14 de Ches, Año del Flujo de las Aguas Profundas (1480 CV)
Algún tiempo después, el chirrido metálico de las pesadas puertas de hierro de la mazmorra rescató a Geran de la oscuridad. Se oyeron pasos rápidos y ligeros en la sala, y entonces fue cuando apareció Rhovann, vestido con un largo chaleco azul, hecho a medida, sobre la camisa, con unos calzones de seda gris élfica, y unas botas de cuero hasta la rodilla. Llevaba la varita colgada de un cinto alrededor de la cadera y su mano de plata descansaba sobre un delgado soporte de marfil.
El mago elfo se detuvo a pocos pasos de Geran, estudiándolo con los ojos entrecerrados.
—¡Ah, qué visión más conmovedora! —dijo suavemente—. He aquí a Geran Hulmaster colgando de unas cadenas. ¡El temerario filibustero ajeno a las leyes, capturado por culpa de unas pocas palabras susurradas al oído de mis yelmorrunas!
Geran apoyó cuidadosamente los pies en el suelo y se incorporó hasta ponerse erguido. Tenía las manos encadenadas un poco por encima de la cabeza; hizo una mueca de dolor al notar punzadas en hombros y muñecas, pero la reprimió inmediatamente.
—Disfruta mientras puedas —le dijo a Rhovann—. No importa lo que me ocurra; tus días en Hulburg están contados.
—Tu confianza está fuera de lugar —respondió el elfo—. Yo diría que lo tengo todo bastante controlado. Te tengo exactamente donde quería, mi harmach se ha ocupado de tu ejército, con algo de ayuda de mis yelmorrunas, por supuesto, y pronto Mirya Erstenwold me ayudará a sofocar la pequeña resistencia que ha estado fomentando durante todo el invierno. No veo más que éxitos en todos mis empeños.
Geran hizo una mueca de enfado. ¿Ocuparse del ejército? Tuvo la funesta sensación de que Rhovann no se molestaría en mentirle teniéndolo en su poder, lo cual significaba que la estrategia de los Hulmaster había fallado en algún punto. Se suponía que Kara debía estar esperando cerca de Rosestone; no se hubiera desviado del plan que habían diseñado. ¿Acaso Rhovann ya había enviado a su ejército contra ella? Él y Kara habían resuelto que sería más prudente esperar a que los yelmorrunas estuvieran desactivados antes de conducir al ejército hacia el este, y en el último momento, habían resuelto que sería útil atraer a gran parte de las fuerzas de Marstel lejos de Hulburg, o llevar a sus propias tropas a una distancia considerable. Pero si Rhovann había sorprendido de algún modo a Kara a las afueras de la ciudad con un grupo de yelmorrunas, entonces seguramente habían caído de lleno en la trampa que Rhovann y sus subordinados les habían tendido. Realmente era el peor resultado posible.
Se preguntó con cuántas catástrofes más se toparía a lo largo del día. Aunque no tenía ningún deseo de escuchar a Rhovann relatándole su fácil triunfo, tenía que averiguar más acerca de Kara y la Guardia del Escudo.
—No te creo —contestó—. Kara se ha pasado el invierno entrenando a ese ejército. No se vendrían abajo.
—Me importa poco si me crees o no —saltó Rhovann—. Aun así… es una lástima que permanezcas en la ignorancia con respecto al alcance de tu fracaso.
El mago se volvió para estudiar al yelmorruna más cercano y murmuró las palabras de un conjuro. Posó una mano en el hombro de la criatura, y extendió un dedo de su mano de plata y tocó a Geran entre los ojos.
—¡Observa!
