les lanzó a todos una mirada de advertencia, y a continuación, intentó abrir la puerta sigilosamente. No se abrió.
—Está cerrada —susurró—. Dadme un momento. —El halfling se arrodilló junto a la cerradura y se sacó una pequeña ganzúa de la manga.
—¿He de suponer que no tenemos ni idea de dónde encontrar a lord Geran? —susurró Senna.
—En la prisión de debajo de la casa. Vi cómo lo llevaban allí. Hay una sala de guardia que bloquea la entrada a las celdas; allí habrá guardias del Consejo.
—Ya está —murmuró Hamil.
El halfling alzó la mano para indicarles a los demás que guardaran silencio, y echó un rápido vistazo al interior. El brillo de una débil luz amarillenta salió al callejón. Se deslizó al interior tras hacerles una seña para que esperasen.
—Recordad, no estamos aquí para buscar pelea. Cuanto más rápidos y silenciosos seamos, más probabilidades tendremos de llegar hasta Geran y sacarlo de aquí —dijo Mirya, dirigiéndose a Brun y a los demás mientras esperaban al halfling—. Cuando llegue el momento de retirarnos, intentaremos volver a esta puerta y huir hacia los subterráneos de Hulburg. Es nuestra mejor oportunidad de perder a cualquiera que nos siga.
—Revelaremos el secreto de las calles enterradas —murmuró Lodharrun.
—Mañana por la noche habremos ganado o perdido, y ya no tendremos que movernos furtivamente por los sótanos —respondió Mirya—. Si lo revelamos, que así sea.
—Recordad, los yelmorrunas se comunican unos con otros —añadió Sarth—. Desde el momento en que nos encontremos con uno, todos ellos sabrán de nuestra presencia, y lo más probable es que Rhovann también. No debemos entretenernos.
Hamil volvió a salir por la puerta, e hizo un gesto para que se callaran.
—Hay un montón de guardias del Consejo aquí —dijo mentalmente, mientras su mirada pasaba de uno a otro—. Creo que podremos llegar a la sala de los guardias sin luchar, pero necesitaremos una distracción, algo que los haga salir.
Mirya se quedó unos instantes pensando, y miró a su banda de rebeldes.
—¿Y si les disparamos flechas o virotes a los guardias que custodian la puerta principal? —preguntó—. O bien saldrán a darnos caza, o cerrarán las puertas para protegerse, pero no se interpondrán en nuestro camino.
Hamil reflexionó sobre ello y asintió. Mirya se volvió hacia Senna y Halla; la arquera era muy hábil con el arco, como era de esperar, y Halla era casi tan buena como ella con la honda.
—Creo que ése será vuestro trabajo —dijo—. Ocultaos bien entre las sombras, y moveos entre disparo y disparo. Si salen a perseguiros, ya sabéis lo que hay que hacer. Contaremos hasta doscientos para daros tiempo a situaros.
—Haremos lo que podamos —respondió Senna.
Halla se mordió el labio, pero asintió. La vieja arquera y la mujer joven bajaron rápidamente por el callejón, internándose en la lluvia. Mirya rezó una oración en silencio a los dioses de la piedad y la buena fortuna, esperando no haber enviado a las dos mujeres a la muerte. Esperó con los demás un rato en el callejón, contando mentalmente. En el interior de la Casa del Consejo se oían pasos ocasionales, voces y puertas chirriantes que se abrían y se cerraban, pero ninguno parecía muy cerca. Entonces, Hamil les hizo señas y los condujo al interior.
Estaban en una enorme cocina, entonces desocupada. Por un momento, Mirya pensó para qué diablos necesitaba el Consejo Mercantil una cocina, pero se dio cuenta de que había que preparar la comida para los prisioneros en las celdas y los guardias que los vigilaban en algún lugar. Además, seguramente el Consejo Mercantil organizaba banquetes allí cuando la ocasión lo requería. Atravesaron la habitación en silencio, después recorrieron un pasillo de servicio que estaba al fondo, pasando por delante de varias puertas que se abrían a ambos lados, hasta que llegaron a la última puerta.
En ese punto, Hamil se detuvo.
—Ahora esperaremos un momento a las amigas de Mirya —dijo—. Si llaman la atención de los guardias que custodian la puerta principal, deberíamos poder cruzar el pasillo al otro lado de la puerta y bajar agachados la escalera hacia la sala de la guardia sin ser vistos.