En la mente de Geran apareció una maraña de imágenes confusas y se esforzó por encontrarles algún sentido. Fuera estaba oscuro, y caía una lluvia fría. Parecía estar al pie de una hendidura estrecha pero profunda que coronaba la falda de una colina; bajo sus pies había piedra desnuda y matas de hierba de los páramos. Había docenas de lámparas brillando en la oscuridad de la noche, iluminando a todas las compañías de la Guardia del Consejo y los yelmorrunas que intentaban ascender por la falda de la colina, resbaladiza por la lluvia. En lo alto de la hendidura, había un grupo numeroso de guardias del Escudo que todavía mantenían su posición, rechazando los ataques de los yelmorrunas con lo que parecían picas improvisadas a partir de los ejes de las carretas, mientras salpicaban las tropas de Marstel con una lluvia incesante de flechas. Geran vio brevemente a Kara en lo alto de las defensas Hulmaster, gritándoles a los guardias del Escudo que mantuvieran sus posiciones. Entonces, cambió su punto de vista, casi como si estuviera girando su propia cabeza; Geran se dio cuenta de que estaba viendo a través de los ojos de un yelmorruna, tal y como eran. «¿Es así como ve Rhovann lo que sus ingenios perciben?», se preguntó. Con la nueva perspectiva, vio que el ejército de Marstel tenía acorralados a la Guardia del Escudo y a los Mazas de Hielo en lo alto de la colina. No podían hacer que Kara saliera de la colina, pero tampoco ella podía abrirse paso luchando.
«Si pierden el campamento, no tendrán suficiente comida, ni agua, ni refugio», pensó Geran, furioso. ¿Cuánto más podrían aguantar en lo alto de aquella colina?
Rhovann retiró el dedo, y Geran perdió de vista las imágenes que le había mostrado el mago.
—Como ves, es sólo cuestión de tiempo. Quizá permita que tu prima se rinda y les perdone la vida a los soldados, o quizá no. —Dejó escapar una risita—. Debo admitir que jamás hubiera pensado en buscarte en Hulburg cuando te vi cabalgando para parlamentar con Marstel. Fue un truco muy inteligente; le debo gratitud a la señora Erstenwold por señalar mi error. Tendré que pensar seriamente en recompensarla de forma adecuada.
Geran frunció el ceño.
—¿Qué pretendes hacer conmigo?
Rhovann sonrió fríamente.
—Podría haber ordenado tu arresto hace seis meses cuando volviste de la Luna Negra. Pero me habría enfrentado a una serie de incómodos disturbios si te hubiera impuesto un castigo severo después de que tus torpes esfuerzos parecían haber salvado a Hulburg de la amenaza de los piratas…, así que en vez de eso te envié al exilio, sabiendo que inevitablemente volverías para retarme. Ahora eres un traidor, un rebelde y un asesino. Por fin, podré asegurarme de que la justicia prevalezca y pagues por todos los insultos y todo el daño que me has hecho.
Geran alzó la cabeza y miró a Rhovann a los ojos, aunque sentía que se le iba a partir en dos a causa del dolor.
—Hazlo lo peor que puedas, entonces —dijo con voz ronca—, pero ahórrame tus aires de agravio y tu pequeño discurso moralista. Estás perdiendo el tiempo, y aquí no hay nadie más que tus criaturas.
—¿Aires de agravio? —rugió Rhovann—. Créeme, no hay nada de falso en los agravios que tengo contigo. Con la excepción de los Años de la Retirada, mi familia ha vivido en Myth Drannor durante casi tres mil años. Gracias a tus lisonjas y zalamerías frente a esa coronal de corazón indulgente, se te permitió arrebatarme el afecto de una princesa teu Tel’Quessir como si fueras uno de mis iguales ¡o de ella! ¡Nuestras Casas ya eran antiguas y gloriosas cuando tus ancestros endogámicos estaban agazapados en miserables cabañas manejando torpemente unos palos para hacer fuego! ¿Tienes idea de cuánta vergüenza has traído a mi familia y a la de Alliere?
»Y no olvidemos esto —continuó Rhovann, que se acercó y le puso la mano de plata delante de la cara.
El mago de la espada tuvo dificultades para enfocarla; la extremidad artificial estaba perfectamente fijada a la carne de la muñeca del mago. Alrededor de la base tenía inscritas unas pequeñas runas.
—Los Magos Rojos me dieron esta prótesis, un artefacto muy eficaz, por el que pagué un alto precio, debería añadir. Pero no pasa un solo día sin que sienta el dolor de mi mano amputada, o desee sentir lo mismo con estos fríos dedos de metal que con mis verdaderos dedos. ¡No pasa un solo día sin que recuerde constantemente cómo me mutilaste, Geran!
»Cuando por fin demostraste lo que valía un humano de alta cuna como tú con tu salvaje y taimado golpe contra mí estando indefenso ante ti, e incluso después de que Ilsevele tuvo que reconocer que no había lugar para ti entre los teu Tel’Quessir, todavía conseguiste arruinarme. ¡Tus amigos en el tribunal no podían soportar la idea de que su mascota humana favorita fuera castigada, así que comenzaron a extender rumores acerca de mí, mentiras maliciosas e insinuaciones, hasta que todos mis asuntos se hicieron públicos y me vi obligado a soportar el mismo destino ignominioso que tú! —Rhovann descubrió los dientes en una expresión de pura ira mientras se acercaba cada vez más al rostro de Geran—. Y finalmente, llegamos quizá a tu mayor ofensa contra mí: yo, el descendiente de una Casa de treinta mil años de antigüedad, ¡recibí el mismo trato que un criminal humano común y fui desterrado de mi antigua tierra natal por tu culpa! Lo que para ti fue el final de una visita casual, para mí fue la negación de todo por lo que había luchado o lucharía jamás. ¡Ahora dime otra vez que me estoy inventando mi indignación! ¡Vamos!
Geran pestañeó, en un intento de quitarse la sangre seca de los ojos. Sabía que debía elegir sus palabras con cuidado, pero estaba cansado.
—Muchas de esas cosas te las buscaste tú solito, Rhovann —dijo—. El corazón de Alliere jamás fue tuyo, eso para empezar. Elegiste hacer tus pinitos con artes prohibidas en Myth Drannor. Y cuando tú y yo luchamos, fuiste a coger tu varita cuando ya te había vencido. Tú mismo has forjado tu destino, y serías un necio si me echaras la culpa a mí.
Se oyó un portazo en el pasillo, el sonido de unos pasos pesados y el roce de la cota de malla. Rhovann frunció el entrecejo, irritado, cuando un fornido oficial de la guardia apareció, flanqueado por varios soldados. Geran reconoció a Sarvin, el alcaide de Griffonwatch a las órdenes de Edelmark; había visto a aquel hombre desde lejos en anteriores visitas al Hulburg ocupado. El rostro del alguacil tenía una expresión fiera, que tan sólo abandonó para emitir un bufido de satisfacción al ver a Geran encadenado.
—Perdonad mi interrupción, mi señor —le dijo a Rhovann—. Tengo noticias urgentes que no pueden esperar.
—¿Y bien? —dijo Rhovann con brusquedad—. ¿De qué se trata?
El alguacil Sarvin volvió a mirar a Geran, y Rhovann puso los ojos en blanco y se dirigió a la otra punta de la habitación, donde cogió al oficial por el brazo. El hombre le susurró con tono de urgencia al elfo, mientras Geran intentaba escuchar lo que le estaba diciendo a Rhovann. Estaba demasiado lejos para oír nada, pero después de un instante, Rhovann hizo un gesto de asentimiento y le dio una respuesta al alguacil, que al parecer resultó satisfactoria. Sarvin hizo una reverencia y se marchó de la habitación, haciéndoles señas a sus guardias para que lo siguieran. Rhovann permaneció en silencio un instante, absorto en sus pensamientos, y después se volvió de nuevo hacia Geran.
—Malas noticias, espero —dijo Geran.
—Parece ser que dejé marcharse a Mirya Erstenwold demasiado pronto —respondió Rhovann—. Los leales a los Hulmaster se están armando para alzarse contra el harmach por toda la ciudad. Y, por supuesto, la mayor parte de mi ejército está disperso por los Altos Páramos en persecución del tuyo. Sin duda no formaba parte de tu plan, pero podría causar algún que otro inconveniente. Bueno, no importa. En pocas horas, los rebeldes serán aplastados. Después de mañana, nadie se atreverá a volver a desafiarme. —Hizo otra pausa, dejando que el mago de la espada pensara en lo que le había dicho—. No temas, Geran. Me aseguraré de que vivas para ver la destrucción de tu Casa y la inutilidad final de tus esfuerzos para derrocar a mi harmach antes de permitirte morir.