Abrió la puerta con cuidado, dejando la anchura de un dedo para poder echar un vistazo. Las voces y movimientos de los soldados que estaban en el exterior subieron de volumen, y Mirya se preparó para la violencia. Pero entonces se oyó un grito agudo a poca distancia, y de fuera les llegaron chillidos de alarma y juramentos iracundos. Hamil les guiñó rápidamente el ojo y salió a toda prisa de su escondite. Sarth, Brun y Lodharrun lo siguieron; Mirya iba cubriendo la retaguardia, justo detrás del enano. Se arriesgó a echar un rápido vistazo a su derecha mientras cruzaban un amplio vestíbulo. Varios guardias estaban agrupados alrededor de la puerta principal del edificio, algunos esforzándose por ver lo que había fuera, y otros atendiendo a uno de sus compañeros, que estaba en el suelo con una flecha en el estómago. A continuación, bajaron la escalera que conducía a las mazmorras.
Hamil desapareció tras una curva en la escalera, empuñando dos cuchillos. Un instante después, se oyó otro grito de alarma proveniente de la habitación que había bajando la escalera, seguido por un súbito entrechocar de acero. Sarth rodeó la esquina detrás de Hamil, y se oyó la voz ronca del tiflin pronunciando palabras mágicas; Brun y Lodharrun se metieron en la refriega después de los dos héroes. Mirya, echando un rápido vistazo a la parte superior de la escalera, también rodeó la curva detrás de sus amigos, con la ballesta preparada para disparar.
La violencia de la escena la dejó horrorizada. Había un guardia en el suelo, intentando en vano detener la sangre que salía a borbotones de una herida de arma blanca en la parte superior del muslo, y Hamil estaba lanzándole tajos y puñaladas de manera sistemática a otro guardia cuyos débiles esfuerzos por defenderse no durarían más de unos pocos segundos. Al otro lado de la habitación, había otro par de guardias desparramados entre vísceras congeladas después de haber sido atravesados por una explosión de carámbanos de hielo que los había acribillado, al igual que a la pared que tenían detrás. Brun Osting y el enano Lodharrun atacaron a los dos guardias que quedaban; el corpulento tabernero estranguló a su oponente con el mango del hacha, mientras el enano practicaba la esgrima con el suyo. Desde su posición ventajosa en la escalera, Mirya vio la posibilidad de dispararle limpiamente al oponente del herrero, así que sin pensárselo dos veces, apuntó con la ballesta y lo hizo. El grueso virote le atravesó de repente el hombro derecho al hombre, haciéndolo dar media vuelta; el enano avanzó un paso y lo atravesó mientras estaba distraído. En poco tiempo, el silencio volvió a invadir la habitación.
Brun Ostia levantó la vista del hombre al que acababa de matar y sonrió.
—Bueno, no ha ido tan mal —dijo.
—Lo que es difícil no es entrar —le dijo—, sino volver a salir. —A continuación cogió las llaves que colgaban del cinturón del sargento de guardia y fue corriendo a abrir la puerta que conducía a las celdas.
La prisión de la Casa del Consejo no era demasiado grande; no había más de dos pasillos que se cruzaban y una docena de celdas. Al llegar al cruce, vieron a Geran, que iba vestido sólo con su ropa interior, en la celda que estaba al final del pasillo principal, inconsciente y con una mano encadenada a la pared.
Había dos yelmorrunas custodiándolo. Los poderosos ingenios se pusieron en movimiento tan pronto como vieron al grupo de rebeldes, sacando mazas de mango corto de sus arneses, ya que había poco espacio para blandir sus enormes alabardas.
—No sienten dolor ni tampoco sangran —les advirtió Sarth—. Pero están hechos de hueso y músculo, que se pueden destruir. Romped huesos y cortad miembros hasta que no puedan seguir luchando.
—Creo que no he traído el arma adecuada —murmuró Hamil, pero se lanzó contra ellos, esquivando limpiamente un golpe de maza y atacando a la rodilla del ingenio.
Brun y Lodharrun se unieron el halfling, mientras Sarth atacaba al segundo monstruo y le lanzaba un chorro de verdes y rugientes llamas. Por un momento, el asalto del grupo de rebeldes pareció sobrepasar a las criaturas, mientras recibían cortes y trozos de carne arcillosa salían volando. Pero un golpe con el dorso de la mano derribó a Brun a medio camino, y antes de que el tabernero pudiera volver a su lugar, junto a Lodharrun, el yelmorruna que estaba a la izquierda se apartó del fuego de Sarth para dejar caer su maza sobre el enano. No llegó a darle en la cabeza, pero le destrozó el hombro, la clavícula y las costillas con un terrible crujido de huesos rotos, derribando a Lodharrun. El herrero cayó al suelo con un débil grito y no volvió a moverse.