Geran lo miró, inexpresivo, negándose a permitir que Rhovann lo viera hacer una mueca de dolor. Si no hubiera permitido que lo capturaran, los yelmorrunas de los que tanto se enorgullecía Rhovann ya habrían sido saboteados y la batalla por Hulburg ya estaría ganada. Pero a menos que Sarth y Hamil encontraran alguna manera de seguir sin él, Rhovann aún conservaría a sus ingenios en un futuro predecible. Volvió a mirar a la pila de ropa y al equipo que le habían quitado al encerrarlo. Los pergaminos para caminar entre las sombras y Umbrach Nyth estaban con el resto de sus pertenencias en la mesa, junto a la puerta de la celda. Por ahora, Rhovann no había pensado en inspeccionar atentamente las cosas que Geran llevaba consigo…, y si albergaba cualquier esperanza de lanzarle un ataque inesperado a la piedra maestra a la que todas las criaturas estaban vinculadas, no podía dejar que Rhovann averiguase que le daba mayor importancia al hecho de ocuparse de los poderosos ingenios del mago.
—Puede ser que pagues a tus mercenarios y construyas a tus autómatas, pero nadie te es realmente leal —le dijo al mago—. No confías en nadie, y por lo tanto, nadie confía en ti. ¿Cuánto tiempo podrás controlar Hulburg sin aliados?
—Los aliados van y vienen; siempre y cuando tenga el poder en esta ciudad, no me faltarán aliados. —Rhovann lo estudió fríamente, y su rostro se retorció en una cruel sonrisa—. A pesar de lo mucho que me gustaría seguir con esta conversación, debo admitir que sería un gran inconveniente para mí permitir que tus desorientados rebeldes causaran algún tipo de daño. Por desgracia, eso significa que no tengo más tiempo para intercambiar palabras contigo. Pero, antes de irme, creo que te dejaré con un pequeño recuerdo mío, y una promesa de más conversaciones futuras.
El mago se dirigió a los yelmorrunas que estaban cerca de Geran. Las criaturas lo cogieron por los brazos y lo mantuvieron firmemente sujeto contra la pared de la celda, con los brazos estirados. Sacó la varita de su delgado cinturón y avanzó hacia el mago de la espada, indefenso.
—Soy un hombre razonable —comentó Rhovann—. Provocaste que me exiliaran de mi hogar, y yo te hice lo mismo. Me humillaste y me deshonraste; creo que debo pensarme bien cómo devolvértelo, ojo por ojo. Pero primero y más importante, me mutilaste. Me pregunto qué compensación debería pedir por eso.
A pesar de su resolución de no dar signos de debilidad ante su enemigo, Geran sintió un súbito nudo en el estómago provocado por el miedo. Apretó los labios, negándose a decir nada.
—¿Ninguna sugerencia?
Rhovann enarcó una ceja, esperando a que Geran hablase. Al ver que seguía en silencio, lo miró con expresión toma.
—Como quieras, entonces —dijo. Le apuntó con la varita a la mano derecha y rugió—: ¡Aítharach na viarl!
De la varita salió disparado un líquido brillante de color verde, un chorro suficiente para cubrir la palma de la mano de Geran y la mayor parte de sus dedos…, y al instante comenzó a consumir su carne, burbujeando y chisporroteando. El ácido era terriblemente eficaz, y deshizo la piel en pocos segundos, para pasar a disolver el músculo y los tendones. A pesar de su resolución de no hacer ni el más mínimo gesto, Geran aulló de dolor mientras un millar de agujas candentes le atravesaban la piel y la carne. El olor de su propia carne quemada le llenó las fosas nasales. Volvió a mirar, y vio asomar los huesos ennegrecidos. Las náuseas y el dolor lo superaron.
De repente, su brazo quedó liberado de los grilletes, y cayó al suelo, sostenido tan sólo por la cadena que rodeaba su muñeca derecha. Por un instante, pensó que de algún modo había conseguido liberarse y había conservado la mano…, pero cuando se miró la muñeca derecha, tan sólo había un muñón ennegrecido que latía con un dolor insoportable, tan intenso que le llegaba hasta el hombro, mientras el corazón latía desbocado. Dejó escapar un gemido de sufrimiento casi animal.
—No ha sido algo tan limpio ni tan rápido como la herida que tú me hiciste, pero desde luego el resultado final es muy similar —gruñó Rhovann. Miró a los yelmorrunas—. Mandad llamar a un sanador para que le limpie y le vende la herida. No debe morir hasta que yo lo diga. Volveré cuando me haya ocupado de los leales a los Hulmaster.
Luego se dio la vuelta y salió de la mazmorra a grandes pasos, mientras su capa ondeaba tras él.
Geran volvió a mirar los huesos carbonizados de su muñeca y se desmayó.