Mirya apuntó y disparó a través del hueco que de repente se había abierto en la batalla; no era el arma adecuada para aquella pelea, pero esperaba por lo menos distraer momentáneamente a la criatura. Su virote alcanzó al primer yelmorruna en el centro de la visera, y atravesó la armadura. Para su sorpresa, el monstruo se tambaleó mientras una sangre negra y espesa le chorreaba desde debajo del yelmo. Alzó la mano para intentar quitarse el virote, y Brun Osting saltó sobre él con un rugido furioso y le hundió el arma en el hombro. Cuando la criatura se desplomó, el tabernero comenzó a asestarle hachazos en el cuello, y consiguió cortarle la cabeza tras varios golpes salvajes.
—¡La visera protege un punto débil! —gritó Hamil¡Buen disparo, Mirya! ¡Hazle lo mismo al otro!
Tan deprisa como pudo, Mirya recargó la ballesta para dispararle al segundo yelmorruna. La criatura avanzó implacable hacia Sarth, quitándose de encima todo lo que el hechicero le lanzaba hasta que éste le derritió la visera de hierro con otra intensa bola de fuego. La criatura agitó los brazos, cegada, hasta que Hamil trepó por su espalda y le clavó la daga con precisión entre el cráneo y la espina dorsal. El yelmorruna se desplomó sobre el suelo sin emitir un solo sonido.
Mirya bajó la ballesta y corrió junto a Geran. Estaba sentado en una extraña posición, acurrucado sobre su brazo derecho, mientras que el brazo izquierdo aún colgaba de los grilletes.
—¡Geran, despierta! —exclamó, arrodillándose junto a él—. Hemos venido a sacarte de aquí. —Suavemente le hizo girar la cabeza para mirarlo a los ojos; él gimió, abriéndolos con dificultad. El brazo derecho cayó a un lado mientras se agitaba.
Le faltaba la mano derecha.
Mirya retrocedió, horrorizada, y se cubrió la boca para sofocar un grito.
—¡Oh, no! —gimió.
El muñón estaba cubierto por un sencillo vendaje, y en los bordes se podían ver pequeñas áreas de piel ennegrecida alrededor de la herida. No podía soportar mirarlo. ¿Eso era lo que le había hecho al hombre que amaba? Se reprendió duramente, diciéndose que él había confiado en ella y había pagado un alto precio por ello. Lo había entregado a sus enemigos, y ellos lo habían mutilado.
—Por el negro corazón de Bane. —Hamil dejó escapar un juramento, enfurecido—. ¡Bastardos!
El rostro del halfling se ensombreció por la ira, y arrojando los cuchillos, corrió con la llave maestra del sargento, buscando la llave de los grilletes. Los abrió en un momento, y Geran cayó en brazos de Mirya al ser liberado.
—Geran, lo siento mucho; es todo culpa mía… —comenzó a llorar.
Las lágrimas resbalaban por sus mejillas y enterró la cara en su cuello, abandonándose al llanto, apenada por el daño que le habían hecho.
—¿Qué creías que ocurriría si me entregabas a Rhovann? —preguntó con voz ronca.
Se lo veía pálido y su rostro estaba crispado por el dolor, pero recobró las fuerzas lo suficiente como para empujarla a un lado, y extendió la mano hacia Hamil para que lo ayudara a incorporarse.
—¡Ojalá me hubieras contado que te estaba coaccionando! Os habría protegido a ti y a Selsha de él.
Mirya se apartó, mortificada. Él sabía que no quería hacer lo que había hecho, pero aun así la odiaba por ello.
—Geran, yo… —dijo, tratando de encontrar las palabras mientras seguía llorando.
—Mirya estaba hechizada, Geran —dijo Hamil—. Lo que hizo no fue culpa suya.
—¿Hechizada?
—La examiné y descubrí la marca del conjuro hace menos de una hora —dijo Sarth.
Geran miró a Mirya a los ojos y bajó la cabeza.
—Por supuesto. Debí saberlo. Siento haber pensado cualquier otra cosa.
Intentó ir hacia ella; Mirya se apresuró a volver junto a él y le pasó el brazo alrededor de los hombros, aguantándolo mientras salía de la celda arrastrando los pies.
—¿Puedes caminar? —le preguntó Mirya.
—Por supuesto, saldré caminando de este maldito lugar —respondió—. Dejadme coger mis pertenencias y podremos marcharnos.
Hamil se apresuró a coger la ropa de Geran, mientras Brun examinaba a Lodharrun. El tabernero meneó la cabeza y volvió para echarle una mano a Mirya con Geran. A continuación, el pequeño grupo se apresuró a salir de la prisión del Consejo.